I.- EL PROTAGONISTA

Yo he tenido gran afición por el reporterismo. Si no lo he practicado en época pasada, fue, más que por otra cosa, porque no encontré periódico que me los encargara. El reportaje que yo hubiera hecho con gusto hubiera sido el semigeográfico, semisocial. Ahora, el reportaje político ése ya no me interesa. Tampoco me interesa el estético y el arqueológico.

No pude hacer reportajes más que ya de viejo, y por dentro de España, cuando ya era uno algo conocido. De joven los hubiera hecho con mucho gusto; ahora, si hubieran tenido éxito o no, eso, naturalmente, no lo puedo saber.

A principios de siglo escribí unos artículos en «Los Lunes de El Imparcial», sobre tierras de Soria y el monte Urbión, y algún oficinista me escribió en un volante de un ministerio ur ta muy irritada, diciéndome que yo tado en este monte y que no contal mentiras.

¡Qué estupidez!

¡Ni que el pico del Urbión fuera el Kiliman-jaro! Por cierto, Espinosa Echevarría, hombre curioso, viajante de comercio de telas, que ahorraba durante unos meses para ir después en la bodega de un barco a la India, al África o a las islas Chinchas a pasar fatigas y trabajos, subió a la cima del Kilimanjaro. Se puede suponer que estas fatigas y trabajos le gustaban.

Es muy agradable recorrer un país cualquiera con buen tiempo, siempre que no sea una estepa árida y desierta. Teniendo conocimientos geográficos, geológicos e históricos es más agradable aún. En este caso, el país está impregnado de recuerdos, de sugestión y de explicaciones, y hasta lo que parece desolación y abandono se llena de figuras y de recuerdos.

Ya en unos viajes con J. Ortega y Gasset, entre discusiones literarias, le oíamos al profesor Dantín Cereceda hablar de la formación geológica de unos terrenos y de sus cambios y transformaciones como quien oye una anécdota dramática e interesante.

II.- LA EXPEDICIÓN

La expedición de Gómez fue la más curiosa de las militares de la guerra carlista. Ahora que han pasado más de cien años que se llevó a cabo, no queda de ella más que un ligero rastro, un vago recuerdo, y eso en muy pocos lugares.

Gómez y sus fuerzas trazaron muchas vueltas y revueltas sobre el mapa de España. Es difícil seguirles en su trayectoria. Exigirían marchar a caballo y pasar seis meses, como pasó él haciendo ziszás por la Península.

Don Miguel Gómez y Damas fue uno de los militares más célebres de la primera guerra civil.

Muy discutido en su tiempo por su famosa expedición, después cayó su recuerdo en la oscuridad y quedó completamente olvidado.

Tenía al comenzar su marcha, en 1836, cuarenta y un años.

Era Gómez de cara larga, correcta; nariz bien perfilada, ojos claros y expresión melancólica. Borrow, que lo conoció, en su libro La Biblia en España dice que tenía estatura regular, el tipo grave y sombrío.

 

DON BRUNO  VILLARREAL

En 1836 el general don Bruno Villarreal, ministro del pretendiente, al ver que el jefe de las fuerzas liberales del Norte, don Luis Fernández de Córdova, pensaba, en vez de aventurarse en pequeñas batallas, mantenerse en las márgenes del Ebro y bloquear las provincias rebeldes, ideó enviar una columna a Asturias y a Galicia y provocar en ellas la guerra.

Miguel Sancho Gómez Damas (Torredonjimeno, Jaén; 5 de junio de 1785 - Burdeos, Francia; 11 de junio de 1864)

Comenzó a estudiar Derecho en Granada pero abandonó los estudios tras el alzamiento español contra la ocupación francesa de 1808. El 9 de junio de 1808 ingresa como subteniente en el ejército y participa en la batalla de Bailén. Toma parte en otras acciones bélicas hasta que el 21 de julio de 1812 es capturado por los franceses en Castalla. Es enviado prisionero a Autun (Francia) pero logra escaparse y vuelve a incorporarse al ejército. En septiembre de 1812 ya es capitán. Se casó en Madrid con Vicenta de Parada en 1815. Poco después se retira del servicio activo el (8 de mayo de 1816).

El matrimonio se estableció en Jaén, donde Miguel Gómez trabajó como administrador de bulas. Pero, tras el golpe del general liberal Rafael de Riego de 1820, Miguel Gómez, defensor acérrimo de las ideas absolutistas, comienza a conspirar contra el gobierno liberal. Intenta sublevar al regimiento provincial de Jaén pero no lo consigue. Como consecuencia de este acto, tiene que abandonar Jaén.

Después de la restauración absolutista, propiciada por la intervención militar de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823), Miguel Gómez regresa a Andalucía. En Cádiz logró frenar un levantamiento y consiguió la comandancia de Algeciras, cargo del que será depuesto durante la regencia de María Cristina de Borbón por sus ideas absolutistas.

Estando en Madrid estalla la Primera Guerra Carlista. Pronto se encamina hacia Navarra para ponerse a las órdenes del general carlista Tomás de Zumalacárregui. Fue nombrado jefe de su Estado Mayor y participó en los combates de Asarta, Acción de Alegría de Álava, Acción de la Venta de Echavarri y Alsasua. En 1834 acompañó a don Carlos y fue nombrado Comandante General de Vizcaya. Posteriormente, pasó a ser Comandante General de Guipúzcoa y tras la acción de Guernica y la toma de Tolosa alcanzó el grado de Mariscal de Campo. En 1834 recibió el título de marqués de Orbaiceta.

Pero, si Miguel Gómez entra en historia de España, es por su famosa Expedición de 1836.

Tras la rendición de Rafael Maroto (1839), Miguel Gómez decide exiliarse, junto con su esposa, en Francia. Volvió a España durante la Segunda Guerra Carlista (1846-1849), siendo Comandante General de Andalucía. Tras el nuevo fracaso carlista, volvió al exilio francés, a Burdeos, donde vivirá hasta su muerte.


Villarreal expuso su proyecto al pretendiente don Carlos, que lo aprobó. Este llamó a don Miguel Gómez y le ofreció el mando de la columna. Don Nazario Eguía y sus amigos consideraron que el proyecto no tendría éxito y que la elección de Gómez como jefe era desacertada.

Los tres generales carlistas de la primera guerra civil española, los tres a su modo geniales, fueron Zumalacárregui, Cabrera y Gómez.

Zumalacárregui era un gran técnico, el hombre reflexivo del Norte de España; Cabrera, fogoso y ardiente, el tipo del Mediterráneo, y Gómez, el idel centro de la Península, medio castellano, me dio andaluz, el que sabe sortear las dificultades con arte y con malicia.

Narváez y Prim fueron también hombres de mucho talento, quizá más destacados aún como políticos que como militares.

Gómez era de Torredonjimeno (Jaén).

Su inscripción de bautismo consta en la parroquia de Santa María, de esta ciudad.

Nació Miguel Sancho Gómez y Damas el 5 de junio de 1785. Era hijo de Juan Francisco Gómez y de Juana Josefa de Damas.

Miguel Gómez, siendo aún niño, luchó contra los franceses en la guerra de la Independencia, cuando el general Dupont invadió Andalucía. Gómez tardó poco en distinguirse en el ejército por su valor y su ingenio, y tuvo la desgracia de caer prisionero y de ser conducido a una ciudad francesa, de donde logró escapar al cabo de un año, después de varias tentativas infructuosas.

En 1820 figuró entre los absolutistas. En 1825 era capitán de Granaderos y Cazadores en el batallón que mandaba Zumalacárregui, y se batía en Navarra.

Al obtener los carlistas varios triunfos, fue nombrado Gómez comandante en el mismo regimiento de que era coronel Zumalacárregui.

En 1832 se encontraron otra vez reunidos los dos jefes en Madrid, donde estrecharon sus relaciones llevados por la simpatía de sus caracteres y la identidad de situación y de ideas políticas.

Cuando enfermó Fernando VII ofrecieron los dos sus servicios a don Carlos, y a la muerte del monarca marcharon al campo a acaudillar a los absolutistas, después de haber fomentado en el país el descontento y la rebeldía contra el Gobierno, que consideraban revolucionario.

Gómez se dirigió primeramente a Cuenca, donde intentó levantar a los carlistas. Frustraron su tentativa, y reunido con Zumalacárregui, éste le nombró su jefe de Estado Mayor.

Muerto Zumalacárregui, siguió Gómez su carrera, y gracias a su inteligencia y a su arrojo, fue ascendido a mariscal de campo.

El tipo de Gómez era de hombre fino, a juzgar por el retrato que hizo de él el dibujante francés Isidoro Magues. Era Gómez hombre de cara larga y correcta, nariz bien perfilada, ojos claros y expresión melancólica. Vestía bien y llevaba la boina con ballestilla y borla.

Gómez mandó durante mucho tiempo una brigada de guipuzcoanos.

Con esta brigada tuvo un primer encuentro con las tropas de la Legión inglesa liberal, mandada por Lacy Evans.

En 1836 Gómez hizo su fantástico recorrido por España, trazó en la Península, de Norte a Sur, como una Z invertida y tardó en su excursión cinco meses y veinticuatro días.

La expedición de Gómez no se estudió, al parecer, en las escuelas militares españolas; en cambio, según se asegura, se ha estudiado en el extranjero, sobre todo en Alemania y en Rusia.

La expedición de Gómez fue una improvisación a la española. Los militares del tiempo, entre ellos Fernández de Córdova, no quisieron darle importancia.

El barón Guillermo de Rahden, jefe del Estado Mayor del ejército carlista de Aragón y de Valencia, publicó un suplemento a su libro Wanderun-gen eines Alten Soldaten «Excursión de un viejo soldado», en Berlín, 1850. En este suplemento, «Miguel Gómez»: Ein Lebenslichtbild, hay una silueta muy perfilada del general.

En él se insertó un itinerario de la expedición, traducido  del español, y varios comentarios y anécdotas.

Al llegar Gómez de vuelta de su viaje por Galicia, Castilla y Andalucía a las provincias vascongadas fue sometido en Orduña a un proceso por no haber cumplido las órdenes que le habían dado ni el objeto para el cual se organizó la expedición.

Todavía duraba la causa en el tiempo de los preliminares del convenio de Vergara.

Al firmarse este convenio, Gómez entró en Francia.

No debía ser aficionado a escribir, porque no se le ocurrió jamás defenderse en un periódico o en un folleto.

Otro cualquiera hubiera explicado su expedición y las causas de sus fallos. Esto, sin duda, a él no le interesaba.

Por lo que dice Rahden, Gómez debió de ser un hombre indolente, que se las echaba de andaluz perezoso.

El general prusiano cuenta que a veces sus ayudantes le preguntaban a su jefe:

—¿Desea usted algo, mi general?

—No; tengo lo que necesito —contestaba él, mostrando con cierta sorna la hoja de papel de fumar, que doblaba entre sus dedos.

Gómez vivió después de la guerra en una buhardilla de Burdeos, adonde iban a visitarle sus antiguos compañeros de armas, Villarreal y Sope-lana, y su amigo Meyer, cónsul del reino de Ñapóles en Burdeos. A Gómez le gustaba el sol, las naranjas, las almendras y las granadas, el tabaco de La Habana y el vino blanco.

Gómez murió oscuramente en Burdeos, sin que nadie se enterase.

Se dice que el emperador de Rusia, Nicolás I, preguntaba con frecuencia a algún agregado en San Petersburgo de la embajada española: «¿Qué se hizo del bravo Gómez?»

En España, después de su muerte, nadie se acordó de él.

 

III.- COMIENZA LA EXPEDICIÓN

Las grandes expediciones carlistas: la del general Gómez (verde) y la “Expedición Real” con el propio Carlos V (rojo) recorriendo casi toda España


El día 25 de junio de 1836 se reunieron en Amu-rrio (Álava) todas las fuerzas de las columnas que iba a mandar Gómez. Las pasó revista el pretendiente con todo su Estado Mayor. Debió de ser una ceremonia muy decorativa y vistosa.

Salgo yo en automóvil de Vera, con un chófer y un fotógrafo, y voy a seguir la ruta de Gómez.

Los dos compañeros de viaje míos son muy expeditivos. El chófer está siempre pendiente de su aparato. Cuando se detiene éste, lo examina con atención, y después canturrea.

Amurrio está cerca de la Sierra Salvada y de la Peña de Gorbea. No queda hoy en el pueblo ni el más lejano recuerdo de la expedición de Gómez, que en su tiempo sería sonada.

Ando de aquí para allá, pregunto a uno y a otro. Nadie sabe nada.

Un señor me dice que si alguien tiene algún dato sobre Gómez será un procurador apellidado Llandera, que es de familia carlista y que tiene simpatía por el tradicionalismo.

Voy a su casa y me recibe amablemente.

El señor Llandera leyó hace tiempo la historia de la guerra civil, y sabe que de este pueblo salió Gómez, pero no sabe en dónde revistó don Carlos a sus fuerzas, aunque supone que sería en la carretera que cruza el pueblo y en un campo que había antes, cerca de la iglesia, y que se ha convertido en un paseo.

—¿Y cree usted que no habrá alguien en Amu-rrio que tenga, por tradición, algún recuerdo lejano de lo sucedido entonces?

—Creo que no.

Le dejo al procurador en su despacho y bajo a tomar el auto.

Nos adelantamos hacia el Norte, a buscar Respaldiza.

 

UNA VIEJA DESCONFIADA

Al pasar cerca de Respaldiza veo una casa solariega, magníficamente colocada dentro de una huerta.

Me asomo a una saetera de la tapia y veo, a través de ella, a una mujer joven y a una vieja. Las saludo, pero las dos desaparecen.

—Usted, que es joven —le digo al fotógrafo—, a ver si las conquista para que digan algo.

Mientras tanto yo me siento en el tronco de un árbol.

El fotógrafo fracasa como yo. Hay que seguir adelante.

 

QUEJANA

El primer pueblo curioso por donde pasó Gómez y su expedición fue Quej ana, dentro de la zona alavesa.

Quejana es un grupo pequeño de caserones antiguos, al lado de un arroyo; pueblo con varias torres almenadas, un castillo y una iglesia. Hay un puente ojival para cruzar el río, y un edificio con unos soportales que deben servir de mercado. Una mujer, considerándonos turistas, abre la puerta de la iglesia o capilla, en donde hay varias sepulturas yacentes y en un rincón unas cajas de gaseosas para las fiestas próximas.

Los dos sepulcros del centro, aunque se dice que son de don Pero López de Ayala, el canciller historiador y poeta, y de su mujer doña Leonor de Guzmán, parece que son de los padres de él, don Fernán López de Ayala y de doña María Sarmiento.

Salimos de la cripta y en marcha.

Ahora vamos en una dirección paralela a la costa del Atlántico, camino de Reinosa. Dejamos Quejana y entramos, por Menagaray, a Arcinie-ga, pueblo de más importancia y con ayuntamiento. Pasamos por una calle estrecha, con casas antiguas, con jardines, y vemos un hermoso torreón de piedra. A un viejo, que está en la puerta, le pregunto:

—¿Usted ha oído hablar de la guerra carlista?

—Sí.

—¿Y oyó contar que en este pueblo tuvo presos don Carlos, en la primera guerra civil, a unos generales carlistas?

—No; no lo he oído nunca.

—Entonces ¿no le sonará a usted el nombre de Gómez?

—¿Gómez? No; no me suena.

Indudablemente, son estas historias demasiado viejas para que quede un recuerdo de viva voz en los pueblos.

Dejamos Arciniega, y entramos en el valle de Mena. Mena no debe ser palabra vasca. No sé de dónde procede esta voz. En los naturales del valle hay la idea de que antiguamente no pertenecían a Castilla, sino a Vizcaya. Esto parece que no está claro. El aspecto físico del valle tiene más de vasco que de castellano. Confina con Vizcaya, con Álava y con Santander.

Los montes que dominan este valle son el Ordunte o la Ordunte (según que se llamen el monte o lo peña) y algunos otros menos destacados.

De los ríos del valle, el principal es el Cada-gua, pero hay otros más pequeños: el Ordunte, el Ángulo y el Sienes.

En el valle se ven todavía algunas casas y torreones más o menos destrozados.

 

EL  VALLE DE   MENA

El valle de Mena, por su aspecto y por su frondosidad, es un valle vasco. Parece que fue separado de Vizcaya a fines de la Edad Media. Antiguamente se llamaba Maina, palabra que no suena a vasca.

El valle se extiende paralelamente a la costa del Cantábrico y tendrá unos treinta a cuarenta kilómetros de extensión.

El eje del valle de Mena es el río Cadagua, que baja desde la Sierra Salvada en arroyos y en cascadas, y después de recorrer el valle aparece cerca de Valmaseda, a reunirse con el Nervión.

El comienzo del valle está entre los montes de Ordunte y la Sierra Salvada. Ordunte es un monte vasco y la Sierra Salvada es una sierra castellana burgalesa. Ordunte tiene hayas y robles y heléchos en abundancia. La Sierra Salvada, en sus alturas, está sin vegetación y presenta un aire severo y trágico.

Quizá los habitantes del valle de Mena presentan este mismo contraste del paisaje seco y del frondoso, pero yo no he conocido bastante gente del país para asegurarlo.

En Villasana de Mena nos detenemos un momento, y examino el mapa de la región.

 

EL GENERAL TELLO

Aquí cerca hubo un encuentro entre las tropas de Gómez y las del general Tello.

Cuando Tello supo el 29 de junio, por la noche, que Gómez había llegado a Arciniega, avisó inmediatamente a Espartero.

A las dos de la mañana del día 30, Tello salió de Villasana.

 

LECIÑANA

Pasamos por Leciñana, el primer pueblo del valle de Mena hacia el Ebro. El pueblo se encuentra a la izquierda de la carretera. A la derecha hay un barrio llamado Laya. Me detengo a interrogar a un hombre.

—¿Usted ha oído hablar de que por aquí lucharon carlistas y liberales?

—¡Sí!, he oído, pero yo era pequeño cuando la carlistada.

—Y de la guerra anterior, ¿sabe usted algo?

—¿De la de los franceses?

—No; de otra carlista que hubo antes.

—No; de ésa no he oído nada.

¡Cómo se borra en los pueblos todo recuerdo histórico!

Seguimos adelante, y pasamos por Bercedo, que tiene una pequeña iglesia románica. A través de una puerta nueva, con una reja también nueva, se ve el arco de entrada.

El año 1836, por junio, la división liberal de Tello y las carlistas de Gómez marchaban paralelamente por el valle de Mena. Al llegar a Ber-cedo se avistaron las divisiones y desplegaron frente al pueblo de Baranda, separadas por el pequeño río de Trueba, que separaba las dos líneas.

Las fuerzas de Gómez eran mayores y mejor pertrechadas; las de Tello inferiores en número y en calidad. Tenían éstas un regimiento de quintos, el provincial de Túy, los cuales no sabían manejar el fusil y no habían disparado un tiro. El encuentro duró hasta el anochecer; se verificó en las cercanías de Baranda, la Colina y las Ri-vas. Los carlistas dieron pruebas de que tenían fuerzas bien preparadas. Entre los liberales hubo de todo.

Al pasar el río las fuerzas de Gómez, los quintos de Túy tiraron las armas y echaron a correr. Siempre ha pasado lo mismo en España. El reaccionario ha sido reaccionario de veras, el liberal ha sido muchas veces liberal falso, de pacotilla.

En el encuentro el coronel del provincial del Túy, don Atanasio Aleson, quedó prisionero. De los cristianos se lucieron Tello, el brigadier Castañeda y don Saturnino Abuín, el Manco, antiguo teniente del Empecinado, nombre duro, de gran valor y de gran audacia.

El general Tello se retiró a Espinosa de los Monteros, y no encontrando aquí municiones ni víveres fue a Quintana de Soba. Cuando se apeó, el general llevaba veintidós horas a caballo, sin haber comido ni bebido.

Nos acercamos a Villasante, con el objeto de ver el campo de acción de las tropas enemigas de hace un siglo. Ha comenzado a echarse la bruma sobre el valle. Las nubes bajas no permiten ver las cimas y en algunas partes no se divisan ni aun las faldas de los montes.

Tomamos hacia Espinosa de los Monteros.

