CIUDAD DEL VATICANO, 27 NOV 2009.-Esta mañana, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, tuvo lugar la presentación del Mensaje del Santo Padre para la XCVI Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado: “Los emigrantes y los refugiados menores de edad”. Participaron en el acto los arzobispos Antonio Maria Vegliò y Agostino Marchetto, y monseñor Novatus Rugambwa, respectivamente presidente, secretario y subsecretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes. El arzobispo Veglió explico que las causas de la emigración de los menores de edad son parecidas a las de los adultos: “conflictos armados, étnicos o religiosos, crisis económicas y sociales, falta de perspectivas para el futuro”. Pero al mismo tiempo hay una característica específica de la emigración irregular de los menores de edad: “un menor no acompañado no puede ser repatriado”. De ahí que en algunos casos “los padres y a veces toda la familia depositen todas sus esperanzas en el éxito del menor que emigra y esto se transforma en una carga psicológica para el chico que no quiere desilusionarlos. Por eso, está dispuesto a sufrir injusticias, violencias y malos tratos con tal de obtener el permiso de permanencia, quizá la formación escolástica y sobre todo un trabajo para ayudar a la familia de origen que ha “invertido” tanto en él”. Por su parte, el arzobispo Marchetto recordó que “la movilidad es uno de los grandes fenómenos de nuestra época que concierne a la vez y en todo el mundo a los ancianos, los adultos y los niños. Es, como se dice con lenguaje evangélico, “un signo de los tiempos”. La Iglesia, de forma particular, está cerca de los refugiados y de los emigrantes forzosos, no solamente con su presencia pastoral y con la ayuda material, para los que la necesitan, sino también con su compromiso para defender su dignidad humana”. “Nuestras comunidades cristianas -concluyó el arzobispo- tienen por lo tanto el deber de acoger a toda persona que llame por necesidad a nuestra puerta, de demostrar solidaridad, hospitalidad y compromiso pastoral con los menores, sobre todo los que están solos y los refugiados separados de sus familias. Hay que darles esperanza, valor y amor”. Monseñor Rugambwa, refiriéndose a los problemas de las niños emigrantes y refugiados, señaló que el idioma “es una variable importante asociada a su sufrimiento. (...) La formación educativa y el desarrollo de nuevas capacidades, especialmente la de hablar la nueva lengua para comunicar adecuadamente en el país de recepción, permiten desarrollar un papel activo en la integración y de asumir el puesto que les corresponde en la sociedad de acogida”. “Por desgracia -continuó-, un gran número de emigrantes y refugiados encuentran a menudo obstáculos en el camino de la instrucción y de la posterior orientación profesional o de la educación superior”. Monseñor Rugambwa concluyó haciendo hincapié en la necesidad de “comprometerse contra las tendencias a la segregación escolar; (...) contra el hecho de que las escuelas, con frecuencia no se han adaptado todavía a las exigencias de los hijos de los emigrantes, y (...) contra la escasez de recursos financieros para resolver estas dificultades”. Fuente: VIS 091127 (680) |
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