El carlismo visto por los no carlistas
Condecoraciones carlistas durante la Tercera Guerra Carlista 1873-1876

Por Jesús Martín Alías, (publicado con la autorización del autor y por la cortesía del portal www.numismaticodigital.com )
En este artículo nos adentramos en la medallística carlista de dicho periodo, en el que Don Carlos crea una serie de condecoraciones específicas que se añaden a las recompensas militares o civiles habituales y que el soberano legitimista concedía en sus atribuciones como Rey de las Españas, gobernando como tal en amplias zonas del territorio vasco-navarro y en algunas comarcas rurales de Cataluña, aquí representado por su hermano Alfonso, itinerante en compañía de su esposa Doña María de las Nieves.
Medalla de Berga (en cobre)
Medalla de Alpens (en plata)
Medalla de Montejurra (en cobre)
Medalla de Don Carlos (en plata y encobre)
Medalla de Somorrostro (en cobre)
Medalla de Cuenca (en cobre)
Medalla de La Caridad (en oro)
Medalla de La Caridad, otro dibujo (en plata)
Medalla de La Caridad, otro dibujo (encobre)
Medalla a los defensores de la Costa Cantábrica (en cobre)
Además, en dicha obra se incluye un dibujo enviado por el propio Melgar, con la imagen de las diez medallas, así como de monedas y sellos emitidos por los carlistas durante la contienda. Dada la fuente oficial y contemporánea de dicha lámina, que reproducimos en este artículo, pasaremos a comentar en el mismo orden cada una de las recompensas.
MEDALLA DE BERGA
Medalla circular en cobre, de 35 mm. de diámetro. En el anverso figura el busto laureado de Carlos VII, con la inscripción “BERGA • 27DE MARZO DE 1873”; en el reverso, el antiguo escudo de la provincia de Barcelona y el lema carlista “DIOS, PATRIA Y REY”. La cinta es roja y se conocen algunos ejemplares en plata.
Tras la entrada en Cataluña, a inicios de1873, de Don Alfonso de Borbón y de Austria-Este, hermano menor de Don Carlos, acompañado de su esposa Doña María de las Nieves de Braganza, se produce una cierta organización de las partidas carlistas, y comienzan a realizarse acciones contra algunas localidades catalanas emblemáticas. Uno de los principales objetivos es Berga, sede del gobierno carlista en Cataluña en los últimos años de la Primera Guerra Carlista. Por su carácter simbólico, y ser la capital de una comarca con amplio soporte al legitimismo, las tropas de Don Alfonso y de cabecillas del carisma del General Savalls intentarán varias veces la toma de la villa, consiguiéndolo en la acción del 27 de marzo de 1873. Sin capacidad para ocupar Berga de forma permanente, ese mismo día la abandonan los carlistas, que no obstante se apuntan un triunfo con repercusión propagandística, corroborado con la creación de la distinción.
Según consta en un diploma provisional de concesión firmado en Olot el 29 de enero de 1875 por el General Savalls en nombre del Infante General en Jefe, Don Alfonso, la medalla se creó por Real Decreto de fecha 13 de abril de 1873.
MEDALLA DE ALPENS
Medalla circular, de 31 mm. de diámetro, normalmente en cobre plateado y de la que también existen algunos ejemplares en plata, con flores de lis apuntando a los puntos cardinales, ampliando la anchura hasta los 51 mm. En el anverso figura la inscripción “ALPENS 9 DE JULIO DE 1873”, y en el reverso “ADELANTE ! ESTA ES MI DIVISA”. En la imagen adjunta pueden verse ambas caras sobre medallas de las dos variantes de metal indicadas. La cinta era bicolor, roja y amarilla, y existen también piezas con cinta verde.
En la localidad de Alpens tuvo lugar la victoria probablemente más importante de los carlistas en Cataluña, en la quelas tropas una vez más conducidas por Don Alfonso, acompañado de su inseparable e intrépida esposa, y por el díscolo General Savalls, derrotaron a la columna liberal del Brigadier Cabrinety, muerto al inicio del combate. Carlos VII nombró Marqués de Alpens a Savalls y agració con la medalla descrita a los carlistas que intervinieron en la acción. Tanto en Alpens como en la toma de Berga destacó el batallón de zuavos, escolta de Don Alfonso, compuesto en buena parte por antiguos compañeros de armas de éste en los zuavos pontificios al servicio de Pio IX, de cuyas unidades tomaron su peculiar uniforme, cambiando el képi por la boina carlista.