Al marchar camino de Espinosa se despeja el cielo un momento, y vemos, a la izquierda del camino, una serie de picos, todos iguales. El fotógrafo nos dice que se llaman las Siete Gemelas. E! fotógrafo capta dos de estas Gemelas en su placa.

 

LAS CHICAS BILBAÍNAS DE ESPINOSA

Al llegar a Espinosa de los Monteros me siento en un banco de piedra, donde hay unas niñas.

—¿Cómo  se llaman las  chicas  de Espinosa? —les pregunto a las mayores del grupo.

—Nosotras no somos de Espinosa; somos de Bilbao —contestan ellas.

—¿Bilbao? Mal pueblo —les diyo yo, en broma.

—Sí, malo. El mejor del mundo.

—Seréis un poco maketas, ¿verdad?

—Sí; mucho. Todas somos vascongadas.

—Pero no sabéis vascuence. , —¿Que no? Más que usted.

—Eta zu? —me pregunta una de ellas.

—Ni guchi.

—Yo no sé lo que quiere decir guchi —replica ella. En un raso de la entrada, sostenida entre dos piedras, en un rincón se veía una blanca calavera. Me pareció de un caballo, por su tipo de osamenta; tenía un aspecto triste de dolor y displicencia. Probablemente algún chico, quizá al salir de la escuela, encontrándola en el campo y metida bajo tierra, la había dejado en broma a que los demás la vieran. Esta calavera blanca, puesta allá de centinela en esta tarde brumosa en son de burla y de befa, me pareció una ironía, un sarcasmo y una afrenta para aquellos que trabajan y no tienen recompensa.

—¿Cómo decís vosotras poco en vascuence?

—Guichí.

—Pues nosotros decimos guchi, y creo que es lo verdadero. Bueno, chicas, hasta el año que viene.

—¿No tiene usted nada que hacer en el pueblo?

—No. Yo soy un viajante que no tiene comercio.

 

ARGOMEDO

Seguimos a Quisicedo, donde los carlistas, victoriosos de la acción de Baranda y Colina, estuvieron acantonados. Pasamos por Argomedo. Aquí y en algunas otras partes voy a poner algunos versos de las Canciones del suburbio, que, al escribirlos, no he pretendido más que hacerlos característicos para divertirme. No he pensado en la sonoridad, que es cosa que me preocupa poco.

 

LA CALAVERA DEL CABALLO

Paramos en Argomedo, pueblo del valle de Mena, delante de una iglesuca, que se hallaba en la carretera. Él día, claro al comienzo, se va llenando de niebla, y no se ve a treinta pasos el contorno de la aldea. Aquella iglesia o ermita, tan pobre como pequeña, tenía delante un arco con un cubierto de tejas, y a ambos lados, dos pilastras, que limitaban la puerta, formada por seis listones, cual las barras de una reja. Desde ella advertí en la sombra una imagen de madera y ramilletes de flores y candeleros con velas.

 

LA NIEBLA

Al llegar a Soncillo, la niebla y la noche se nos echan encima, y vamos envueltos en bruma gris. Los focos del auto no sirven para marcar bien los límites de la carretera. Marchamos despacio durante varios kilómetros, en medio de estos cendales de niebla. Hace frío. Nuestro fotógrafo, que no lleva gabán tirita.

El auto debe parecer un gusano de luz en la oscuridad de la noche.

—Sabe usted —le digo a nuestro chófer— que los amigos de Madrid decían que esta excursión se podría hacer muy bien en enero o febrero.

—En enero o en febrero —contesta él— nos hubiéramos helado o hubiera habido que quedarse en el camino.

Al acercarnos a Reinosa la niebla se va desvaneciendo y se ven brillar las luces del pueblo. Entramos en la fonda y vamos al comedor y cenamos.

 

LOS ALREDEDORES DE REINOSA

Me despierto por la mañana y me asomo al balcón del hotel. Día gris; ¡frío y niebla en la cima de los montes! ¡Al final de junio! Enfrente,, quizá para dar un poco de calor a la atmósfera,, se lee en la fachada de una casa:

«¡Camaradas! Honremos a Matteoti acabando-con el fascismo!

Luchemos por la libertad de Thaelmann.

Exijamos la libertad de Thaelmann.

Queremos el comunismo.

¡Viva la revolución social!»

Es cosa rara, yo no me acuerdo ya ni quién era Thaelmann ni Matteoti. Supongo que Thaelmann era alemán y Matteoti italiano; pero no recuerdo qué eran ni qué les pasó.

Reinosa es pueblo antiguo, con casas con escudos, y el Ebro es aquí como un niño pequeño. Se ven más letreros revolucionarios en las calles.

 

VALENCIAGA, EL VASCO

Estamos en el hotel Valenciaga. El propietario actual nos habla del amo antiguo de su fonda, un vasco maquinista del tren, que llegó a ser un gran cazador de osos.

Tenía siempre en su casa oseznos y los cuidaba mejor que a sus huéspedes. Los huéspedes no le interesaban, y tenía razón. Seguramente eran menos divertidos que los osos y de peores intenciones.

¡Qué contraste el de este Valenciaga quitando la piel de los osos y el otro Valenciaga, modisto de París, adornando con pieles las pieles de las señoras elegantes!

Valenciaga, el cazador-fondista, al cabo de cincuenta años de vivir en Reinosa, no sabía apenas castellano y hablaba sólo con infinitivos, estilo de negro de zarzuela. Comía, cazaba y cantaba. Me lo figuro después de una cena pantagruélica. Los vascos hemos cantado con mucho entusiasmo la comida, a estilo de Iparraguirre, que compuso esta canción:

Viva Rioja! Viva Naparra!

Arcume onaren itztarra

Emen guztioc anayac güera

Uztu dezagun piícharra.

 

(¡Viva Rioja!   ¡Viva Navarra! La buena pierna de carnero. Aquí todos somos hermanos. ¡Vaciemos la jarra!)

En el comedor del hotel, mientras desayunamos, un señor extremeño habla de cuestiones de ganadería y de las cañadas, esas misteriosas cañadas para el paso de los rebaños, que sólo conocen los pastores trashumantes.

 

REINOSA

La expedición

Comúnmente llamada Expedición Gómez. Su objetivo inicial fue conducir una tropa del ejército del Norte carlista fuera del territorio en el que se encontraba acosado para alentar los focos carlistas del norte de España. Pero, Gómez, desacatando las órdenes de su alto mando, emprendió un curioso recorrido.

Comenzó en junio de 1836, su tropa estaba compuesta por los batallones 2º, 4º, 5º y 6º de Castilla, un pelotón de granaderos de la Guardia Real pasados del bando isabelino y dos escuadrones, en total, unos 2.700 infantes y 180 jinetes. Partió en dirección a Asturias y Galicia. Salió de Amurrio y tomó Riaño, Oviedo, Lugo, La Coruña y Santiago de Compostela. Desde aquí, decidió hacer una incursión que le llevaría hasta Andalucía. De forma efímera conquistó León, Palencia, Valladolid, Sigüenza, Requena, Albacete, Villarrobledo, Baeza, Córdoba, Pozoblanco, Almadén, Cáceres, Alcántara, Écija, Osuna, Ronda, Arcos de la Frontera, Pedro Muñoz y El Burgo de Osma. Acabó la expedición en diciembre de 1836.

Durante este recorrido, logró formar un ejército de hasta 6.000 hombres gracias a los carlistas que se le unieron en el camino (como Ramón Cabrera) y se enfrentó a los generales liberales en varias ocasiones: venció a Tello en Baranda y a López en Matilla; fue derrotado por Espartero en Escaro y por Alaix en Villarrobledo. Además, los generales Rodil y Narváez lo persiguieron infructuosamente (batalla del Majaceite), llegando a movilizar tras de sí, en el momento culmen, a casi 25.000 soldados liberales. Su empeño por provocar y consolidar levantamientos carlistas en los territorios que atravesaba le fueron imposibles de realizar ya que no podía permanecer largo tiempo en ninguna población, debido a la permanente persecución a la que era sometido por las tropas isabelinas"Las poblaciones habían visto aparecer a Gómez en silencio y en silencio aguardaban, no tomando apenas parte en la contienda y contentándose con tener dos ayuntamientos, uno para recibir las tropas carlistas y otro para las de la Reina". Volvió a las provinicias vascas de las que había salido con 3.000 soldados aunque no todos eran los mismos que habían partido sino que las bajas habían sido cubiertas con hombres que encontró en el recorrido y que incorporó a su tropa, los unos lo hicieron voluntariamente, los otros fueron obligados. A pesar de estas acciones, Gómez fue juzgado y encarcelado por sus superiores por no cumplir las órdenes que le habían sido dadas.

 

Yo vuelvo a Gómez que es el leit motif de esta excursión. Es lástima que utilizando una licencia poética no se le pueda llamar don Gómez al caudillo andaluz.

Esto le daría un aire más épico y no sería un disparate, porque aunque Gómez es probablemente un patronímico de Gomesano, se empleó también como nombre de pila. Ahora llamar a un español don Hijos, como le llama Balzac a uno de sus personajes, esto ya sería excesivo.

El general Gómez, después del encuentro con Tello, supo que en la mañana del 30 de junio había una partida de doscientos hombres cerca de Soncillo, y envió al brigadier Villalobos, jefe de caballería, a que la persiguiese. Los fugitivos entraron en Reincsa y se dispersaron por el campo.

El general Gómez mandó que cada uno de los batallones de su división diera un capitán y dos subalternos y se formara, a las órdenes de éstos, un cuerpo de prisioneros.

Gómez, al salir de Vizcaya, se desentendió de las instrucciones que le habían dado don Carlos y Villarreal, y comenzó a obrar por cuenta propia. Una de las primeras órdenes que dio fue la de sustituir al tesorero de la división, Bocos, por un cuñado suyo.

 

FONTIBRE

Salimos del hotel; se echa gasolina al auto y vamos a Fontibre, donde está el nacimiento oficial del Ebro.

El agua sale por debajo de unas peñas, burbujeando, y forma un remanso verde. A poca distancia, el río se hace caudaloso. Sobre las peñas, donde brota el manantial subterráneo, hay un hito, con algunos letreros y fechas grabadas. Los enemigos de nuestras venerandas tradiciones aseguran que el origen verdadero del Ebro es el río Híjar.

El pueblo de Fontibre está más bajo que la carretera. Al salir a ésta encontramos a un cura, que ha bajado con la sotana y el sombrero llenos de polvo del autobús.

Le pregunto yo si queda algún recuerdo por los alrededores de la guerra carlista.

No lo sabe. Únicamente ha oído decir que hubo carlistas en el castillo de Argüeso.

 

EL CASTILLO DE ARGÜESO

Vamos camino de este castillo, con un tiempo húmedo y frío. Argüeso es un pueblecito pequeño, situado en una hondonada, que forman varios cerros, prolongación de la Sierra de Isar (probable y primitivamente Izar, en vasco, estrella). El nombre del río Ijarilla, próximo al pueblo, debe venir también de Izar. He aquí el Ebro, naciendo de una estrella vasca y muriendo en un mar latino.

El castillo de Argüeso se nos aparece en un cerro, ya medio derruido y ruinoso. Es un castillo fantasma. Podríamos asaltarlo con facilidad y entrar a verlo, pero parece que por dentro está todo en ruinas.

Sopla un viento helado, y volvemos.

 

MONTES CLAROS

Al día siguiente de la acción contra Tello, Gómez tuvo noticia de que el general Espartero salía en su persecución. Espartero supo la derrota de Tello en Puente Larra y marchó decidido a vengarle.

Lleva a sus órdenes al brigadier Alaix, liberal fanático y acometedor brioso, y al coronel Lina-ge como ayudante de campo, militar culto y entendido. Gómez inmediatamente decidió la retirada de su división. Los batallones suyos salieron de Son-cillo y de los pueblos de alrededor y marcharon por Santa Gadea —que no es Santa Gadea del Cid, que está en la provincia de Burgos— a Arroyo y a Montes Claros.

Arroyo es un pueblo que debió de tener alguna industria de fabricación de cristal y minas de hulla; pueblo que va a desaparecer, porque en su terreno se va a formar un pantano.

El próximo monasterio de Montes Claros es de fundación muy antigua, pero no queda en él nada arcaico. A un fraile dominico con hábito blanco le pregunto si no hay en el convento o en sus alrededores restos arqueológicos. Al parecer no queda nada.

La comunidad fue expulsada de su convento tres veces, y la última vez que salió debió de ser cuando la desamortización; duró su ostracismo quince años y desaparecieron muchos libros y objetos artísticos. Le pregunto al fraile por un edificio grande, que se ve en el alto, y me dice que es la hospedería.

Al bajar del cerro donde se encuentra Montes Claros, a las orillas del Ebro, hay una familia vagabunda: dos mujeres y unos chicos, que se preparan a comer.

 

LOS  CARABEOS

Seguimos marchando a orillas del Ebro. Llueve y la temperatura es baja. El río va trazando una ese por una tierra árida y sin árboles, por entre piedras y espadañas.

Los montes nevados, que se divisan a la derecha, son los Carabeos, y el de la izquierda, el Oiguenzo. Ni unos ni otros tienen una etimología clara en castellano, quizá más fácil sería encontrársela en vascuence, pero tampoco parecería muy convincente ni muy exacta.

Los Carabeos, además de indicar unos montes, era el nombre de un municipio, que comprendía varios lugares, y, entre ellos, el monasterio de Montes Claros. A esta comarca se llamaba también los Rianchos.

Este nombre de Montes Claros es extraño; parece que en los poemas de la Edad Media se llama Montes Claros a una región de África, que se extiende al Sur del Atlas. En el poema de Alejandro se dice:

Trocir luego a África, conquerir estas yentes,

Marruecos con las tierras que son subiçientes,

ganar los Montes Claros logares conuenientes,

que non son mucho fríos, nen son mucho calientes.

Al cruzar los Rianchos, el Ebro toma proporciones de río serio.

Según un relación carlista, el paso del Ebro fue una de las jornadas más penosas de la expedición de Gómez. Tuvieron los soldados que vadear el río de noche y después deslizarse por unos desfiladeros estrechos, que una persona sola podía pasar.

Cruzando el río, Gómez y su gente tomaron el camino de Asturias, en dirección del famoso puerto de Tarna.

 

CERVATOS

Vamos nosotros a comer a Reinosa, y por la tarde salimos a recorrer sitios próximos por donde pasó Gómez con sus fuerzas.

El general carlista seguía el borde de las sierras, buscando los sitios estratégicos, buenos para la defensa en caso de ser atacado. Naturalmente, no le interesaría lo arqueológico.

A nosotros, que padecimos hace mucho tiempo el morbo arqueológico, nos queda algún pequeño brote de la enfermedad de la piedra.

En el camino que recorrió Gómez está Cervatos, con su Colegiata.

El pueblo es un pueblo pequeño, próximo al río Isarilla; la Colegiata, edificio amarillento, se yergue con una torre ancha y cuadrada.

La iglesia es románica, del siglo xu, como otras muchas de Asturias y de Santander, con un portón y un ábside, al parecer restaurados.

Las características de esta iglesia en el exterior es el predominio de las representaciones lúbricas y fálicas.

En muchas iglesias de esta época se advierte la delectación de los autores en representar alucinaciones sexuales, pero aquí, en Cervatos, en un país frío y triste, es cosa extraña.

Se diría que un Osear Wilde de la época o un Maree! Proust habían dirigido el ornamento exterior de la fachada.

El fotógrafo, que no ha tenido tiempo ni luz para captar las figuras del exterior de la iglesia, quiere pescar con su máquina la figura de un cerdo vivo, bravia, con un aire salvaje y una jeta rara, quizá el espíritu familiar del ornamentador de la Colegiata; pero el animal se escapa y toma un trote cochinero por el campo y se esconde entre matorrales.

 

AGUILAR DE CAMPOO

De Cervatos avanzamos a Quintanilla de las Torres. Por aquí estuvo también el jefe carlista Gómez. Nos detenemos a contemplar un molino antiguo sobre el río Camesa, que desemboca en el Pisuerga, y seguimos a Aguilar de Campóo (Falencia).

Aguilar de Campóo es un hermoso pueblo. Tiene, a lo lejos, una peña alta, la Peña Bernovio, y un cerro con un castillo, con sus torres derruidas, muy dramático.

Desde este cerro se divisa el caserío, agrupado alrededor de una iglesia, hoy la principal.

En la misma cima, aislada y sin caseríos alrededor, está la iglesia románica de Santa Cecilia, que antiguamente es muy probable que estuviera rodeada de viviendas.

A la salida de Aguilar, camino de Cervera del Río Pisuerga, aparece uno de los monumentos más importantes de la comarca, el monasterio, primero de benedictinos y luego de premonstra-tenses. Su fachada da la impresión de que se está arruinando por momentos.

Desde la puerta de la tapia, con tres arcos de entrada, se ven puertas sin ventanas y tejados derruidos.

En este monasterio hay un magnífico claustro, que no he hecho más que entrever, y una cueva, donde se dice que está enterrado Bernardo del Carpió, a pesar de su inexistencia en la vida de los fenómenos y de su única realidad en un poema de don Bernardo de Balbuena.

Esta figura de Bernardo del Carpió es, al parecer, invención literaria. El poema de Balbuena lo leí, en trozos, de chico, y me pareció un poco pesado.

En el poema de Fernán González se dice:

Sopo Bernald del Carpyo que frrançeses pasaban

que a Fuente Rrabya todos y arrybauan

por conqueryr Espanna segunt que ellos cuydavan

que ge la conquerryan, mas non lo byen asmauan.

 

CILLAMAYOR

Vamos a Cillamayor. Atravesamos un riachuelo por un puentecillo y entramos en el pueblo.

En la plaza hay camiones, con vivienda, de titiriteros, del tipo de lo que se llama en francés roulotte. Tienen letreros que dicen:

 

«CIRCO - VARIETES.»

Yo husmeo el pueblo y vuelvo a la plaza.

Los cómicos y gimnastas de los camiones tienen aire de aldeanos. Hay unas chicas bastante bien vestidas y sonrientes.

—¿Por qué no nos hacen una fotografía? —nos dicen.

—La. haremos.

Salen dos o tres chicas a las ventanas y aparecen dos o tres hombres.

A una de las chicas le pregunto yo:

—¿Os vais a quedar aquí?

—Sí; somos artistas —dice una de ellas, con timidez—. ¿Y ustedes?

—Nosotros somos viajantes de comercio —contesta el fotógrafo.

—No; son ustedes periodistas. Se ve que tienen penetración.

 

PUEBLO DE CARBÓN

Llegando a Barruelo de Santullán se entra en una cuenca de minas de carbón. Los pueblos estos tienen aire minero y grandes montones de escombros negros. Seguimos a Brañosera, aldea pobre, en una barranca, entre robledales y carrascas.

Por el camino vemos a un minero borracho. Va muy digno, haciendo grandes eses por la carretera. Tiene la cara tan negra como los falsos negros que se ven en Londres tocando la guitarra y cantando. El pecho se le ve blanco entre la camisa abierta. Se le pregunta algo, pero no quiere contestar. Quizá va demasiado intoxicado por el alcohol.

Volvemos a Reinosa para dormir.

 

DE REINOSA A OVIEDO

Salimos por la mañana de Reinosa, con lluvia y tiempo frío. Vamos camino de Cervera. Hemos cambiado de vertiente fluvial al avanzar por el camino. Estas aguas ya no van al Mediterráneo, sino al Atlántico.

Sólo pensando cómo son los ríos de España se comprende que los españoles no nos entendamos siempre bien. El Ebro es vasco, castellano, rio-jano, aragonés y catalán. Los ríos grandes que van al Atlántico, en su curso alto son españoles y en el bajo portugueses. Sólo el Guadalquivir es un gran río casi completamente andaluz. Sus aguas cantan con el mismo acento. Los demás ríos españoles, al menos los grandes, son un poco mezclados en su lenguaje y en su política.

Cervera del Río Pisuerga es un pueblo de mu- cho aspecto, con una plaza grande rectangular, de soportales llenos de tiendas pequeñas. Hay en los alrededores restos de tres castillos y un antiguo palacio del conde de Cervellón.

 

LA ABADÍA DE LEBANZA

De Cervera vamos a San Salvador de Cantamuga. Este pueblo tiene una iglesia románica, que de lejos hace gran efecto. De cerca se ve que el campanario está muy restaurado.

