Las guerras carlistass. XIX d. C.

Artículo tomado de la página web http://www.gencat.cat/
 
 
El carlismo se convirtió, en Cataluña, en una importante fuerza política y popular. Ante las reformas liberales, una parte de la sociedad agraria tomó las armas en defensa de sus intereses y su forma de vida. Las tres guerras que asolaron el país acentuaron una profunda fractura social, alimentada por odios y agravios, que perduró hasta el siglo XX.


Acceso a la galería multimediaCataluña presentó, a lo largo de todo el siglo XIX, una dualidad social y territorial entre el interior del país y el litoral, entre el campo y las ciudades. El desarrollo industrial, emprendido en el siglo XVIII y retomado después de la ‘Guerra del Francès’ [Guerra de la Independencia], se concentró en las ciudades, con Barcelona al frente, y la mayor parte del litoral, mientras que las comarcas interiores continuaban siendo eminentemente agrarias.

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En la Cataluña industrial se fueron formando dos grupos sociales que pedían reformas políticas y económicas que rompieran las estructuras del Antiguo Régimen. Unas reformas que sólo podían llegar con el triunfo de las ideas, políticas y económicas, del liberalismo.

Por un lado, la burguesía industrial y mercantil, interesada en ampliar sus mercados después de la pérdida de las colonias americanas, defendía el libre mercado y la desaparición de los privilegios estamentales, así como nuevas parcelas de poder político. Por otro, las clases populares urbanas, en pleno proceso de proletarización, reclamaban más libertades políticas y de representación en la organización del Estado.

Por contra, las comarcas interiores, con una gran masa campesina, formada principalmente por pequeños propietarios, se convirtieron en el baluarte de la concepción tradicional de la sociedad. Fundamentadas en una economía autosuficiente, cuando no de subsistencia, las transformaciones económicas del liberalismo amenazaban esta economía familiar. Además, las nuevas ideas liberales eran una agresión directa contra los pilares fundamentales de la cosmovisión rural, entre los cuales hay que destacar la Iglesia y la monarquía.

Estas divergencias se dejaron sentir durante el reinado de Fernando VII con los levantamientos realistas de 1822 y de 1827, contrarios a cualquier reformismo político y económico. En este caso, los movimientos tenían una importante raíz popular, sin una dirección muy definida, ya que, aunque se hacían en nombre del rey y de sus derechos ante el liberalismo, no contaron con una figura política que aglutinara y vertebrara un ideario político claro.

Sin embargo, en pocos años la situación cambió. El ascenso al trono de Isabel II forzó a la reina regente a buscar el apoyo de los sectores liberales para evitar que el hermano de Fernando VII, Carlos, se apoderase de la corona. Carlos se había convertido, a medida que su hermano relajaba la represión contra los liberales, en el representante de los partidarios del absolutismo.

Así, en 1833, a la muerte de Fernando VII, Carlos no sólo contaba con un numeroso grupo de partidarios entre las élites de la sociedad española y catalana, sino que también disponía de una fuerza armada popular: los voluntarios realistas.

En octubre de 1833 empezaba la primera revuelta contra los gobiernos liberales de Isabel II. Los principales escenarios de este movimiento serían Cataluña, Valencia, el País Vasco y Navarra, zonas donde existía una masa campesina integrada por pequeños propietarios que veían peligrar su forma de vida.

En Cataluña, la guerra empezó como lo habían hecho los levantamientos realistas de la década anterior, con la formación espontánea de partidas en diversos puntos del país, principalmente las comarcas centrales y del sur.

Alegoría de la Primera Guerra Carlista


Como en otras ocasiones, la precaria situación de la hacienda del Estado hizo imposible dotar al ejército regular de los medios necesarios para acabar con estos movimientos en su estado embrionario, cuando no existía ninguna coordinación entre ellos. Esta falta de reacción permitió al pretendiente, Carlos V, ir organizando un verdadero ejército que hiciera frente a las fuerzas del gobierno.

En Cataluña, después de unos primeros años de guerra de guerrillas, con partidas que controlaban el campo y algunas pequeñas poblaciones, a partir de 1835 se fue consolidando un verdadero ejército carlista. El artífice de este cambio fue Ramon Cabrera, jefe de las operaciones en el Maestrazgo, que coordinó las diferentes partidas existentes en el territorio y alcanzó algunos éxitos militares.

A pesar de esta organización, los carlistas catalanes no pudieron ocupar ninguna ciudad importante durante mucho tiempo. Durante toda la guerra se mantuvo el control de buena parte del territorio, pero los núcleos urbanos, defendidos por el ejército y la Milicia Nacional, resistían los asedios y ataques.

La guerra se alargó hasta el verano de 1840, cuando después de la pacificación del frente del Norte, con la capitulación de Vergara, el grueso de las fuerzas del gobierno se trasladó a Cataluña.

Durante estos siete años de conflicto civil, la fractura social del país se fue ampliando. Por un lado, por el posicionamiento progresivo de la sociedad a favor de una causa u otra, con voluntarios que alimentaban las milicias de ambos bandos y que dividieron pueblos y ciudades entre carlistas y liberales; por el otro, por el grado de violencia que fue adquiriendo el conflicto. El asesinato de prisioneros, el secuestro de familiares de los voluntarios de una y otra facción, o la requisa de comestibles por parte de los dos ejércitos, que vivían sobre el terreno, serían habituales a lo largo de todo el conflicto. Actitudes que sembraron odios y agravios en muchas familias catalanas. Unos odios que se transmitieron de generación en generación, hasta el siglo XX, y que volvieron a salir a la luz durante la guerra civil de 1936-1939.

A pesar de la derrota de 1840, los carlistas catalanes volvieron a las armas pocos años después. En 1846 empezaba la llamada ‘Guerra dels Matiners’, que sólo se desarrolló en Cataluña, sin efectos en los otros feudos territoriales del carlismo. La guerra, de las mismas características que la de 1833-1840, es decir, más una guerra de guerrillas que no de grandes batallas, se alargó hasta 1849.

Los carlistas volvieron a dominar amplias zonas del territorio catalán, pero sin conseguir el control de las principales ciudades, que se mantuvieron fieles al gobierno. La presión militar del ejército regular y las milicias voluntarias provocaron una nueva derrota.

Durante las décadas siguientes, el carlismo se reorganizó como fuerza política, participando de los procesos electorales y con una fuerza considerable en toda Cataluña. No fue hasta después de la revolución de 1868 que la vía insurreccional recuperó fuerza. En pleno Sexenio Democrático, en 1872, las partidas carlistas volvieron a la montaña para enfrentarse al gobierno. La tercera guerra carlista se alargó hasta 1876, cuando la Restauración borbónica ya era una realidad y las esperanzas de llevar al trono a un pretendiente carlista se habían desvanecido.

 
Artículo no original del Boletín carlista. Tomado de la página web: http://www.gencat.cat/