Nos dicen que a poca distancia está la abadía de Lebanza. Por estos pueblos pasó Gómez. No se comprende en dónde se podría alojar con su tropa en aldeas tan pequeñas. Tendría que acampar al aire libre. Era entonces verano y, al parecer, hacía calor. Ahora también es verano, pero hace frío.

Llegamos a la aldea de Lebanza, y tomamos el camino de la abadía. Me figuro que voy a encontrar un monasterio románico arruinado. En escrituras del siglo xi se habla de Sanctis Salvato-ris de Campo de Muga (San Salvador de Canta-muga) y de Santa María de Lebanza, hoy sólo Lebanza.

La abadía de Lebanza, desde el punto de vista pintoresco, es un fiasco. El edificio no tiene aire antiguo, parece del final del siglo xvni.

En una campa, próxima a la abadía, hay una nube de chicas, con gorros blancos, jugando al balón.

—¿Qué es esto? ¿Un colegio? —le pregunto yo a una de las chicas.

—No; es una colonia escolar.

—Pero vosotras sois madrileñas.

—Sí.

Tienen todas un aire de ronda de Embajadores que trasciende. Me dicen que va a llegar un diputado socialista por la tarde. Será algún pedagogo. Como no es mi fuerte ni la pedagogía ni el socialismo, decido marcharme en seguida.

Volvemos a Cervera del Río Pisuerga, y vamos hacia Riaño, por una zona de embalses de agua recogida de los arroyos que vienen de los montes de León.

 

LOS PANTANOS

El primer pantano que bordeamos es el de La Ventanilla. Inundados los campos y las huertas con la obra, emergen del agua, como pequeñas islas, las copas de los árboles, entre ellas las de algunos frutales.

Unos kilómetros más lejos aparece un pantano próximo a Triollo (Falencia), muy grande, muy hermoso, de un azul admirable.

No sabemos qué pensaría Gómez, si viviera, al ver convertidos en lagos románticos las tierras secas que recorrió él con su gente.

A Triollo, pueblo insignificante, le ha salido un lago, como a quien le toca la lotería, pero los vecinos no se han dado cuenta. No hay en él ni una lancha ni un bote.

Se ve que a los de Triollo el agua les estorba.

 

CAMPORREDONDO

De Triollo vamos a Camporredondo. Este pueblo es una aldea colocada en un hoyo circular, rodeado de alturas. Metidos en una cazuela, los camporredondinos deben de tener mucho frío en invierno y mucho calor en verano.

Antes, según dicen, en los alrededores del pueblo   había   rebecos,   pero   desaparecieron   hace años.

 

RIAÑO

De Camporredondo seguimos a Riaño (León), y como se nos ha retrasado la hora de comer, vamos en seguida a la fonda.

Nos llevan a un cuarto con las paredes encaladas, separado por una cortina de color, de otra habitación, que es círculo o café, en donde varias personas hablan y juegan al mus.

Nos sirve la comida una criada amable; probamos las truchas del Esla, y después de comer saco yo mi mapa y pregunto a la chica si se puede pasar por el camino de Tama, a salir a Asturias. Ella no lo sabe. Llamará a un señor que está en el café.

Este señor nos dice que no se puede pasar; pero uno más enterado nos asegura que sí, que se puede subir pasando por delante de Tarna, tomando después por Burón y desviándose luego a Cofiñal.

 

DATOS DEL PEÓN CAMINERO

Tomamos el auto. Tenemos que ir un poco hacia el Norte, a buscar Oviedo.

A la salida de Riaño hallamos un peón caminero, que nos explica que las peñas que dominan Riaño se llaman Las Yordas.

Desde los altos podemos ver allí Peña Dorada. Al lado contrario, y a la derecha, Peña Santa, Peña Prieta y Peña Vieja; y a la izquierda, los  picos de Mampodre, por los que pasaremos cerca si vamos a Cofiñal.

—¿Y Escaro? —pregunto yo.

—Está cerca de Burón.

Al seguir el camino para Burón vemos el nombre de Escaro en un poste del crucero.

—¿Está cerca el pueblo de Escaro? —pregunto yo a un hombre rojo e inyectado que recoge leña.

—Escaro? —dice él, acentuando más la e inicial—. Está aquí, a un paso. Hasta pueden ustedes ir en auto.

Escaro es la aldea donde Espartero atacó a Gómez, no al ir éste a Oviedo, sino al volver de León.

Escaro es una pequeña aldea encerrada en un valle estrecho, cercado de cerros y de montes con robles y hayas. Es un lugar un poco sombrío. Tiene muchas casas cubiertas de chamizo. Antiguamente la iglesia estaba en un altozano próximo, y, sin duda, se derrumbó y no quedó de ella más que sus paredes destruidas y el cementerio. Quizá la ruina comenzó tras de la lucha de las tropas de Espartero contra las de Gómez.

Quedaron también en el altozano dos campanas, que colocaron en medio del campo colgando de una viga sostenida por varios postes.

Gómez había pensado en batir a Espartero, que estaba acantonado en Guardo, en el puerto de Tarna, no muy lejos de Riaño. La división liberal, cansada y aspeada, no había podido encontrar rincones en los pueblos de alrededor para comer y descansar. A pesar de esto, tenían los oficiales y soldados tanto entusiasmo que fueron hacia el pueblo de Tarna, decididos a atacar a Gómez. ALAIX

Al llegar al alto del puerto encontraron a los carlistas, y el brigadier Alaix, con sus fuerzas, se lanzó contra ellos sobre la marcha.

Don Isidoro Alaix era un militar decidido y valiente, de los que llegan desde soldado a general a fuerza de batirse. Por los retratos que quedan de él se veía que era hombre de pocos amigos.

Alaix, con su ataque imprevisto, desordenó a las fuerzas de Gómez, las obligó a tomar la defensiva y las detuvo hasta que pudo llegar Espartero con el grueso de la división.

Los carlistas treparon a las alturas a tomar posiciones. El convoy que traían se hallaba detenido en el estrecho valle de Burón, protegido por dos escuadrones. La entrada en el valle estaba dominada por los carlistas. Entonces el bravo Alaix, a la cabeza del regimiento de Almansa, en columna cerrada y en medio de una granizada de balas, cruzó un estrecho barranco y se lanzó a desbaratar a los escuadrones del convoy enemigo. Los soldados de Espartero se lanzaron con entusiasmo a trepar a las cimas y a desalojar a los batallones carlistas.

La acción de Escaro trastornó los proyectos de Gómez.

 

EL ALTO DEL CEMENTERIO

Desde lo alto, en que se encuentra el cementerio del pueblo, vernos los montes próximos.

Contemplo el cementerio, medio derruido, con sus cruces entre hierbas parásitas.

Cerca de él y de las antiguas campanas colgadas en una viga, a sus pies, se ven montones de huesos humanos.

Algunos quizá de los carlistas y liberales que cayeron allí en la acción de hace más de cien años.

 

UNA VIEJA  CURIOSA

Al bajar del cerro nos encontramos a una vieja, que dice que ella oyó que allí habían peleado liberales y carlistas y que habían quedado muchos muertos en el campo. Luego la vieja nos pregunta, al ver la máquina fotográfica:

—Y ustedes, ¿para qué toman estas vistas?

—Nada. Por entretenimiento.

—No vayan ustedes a traer otra guerra al pueblo.

—No; no tenga usted cuidado. Dos somos pocos para eso. Ahora, si fuéramos quince o veinte, ya sería otra cosa.

 

LOS PUERTOS

Vamos a pasar por cerca del pueblo de Tarna, marchando hacia Cofiñal. Las peñas de Mampo-dre están llenas de grandes manchones de nieve. Comienzan a dominar la niebla y el cielo está encapotado. Las perspectivas del paisaje son tristes y melancólicas.

De Cofiñal pasamos a Isoba. Se ve el puerto de Tarna cerca, con un casa a lo lejos, y al aproximarnos notamos que está deshabitada. Después seguimos a Cabañaquinta, que ya pertenece a Asturias, y comenzamos a bajar una cuesta larga y accidentada del puerto de San Isidro, por una carretera nueva todavía mal arreglada, llena de guijarros y de grandes pedruscos.

Ya al llegar a la parte baja, en tierra de Asturias, vamos con rapidez, y a poca distancia de Oviedo el auto, cansado de tantos vaivenes y traqueteos, se para.

—¿No podremos llegar? —le pregunto al chófer.

—Sí; creo que sí.

Efectivamente, por la noche llegamos a Oviedo.

EN OVIEDO

Oviedo, hermosa ciudad, con un parque frondoso en el mismo centro, una gran catedral y esas dos iglesias primitivas en los alrededores: Santa María de Naranco y San Miguel de Cilla, es una ciudad atractiva.

En Oviedo, por la mañana, mientras revisan y ponen el auto en punto, me dedico a la inacción y a la pereza.

La muchacha de la fonda canta, mientras arregla el cuarto próximo:

Si se va la paloma ella volverá; si se va la paloma ella volverá.

No se va la paloma, no. No se va que la traigo yo.

No me disgustaría vivir así; una temporada corriendo por los caminos, otra dedicándome al comentario y a oír si la paloma vuelve o no.

Me llaman. El chófer necesita todavía una hora para arreglar el auto.

Me levanto y salgo de casa.

En Oviedo doy una vuelta por el Campo de San Francisco y me encuentro a un conocido, que me lleva a una bodega, en donde me ofrecen sidra echada en un vaso desde una altura de dos metros para que haga espuma.

Me parece un ejercicio de prestidigitación.

Pienso luego en mi reportaje.

Al llegar los carlistas de Gómez a la capital de Asturias fueron recibidos por la mayoría del pueblo con gran regocijo.

El general publicó un bando, en el cual hablaba de sus pacíficas intenciones, y mandó que se disolviese el Cuerpo formado por los prisioneros en la batalla de Baranda, del valle de Mena, y que cada cual hiciese lo que le pareciera.

Muchos de los soldados cristinos quisieron ingresar en las filas carlistas. Se constituyó el primer batallón de Asturias, al mando del coronel don José Duran. El botín de Gómez debió de ser enorme.

Al tercer día de estancia en Oviedo los carlistas supieron que el general Pardiñas estaba en el puente de Soto del Barco o Soto de la Ribera.

En el parte de Gómez se dice que Pardiñas tenía mil quinientos hombres, pero parece que no contaba más que la mitad: un batallón, el Provincial de Pontevedra, y milicianos.

Don Ramón Pardiñas era un gallego muy exaltado, muy valiente, que murió en la batalla de Maella (provincia de Zaragoza), luchando solo y a pie contra los soldados de Cabrera. Había nacido en Santiago.

 

SOTO  DEL BARCO

Gómez envió a su segundo, el marqués de Bóveda, con cuatro batallones y un escuadrón a combatir a Pardiñas. Soto del Barco o Soto de la Ribera es una pequeña aldea que está a orillas del Nalón. El río, como casi todos los que van al Cantábrico, tiene orillas escarpadas y árboles frondosos. El puente de Soto, aunque está restaurado, parece que es antiguo. Pardiñas se encontraba en la aldea.

El marqués de Bóveda lanzó sus carlistas por el puente y por el vado, y pasó con facilidad a la orilla opuesta. Los cristinos se dispersaron, y a no ser por la niebla hubieran caído la mayoría prisioneros.

Pardiñas hizo esfuerzos sobrehumanos para dominar a su gente.

No lo consiguió.

Jefes, oficiales y soldados, todos desertaban.

Días más tarde de su fácil éxito, Gómez no podía sostenerse en Oviedo. Espartero se acercaba. Gómez abandonó la capital asturiana, camino de Grado, y poco después entraba en ella el general don José Manso, antiguo guerrillero de la guerra de la Independencia.

Manso mandó fiiar en las calles una proclama, ofreciendo el perdón, en nombre de la reina, a los ilusos que habían creído en las promesas del pretendiente.

 

TINEO

Pío Baroja en Tineo


Como hemos perdido el tiempo en el arreglo del automóvil y en averiguar si el puente del Soto del Barco es éste que vemos u otro que está cerca de Trubia, y que algunos llaman con el mismo nombre, salimos por la tarde camino de Galicia. Marchamos hacia el Sur. Vamos por Grado y Salas, y en Tejero tomamos hacia Tineo, que ya es Asturias.

En la carretera se ven algunos señores, con aire de indianos, que pasean.

Tineo, pueblo nuevo, tiene buen aspecto; se destaca a nuestro paso en una altura y brilla al sol poniente con un resplandor rojo.

 

EL PUERTO DEL PALO

Pasamos por Pola de Allende, pueblo de pocas casas, metido en un barranco, y comenzamos a subir un monte y otro monte, hasta llegar a Gran-das de Salime.

Esta serie de cuestas que hay que subir y bajar constituyen el Puerto del Palo.

Grandas de Salime es un pueblo de sierra, cerca de un arroyo, con una iglesia de piedra oscura y casas cuadradas, bajas, con tejados de pizarra, lo que le da un aire nórdico y feudal. Acentúa el aspecto grave y siniestro el cielo del crepúsculo, anubarrado y gris.

Un hombre nos dice que este invierno pasado han estado incomunicados mes y medio por las nieves. Al salir de Grandas de Salime, la niebla y la noche se nos echan encima.

—Amigo —le digo al chófer—, échese usted hacia el lado del monte.

—No tenga usted cuidado —me contesta—. Si no veo bien, me pararé. Usted mire al otro lado de la carretera.

Se adivina entre brumas el fondo oscuro, lleno de niebla, de un barranco, profundo y siniestro.

Hacemos algunos chistes acerca de lo que nos ocurriría si nos deslizáramos hacia el lado del barranco.

—Ni con lente se nos encontraría —dice el fotógrafo.

El chófer tiene que abrir las ventanas del coche y sacar la cabeza para poder ver algo. El fotógrafo pregunta:

—¿Y habrá osos por aquí?

—¡Bah! —le digo yo—. Un oso echaría a correr al ver nuestro auto —y cuento, para amenizar la oscuridad, una historieta que oí hace años, al subir al Urbión, en Soria.

 

UN OSO EN LIBERTAD

Bajábamos del monte Urbión unos amigos y yo, en compañía de dos guardias civiles. Uno de ellos nos contó una historia, una historia triste y lamentable, acaecida en el monte: la de un oso.

Era un pobre oso, que iba con unos titiriteros ganándose honradamente la vida, bailando al son de una pandereta. Un día, en un pueblo no lejano del Urbión, sintió pujos de independencia y se echó al monte.

El pobre animal, al encontrarse en libertad, entre la nieve, debió creerse en el paraíso. Se arrancó el bozal, rompió las cadenas, que le oprimían, como cualquier ciudadano libre, y se dedicó a robar ovejas. Se acercaba a los rebaños, en dos pies, palmeteaba como oso civilizado y se llevaba la oveja que mejor le parecía. A veces que la alimentación de carne le hartaba, iba a coger el postre a las colmenas.

Se bañaba previamente en un arroyo, se revolcaba después en el barro, para cubrirse de una costra que no pudieran atravesar los aguijones de las abejas, cargaba con una colmena y comía la miel en un sitio apacible y tranquilo.

A pesar de su inteligencia, y de que no se metía con nadie, el pobre oso, perseguido y acorralado, fue muerto en Regumiel.

 

FONSAGRADA

Al paso de carreta llegamos a Fonsagrada (Lugo) a medianoche.

En la calle principal, continuación de la carretera, hay una posada, donde nos dan de cenar. No es una fonda clásica de pueblo, es un hotel casi modernista. La chica de la casa, que nos sirve la cena, ha leído libros modernos de literatura. ¡Qué decadencia! Conoce también a Pórtela Valladares, que ha sido diputado por el distrito. En el piso bajo del hotel hay un café, y todavía hay algunos concurrentes, con los cuales charlamos un rato.

De Fonsagrada salimos ya cerca de las dos de la noche, y llegamos una hora y media después a Lugo.

Ahora se ha despejado el cielo y brilla la luna. Esta parte de camino, que recorrió Gómez, tiene para mí un carácter espectral y fantástico.

 

LUGO

Portada de la Revista Estampa, de 1935, donde se publicón el presente artículo.


Por la mañana, que es domingo, se oyen campanas sonoras.

Salgo del hotel y paseo por la plaza Mayor, con sus soportales y su jardín en medio. Hay bastante gente, señoras, señores, curas, aldeanos y mendigos.

Hay muchos campesinos con bigote y vestidos de ciudadanos. A mí me choca. Está uno acostumbrado a verlos afeitados y con un traje sencillo. Los hombres de la ciudad quizá están mejor algunos con barba y bigote, pero los hombres del campo no. Parecen oficinistas pobres, obreros desastrados y hasta mendigos. Con los pelos de la cara ocurre lo mismo que con la pizarra en la arquitectura. La pizarra en una gran casa, con sus torres, está muy bien; en una casa pequeña da una impresión pobre y mezquina.

Lugo es hermosa ciudad; la muralla es grandiosa, con sus torres altísimas; la plaza tiene mucho empaque, y la catedral y su claustro son imponentes.

En Lugo no entró Gómez, pero estuvo varias horas a poca distancia de la ciudad. El general Latre, que tenía algunas fuerzas, permaneció en actitud expectante.

Gómez temía, sobre todo, a Espartero, pues conocía su intrepidez, su acometividad habituales y su entusiasmo liberal.

Espartero estuvo el 16 de julio conferenciando con Latre, y el 17 dirigió al Gobierno una comunicación enérgica, relatando los antecedentes de la expedición de Gómez. Al mismo tiempo exponía la miseria de las tropas Cristinas, la escasa colaboración que encontraba en las gentes del campo, que le hacía comprender que atajar en su marcha al jefe carlista, sin recursos y abandonado de todos, era imposible.

La muralla de Lugo, que, según dicen, es de origen romano, en algunas partes es soberbia. Desde sus torreones, que tendrán, creo yo, diez o doce metros de altura, se descubren hermosos panoramas.

 

MELLID

Salimos nosotros por el antiguo camino real de Santiago, con un día de sol caluroso.

Nos detenemos en Mellid (provincia de La Co-ruña), para tomar gasolina.

Hay en el pueblo gran mercado de domingo.

Mellid está a orillas del río Furelos, del que se canta una canción, que comienza diciendo:

Rio d'aguas nunca quedas

canta rusiño Furelos.

A orillas de este río Furelos parece que había un hermoso palacio. También nos dicen que en las fiestas salen unos gigantones y un papamos-cas. Hay en el pueblo gran mercado de domingo.

Nuestro fotógrafo se lanza a impresionar placas entre los grupos de campesinos y ciudadanos.

Contemplo la fuente de la plaza del pueblo, en donde noto quedan aún herradas antiguas, aunque éstas no son de madera, como las que conoció uno en la infancia, sino de metal y con aros de hierro.

En un extremo de la plaza los campesinos examinan con cuidado, en los puestos en donde se venden, el acero de las hoces y de las guadañas. El público lo forman gentes que esperan a que salga algún autobús, mujeres que se preservan del sol con un paraguas y muchachas con trajes y pañuelos de colores.

Excepción hecha de esta indumentaria, en general tiene poco carácter. Sobre todo en los hombres no tiene ninguno.

El sombrero flexible y la boina dominan.

 

ROMERÍA  EN  EL  CAMINO

Salimos de Mellid, y poco después nos encontramos en la carretera con un grupo de gentes que bailan en un campo. Se celebra la romería de Santa María de Castañeda.

Santa María de Castañeda es una feligresía que pertenece al Ayuntamiento de Arzúa. En un campo, adornado con follaje y con papeles de colores, debajo de unos árboles, bailan los campesinos al son de una banda de músicos encaramados en un pequeño tablado.

El público parece que está dividido; a un lado abundan las mujeres y al otro los hombres.

Bailan las parejas, como en todas las ciudades, el paso doble, con ciertas complicaciones de char-lestón yanqui.

De cuando en cuando, para respetar el color local, la música toca la muñeira, que en el baile no se diferencia mucho de la jota o el fandango. Cerca de los bailarines aparecen unos frailes, gruesos y bien vestidos. Nos dicen que son pa-sionistas. Llevan unas placas blancas en el hábito. Están allí, sin duda, para dar el visto bueno a la fiesta.

Dejamos la romería, avanzamos rápidamente, y una hora después vemos de lejos las torres de Santiago de Compostela.

Llegamos a Santiago ya entrada la tarde, y vamos a comer a un hotel grande y pomposo. Son las cuatro.

Hace mucho calor, un sol de fuego. No hay apenas gente en las calles.

La hermosa ciudad, desierta y llena de luz, parece una decoración.

Contemplamos la plaza de las Platerías y la puerta del mismo nombre. Algunos mendigos pintorescos dormitan en las escaleras.

Recorremos la plaza de los Literarios y descansamos a la sombra de unos arcos, próximos a la catedral.

 

EL  CARLISMO  DE  LOS  COMPOSTELANOS

El día 19 de julio de 1836, por la mañana, ocupó Gómez Santiago, y publicó una alocución y un bando. En la alocución decía que iba a defender la libertad del reino de Galicia y la santa religión, y exhortaba a los gallegos leales a que siguieran el ejemplo de constancia y valor de los vascos, navarros y castellanos, para que cesaran los sacrilegios y las profanaciones de los templos.

Esta era la parte romántica de su proclama.

En el bando ordenaba un alistamiento de los mozos solteros de diecisiete a cuarenta años.

Gómez se apoderó, con la complicidad de los empleados, del dinero que había en el Ayuntamiento y en otras dependencias oficiales y de las armas y municiones de los cuarteles.

El pueblo, absolutista en su mayoría, celebró con gran entusiasmo la entrada del general carlista. El clero se mostró ilusionado y lleno de esperanzas.

La ilusión fue corta. Al día siguiente, a las ocho de la noche, Gómez, que tuvo la noticia de que Espartero había llegado a San Tirso, a dos leguas de Santiago, dispuso, para las diez de la noche, la salida de sus tropas por el camino de La Corana. De los doscientos voluntarios que se incorporaron a las fuerzas de Gómez, muchos viejos militares, empleados y jovencitos débiles,

tuvieron que quedarse en los caminos aspeados y rendidos.

Al día siguiente, después de una ligera escaramuza, Espartero entraba en Santiago, y variaba el aspecto y la decoración de la ciudad.

La marcha de Gómez desde Santiago de Galicia a Falencia fue bastante difícil y complicada. Salió de nuevo a Asturias, pasó después a León y en el camino Espartero le atacó en Escaro.

No es posible seguir su ruta en automóvil. Habría que recorrerla a caballo.

 

A ORENSE

Cuadro de texto

Interior de la Revista Estampa


De Santiago tomamos el camino para Orense. La tarde es sofocante. Aldeanos y aldeanas se les ve tendidos en los prados, algunos boca abajo, lo que da la impresión de que estuvieran muertos. Marchamos a toda velocidad. El único pueblo grande que pasamos es Lalín.

Me sorprende la cantidad de viñedos. Esta parte de Galicia debe producir mucho vino.

La gente que se ve al pasar en pueblos y aldeas no tiene carácter especial por su indumentaria.

Las casas son de piedra; algunas cubiertas de pizarra, otras de teja, pero casi todas sin alero saliente, como si no se hubiera querido emplear dinero en un gasto superfluo. No digamos que lo superfluo es necesario, pero sí que es muchas veces la flor de la vida.

La falta de aleros en las casas y la falta casi absoluta de escudos en las fachadas me hace pensar . que estos pueblos serían de grandes terratenientes, que habitarían en las ciudades y no darían a sus pecheros más que lo indispensable para vivir.

Llegamos a Orense al anochecer. Orense es una ciudad moderna, a orillas del Miño, que es un río muy hermoso. Tiene un puente magnífico, de los más grandes y monumentales de España.

Sobre Orense hay un cantar que dice así:

Tres cosas hay en Orense

que no las hay en España:

el Santo Cristo, la Puente

y La Burga, hirviendo el agua.

 

La Burga o Las Burgas son manantiales de agua, que brotan del suelo a una temperatura superior a la normal.

En el río no se ve una lancha. ¡Qué poco entusiasmo tiene el español por el agua! En una ciudad del centro de Europa estaría el río lleno de botes y de balandros.

En el comedor del hotel hay gran reunión de personajes conservadores, que ocupan una larga mesa del centro del comedor.

 

MONFORTE  DE  LEMOS

Al día siguiente salimos de Orense, y nos desvíamos del camino de León, marchando a Mon-forte de Lemos, provincia de Lugo. Aquí también le sorprende a uno la cantidad de viñedos.

Paramos un momento en Pantón, y entramos en el patio de un convento. No hay nadie; reina el silencio y la soledad.

Seguimos a Monforte. Monforte, sobre todo desde lejos, ofrece una silueta arcaica, con su castillo cuadrado en una eminencia y sus torreones de la muralla.

En el mismo cerro hay algunos edificios antiguos y grandes que tienen aire de conventos; uno de ellos parece que es una abadía de benedictinos. A la entrada del pueblo me sorprende una casa pequeña, en cuyo tejado crece tanta hierba que parece un jardín.

El río Cabe, que pasa bordeando el pueblo, se une con el Miño a no mucha distancia. Es un río oscuro y sombrío, con un puente sólido y espacioso. Hay árboles en las orillas y lanchas y chalanas en el agua.

Monforte de Lemos tiene aire de pueblo antiguo importante. Uno de los grandes edificios que se ve en la altura es el colegio de Humanidades, después convento de frailes, donde se encontró el famoso cuadro de Van der Goes, que se vendió en Berlín.

El fotógrafo fija en sus placas la silueta de una muchacha, joven y fuerte, que vuelve del río, y la de una vieja con cierto aire medieval.

De Monforte volvemos a la carretera, y cruzamos el río Sil, que corre en el fondo de una garganta pedregosa.

Este río aurífero, por todo el cauce por donde lo he visto, marcha serpenteando en el fondo de tajos y peñascales pizarrosos. Es un río dramático y teatral.

 

CASTRO - CALDELAS

El camino termina en Castro-Caldelas (provincia de Orense), pueblo que era cabeza de la jurisdicción del mismo nombre, de la cual era señor el conde de Lemos.

El pueblo fue incendiado por los franceses en 1810 y de él quedan los restos de un hermoso castillo.

 

EL LAGO DE CARUCEDO

De Castro-Caldelas marchamos a gran velocidad, bordeando el Sil, a Carucedo (León). El lago de Carucedo se encuentra al lado de la carretera. El lago es pequeño. Está entre montes áridos, y en las orillas hay muchas espadañas.

De este lago tenía yo un recuerdo romántico, por haber leído de chico una novela de Enrique Gil, titulada El señor de Bembibre. Bembibre tiene un castillo arruinado y una iglesia que fue sinagoga. El lago de Carucedo, al parecer, se achica mucho en vereno.

En la orilla hay una barca, ancha y plana, con su palo y su vela caída, y una escalera, puesta ho-rizontalmente, para pasar a la barca. Un muchacho nos invita a dar una vuelta a la laguna.

Es tarde. Seguimos nuestro camino y llegamos a Ponferrada.

 

PONFERRADA

Ponferrada, sobre el río Sil, tiene aire de ciudad señorial, con su iglesia gótica, sus arboledas y su gran castillo con sus torreones en lo alto. Este castillo parece que fue de los Templarios. La parte baja del pueblo, a orillas del río, es más humilde y proletaria.

Comemos en una fonda, donde nos amenizan la existencia unos viajantes catalanes, que no paran de hablar y de discutir a gritos.

De Ponferrada tomamos hacia el Norte, hacia El Vierzo, por una excelente carretera, y después vamos en busca de León, por otra calzada ya peor, que pasa por Villablino, Murías de Paredes, Riello, etc.

El cielo, un poco gris, y el ambiente, nebuloso, armonizan bien con las grandes praderas verdes y con los montes lejanos, velados por ligeros cendales de niebla en las cumbres.

Por aquí pasó Gómez, pero no dejó rastro de su paso.

Están recogiendo el heno en los prados.

Una bella campesina, fuerte y sonriente, de aire gótico, y una hilandera, vieja y cabizbaja, se acercan a nuestro auto y el fotógrafo las retrata.

 

SARIEGOS

Si Gómez siguió en línea recta, camino de León, debió de pasar por Sariegos.

Sariegos es un pueblo pobre, de adobes. Para llegar a entrar en esta aldea hay que cruzar un paso a nivel, meter el auto por un charco y marchar por un sendero detestable.

A la entrada hay una casa pequeña moderna, tienda de comestibles y panadería, llamada «El Desengaño».

¡«El Desengaño»! ¡Qué título para una tienda! Hay que suponer que el que construyó la casa y puso la tienda no tuvo éxito. Si hubiera sido escritor o poeta, hubiera hecho una novela o un poema, y atribuido su desengaño a una bella

dama.

De Sariegos, Gómez se dirigió al barrio de Tro-bajos, de León, y entró en esta ciudad.

 

LEÓN

Miguel Gómez Damas, ilustración de Magués, M. Isidore



León, Legio septimia gemine, de los romanos, es hermosa ciudad, con una magnífica catedral. León no debió recibir a Gómez con tanto regocijo como Oviedo y Santiago. Los carlistas se incautaron de lo que pudieron. Se les presentaron doscientos voluntarios, a quienes se les puso como mentor a don Marcelo Francisco García, que les dio instrucciones.

Descansaron el 2 y 3 de agosto, y pensó Gómez en volver a Riaño y esperar allí a Espartero, a pesar de que éste le había vencido con Alaix en las alturas de Escaro.

Gómez, al abandonar León, se dirigió al Norte, pensando en preparar una emboscada a las tropas liberales en el puerto de Tarna, emboscada que no tuvo éxito, y que terminó de manera pocofeliz para él.

No es cosa de desandar lo andado, y le buscaremos al jefe carlista a su vuelta, cuando se decidió a pasar a Castilla.

Marchamos por la carretera de Valladolid, y nos desviamos a Albices, para seguir por Santorcaz del Campo a Carrión de los Condes (provincia de Falencia).

 

ENTRE ZORITA Y VILLADA

Al acércanos a Zorita de la Loma (Valladolid), la carretera es detestable, con unos agujeros grandes llenos de polvo, en donde se hunden las ruedas del auto.

A la sombra de un árbol hay un peón caminero

descansando.

Debe descansar de no hacer nada. Es un tipo un poco sanchopancesco.

—Pero cómo está esta carretera —le decimos.

—Sí; hace veintiocho años que no se ha echado aquí grava.

Dan ganas de preguntarle:

—Y entonces, ¿qué hacen ustedes los peones camineros?

El auto va dando saltos en los baches y tiene crujidos un tanto alarmantes.

Al llegar a un pueblo le preguntamos al chófer:

—¿No se habrá roto algo?

—Sí; me parece que sí.

Salta del coche al suelo, mira y, efectivamente, se ha roto una ballesta.

Estamos delante de un pueblo, llamado Villada, de la provincia de Falencia.

Un hombre, vestido de mecánico, pasa con dos vacas, que lleva a beber a un abrevadero.

—Oiga usted, maestro —le dice nuestro mecánico—, ¿no habría por aquí algún sitio de reparación de autos?

—Yo tengo un taller. Espere usted, vuelvo en seguida.

Vuelve, efectivamente, con sus vacas, las mete en un callejón; se sube en el estribo del coche y lo dirige a un corral. Es el taller suyo.

Nuestro chófer se pone el mono; empujan, entre él v el mecánico del pueblo, el auto hasta un pequeño foso, lo levantan con una grúa y andan los dos hasta que sacan la ballesta rota.

La llevan a un tornillo de presión y allí, añadiendo y quitando, improvisan otra ballesta y la colocan.

El auto está presto. El del taller nos muestra el camino de Carrión.

—¿Y este pueblo se llama...? —pregunta el mecánico.

—Villada —dice el del taller—. ¿Es que quiere usted volver?

—No. Al menos en automóvil, no.

 

CARRIÓN DE LOS CONDES

Carrión no conserva el menor recuerdo de estos condes emparentados con el Cid.

En el puente, sobre el río que tiene el mismo nombre del pueblo, nos encontramos con un vecino, que nos obsequia con una disertación acerca de la arqueología de esta ciudad.

Contemplamos la portada romántica de la iglesia de Santa María del Camino, y aquí otro ciudadano nos da noticias de las casas antiguas que hay por estas calles.

Dice que una de las más viejas, aunque restaurada, es una próxima, que está enfrente de la iglesia, y cuyo zaguán es ahora taller de carros.

VILLASIRGA

Pasamos por Villalcizar o Villasirga. Supongo que este nombre de Sirga será por alguna maroma que se emplearía en el próximo Canal de Castilla.

Esta aldea, en medio de campos polvorientos, tiene una iglesia magnífica, que fue mencionada y elogiada por Alfonso X el Sabio en sus Cantigas. El pórtico es inmensamente alto, y en el fondo se ve el arco romántico de la entrada y encima una serie de imágenes de piedra en varios tramos.

Son cerca de las dos de la tarde. El cielo está turbio por el calor. No se ve un alma. A un chico le pregunto si se puede ver la iglesia. Me dice que sí, pidiendo permiso al cura. Supongo que estará echando la siesta y no es cuestión de molestarle.

Salimos. Estamos en Tierra de Campos. Las casas de las aldeas son de adobes y en algunas partes los pueblos parecen asentados sobre escombros. En medio de esta llanura de ocre, los árboles, tupidos en el borde del Canal de Castilla, dibujan una cinta verdosa oscura.

 

PALENCIA

Nos detenemos en Frómista a contemplar su magnífica iglesia románica; seguimos a Falencia por el mismo camino que siguió Gómez. Falencia, ciudad antigua, a orillas del río Carrión, tiene gran aspecto y gran catedral.

El general carlista celebró aquí, en el pueblo, una junta de oficiales para resolver si era más prudente, para continuar la guerra, volver a Asturias y a Galicia, y en parte a las provincias vascongadas, o marchar hacia el Sur de la Península. La opinión general fue que era mejor avanzar hacia el Sur.

Con esta resolución el 22 de agosto tomaron el camino de Falencia, pensando en avanzar a Pe-ñafiel.

Seguimos su ruta y pasamos por un pueblo con un hermoso palacio.

 

VERTAVILLO

Al pasar por Vertavillo supieron que el general Puig Samper iba camino de Jariego. Puig Samper contramarchó en dirección de Valladolid, donde entró al anochecer.

Los carlistas llegaron a Peñafiel y allí pernoctaron. Los nacionales se encerraron en el castillo y propusieron no hacer fuego si no se les atacaba. La división de Gómez pasó al pie de la fortaleza y no sonó un tiro. Los dos bandos quedaron en sus posiciones.

Prosiguieron los invasores su avance, con la idea de dirigirse a Segovia, pero supieron que algunos batallones habían entrado en la ciudad y reforzado su guarnición.

Pensaron marchar por Somosierra y caer sobre Madrid. El Gobierno había concentrado fuerzas en Buitrago.

 

JADRAQUE

Entonces los carlistas retrocedieron por Riaza y Atienza.

Riaza y Atienza no tenían condiciones para albergar mucha gente.

En vista de ello, marcharon a Jadraque (Gua-dalajara), en donde se alojó el cuartel general de Gómez, la brigada de prisioneros, el hospital y varios batallones. El castillo estaba ya en ruinas.

En las casas de Jadraque y en los pueblos próximos, Bujalaro y Villanueva de Argecilla, se instalaron los carlistas, y algunas compañías tuvieron que ir a Hita y a Cogolludo.

En estos pueblos, donde no había sufrido el vecindario ninguna depredación, pensaron que dejarían pasar las tropas sin protesta, lo que así ocurrió.

 

DON NARCISO LÓPEZ

Gómez supo que una columna enemiga, al mando del brigadier don Narciso López, que se hallaba a dos leguas de distancia, por la parte de Si-güenza, venía hacia ellos.

Comunicó la noticia a los jefes acantonados en los pueblos próximos para que se replegaran en Jadraque. El jefe, que se hallaba en Bujalaro, oyó los primeros tiros del enemigo al anochecer. López había venido por el monte y entró e hizo veinticuatro prisioneros.

Narciso López era un venezolano, nacido a final del siglo xvin, llegado a España con el general Morales. Según el escritor militar B. Villegas, era valiente y manejaba la lanza con tal habilidad que se le consideraba a la altura de don Diego León; pero López, al parecer, era un impulsivo, sin serenidad y sin calma para dirigir una acción militar.

López, a quien el prusiano Rahden llama mulato de Costa-firme, era como todos los criollos que sirvieron en el ejército español, inquieto y de poco fiar.

En la batalla de Mendiogorría pudo dar un golpe mortal a los carlistas, lanzar su caballería y coger prisionero al mismo don Carlos, pero no lo hizo no se sabe por qué; quizá por no dar un éxito a un rival joven, como don Luis Fernández de Córdova.

López murió agarrotado en Cuba, como jefe de una intentona separatista en 1851.

 

ACCIÓN  DE  MATILLAS

Por la mañana del 30 de agosto el general Gó- 1 mez, que había sabido que Espartero, su contrin- J cante más peligroso, estaba enfermo y que Rivero no podía llegar a tiempo al sitio de la lucha, mandó al coronel Fulgosio, que, dando un rodeo por el flanco, se acercara a Bujalaro. El se presentó delante de la aldea, a poco más de un tiro de bala, con su columna.

Don Narciso López emprendió una retirada precipitada a Malillas.

Malillas (Guadalajara) es un poblado en una colina, con un riachuelo y unos montes que, por lo que nos dijeron, se llaman los Distercios. Esta voz, de primera intención suena a palabra latina, como si significara límites.

Los de López creían que la posición era fuerte. No se comprende por qué, porque es un poblado pequeño, a orilla del río, sin defensa natural.

Los carlistas envolvieron a los soldados de López y los hicieron prisioneros. No se salvó ni uno.

Un francés, testigo presencial, que firmó un libro titulado Campañas y aventuras de un voluntario realista en España, dice que todos los oficiales de Narciso López, algunos americanos, eran exaltados, que llevaban en la solapa una cinta con estas palabras: Juré mi suerte a Isabel II. Constitución o muerte. Según el francés realista, cuando se rindieron los oficiales cristinos se apresuraron todos a quitarse aquellas cintas, a romperlas y algunos a tragárselas.

López, los comandantes, capitanes y subalternos de todas las armas, en número de treinta y siete, e incluso los capellanes y cirujanos, cayeron en mano de los carlistas.

Tuvieron buena suerte, porque conducidos a Cantavieja, fueron rescatados pronto por el general don Evaristo San Miguel cuando éste tomó la plaza.

Aunque no hubo muchas muertes en esta acción, se puede ver en un libro de la época una lámina titulada Batalla de Maullas, pueblo que no aparece en la mayoría de los mapas.

 

MARCHAN A ARAGÓN

De Malillas, las tropas de Gómez fueron a Bri-huega, y de aquí a Cifuentes, perseguidas por la vanguardia de Alaix.

Al subir la cuesta que hay a la salida del pueblo, camino de Canredondo, vieron que no era posible arrastrar la artillería que habían cogido el día anterior a López, por lo escabroso y malo del sendero, y decidieron clavarla, es decir, romper el oído de los cañones con una punta de acero a golpes de martillo.

Quisieron también destrozar las cureñas y los carros, pero uno de éstos, cargado de municiones, estalló e hirió a varios artilleros.

Llegaron los carlistas a Esplegares, en donde Gómez supo que su compañero Basilio García (don Basilio) repasaba el Ebro perseguido por los generales Manso, Azpiroz y Buerens. Gómez se dirigió a Orihuela del Tremedal, provincia de Teruel.

Pensaba seguir a Cantavieja, pero como supo que el general San Miguel estaba en el camino, cambió de rumbo y se acercó a Utiel, adonde llegó el 7 de septiembre.

 

UTIEL

A Utiel, pueblo castellano, que pertenece a la provincia de Valencia, llegamos con tiempo oscuro y nebuloso.

Él pueblo en este año 1935, en que lo visitamos, parece que se republicaniza. Se ven rótulos en las calles, dedicados a personajes republicanos, y uno que tiene este largo letrero: «Calle de don Francisco Ferrer Guardia, fusilado por la reacción.»

El que tenga que mandar un telegrama con estas señas está divertido.

¿Habrá en este pueblo alguien que sepa de Gómez y de su expedición? No es muy probable.

Un viejo, que está sentado en la plaza, delante de la Albóndiga, con quien hablo, confunde a Cu-cala con Cabrera.

Me interno en la parte vieja del pueblo. He aquí la calle del Sarratillo, como una decoración arcaica, y dos mujeres, que se asoman a un balcón de una casa del fondo.

Las mujeres de Utiel hablan un castellano descarnado y emplean con frecuencia interjecciones de un aticismo dudoso.

Como no hay en las inmediaciones de la calle del Sarratillo informe verbal sobre Gómez, daremos una noticia de sus pasos lo más escueta posible.

Gómez llegó a Utiel el 11 de septiembre de 1836. Alaix, al saberlo, había marchado con su columna a Cuenca, donde pudo pertrecharse.

 

LOS CABECILLAS DEL MAESTRAZGO

Gómez escribió a los cabecillas Quilez y el Serrador desde Jadraque. Les decía que tenía un número excesivo de prisioneros, que convendría internar en Cantavieja, y les preguntaba si los dos jefes que se incorporaban podrían preparar las operaciones para entrar en Murcia.

De don Joaquín Quilez, cabecilla aragonés, no he visto nunca ningún retrato. El Serrador (José Miralles), leñador y mozo de posada en la infancia, nacido en el Maestrazgo, era un gigante, tosco, bárbaro e inculto.

Gómez propuso a Cabrera una conferencia. Temeroso de que Alaix le atacara en Utiel, Gómez salió para Cantavieja, por Chelva; pero a la mitad de la jornada recibió el aviso de que Quílez y el Serrador llegaban a Utiel. Entonces retrocedió. Quílez venía con tres batallones y el Serrador con dos. En conjunto, dos mil quinientos hombres de Infantería y ochocientos caballos.

 

CABRERA Y FORCADELL

El día 12 apareció Cabrera, que, según algunos escritores, entre ellos Pirala, dicen que hizo con su escolta cincuenta leguas en sólo veinte horas.

Cabrera era ya el ídolo de los carlistas, el azote de los impíos, el gran Macabeo. Un cura del Maestrazgo le había dedicado estos versos inspirados:

¡Viva el ínclito Cabrera y muera todo fracmasón! ¡Viva  la  brillante  lumbrera, alma y prez de la religión!

Cabrera tenía la vitola de un gato montes. Era hombre genial, tipo neto del Mediterráneo, sin el menor sentimentalismo; mixto de nervio, de ener- | gía y de bilis.

Cabrera venía acompañado de Arnáu, Acevedo, el cura Cala y otros.

Con las fuerzas carlistas del Maestrazgo llegó poco después don Domingo Forcadell, llamado de apodo Pebreroig (pimiento rojo o pimentón), porque tenía la cara muy encendida. Forcadell gozaba fama de ser más humano que su jefe.

Cabrera por estos días estaba un tanto desanimado por el ataque sin éxito a Gandesa.

El ejército que había reunido Gómez en Utiel era aguerrido, con buenos técnicos, y al mismo tiempo con gente dura y fuerte.

 

ATAQUE A REQUENA

El primer propósito de los jefes carlistas fue embestir contra Requena. Cabrera le tenía ganas a este pueblo, donde había fracasado el año anterior.

Actualmente la muralla que circunda el pueblo está derruida. De los torreones no queda más que algún montón de piedras que parecen no talladas y tapias de huertos que quizá eran traveses en otro tiempo.

Entonces, durante esta guerra, tampoco la muralla estaba bien conservada y había sitios tapados con trozos de árbol, cascote y alambres.

En el pueblo hay ahora dos barrios antiguos: el de la Villa, de casas empinadas, viejas y estrechas, con una cúpula en lo alto, y el de las Peñas. Entre ambos está el Arrabal, que sin duda no tiene categoría de barrio.

El de la Villa, por lo escarpado, tiene que ser fácil de defender, no así el de las Peñas, ni tampoco el Arrabal.

El de la Villa mostraba, entre las casas pequeñas de la calle de la Purísima y de la Gomera, un viejo alcázar que llamaban y que siguen llamando el palacio del Cid.

A Requena le defendía un antiguo militar, el coronel Albornoz, y no tenía más fuerzas que los milicianos y una compañía formada de convalecientes y gente vieja de varios cuerpos del ejército.

En el pueblo había armas en abundancia y se repartieron en el vecindario. Hombres, mujeres y niños fueron a la muralla dispuestos a impedir la entrada de los carlistas, porque sabían cómo   las   gastaba   Cabrera,  a  quien le   tenían

miedo.

Gómez y los demás jefes mandaron compañías de asalto a abrir brechas en los muros y comenzaron el fuego con dos piezas de artillería.

Fue inútil; no pudieron escalar la colina. Un oficial viejo de los cristinos, que tenía un cañón en una galería del palacio del Cid, disparó con" él varias veces y llegó a desmontar uno de los cañones carlistas.

Gómez mandó un parlamentario con bandera blanca y los de Pequeña recibieron al parlamentario a tiros. Después envió al antiguo prior del convento de franciscanos a decir a los requenen-ses que si se rendían respetaría la población, que si no, entrarían al saqueo.

Los requenenses contestaron:   «¡Que vengan!»

Por la noche Gómez y Cabrera se retiraron a Utiel. Esto es en conjunto lo que ocurrió en la primera intentona de los carlistas reunidos.

Para adquirir algunos detalles y para comer vamos a la fonda.

En Requena se habla castellano puro, no se oye el valenciano.

El fondista, a quien explico mi curiosidad y la razón de mi viaje, me indica dos o tres personas a quien puedo dirigirme en el pueblo. Una de ellas está muy enferma.

De los interrogados por mí, uno, con simpatías carlistas, dice que si Gómez no entró en Requena fue porque temió que los generales cristinos anduvieran cerca y porque el prior de los franciscanos le aseguró que el asalto costaría mucha sangre. También afirma que el cañón de los nacionales no valía nada y que no consiguió más que incendiar un pequeño batán, por lo cual le llamaron luego en broma el cañón del Batanejo.

El liberal dice que hombres, mujeres y chicos se defendieron heroicamente, que los carlistas fusilaron a todos los que encontraban en el campa y que esto acentuó la furia y el valor de los sitiados.

Asegura también que hasta hace poco se veían cruces en el campo, entre ellas, la de un liberal apodado el Gallo. A un molinero a quien fueron a prender disparó el trabuco por la gatera, perniquebrando a varios, y luego escapó por la acequia del molino.

No es cuestión de insistir más. Retrocedemos unos kilómetros hasta una aldea llamada San Antonio, en la carretera de Utiel. Hay en el pue-blecito dedicado al santo un gran árbol, con el tronco hueco, cerca de un camino.

Un hombre del campo me cuenta que en la primera guerra carlista un liberal conocido, viéndose rodeado de carlistas, se subió al árbol, se escondió en el hueco y se salvó.

Después, en recuerdo, restauró la ermita próxima.

 

CASAS IBAÑEZ

Vamos ahora camino de Casas Ibáñez (Albacete). Cruzamos el río Cabriel.

En un pueblo, sobre la cúpula de la iglesia, ondea una gran bandera nacional. Antes de llegar a Casas Ibáñez, los de Gómez encontraron en el campo los cuerpos muertos de los voluntarios carlistas de la expedición de Batanero, y como en esta clase de guerras, cuando se mata a la gente enemiga se mata correctamente, y cuando matan a los del propio bando se considera que se les asesina, pensaron que estaba muy legitimado el incendiar el pueblo.

En Casas Ibáñez se recuerda por tradición algo ocurrido allá hace cien años.

Hablo con la gente de la plaza y recojo algunos datos de poca monta, que no quiero exponer porque esto se alargaría demasiado.

Uno de los hombres recuerda haber oído a los viejos cuando era niño que se quemaron la calle del Rosario y la de la Amargura. Dice que se llevaron tres mujeres: una la Morena, otra la Colora y otra la Abuela de Paco Pereña. Añade que los soldados a caballo, con las lanzas, cogían lo que había en las ventanas y que uno se llevó a un niño. También en Alborea hubo sus violencias.

Doy una vuelta por las calles de Casas Ibáñez, contemplo a una mujer gruesa, sonriente, en un grado avanzado del embarazo, que está en la fuente. Al ver que se le va a fotografiar, dice:

—¿Me van ustedes a llevar a Madrid, así con esta barriga?

—Eso pasará también —le digo yo—, y cuando se vea usted libre le hará gracia.

Me detengo en un portal en el que unas mujeres están haciendo la colada.

—¿Nos van ustedes a sacar en algún periódico? —preguntan.

—Si no les importa, sí.

—Bueno.

 

M AHORA

Salimos de Casas Ibáñez y vamos a Mahora.

Cerca de Mahora pasa un río que debe ser el Júcar. El pueblo no tiene mucho que ver. En las afueras se destacan unas ruinas.

Mahora es un pueblo manchego clásico, con hermosas casas, con su portalón y su escudo encima. Me detengo en la plaza y pregunto a los viejos algo de la expedición de Gómez.

—Eso será para la política —dice un aldeano de gorra y bigote.

—No; es para un periódico de monos. No creo que les convenzo. La gente no  sabe nada de la expedición de Gómez.

—Ahora a los carlistas les llaman facciosos, ¿verdad, usted? —me pregunta uno.

—El faccioso es siempre el enemigo —contesto yo.

—Ahora les llaman agrarios —replica un viejo de anteojos.

No parece que se ponen de acuerdo en cómo se les llama.

El hombre de los anteojos recuerda haber oído que en Sarradell, en la primera guerra civil, hubo un encuentro entre carlistas y liberales.

Fue el descalabro del general don Francisco Valdés, hombre valiente, que tuvo que batirse con fuerzas cuádruples a las suyas.

En el pueblo de Mahora mataron los carlistas a varios, y Cabrera debió de quedar como tipo de hombre templado y valiente, porque de la gente audaz decían los vecinos:

—Este es un Cabrera.

Recorro las calles del pueblo y veo en las paredes escritos con pintura blanca y negra varios letreros políticos. Los hay revolucionarios y conservadores, para todos los gustos.

Uno ha puesto «¡Biba el comunismo!» Otro: «Votar a las izquierdas es votar a Casas Viejas. ¡No votar! No os fiéis, españoles.» Un monárquico ha escrito: «¡Biba el clero y el rey XIII! ¡Abajo la República!» Y un amigo de ésta, para completar la epigrafía, ha fijado esta inscripción: «¡Fuera esos escalabajos cavernícolas!»

 

UNA CHICA SENSATA

En una plazoleta encontramos a una mucha-chita que va a la fuente con un cántaro pequeño.

—¿Quieres que te retratemos y aparecer en los periódicos?

—Bueno.

—Si se te ocurre algo así como que te gustaría ser actriz de película o aviadora, lo dices, para que yo lo escriba.

—No se me ocurre nada —contesta la chica

riendo.

—Veo que tienes más talento que la mayoría de las cómicas y de las cupletistas. Si sale bien el retrato, ya mandaremos aquí el periódico.

ALBACETE

De Mahora partimos para Albacete, adonde llegamos al anochecer.

Gómez entró en la ciudad el 16 de septiembre.

Huyeron del pueblo autoridades y particulares.

Se llevaron las tropas a varios albacetenses, secuestrados para pedir rescate por ellos, y algunos miles de duros de la caja de la Administración del Canal.

El caudillo carlista, al saber que se acercaba Alaix   con  algunos   escuadrones   de   don  Diego León, salió de la ciudad. Llevaron los carlistas el intento de apoderarse de Madrid. Tomaron por la carretera general y al día siguiente fueron a dormir a La Roda.

 

LA  RO D A

La Roda es un pueblo manchego, plano, en medio del cual se destaca la iglesia, con una torre de tejado puntiagudo. Está colocado en una extensa llanura, sobre el declive de una pequeña colina. El pueblo se dedica principalmente a explotación de granos, de ganado y de azafrán.

Entramos al centro del lugar. En esta esquina que da hacia la plaza, hay un letrero no completamente amable, porque dice con cierto laconismo:

Comidas y piensos.

Me dirijo a tres viejos sentados en la calle en fila: el del centro está cubierto con una manta y lleva un gorro como un solideo y un palo en la mano, tiene cara de zorro malicioso y burlón. Le llaman, según me dicen, el tío Cuco.

El de la derecha es pequeño, con la misma clase de gorra, una especie de gabán con cuello de pana y la colilla en la boca. El de la izquierda tiene el tipo corriente del aldeano con blusa negra y gorra.

El tío Cuco oyó algo en su juventud de lo que pasó en el pueblo en la primera guerra carlista. Recuerda el nombre de Cabrera, pero no el de Gómez.

Al tío Cuco y a sus compañeros les interesa más lo que va a pasar que lo que pasó.

—¿Qué dicen en Madrid? Las cosas se van poniendo muy malas.

Esto, a uno como repórter, no le interesa gran cosa.

Vamos a la posada del Sol. La posada tiene un vestíbulo más bien corredor abovedado, con un arco a la entrada con las letras del rótulo en las piedras de la clave. En medio del arco, una estrella pintada de blanco, que es el sol.

Después de este corredor hay un patio. No encuentro a nadie dentro con quien hablar. Recorremos las calles del pueblo. En algunos de estos lugares de la Mancha hay la costumbre de que los novios adornen con un arco de pintura ocre la puerta de la casa de su prometida.

Salimos de La Roda, en dirección de Villarro-bledo. Los carlistas de Gómez, al partir de La Roda, pensaban que les harían torcerse a la derecha para atacar a las tropas de Alaix; tenían más fuerzas que él; pero se vieron sorprendidos al ver que volvían a la izquierda, es decir, que se alejaban del enemigo.

 

EL  MERCADO

Villarrobledo es pueblo de poco carácter, sin silueta. Hay pequeñas industrias y mucho comercio. Llegamos a la plaza, a uno de cuyos lados se levanta una iglesia grande, de estilo mixto y confuso.

Es la hora del mercado. La gente, curiosa, charla y toma el sol. Algunos puestos despachan bastante, como este del pan, otros apenas venden y parece que exhiben las mercancías por pura fórmula, convencidos de que nadie las va a comprar.

Entre el público hay grandes tipos, como unos sentados en un banquillo de madera.

 

BRAVO   O  LA TRADICIÓN

Vuelvo a la plaza, entro en el Ayuntamiento, interrogo al alguacil, que me dice que está ocupado. Insisto y me recomienda que pregunte por el Bravo. El Bravo es un empleado que se llama así de apellido.

Sale Bravo y hablamos en la solana de la Casa Consistorial.

Bravo es el espíritu de la tradición del pueblo. Habla de su fundación en el sigloXIII, como aldea de Alcaraz, de los distintos estilos de la iglesia y de la batalla, en 1836, entre Gómez y Alaix. Bravo explica la derrota de los carlistas por la aparición de los liberales en los alrededores una noche de niebla. En el encuentro murió un paisano, del cual hay una lápida conmemorativa en la sala de sesiones del Ayuntamiento.

—¿Por dónde empezaría la lucha? —le pregunto yo.

—He oído decir que por la parte baja, por el Campo de San Cristóbal. Allí existe todavía un torreón ruinoso, y en ese torreón los carlistas tenían centinelas, a los que sorprendieron y cercaron los liberales.

Me despido de Bravo y voy a ver lo que queda del torreón destruido de San Cristóbal.

Este torreón, asentado en un cerro, domina la llanura, y desde él podía otearse mucha tierra.

Ya no queda apenas nada del castillo, ermita o lo que fuera, más que algunas paredes amarillentas agujereadas.

Los carlistas de Gómez, unidos con los de Cabrera, Quílez, el Serrador, etc., creían que no sería difícil apoderarse de Madrid. Los oficiales pensaban que antes atacarían a Alaix y lo vencerían fácilmente.

Salieron, como se ha dicho, de Albacete, durmieron en La Roda y entraron al siguiente día en Villarrobledo.

Alaix había salido de Cuenca y esperó en Carboneras con su gente y ciento cincuenta húsares que venían de Lugo con el brigadier don Diego León.

Con ellos marchó a campo traviesa durante varios días, y al amanecer del 20 estaba en los alrededores de Villarrobledo.

Gómez, al llegar al pueblo en la tarde del 19, alojó la división y dispuso que sus fuerzas quedasen en la parte baja y las de Cabrera y los aragoneses de Quílez en la alta.

 

LA   INTUICIÓN   DE   CABRERA

Cabrera estaba irritado con el fracaso de Requena y preveía otro descalabro. El caudillo tortosino, que era un hombre genial, no durmió aquella noche. Andaba como los gatos de un lado a otro, inquieto.

A media noche envió a uno de sus ayudantes con una patrulla a la descubierta, y el ayudante volvió a las dos o tres horas, y dijo que por la parte de El Provencio había visto, entre la niebla de la mañana, soldados que debían de pertenecer a las fuerzas de Alaix.

Envió Cabrera la noticia a Gómez; pero la gente del alojamiento del jefe dijo que tenían orden de no despertar al general con ningún motivo.

Cabrera, convencido de que se les acercaba Alaix, fue él mismo a ver a Gómez, y éste le gritó desde la cama que no le molestaran; que no necesitaba avisos ni preceptores.

Cabrera, exasperado, sin atreverse a mandar tocar las cornetas y tambores, reunió a sus oficiales y les ordenó que despertaran a la tropa, dejando a los de Gómez que se las arreglaran como pudieran.

Al alba comenzaron en el pueblo a resonar toques de corneta, primero la llamada y tropa, luego la redoblada y la generala, y se oyeron tiros por todas partes.

Era el amanecer y había niebla. Alaix había sorprendido a los centinelas del torreón de San Cristóbal y había rodeado el pueblo.

Alaix tenía menos tropas que Gómez. El liberal, unos cuatro mil hombres; el carlista, de siete a ocho mil.

—El número no importa —había dicho el general cristino a sus oficiales—; lo esencial es la posición y el valor.

La gente de Alaix se lanzó contra el pueblo con entusiasmo y dividió las fuerzas carlistas en dos mitades.

 

EL ÍMPETU DE DON DIEGO LEÓN

Cabrera con sus valencianos y aragoneses iba a unirse con los castellanos y vasconavarros de Gómez para oponer juntos una resistencia decisiva; dos escuadrones del Serrador luchaban contra los húsares de don Diego León, cuando éste les preparó una emboscada y cayó sobre ellos con tanto ímpetu que los dispersó.

Desde entonces se dijo que don Diego León, hundiendo la punta de la lanza en el pecho o en la espalda de los enemigos, los levantaba en el aire, los desarzonaba y los tendía en tierra.

Los del Serrador tuvieron un momento de pánico ante aquel gigante bigotudo y vestido de gala, y comenzaron a huir atropellando a la infantería de Cabrera.

 

DESORDEN

El desorden producido lo aprovecharon Alaix y don Diego León de tal manera, que los carlistas tuvieron que dispersarse.

Con más gente hubieran acabado con ellos; pero eran pocos y se veían embarazados con mil trescientos prisioneros, fusiles, bagajes y municiones.

Los carlistas, a pesar de sus grandes pérdidas y de su dispersión, pudieron reorganizarse en el campo y tomaron el camino de Ossa de Montiel.

Tuvieron que abandonar el proyecto de acercarse a Madrid, a pesar de que sabían que el pánico en el Palacio Real y en la corte era enorme, y estaban todos los palaciegos y altos empleados dispuestos a huir.

Eran los días en que a los escritores se les preguntaba en la calle de la Montera, según cuenta Larra:

—Hola, poeta, ¿qué hay de Gómez?

 

OSSA DE MONTIEL

Seguimos la ruta del caudillo carlista y vamos a Ossa de Montiel (Albacete).

Ossa supone uno que podría proceder de la palabra vasca Otsa (frío), pero la etimología ésta no tiene muchas probabilidades.

Ossa de Montiel es un pueblo cuyas atracciones turísticas son hallarse cerca de las Lagunas cíe Ruidera y de la Cueva de Montesinos.

Entro en la botica y pregunto:

—¿No habrá ningún viejo en el pueblo que sepa historias antiguas?

—Sí —dicen—, hay una vieja que sabe algo de las guerras carlistas.

El practicante de la farmacia me acompaña a la puerta de la iglesia y me indica dónde vive esa mujer.

Me acerco a ella. Cuenta una relación sin fijar fechas. No se le puede exigir una exactitud completa, porque habla de lo que ha oído. Tampoco se comprende si su relato es de la primera o de la segunda guerra carlista.

Dice que en una casa blanca con balcones de la plaza, la casa de Pacheco, la mejor del pueblo, estaba prisionero un capitán.

—Y le trataban muy bien, no crea usted —añade la vieja—. Le daban unas sopas caminas, que nunca había comido mejores, y de postre, garbanzos tostados, que los molía la dueña de la casa en un mortero. Esto no me lo han contado, que yo lo he visto. Y un día llamaron al cura, para confesar al capitán, porque lo querían sacar a la plaza para tirotearle, y como él chillaba, le sacaron a rastras y lo tirotearon.

—¿Y quiénes eran los mejores: los carlistas o los cristinos?

—Eso yo no lo sé. Todos tenían sus queridas.

Para esta mujer, la guerra civil había sido una cuestión del pueblo, y nos cuenta cómo le mataron al Carbonero y al Moreno.

Vamos a comer a la posada y el posadero nos trata de convencer que debemos ir a ver la cueva •de Montesinos. Allí van todos los turistas que llegan a Ossa de Montiel.

—¿Cómo se va a ella? ¿Está en la misma carretera?

—No; está a un lado, no muy lejos.

—¿Es fácil de encontrar?

—Hay que llevar a alguno que conozca el terreno para poder entrar.

—¿Es excursión para todo el día?

—Sí.

—Entonces no vamos.

Uno que está en una mesa de al lado dice:

—Hacen ustedes bien; hay allí mucho cuento y no se ve nada.

 

RUIDERA

Volvemos hacia Ruidera; nos detenemos a ver cómo construyen un horno de carbón.

Ruidera es un puñado de casas sobre un cerro, dominado por un edificio grande, que debe de ser la fábrica de pólvora, que construyó el arquitecto Villanueva.

Yo suponía, no sé por qué, que estas lagunas estarían a flor de tierra, pero no; tienen cerros y montes en sus orillas. Son el ensanchamiento de un río, que supongo que es el Guadiana. Hay un camino que bordea esta laguna, que debe de ser la que llaman del Rey. Al borde del agua no parece que haya cieno en putrefacción.

Me paseo arriba y abajo, y a un mozo, que pasa a caballo, le pregunto si se puede seguir el •camino de la orilla.

—En auto, no —me dice.

—Habrá sitios bonitos por ahí.

—Está el castillo de Rochafrida.

—Y qué, ¿tiene algunas torres?

—No; unos paredones, nada más; pero aquí se cuentan muchas cosas de ese castillo. Hay también una canción, de la que yo no recuerdo más que el principio.

En Castilla hay un castillo

que se llama Rochafrida;

al castillo llaman rocha

y a la fuente llaman frida.

Esto debe ser algún romance de Montesinos.

Como ya se hace tarde, dejamos Ruidera, y vamos a dormir a Manzanares, al parador.

En esta fonda se destaca el contraste del aire sexual, erótico de una francesa, de unos treinta años, con sus faldas cortas y su coquetería exagerada, que debe ser la mujer de un ingeniero químico, y el tipo monjil, pálido y apagado, de la muchacha del país que sirve la mesa.

 

INFANTES

Manzanares es un pueblo manchego clásico, con muchas calles, cincuenta o sesenta; siete u ocho plazuelas y varios caserones, que parecen antiguos conventos. Hay en las cercanías un río, el Azuel.

Dormimos en la fonda del pueblo; yo en un cuarto grande, que da al patio.

Por la mañana oigo a un carretero que canta::

Aunque la Mancha

tenga  muchos  lugares,

no hay otro más salado

que  Manzanares.

 

Por la mañana salimos de Manzanares para Infantes.

Gómez, que llegó al anochecer a Ossa de Mon-tiel, después de la acción de Villarrobledo pasó revista a sus tropas. Al día siguiente salieron los carlistas del pueblo, cruzaron por Villahermosa y fueron a dormir a Infantes (Ciudad Real).

Villahermosa tiene una iglesia de gran aspecto, al menos desde lejos.

Infantes o Villanueva de los Infantes, pueblo colocado en el campo de Montiel, y dominado por pequeñas colinas, tiene muy buen aspecto. La plaza Mayor, con su iglesia y sus casas antiguas, es de gran estilo.

 

EL HOMBRE DE LA MONTERA

Me acerco a los grupos de la plaza y hablo con un nombre tocado con una montera antigua, tipo de aire satírico y socarrón.

Donde no ocurrió nada, es imposible que se recuerde el paso de unas tropas, habiendo pasado tantas al correr del tiempo.

El hombre de la montera no ha oído hablar del general Gómez.

No insisto en esta cuestión, y le pregunto cómo anda el pueblo. Me dice que anda mal. El sospecha que los automóviles han arruinado a la Mancha y a toda la nación, porque esos cacharros —añade— no se construyen en España.

—¿Y el pueblo crece? —le pregunto.

—Poco.

—¿Y la gente rica antigua sigue en sus casas?

—No.

—Y la República, ¿la han notado ustedes?

—Poco. La hemos notado en algunos nombres de las calles y de las plazas. Esa plaza, por donde han venido ustedes, antes se llamaba de las Monjas, luego se llamó de Alfonso XIII.

—¿Y ahora?

—Ahora se llama de don Alejandro Lerroux.

—Ahí tiene usted —le digo yo, en broma— la Historia moderna de España, en tres lecciones. Total, cero.

Le pregunto después cómo andará la carretera de Villamanrique a Andalucía, para ir hacia Ubeda.

—No creo que andará muy bien. Vale más ir a la carretera general, y por La Carolina y por Bailen torcer hacia Ubeda.

Seguiremos su consejo. Gómez fue hacia Andalucía por Chiclana de Segura y Villanueva del Arzobispo.

 

SIERRA  MORENA

Nosotros vamos a Valdepeñas y tomamos la carretera hacia el Sur. En Venta de Cárdenas ha aparecido en estos últimos años un poblado.

Hay muchas casas flamantes, que han surgido de la tierra, y excursionistas, que van y vienen a los picos próximos.

Yo escribo sobre este poblado un romance.

Venta de Cárdenas, ventas

próximas  a Almuradiel; alto de Sierra Morena,

por donde atraviesa el tren,

para pasar de la Mancha al ibérico vergel;

lugar que nombra Cervantes

en su obra más de una vez,

y que ilustró con canciones

el alavés Iradier.

—¿Dónde diablos  os metéis,

que no os he podido ver?

—¿Qué hicisteis de vuestras ruinas,

que no queda una pared

que tenga aspecto de antigua,

de algo que fue y que no es?

En cambio, de un pueblo nuevo,

con un elegante hotel,

se alzan las casas flamantes,

hechas en un dos por tres;

el pueblo tiende a ensancharse,

a extenderse y a crecer

y a cubrir Despeñaperros,

mientras se dan cita en él

arriscados  deportistas

de Linares y Jaén.

Nada habla de Dorotea,

ni de Cardenio el doncel,

ni del cura o Don Quijote,

que iluminó su vejez,

sintiéndose  enamorado

de una sombra de mujer.

¿Dónde estáis, Ventas de Cárdenas,

que no os he podido ver?

 

Al cruzar las Navas de Tolosa, por donde he pasado varias veces, se me ocurre que sería curioso confrontar con el terreno las relaciones históricas sobre la batalla de ese nombre. Leída siempre me ha parecido una batalla de teatro entre moros y cristianos; visto el terreno de cerca, se comprende su realidad y su desarrollo.

Llegamos a La Carolina y pasamos por el centro del pueblo.

Como se sabe, Pablo Antonio José de Olavide, español de origen vasco, nacido en Lima, fundó aquí una colonia, la colonia de Sierra Morena, y trajo a muchos técnicos franceses, alemanes, belgas, y al principio hicieron progresar la fundación. Luego decayó, y Olavide llevó una vida azarosa.

Lo raro es que en la colonia y en La Carolina no quede rastro del tipo extranjero. Se ha evaporado.

De La Carolina torcemos a la derecha. Vilches (provincia de Jaén) aparece en una colina, en medio de campos fértiles, con una silueta muy típica.

A la puerta de la estación del tren, por donde pasamos, hablo con un hombre, que me dice que está esperando la llegada del correo para llevar un encargo al pueblo. Le pregunto si cree que habrá alguien que tenga datos sobre la excursión de Gómez.

—No. En Vilches no creo que haya nadie que sepa de eso.

 

EL VETERINARIO DE ARQUILLOS

Pasamos por Arquillos. Arquillos tiene cierta fama, ya medio olvidada en la Historia contemporánea de España, por haber sido el pueblo donde prendieron a Riego, el año 1823.

A la entrada de Arquillos, en una plazoleta, veo un rebaño de cabras descansando.

Cruzamos entre ellas, y subo a la plaza, que tiene una torre cuadrada de piedra, con un gran reloj y unas saeteras, y cerca un abrevadero.

Pasa un jinete de buena pinta, con sombrero ancho, montado en un caballo blanco, que lleva a beber.

—¿Quiere usted pararse un instante? —le pregunto al jinete.

—¿Para qué?

—Para hacerle un retrato.

—¿No se romperá la máquina?

—Creo que no. Una pregunta.

—Usted dirá.

—¿No hay en el pueblo algún viejo que sepa historias antiguas?

—Ahí enfrente vive uno: el veterinario.

Entro en el taller de este hombre, que supongo que no tiene muchas ganas de hablar, porque al verme se retira.

—Espere usted, hombre, un momento.

—Es que soy sordo —contesta él—; tendrá usted que escribir en un papel lo que quiere.

—Bueno.

Le escribo en mi cuaderno: «¿Ha oído usted decir que el general carlista Gómez pasó por aquí con sus fuerzas en 1836?»

—No —contesta él, haciendo un movimiento enérgico de cabeza.

 

RECUERDO DE LA PRISIÓN DE RIEGO

—Bien. Segunda pregunta: «¿Sabe usted detalles de la prisión de Riego?»

—Sí; de eso sé algo. Aquí estuvo hace tiempo un señor, que era republicano, que decía que el pueblo de Arquillos estaba deshonrado, porque habían prendido en él al general Riego; pero los de Arquillos no tomaron la iniciativa de la prisión. El general andaba ya despistado, con poca gente, cuando se encontró a un santero del pueblo Torreperogil y a un vecino de Vilches, López Lara. Quiso que éstos le guiaran hasta La Carolina, y como no quisieron, les obligó a ello. El santero, que se llamaba Guerrero, y López Lara le llevaron a Riego al cortijo de Baquerizones, y como el caballo del general estaba desherrado, le pusieron las herraduras del revés, para de este modo poderle seguir las huellas si se escapaba. El López Lara, a la mañana siguiente, avisó a las autoridades del pueblo, y fueron a prender a Riego al cortijo. Se repartieron mucho dinero y prebendas entre los que tomaron parte en la captura, pero a ninguno de los denunciadores le aprovechó su acto, porque la mayoría acabó mal.

Me despido del veterinario, dándole las gracias por sus informes, y salimos del pueblo.

Los labradores están comiendo en el campo.

Llegamos a Ubeda tarde. Vamos a comer al parador del turismo, antiguo palacio del condestable Dávalos. Ubeda es una hermosa ciudad. No hay en el pueblo recuerdos de la expedición de Gómez.

Después de comer, en un bar del parador tomamos café y una copa.

Salimos a la calle. A la vuelta de la esquina, en una puerta, una muchacha trabaja, tejiendo esteras.

Al parecer, ésta es una de las industrias típicas del país, y en el mercado de la plaza se ven grandes manojos de eneas y de juncos para la fabricación de esos tejidos.

Pasamos por delante de algunos de los palacios del pueblo que tienen gran aspecto.

 

EL CASTILLO DE CANENA

De Ubeda vamos a Baeza, ciudad decorativa, con catedral y hermosos palacios, y de aquí, por un camino de través, por cerca de la ermita del Santo Cristo de la Yera, marchamos a Canena.

El porte del castillo, que se ve en un alto, por encima del pueblo, nos hace detenernos.

El castillo es grande, con dos torreones cilindricos, otros dos más pequeños y la torre del homenaje. Parece que fue de la Orden de Calatrava.

Debe ser de planta gótica, y luego reedificado en estilo del Renacimiento.

No hay rastro por aquí del paso de Gómez. En su itinerario no se dice más, sino que desde Bae-za fue a Bailen.

Nosotros vamos por Linares. Cruzamos este pueblo de un extremo a otro. Es al caer de la tarde. La gente sale a pasear después de un día

de calor.

En este pueblo, industrial y minero, de casas nuevas y de gente de poca tradición, parece que nadie debe acordarse de la expedición de Gómez.

 

BAILEN

De Linares tomamos el camino de Bailen. Cerca del pueblo nos detenemos un rato en la Venta de la Alegría. En el rótulo dice: «Comestibles y vevidas.»

Desde un alto se domina una gran extensión de terreno. Se comprende que este sitio, con Sierra Morena próxima, el desfiladero de Despeña-perros, el río y luego la llanura hacia el Sur, tiene que ser un punto estratégico importante. Un joven aldeano, que ve que llevo en la mano un mapa, me pregunta si soy militar. —No —le digo—; soy un curioso. Asegura que él ha leído algo sobre la batalla de Bailen y sobre las tropas francesas. Dice que el monumento a esta célebre batalla está en Jaén, en la capital de la provincia, y que es un obelisco con la estatua de una matrona.

Yo le cuento algo de lo que recuerdo de la capitulación del general francés Dupont y de lo que hicieron los generales Vedel y Castaños.

También le hablo de la batalla de las Navas de Tolosa, que a mí, por lo poco que he leído, me da la impresión de que no debió ser una batalla sola, sino una serie de encuentros entre Sierra Morena y la Andalucía alta. El joven se marcha, y yo subo al raso de una ermita, con árboles, con una escalera de piedra, y me siento en el borde de una tapia y contemplo un crepúsculo esplendoroso.

 

ANDUJAR

Desde Ubeda y Baeza, Gómez se acercó a Bailen, y de Bailen bajó a Andújar, a Pedro Abad y al Carpió y llegó al puente de Alcolea.

Nos cruzamos nosotros, al pasar la sierra, con una caravana muy lucida de gitanos.

Seguimos el camino, y al entrar en la gran calle de Andújar, vemos una comitiva de un entierro, cuyos individuos marchan muy sonrientes, llevando unas banderas.

Nos detenemos a tomar gasolina. En un portal, próximo a la bomba, hay un chico, enfermo y amarillo, a quien mecen en la cuna y llora.

En una casucha, pequeña y humilde, de las afueras se lee este cartel: «El Paraíso. Se alquila.»

No parece este paraíso nada extraordinario, y aunque, en vez de alquilarse, se regalara, no valdría la pena de tomarlo.

En estos pueblos abiertos de Andalucía, donde entra y sale mucha gente, no hay que esperar una persistencia en los recuerdos, como en algunos lugares de Castilla de más tradición.

Aquí la gente parece volandera.

Sin embargo, me dicen como una curiosidad:

—Hay un señor en el pueblo que es carlista, pero es muy viejo y está enfermo.

 

EL PUENTE DE ALCOLEA

Al llegar al puente de Alcolea hay parada.

El puente de Alcolea es de piedra oscura, largo, de trescientos cuarenta metros y de veinte ojos.

En las orillas del Guadalquivir se ven árboles altos, torcidos y rotos. Hay una familia de gitanos con un carro destoldado; y debajo de algunos arcos hay viviendas provisionales de gente errante.

Es curioso cómo todas las multitudes y los ejércitos de un país, empujados por la geografía, van por las mismas vías y se repiten en sus actos. En el siglo xix, los franceses de Napoleón, los de Angulema, los carlistas de Gómez en 1836 y las tropas de Novaliches en 1868, intentaron forzar el puente de Alcolea.

Después de echar un vistazo por las orillas del Betis, nunca claro ni cristalino, al menos cuando yo lo he visto, seguimos nuestra ruta. Nos cruzamos con arrieros y con muchachas vistosas, que, sin duda, trabajan en el campo.

La entrada en Córdoba, por la carretera de Madrid no es tan romántica como por el puente de la Calahorra. Este ha sido el lugar típico y pintoresco que han buscado con preferencia dibujantes y pintores.

Le digo al chófer que vaya despacio, porque quiero comprar algún libro para leer de noche. No pasamos por ninguna librería. El fotógrafo recuerda esta cuarteta, que yo había oído, pero ya no recordaba:

Córdoba,  ciudad bravía

que, entre antiguas y modernas,

tiene  trescientas  tabernas,

y ninguna librería.

En cambio, el mote de la antigua Córdoba era más distinguido. Decía así:

Córdoba, cuna de guerrera gente

y de sabiduría clara fuente.

 

EN EL  HOTEL

Vamos a un hotel elegante. En el hall hay gran entrada de turistas ingleses y franceses.

Oigo a una señora francesa, muy maquillada, que dice a una amiga suya una frase que me sorprende:

—Es extraño. Encuentro al español más moderno que al francés.

—¡Ah, no!  —dice la otra, categóricamente y como si la hubieran pinchado.

Yo, desde cierto punto de vista, encuentro que puede ser cierto, lo que no indica superioridad.

 

LA  MURALLA

Al día siguiente, por la mañana, mi propósito es averiguar cómo entró y por dónde entró Gómez en Córdoba.

La carretera de Madrid termina en el campo de San Antón.

Cuando Córdoba se hallaba completamente rodeada por la muralla, el camino de Madrid terminaba en la Puerta Nueva, cerca del convento

del Carmen.

Gómez tenía inteligencias en la ciudad; los carlistas cordobeses le habían dado detalles sobre las fuerzas gubernamentales que quedaban en el pueblo, que eran la milicia nacional, en pequeño número y poco aguerrida, y algunos oficiales del ejército.

Un escaso número de milicianos cordobeses habían divisado la vanguardia de las tropas carlistas en la campiña y habían huido al centro de la ciudad. Los persiguieron varias patrullas a caballo, al mando de Cabrera, Villalobos y Ar-náu, y ellos se acercaron al campo de San Antón, donde comienza la carretera de Madrid.

La Puerta Nueva, que daba a este campo, estaba cerrada.

Córdoba tenía entonces catorce entradas, con sus portales correspondientes. Los jefes carlistas rodearon las fortificaciones y pudieron ver todas las puertas y murallas sin un centinela ni un soldado.

Los nacionales de la ciudad comenzaron a notar, a las tres de la tarde, que los carlistas del interior del pueblo se echaban a la calle, y pensando que estaban de acuerdo con Gómez abandonaron murallas, garitas y almenas y fueron a guarecerse a los edificios próximos a la orilla del río: al Alcázar Viejo, al Alcázer Nuevo, y al Seminario.

 

ENTRAN LOS  CARLISTAS

Mientras tanto se dice que Cabrera, Villalobos y Arnáu, con pocos soldados y algunos vecinos del arrabal del Carmen, comenzaron a abrir una brecha en el postigo de la puerta de Baeza (en un plano de la época aparece una puerta de Baeza), y consiguieron arrancar el herraje del postigo, que quedó abierto.

Se internaron a caballo por la primera calle.

Yo supongo que si pasaron por la puerta de Baeza, al campo de la Madre de Dios entrarían por la calle del Sol, calle que creo que ahora no se llama así, y que la recuerdo por haberla puesto como centro de una novela mía, titulada La Feria de los Discretos.

En esa calle me detengo un rato a hablar con los vecinos.

Entraron Cabrera y los suyos en la ciudad, y se toparon con unas compañías de línea del Gobierno, que se les reunieron.

La confusión, el desorden y los gritos de triunfo hicieron pensar a los nacionales rezagados que el pueblo estaba ya tomado por los carlistas, y huyeron a refugiarse al Alcázar y al Seminario.

 

MUERTE DE VILLALOBOS

Algunos milicianos de Iznájar se encerraron en una posada próxima a la catedral, y que daba al río, por no poder llegar al Seminario. Allí se defendieron desde los balcones y mataron de un tiro en la frente a uno de los jefes carlistas, a Villalobos. Cuando llegó el grueso de las fuerzas con Gómez, Cabrera, más duro que los demás, rodeó la posada próxima, la incendió y fusiló a todos los milicianos de Iznájar. Entre tanto los vecinos de los barrios de Santa Marina y de San Lorenzo se entregaron al pillaje.

La mayoría de los milicianos se había establecido en la barriada que desde la columna del Triunfo va hasta las afueras del pueblo, y en donde hoy están instalados la cárcel y el hospital militar.

Debajo de ellos se extiende la huerta del Alcázar, y más abajo, junto al río, unos árboles y la Alameda del Corregidor. Al final de la huerta del Alcázar hay dos torres: la de la Paloma y la del Diablo.

Los carlistas atacaron desde el palacio del obispo y edificios intermedios a los milicianos. Los nacionales se defendieron varios días bien y al último se rindieron y quedaron prisioneros.

Uno de ellos fue el comandante de Artillería don Francisco Díaz Morales, uno de los más destacados jefes carbonarios del tiempo.

Algunos de los milicianos siguieron la margen izquierda del Guadalquivir, ocuparon el castillo de la Calahorra, y, viéndose atacados, cruzaron el río, hicieron barricadas cerca de la Cárcel y del Seminario, y por el paseo de la Victoria llegaron a alcanzar la sierra.

Los carlistas quedaron dueños del pueblo. Gómez sacó mucho dinero de Córdoba. La ciudad era más carlista que liberal.

Gómez se apoderó de los fondos públicos y de algunos de los particulares, e impuso una contribución a las personas más ricas. Sacaron unos cuatro millones de pesetas.

Recogió también cinco mil fusiles, tres cañones y muchas municiones. Se le unieron dos mil voluntarios. Creó el batallón de Córdoba. Fundó una Junta de Gobierno y celebró un Tedeum en la catedral y unas exequias solemnes en honor de Villalobos.

Después de haber marchado y contramarchado por la provincia y de haber dispersado en las inmediaciones de Alcaudete a una columna de malagueños al mando del jefe de carabineros don Juan Antonio Escalante, Gómez volvió a Córdoba el 13 de octubre y la abandonó aquella misma noche, al saber que se acercaba Alaix, quien picó su retaguardia y en parte la deshizo.

 

EL TESORO DE LA CATEDRAL

Se dijo en la ciudad, después de la marcha de Gómez, que habían desaparecido alhajas del Ayuntamiento y de algunas personas acaudaladas. Estas alhajas se hallaban escondidas en la catedral. Debajo de la capilla de Villaviciosa, antiguo purificatorio de los califas, hay una bóveda, y, más abajo de ellas, un subterráneo, que parece ser un antiguo templo de Jano.

El secreto fue descubierto por un prisionero carlista. El juez de Primera Instancia, don José Trillo, hizo los primeros reconocimientos.

—La Mezquita es facciosa —dijeron los periódicos liberales después.

Era más bien como Jano, la antigua deidad que había reinado allí: de cara carlista cuando mandaba Gómez y de cara nacional cuando mandaban los generales de María Cristina.

También se descubrió una gran cantidad de dinero, en sacos, de oro y de plata en los cimientos del panteón de mujeres de Santa Victoria, custodiado por el deán don Antonio Sánchez del Villar, que era vicepresidente de la Junta, titulada Real, del Gobierno de la provincia.

Los carlistas de Córdoba quedaron defraudados con la marcha rápida de Gómez.

Borrow cuenta en la Biblia en España que su posadero, carlista fanático, se lamentaba de que los liberales cordobeses le saludaran, diciendo: «¡Eh, carlista!» Y hasta le amenazaban con pegarle.

Naturalmente, esto era después de la partida de Gómez, porque cuando su mando serían los liberales los que se lamentarían si alguno les dijera en la calle: «¡Eh, liberal!»

 

ALMADÉN

Las evoluciones estratégicas de Gómez en las proximidades de Córdoba no tuvieron gran importancia; intentó fortificar algunos pueblos, como Iznájar, pero al ver que faltaba agua y que la reparación de las murallas costaría mucho tiempo abandonó el proyecto.

Por entonces debió conocer el estado en que se encontraba Almadén, pueblo rico por las minas de mercurio, y en el cual se podría coger un buen botín de guerra.

Marchamos camino de Almadén. Vemos un grupo de braceros que dejamos atrás pronto.

Nuestro chófer recita:

Ya  se  van  los  pastores a la Extremadura;

ya se queda la tierra triste y oscura.

Gómez pasó rápidamente por Conquista, Paradas, Pozoblanco y Torremilanos, y se acercó a Santa Eufemia, donde preparó el ataque al pueblo del azogue.

Al saber el gobernador militar de Almadén, brigadier don Manuel de la Puente y Arangueren, la entrada de los carlistas en Córdoba, pensó que no tardarían en acercarse. Comunicó sus temores al ministro de la Guerra, marqués de Rodil, y éste ordenó que el general irlandés Flinter, comandante de la línea de la Mancha, acudiera al pueblo minero con sus batallones extremeños.

El ministro quería que si los atacaban se sostuvieran en la plaza por lo menos dos o tres días y esperaran a ser socorridos.

Los dos jefes, Flinter y Puente, hicieron un reconocimiento del vasto e irregular recinto del pueblo y estudiaron los recursos con que se podía contar para defenderlo.

Convinieron en que salvarían mejor el establecimiento minero desde las posiciones inmediatas, que no intentando la resistencia dentro de los muros.

Conformes los dos en esta idea, y sabiendo por los confidentes que Gómez se disponía a acercarse a Almadén, salieron con los caudales y todas las fuerzas y acamparon en la confluencia de los caminos de Alamillo y Santa Eufemia hasta que supieron que los carlistas habían emprendido su marcha a Fuencaliente. Entonces regresaron a Almadén.

 

LOS GENERALES DISCUTEN

Rodil, hombre terco y doctrinario, general de escuadra y de compás, ordenó a Puente que defendiera a todo trance Almadén, y le aseguró que él iría a su socorro, lo más tarde, a las cuarenta y ocho horas.

El brigadier Puente comunicó al ministro que las murallas del pueblo eran unas miserables paredes, rotas en muchas partes, de tapias de corrales, con bardas que tenían una circunferencia de tres cuartos de legua.

Añadió que entre Flinter y él no tenían tropas suficientes para una defensa seria. Rodil exigió la defensa, y Puente dijo que, tanto él como Flinter, estaban dispuestos a morir sepultados bajo los miserables escombros de aquellas tapias.

Gómez tenía por entonces de siete a ocho mil infantes, soldados aguerridos; mil doscientos caballos y varias piezas de artillería. Puente no con taba más que con unos mil quinientos hombres, casi todos milicianos, hombres viejos, y ciento ochenta caballos.

 

DISPOSICIONES PARA LA DEFENSA   

Al saber la proximidad de Gómez, Puente dividió la defensa del recinto.

El se hizo cargo del fuerte Cristina.

El fuerte, que existe aún, tiene una torre, con su reloj; es lo que se llama el castillo de Retamar. Está empotrado en las calles del pueblo.

El brigadier Flinter defendería, desde la entrada del establecimiento minero, un fuerte, ya desaparecido, llamado La Enfermería, y el comandante de los tiradores de Extremadura, don Fernando Cojo, el centro de la villa, la plaza de la Constitución y la iglesia de San Juan.

Se hicieron barricadas y se designaron jefes de ellas.

Un problema para las tropas era el agua, que escasea en Almadén en tiempo normal.

 

SANTA EUFEMIA

Gómez se acercaba y repartía su gente entre Alamillo y Santa Eufemia.

Gómez y su Estado Mayor se instalaron en Santa Eufemia.

Este pueblo, en la raya de la provincia de Córdoba, a quince leguas de la capital, está en un cerro pedregoso, a orilla del Guadalmar. El riachuelo y otro próximo, llamado el Valdeazogue, se encuentran en el momento cubierto de flores; acuáticas blancas.

Cerca de Santa Eufemia, en una calle, en una altura, se yergue el castillo de Miramontes, al que no le queda más que un torreón desmochado.

Lo principal de Santa Eufemia es una calle en cuesta, que termina en un arco de una antigua muralla. La gente hace tertulia a la puerta de las casas.

Voy al Ayuntamiento. Nadie sabe nada de los carlistas de Gómez. El recuerdo se ha borrado por completo.

Me invitan a subir a la sala del Municipio, y me enseñan montones de papeles que hay en un armario. Pero ¿quién descifra en poco tiempo lo que puede haber en estos legajos?

Nos acercamos a la plaza de la iglesia, en donde probablemente formarían los hombres de Gómez.

Salimos del pueblo por la carretera.

Nos detenemos a contemplar cómo pasan por el vado del río, cuajado de flores, una recua de machos, con sus arrieros.

 

UNA MUJER GOYESCA

Una mujer, pequeña y rara, se cruza con nosotros. Parece, por su tipo, una bufona de los Caprichos de Gaya; con una cara hombruna, alelada.

A esta mujer goyesca le pregunto yo:

—¿Y por qué pasa la gente metiéndose en el río, y no por el puente?

—Por no perder tiempo —me contesta ella. Me choca la economía de dos o tres minutos. Esta mujer me dice que no ha montado nunca en auto ni en cambriones, y que ojalá cayera un rayo en cada uno de ellos. ¡Qué misoneísmo más absurdo!, como diría un sociólogo.

El campo próximo a Almadén está formado por cerros áridos y pedregosos, de cuarzo y de pizarra de color gris. En todos los alrededores hay construcciones arruinadas al lado de escombreras oscuras.

 

ALMADÉN SIN AGUA

El pueblo de Almadén no es gran cosa, sobre todo pensando que es uno de los centros mineros importantes de Europa.

Se ve la negligencia habitual del Estado. En el pueblo no hay agua.

Las mujeres tienen que esperar la vez en la fuente de la plaza, quizá la única, para llenar sus cántaros.

Marchan después con ellos, llevándolos a la cabeza y en la cintura.

Con el dinero que habrá salido de estas minas podrían tener fuentes con cañerías, no de hierro, sino de oro.

Por la epigrafía callejera de paseos y de muros parece que Almadén es un pueblo poco socialista. Hemos visto muchos letreros que se refieren a hechos políticos de actualidad.

Dejando lo moderno por lo antiguo, buscamos los puntos de defensa de los sitiados por Gómez en Almadén.

Al fuerte Cristina o castillo de Retamar, donde se instalaron Puente y Aranguren, se llega pasando hasta el fondo de una casa y atravesando varios patios; el fuerte llamado de la Enfermería, del que se hizo cargo Flinter, estaba en la plaza y no existe ya.

 

EL ATAQUE

El 23 de octubre las tropas de Gómez rodearon ¡ rápidamente la villa y comenzaron el ataque por todas partes. En los primeros momentos los batallones carlistas no pudieron escalar las tapias de los corrales, a pesar de sus esfuerzos; tan vivo era el fuego de los que defendían los muros. Gómez mandó colocar dos piezas de artillería, que fueron batiendo el postigo de Carranza.

A las cuatro horas de fuego las municiones comenzaron a faltar a los sitiados.

Como el ataque era tan general y tan constante, muchas partes quedaron sin defensa. Al anochecer, patrullas de carlistas valencianos y aragoneses lograron entrar en el pueblo, y poco después pasó el ejército regular de vascos y castellanos.

Puente y Flinter se encerraron cada uno en su fuerte, dispuestos a defenderse hasta el final. Quizá esperaban el auxilio prometido por Rodil.

Flinter había quemado la calle próxima al recinto que defendía. La situación iba haciéndose cada vez peor. El capitán de provinciales de Córdoba, con su compañía de cristinos, se había pasado al enemigo. Los carlistas iban horadando los tabiques de las casas y pasando de una a otra.

Advertido Gómez de que por las bóvedes de la iglesia podía dominar con mayor ventaja el reducto de Flinter, mandó abrir algunas troneras por el ala del tejado.

Ya a los defensores les faltaban municiones y no respondían al fuego. Los dos brigadieres tuvieron que capitular, entregándose en condiciones honrosas, que luego Gómez no respetó.

Al día siguiente los carlistas, con los prisioneros y el botín, que era enorme, fueron a Chillón.

 

CHILLÓN

Chillón es un pueblo bastante grande, en el cual había a principios del siglo xvi una Isabel Sánchez, que se ocupaba en hacer pesquisas entre los sospechosos de herejía y los delataba a la Inquisición. Quizá había en el pueblo, más que heréticos, judaizantes.

A esta mujer la llamaban la Inquisidora.

Se dice que hay una estatua suya en la plaza. Yo no la he visto.

 

LAS CHOZAS DE VACAR

Si no satisfecha la curiosidad, al menos señalados y vistos algunos lugares de la defensa de Almadén, volvemos a Córdoba por la carretera. Pasamos por pueblos, en cuyas calles se ven rótulos de Galán, García Hernández y Alcalá Zamora. También hay muchas calles con el nombre de Ramón y Cajal.

—En la práctica, nos atenemos a los nombres antiguos —dice un joven—, porque si no no hay manera de entenderse.

En un poblado de barracas hay una avenida del

Catorce de Abril.

En las calles de los pueblos por donde pasamos, las muchachas se ponen flores en la cabeza.

Al llegar cerca de Vacar, pueblo que tiene un castillo en un cerro, nos detenemos un instante a cambiar una rueda con el neumático desinflado.

Comienza el crepúsculo. Al anochecer es cuando el campo andaluz tiene encanto. Algunas nubes rojas brillan, incendiadas en el horizonte. Se oye el chirriar de los grillos y el balido de las ovejas. Cerca de la carretera hay un grupo de chozas que forman casi una aldea.

Me acerco a sus habitantes, que quizá me toman por político. Me dicen que ya son muchos en este barrio improvisado, y que quisieran que el Gobierno les concediese una escuela.

Hablamos de cómo se vive dentro de las chozas. Ellos dicen chozos.

—No crea usted que esto está limpio —dice el que vive en una de ellas—, porque el humo mata

todos los bichos.

El fotógrafo quiere hacer una foto, y saca la máquina, con una lámpara blanca y un reflector.

—No vayan ustedes a creer que es un aparato

de radio.

—¿Radio? —exclama el hombre del chozo—. Yo no ze lo que ez ezo. Rayo, zí, porque vi cae hace díaz uno en el siminterio.

—Allí no haría mucho daño —indico yo.

—Pue le diré a uzté, deshiso un panteón, que había coztao má de sinco mil duro. Por mí, que destrose ayí a todo lo que encuentre.

—Tiene usted razón. Allí no puede destrozar más que a muertos.

Dejamos al hombre del chozo, y vamos rápidamente a Córdoba.

Tras la toma de Almadén, Gómez, que veía que Alaix se le acercaba por Córdoba y que Rodil le acechaba por el Norte, dispuso pasar el Tajo por Puente del Arzobispo y marchar a Extremadura.

En Guadalupe había mil quinientos movilizados por el Gobierno de María Cristina, de la milicia extremeña, que al divisar a los carlistas tiraron los fusiles al aire.

Puente del Arzobispo estaba vigilado por dos mil hombres, a las órdenes de Carratalá, y Gómez decidió cambiar de dirección, pasar por el puente de Alcántara y dirigirse a Trujillo.

En Trujillo descansaron un día, y se celebró una Junta, en la cual se trató de las operaciones militares, y Cabrera propuso al jefe de la expedición que se le dejase marchar al Maestrazgo, para socorrer Cantavieja.

 

GÓMEZ DESPIDE  A  CABRERA

Al día siguiente, 31 de octubre, llegaron a Cáceres, punto escogido por Gómez para deshacerse  de las  importunidades  de  Cabrera. Ordenó que los batallones vasco-navarros y castellanos marchasen a la vanguardia y los aragoneses y valencianos a retaguardia, con dos horas de distancia unos de otros. Cabrera y varios jefes habían sido llamados por Gómez para conferenciar con él.

Al llegar al lugar elegido, el general en jefe mandó formar su tropa en orden de batalla, y llamó a Cabrera y a sus compañeros al frente, y ordenó a un capitán que les leyera un oficio.

En este oficio se les mandaba que se separaran de la columna expedicionaria, y con una pequeña escolta de caballería marchasen a Aragón.

Cabrera, ardiendo de rabia y de despecho, pidió que le dejasen llevar su infantería. Gómez le replicó:

—Siga usted su itinerario, y no tiene necesidad de infantería alguna.

Cabrera salió al galope con su ayudante. El Serrador, Arnáu y otros pidieron a Gómez que les permitiera volver a la retaguardia para recoger sus equipajes.

—Sin hablar una palabra más, sigan ustedes a Cabrera, o si no los fusilo a todos aquí mismo.

 

EL SENTIMENTALISMO DE CABRERA

Cabrera se reunió con Sanz y Palillos, que acampaban en tierra manchega y eran perfectos bandidos. En Arévalo fue atacado por la brigada de Abuín, el Manco, y quedó herido y medio muerto.

El coronel carlista Rodríguez Cano, alias  la Diosa, le salvó y le llevó a caballo a una casa conocida.

El caballo relinchaba. Cabrera quería matarlo y la Diosa se oponía. Entonces Cabrera, herido y todo, tumbó al animal en el suelo y con una piedra, dándole golpes en la cabeza, acabó por matarlo.

El levantino de Tortosa no era precisamente un sentimental. No hay que pensar que, como Gómez Pereyra y Descartes, tuviese la absurda idea de que los animales son máquinas.

En esta fuga estuvo también el caudillo levantino a punto de ser víctima de un rayo.

 

UTRERA Y  JEREZ

Dejando a Cabrera en el Maestrazgo, entregado a sus fechorías, seguiremos a Gómez. Este marchó a Andalucía baja y pasó por una infinidad de pueblos, de los cuales los más principales fueron Ecija, Osuna, Marchena, Gaucín, San Roque, Algeciras, etc.

En ninguno de ellos le pasó nada importante; pudo escapar de la persecución de los generales cristinos, hasta que, después del encuentro en Arcos, se dirigió, medio fracasado, al norte.

Nosotros tomamos el camino de Algeciras. Comemos en una fonda, a la entrada de Utrera. Esta Andalucía baja parece un país un tanto monótono.

Sin duda, es rico y fértil, pero poco variado. Ese gusto del blanco, esos pueblos almidonados, con las casas, los tejados, los bancos, todo revocado de cal," no me producen entusiasmo, me hacen daño a la vista. Utrera me recuerda al abate Marchena, revolucionario en París, poeta místico y profesor de ateísmo por principios.

También recuerdo haber oído de Utrera esta frase: «Mata al rey, y vete a Utrera.»

Lo mismo se dice de Lorca: «Mata al rey, y vete a Lorca.» «Mata al rey, y vete a Murcia.»

No sé qué medios de ocultarse habría antes en estos pueblos, pero alguna razón folklórica debe de tener esa frase.

Jerez es un pueblo hermoso, pero parece también un pueblo más de fachada que de interiores. Es lo que caracteriza a todo el Sur.

En las paredes de las casas de Jerez hay ahora muchos letreros revolucionarios: «¡Guerra al fascio!», «¡Viva la C. N. T.!», «¡Sin Dios!», «¡Viva la F. A. I.!», «¡Viva el comunismo libertario!», «¡Viva la huelga!», etc.

 

SAN FERNANDO  Y  CHICLANA

Pasamos por el Puerto de Santa María y por San Fernando. Este debe ser un pueblo muy republicano, a juzgar por sus letreros. Al marchar por una avenida ancha, por uno de los lados, todas las bocacalles presentan lápidas dedicadas a personajes de la República. Pi y Margall, Salmerón, Zorrilla, Costa, Nakens, tienen recuerdo. Entre ellos aparece también el fogonero Sánchez Moya, del Numancia.

Antes  de llegar a un pueblo, veo cómo una gitana prepara la comida en el campo.

—¿Pero está usted sola? —le pregunto.

—Ahora,  sí —contesta ella, lacónicamente—.

No temo a nadie.

El pueblo próximo es Chiclana, pueblo grande, hermoso, lleno de sol, y en cuyas calles se ve muy poca gente.

Me gustaría saber si queda aquí algún recuerdo del general don Juan Van-Halen, que vivió en Chiclana en su vejez. Pregunto en una tienda, y me oyen con tanta extrañeza como si pidiera noticias de la luna. No insisto. En estos campos de Chiclana se libró una batalla muy importante en la guerra de la Independencia.

Seguimos, y pasamos por cerca de Vejer, que se ve en un alto.

 

LA LAGUNA DE LA JANDA

Luego comenzamos a bordear la laguna de la Janda. Esta laguna es hermosa y grande. A lo largo debe de tener doce o catorce kilómetros, y a lo ancho siete u ocho. Según algunos historiadores, fue aquí donde se dio la batalla entre moros y cristianos, que se llamó del Guadalete, y que fue el comienzo de la invasión árabe.

La laguna de la Janda debe de ser de propiedad particular, porque está cercada y alambrada. Esto hace un poco antipática la propiedad andaluza en su forma de latifundio. Es una propiedad exclusivista, sin el menor sentido social. En las aguas turbias de este lago se ven grandes toros, medio hundidos, que miran con curiosidad lo que pasa por la carretera.

 

TARIFA

Seguimos hasta la punta de Tarifa, y comenzamos a ver, a la derecha, el Atlántico, y después Tarifa, pueblo blanco, con los torreones de Guzmán el Bueno, en donde don Francisco Valdés hizo la quijotada de entrar con pocos hombres, en 1824, para hacer la revolución.

Seguimos por la carretera hacia el Sur, viendo, a la derecha, el Atlántico y las costas de España, que se dibujan en la superficie azul. Pasamos junto a la punta Marroquí y después vemos Tarifa y su isla.

Tarifa es un pueblo con torreones antiguos, algunos quizá del tiempo de Guzmán el Bueno.

Aquí, en Tarifa, se creía que había nacido la amazona realista Josefina Conimerford.

Por lo que me ha escrito un arquitecto sevillano, cuya carta publico después, don Pedro Sánchez Núñez, la amazona realista no nació en Tarifa, sino en Ceuta.

Esta carta de Sevilla tiene interés para mí, y puede tenerla para algunos lectores, porque aclara la filiación de la famosa en el tiempo Josefina Commerford. Yo tenía algunas notas y un libro novelesco sobre ella, pero como éstos se perdieron, ya no tengo medios para aclarar la figura curiosa de esta dama.

 

 

Pedro Fernández de  Núñez. Arquitecto. MONTEVIDEO,   10. Teléfono 32603.

Sevilla, 25 de diciembre de 1942.

Sr. D. Pío Baroja.

Distinguido señor mío: Le incluyo certificado de inhumación de la famosa amazona realista Josefina Commerford, del que se deduce que nació en Ceuta en 1794, y no en Tarifa en 1798, como hasta ahora se creyó.

También poseo el certificado de defunción, expedido por el cura de la parroquia de San Vicente, a que pertenecía la casa número 8 de la calle Garzo, en que falleció, y he logrado identificar la casa, que hoy lleva el número 17 de la calle García Ramos.

He obtenido copia de su testamento, otorgado el 30 de diciembre de 1863, en el que aparece su firma en esta forma: «M.a Jpha. de Commerford Mac Croon Sales y O'Rien, Csa. de Sales.» Si consigo algún retrato de esta extraordinaria mujer y dispongo de tiempo, acaso intente hacer un ensayo biográfico, en el que se rectifiquen los errores que hasta hoy se consignan en cuantos autores se han ocupado de ella.

Le ruego que me indique cómo podría adquirir un ejemplar de A. Letamendi, Josefina de Commerford o el fanatismo.

En espera de su contestación, si, como creo, le interesan estas noticias, quedo suyo, affmo. y asiduo lector,

P. Fernández Núñez.

Pd.—Si lo desea, le enviaré copia del certificado de defunción y del testamento, que no le  mando ahora por no tener seguridad de su residencia actual.—Vale.»

De Tarifa seguimos por los altos de Algeciras hasta dominar la bahía. Comemos en un restaurante, y salimos camino de Gibraltar. La Isla Verde, a la entrada de la bahía, tiene ahora un puente de madera que la une a tierra.

 

GIBRALTAR

Seguimos por San Roque al Campamento y a La Línea.

La columna de Gómez salió de Gaucín y se acercó a San Roque.

Dejaron aquí unos batallones y fueron con otros hacia Gibraltar. Una fragata inglesa y varios guardacostas españoles los recibieron a cañonazos.

Gómez pensaba surtirse de calzado en la plaza inglesa. Pero el haberse metido el general Ordó-ñez en La Línea le impidió hacer las compras, y tuvo que retroceder.

La Junta carlista de Córdoba se propuso entrar en Gibraltar y se acogió al pabellón francés, presentándose al cónsul. En una falúa partió a las once de la mañana, y a dos tiros de fusil del puerto fue apresada por dos guardacostas. Se les llevó a los individuos de la Junta de Sevilla y se les metió en la cárcel.

No se puede esperar que por estos sitios, en que la gente vive al día, haya el más ligero recuerdo de la expedición de Gómez. Efectivamente, no lo hay.

 

LA LINEA

Nos detenemos en la Línea, delante de la Aduana, al lado de unos cochecitos abiertos que emplean los turistas para visitar Gibraltar.

Hay delante de la Aduana una multitud de gente mísera, campesinos desharrapados, con un saco azul; obreros con la chaqueta al hombro, cestas y capachos, y grupos de gitanos. Nuestro chófer y el fotógrafo se van a Gibraltar, yo me quedo en La Línea. A la entrada de la Aduana hay un cartel en español, inglés y francés, para que los automóviles se detengan allí.

 

LOS CONTRABANDISTAS

Cuando me fijo, noto que es siempre la misma-gente la que pasa por la Aduana, es decir, que hay muchos que entran por un lado y salen por otro. He visto a un cojo, con dos muletas y la pierna paralítica, y a un mudo, con los brazos y el pecho bronceados, un sombrero puntiagudo en la cabeza y un pantalón negro.

—Oiga usted, ¿qué demonio hace esta gente y por qué entran y salen? —le pregunto a un curioso.

—Pues esta gente va a terreno de Gibraltar. Les dejan pasar por la Aduana cierta cantidad de azúcar y de tabaco, y entran y salen constantemente. Algunos dan hasta veinte vueltas en las ocho horas que les autorizan a esto, y sacan mejores jornales que si hicieran alguna otra cosa

—Lo que inventa el hombre para no trabajar.

Un carabinero me dice que avance por el arenal y vea los preparativos del contrabando; esto se hace ante el Peñón, amenazador, lleno de bocas de fuego.

Después, la gente que practica este trabajo, al parecer legal, pasa por la plaza, donde deja sus fardillos, y vuelve de nuevo a pasar por delante de la Aduana a recoger otros.

Parece que los españoles hemos arreglado este pueblo de La Línea con un sentido masoquista. Mientras los ingleses entran en terreno español en hermosos automóviles, nosotros enviamos mendigos, lisiados, escuálidos, enfermos y gitanos.

Entre tanto espero con el auto, y un viejo ex carabinero me cuenta historias antiguas de los contrabandistas, de las alambradas, de los perros que pasaban tabaco en la espalda, etc.

También el ex carabinero tararea una copla antigua, que dice así:

Dicen  los  contrabandistas

cuando salen  del  Peñón:              '

«Dios nos  libre, compañeros,

de la boca de un soplón.»

Después canta:

A los carabineros no les des agua,

porque con el bigote rompen la jarra.

Y esta copla de otra canción:

Contrabandista  valiente,

¿qué tienes que tanto lloras?

Que me han matado el caballo

y no me quiere mi novia.

Y acaba su relación con otra copla, que termina diciendo:

¡Viva mi jaca castaña,

la perla del contrabando!

Miro a Gibraltar desde la plaza y comparo la silueta actual con la de un grabado del siglo XVIII.

 

CÁDIZ

Vamos ahora a dormir a Cádiz.

Un hombre nos recomienda un hotel.

Es un hotel grande, que hace cuarenta años sería lujosísimo, pero que ahora es incómodo.

Los cuartos, de un techo muy alto, no tienen ventilación adecuada, porque dan sólo por una puerta a un patio con el techo de cristal. Cada cuarto tiene dos camas y aun tres.

—Pero ¿para qué estos cuartos tan grandes y con tanta cama? —le pregunto a la muchacha.

—Es que más que personas sueltas, vienen familias enteras.

En el cuarto hay muchos mosquitos, y pienso que tendrá uno que pasar parte de la noche dándose bofetadas en la cara para no dejarse sorber por estos fastidiosos insectos.

Esta posibilidad me impulsa a marcharme a' la calle a pasear, y después de dar unas vueltas l'. me siento en un café. Le hago algunas pregun-| tas al mozo, y éste me dice:

—¿Es usted marino?

—No.

—Pues  yo  le  había  tomado por un  marino

vasco.

—Vasco soy; marino, no.

—Pues ahí tiene usted un paisano.

—¿Quién?

—Ese viejo.

—Pues dígale usted que si quiere tomar conmigo algo, le convido.

El hombre viene a mi mesa, y charlamos. Me cuenta que navegó unos años; luego estuvo en Cuba, donde hizo una pequeña fortuna; volvió a España joven y se quedó en Cádiz, y desde entonces no ha salido del pueblo. No ha vuelto a Vizcaya, que es su país. No tiene relaciones con nadie. Vive como una ostra. Le pregunto si recuerda canciones vascas. Me dice que no. i

Le canto ésta, en voz baja:

Ni naiz capitán pillotu.

Neri bear zait obeditu.

Bestela zembaiten casqueta,

Bombillum bat eta, bombillum bi.

Burumban jartzen bazait neri.

Bombillum  bat eta,  bombillum bi.

Eraguiyoc Shanti arraum orí.

 

(Yo soy el capitán piloto, hay que obedecerme a mí. Si se me pone en la cabeza, una botella grande o dos botellas. Mueve, Santiago, ese remo.)

El viejo marino se ríe, y me dice con melancolía:

—Algo entiendo, pero he olvidado casi todo el vasco, que antes hablaba.

Después se acerca a nuestra mesa un gaditano, conocido del marino, y se sienta y comienza a charlar.

Le pregunto si en Cádiz se siguen haciendo canciones, como a principios del siglo. Me dice que el cante fondo está muy en decadencia y que se cultiva más por la parte de Málaga y de Almería que por Sevilla y Cádiz. Quizá él sea malagueño. Canta a media voz algunas canciones, que yo no he oído nunca, y que recuerdo la letra. Una dice:

Tú tienes muy poca «sá»;

anda y vete a la salina,

que te la acaben de «echá».

Corre y  merca  un  incensario

y sahúmate ese cuerpo,

mira que tienes mal «fario».

La sal y el mal fario es una preocupación de los andaluces.

Vuelvo al hotel, a luchar con los mosquitos. Por la mañana, en el salón, la gente entra y sale y habla por los codos.

 

ARCOS DE LA FRONTERA

La carretera de Jerez a Arcos tiene dos filas de eucaliptus, lo que le da un aspecto un poco australiano.

Por el camino se ven aldeanos, que pasan con su hatillo al hombro, deslizándose como fantasmas.

Arcos de la Frontera es un pueblo en anfiteatro, colocado en una colina elevada, a la que van escalando las casas, y rodeado en parte por las aguas amarillentas del Guadalete.

Tiene Arcos calles estrechas y pendientes, algunas con escaleras, una plaza pequeña y una iglesia, con una fachada de estilo gótico florido. Tiene también otra iglesia más moderna, barroca y alegre.

Las casas, por la parte del río, están como colgadas en el cerro, donde se asientan, y parece que se van a desmoronar.

Yo hice, recordando a Arcos, un pequeño romance, que comienza así:

Sobre una roca, que va

deshaciendo el Guadalete,

y no lejos de la cuenca

del río de Majaceite,

se alza la ciudad de Arcos,

bajo un cielo refulgente,

con sus torres y sus casas,

sus muros y contrafuertes,

que el sol dora e ilumina

cuando nace y cuando muere.

Como cantinela de pueblo, en que se muestran las excelencias de la ciudad, hay ésta:

Tres detalles tiene Arcos

que no los tiene Jerez,

Torremocha, Puente el Alto

y el Hoyo de San Miguel.

 

NOS   HABLAN DE NAPOLEÓN

Llegamos a la plaza del pueblo. Entramos en una taberna. El tabernero, un poco charlatán, no ha oído hablar de Gómez ni de Narváez; en cambio, dice que le han dicho que en el palacio del duque de Arcos, de la plaza del Ayuntamiento, durmió Napoleón. Es notorio que Napoleón I no estuvo en Arcos; pero es también evidente que estas tradiciones populares siempre tienen alguna base.

La razón de ésta la encuentro leyendo, con intención de aclarar la noticia, el libro de don Adolfo de Castro, Cádiz en la guerra de la Independencia. Habla el autor de un viaje de José Napoleón, José I o Pepe Botellas, y dice:

«Llega a la ciudad de Arcos, pasa en ella una noche. El siguiente día, 27 de febrero, antes de partir, oye, con su ministro Urquijo y varios generales y otros magnates de su comitiva, una misa en la parroquia de Santa María. Al salir, un leñador o carbonero, llamado Juan Girón, arrojóse a sus pies y le pide una gracia; pregúntales José qué solicita. El leñador le dice que su mujer, Antonia López, ha parido en la noche anterior un niño y una niña, que desea que Su Majestad sea padrino del bautismo de ambos.

Aquella tarde, con gran pompa, en la misma parroquia de Santa María es el bautismo del hijo del leñador o carbonero, poniéndose al niño el nombre de José Bonaparte, y a la niña el de Josefina Julia.»          

 

CALLEJEAMOS

El tabernero me habla del convento de las monjas mercedarias. Tiene un jardín y un patio. Cuando se estableció la República, se dijo que iban a desocuparlo, y el tabernero ayudó a las monjas a recoger y a embalar sus efectos.

Después de charlar delante del convento, salgo por las calles del pueblo, seguido por algunos chicos.

Bajo por la cuesta del Socorro, y me detengo en una callejuela solitaria, con casas blancas, con rejas y una puerta de iglesia al fondo.

Muchas casas las están enjalbegando las mujeres.

 

UN VIEJO   SOLDADO

Entro en un pequeño taller de aperos de labranza, y pregunto si no habrá algún viejo en el pueblo que sepa algo de la guerra carlista. Me dicen que hay uno, que suele contar historias antiguas. Voy a su casa, hablo a dos muchachas y me hacen entrar en la alcoba de una señora, enferma y gruesa, que está en la cama y que no se puede incorporar en ella.

Me dice que su marido estará en una casa de al lado.

Voy a verle. Este viejo tiene unos ochenta años. Estuvo con el general Moriones en la última guerra. No ha oído hablar de Gómez ni de Narváez.

No creo que nadie en el pueblo sepa esto que yo le pregunto.

 

EN BUSCA DEL MAJACEITE

En vista de ello, bajamos el puente del Guadalete, con la idea de acercarnos al río Guadalcacín o Majaceite.

El Majaceite es un afluente del Guadalete, donde Narváez dio una gran embestida a Gómez, que hizo que éste se retirara del Mediodía de España y se dirigiera definitivamente al Norte.

Nos cruzamos en el puente de hierro del Guadalete con carboneros, que vienen con burros cargados de carbón y con aldeanos que vuelven al pueblo.

Un peón caminero nos dice que si queremos ir a la orilla del Maj aceite tenemos que dirigirnos a un pueblo que se llama Algar o Río Algar.

Seguimos la carretera, pregunto a unos campesinos, que van montados en un burro.

—¿Este es el camino de Algar?

—No; éste va al pueblo de Guadalcacín, que está cerca del pantano.

Para ir a Algar hay que desandar un poco lo andado y tomar a la izquierda.

Volvemos de nuevo hacia el puente y encontramos el camino de Algar.

 El campo está poblado de monte bajo y de matorrales con algunos olivos. A lo lejos, se ven montañas grandes, que deben ser de la sierra del Aljibe y de la serranía de Ronda. En esto se rompe un neumático y hay que componerlo y arreglarlo. Se sigue hacia Río Algar, y vemos poco después el pueblo.

 

ALGAR

Algar tiene una calle importante, de casas bajas. Es ya el anochecer. En las puertas hacen tertulia las gentes, sentadas en sillas y bancos.

La entrada del auto en el pueblo produce cierta sorpresa.

—¿A dónde van ustedes? —pregunta el alguacil.

—Vamos a ver el río Maj aceite.

—Pero... si no se puede pasar.

—¿Cómo que no se puede pasar?

—Están haciendo la carretera y no está terminada.

—¿Y a pie?

—No está tan cerca para ir a pie.

Se nos va a echar la noche encima y no vamos a salir de aquí. Unos dicen que han pasado camiones por la carretera a medias construida.

—Pues pasaremos nosotros también.

—En tal caso, pidan ustedes permiso al contratista.

—¿Y dónde está el contratista?

—Allí está, en aquella puerta. Hablo con el contratista, y me dice que el paso está muy difícil, pero que vaya, si quiero.

—Pues vamonos.

Tomamos por una cuesta llena de cascotes; es casi, más que marchar, subir por una pared. Atravesamos una serie de obstáculos, y tenemos que detenernos un momento y dejar el auto sin peso. Es un espectáculo para todo el pueblo.

—¿Para qué quiere pasar esta gente absurda y alocada? —se debe preguntar la gente.

—¡Pero si no debierais ustedes ir por ahí! —dice un hombre.

—Bien; pero ya hemos ido. No es cosa de volver.

Nos dicen cómo debemos seguir. Pasamos cerca de un pozo, y por un pedregal llegamos al puente nuevo. Comienza a oscurecer. En las aguas brilla el resplandor de las luces del crepúsculo.

 

EL ATAQUE DE NARVÁEZ

En las orillas del Majaceite fue donde Narváez atacó, con su brío acostumbrado, a Gómez.

Narváez había prometido al Gobierno acabar con la expedición de Gómez en un mes.

Llevaba, como lugarteniente, a Ros de Olano; una brigada de caballería, al mando del coronel don Hipólito de Silva, que fue el primero que obtuvo en España la Cruz Laureada de San Fernando, y como jefe de Estado Mayor al célebre abogado sevillano don Manuel Cortina. Narváez quería vencer a todo trance.

Contaba, además, con la división de Rivero, que estaba a retaguardia de Gómez.

Narváez atacó a los carlistas en aquel terreno escabroso, y aunque no consiguió hacerles muchos muertos ni prisioneros, los dispersó por el monte.

La acción no tuvo lugar fijo para desenvolverse. Después del encuentro de Arcos, riñeron Narváez y Alaix por rivalidades del oficio. Los soldados preferían a Alaix a Narváez.

Mendizábal y Calatrava habían elegido a Narváez para ver si daba el golpe de gracia a Gómez, y el ministro de la Guerra, García Camba, le había dado atribuciones extraordinarias, hasta la de obligar a Alaix que le cediera su división, cosa que produjo, días después de la acción de Majaceite, un altercado violento entre los dos generales y un motín militar. Si llegan a ponerse de acuerdo los dos generales, exterminan a las fuerzas de Gómez; pero Alaix no cedía, y siguió en el mando; después persiguió a Gómez. Ya solo, lo sorprendió en Alcaudete, circunvaló el pueblo, lo atacó a la bayoneta y derrotó y dispersó a los carlistas, apoderándose de equipajes y caudales y haciendo cientos de prisioneros.

Desde entonces Gómez no hizo más que huir, hasta que llegó a Orduña, el 19 de diciembre de 1835.

 

UN PANTANO ROMÁNTICO

Seguimos el camino ya de noche. Pasamos cerca de la orilla del pantano de Guadalcacín. Tiene éste ahora un aire romántico, un color de E lata brillante bajo el cielo  incendiado. Es un igo fantasma. Parece un fiord. En medio del agua se destacan unas islillas y un promontorio oscuro. Hay una parte que refleja el fulgor rojo del cielo. Las esquilas de los rebaños suenan misteriosamente.

 

VUELTA

Al día siguiente emprendemos la vuelta para Madrid a la carrera; atravesamos los campos andaluces como una exhalación.

No nos paramos más que un momento para tomar gasolina. Nuestro fotógrafo lo aprovecha para impresionar placas. Marchamos a gran velocidad. Casas, pueblos, encrucijadas... quedan atrás. Aquí, unos labradores que están escardando; allí, la silueta moruna de la entrada de Mar-chena. Plaza ancha, palacio hermoso, con una torre en forma rara.

Al pasar cerca de Marchena y detenernos un momento en la carretera ante un grupo de muías, que, sin duda, llevan a beber al río, nuestro chófer canta:

De los cuatro muleros que van al río,

el de la muía torda es mi «marío».

En la plaza de La Carolina el fotógrafo recoge en su placa el monumento de la batalla de las Navas, y en Ocaña la gran picota.

Después seguimos a marchas forzadas, y en pocas horas estamos en Madrid.