Las continuas desavenencias entre los Infantes y Savalls, en cuestión de liderazgo y enfoque de las operaciones militares, provocaron que estos resonantes éxitos iniciales no tuvieran la continuidad esperada, hasta el fin de la contienda en tierras catalanas a finales de 1875, con la victoria final de las tropas del General Martínez Campos, el restaurador de Alfonso XII con su proclamación previa en Sagunto el 29 de diciembre de 1874.
Según menciona Doña María de las Nieves en sus Memorias de la campaña, las condecoraciones de Berga y Alpens fueron acuñadas en Austria. No obstante, conocemos una factura de un taller de joyería de París, fechada el 26 de abril de 1874, que acredita la entrega de más de un millar de piezas de la medalla de Alpens, la mayoría en cobre plateado, para tropa, y un número más limitado en plata, para jefes y oficiales.
MEDALLA DE MONTEJURRA
Medalla de cobre en forma de cruz, 38 por 38 mm. En tres de los cuatro brazos del anverso se reparte el lema “DIOS, PATRIA, REY”. En el centro circular las fechas del combate, “7.8.9. NOVIEMBRE 1873”, orlado por la leyenda “PATROCINIO DE LA SMA. VIRGEN”. En los ángulos de los brazos, cuatro flores de lis. El reverso es liso. Sobre la cruz, una corona real rematada por una anilla en forma de ramo de laurel que pende de una cinta roja. Posiblemente la medalla se acuñó en Austria y parecen existir ejemplares en plata.
El modelo se describe con precisión en el Real Decreto promulgado en el Cuartel Real de Estella el 9 de noviembre de1873, en el que asimismo se establece que “tendrán derecho a usar esta medalla los Generales, Jefes, Oficiales y clases de tropa que asistieron en cualquiera de los tres días a tan gloriosa batalla”. Según Francisco Hernado, en su obra La Campaña Carlista publicada en París en 1877, el diseño fue encargado por Don Carlos a su dibujante de campaña, Don León Abadías.
Después de comentar las dos medallas conmemorativas de la contienda en Cataluña, nos trasladamos a las operaciones del Norte. Carlos VII penetra en Navarra por Zugarramurdi el 16 de julio de 1873 y aglutina el progresivo levantamiento de numerosos voluntarios para su causa ya en meses anteriores. El dominio carlista en el país vasco-navarro se extiende rápidamente, destacando al inicio la toma de Estella, el 24 de agosto, que se convertirá de facto en la capital de los territorios ocupados, aunque una corte itinerante también se asentará posteriormente con carácter temporal en Durango y Tolosa, y al mismo tiempo destacará Oñate como sede administrativa. En torno a Estella se librarán los principales combates, ante diversas tentativas de los liberales de reconquistar la villa, todos ellos saldados con victorias defensivas de los carlistas, Dicastillo y Montejurra en 1873, Abárzuza en junio de 1874, con la muerte del Marqués del Duero, y Lácar en febrero de 1875, donde a punto estuvo de caer prisionero el joven y recién restaurado rey Alfonso XII. Finalmente, los liberales entran en Estella a inicios de 1876, en pleno derrumbe del frente carlista.
Montejurra, elevación a cuyas faldas se encuentra Estella, ha permanecido como monte mítico del carlismo, cuyos ya escasos partidarios siguen acudiendo a su encuentro anual en el mes de
mayo, tradición desde hace unos setenta años.
MEDALLA DE DON CARLOS
Distinción en forma de cruz de brazos abiertos, de 38 por 38 mm., sobre una corona de laurel, en cuyo anverso se reparte la inscripción “DIOS, PATRIA, REY, 1874”, y en el reverso las palabras “VIRTUD, ABNEGACION, TALENTO, LEALTAD”. El centro es circular, con el anagrama C7 en el anverso e inscripción orlada “RESTAURACION CATOLICO-MONARQUICA”, y en el reverso el escudo de España rodeado de la leyenda “CARLOS VII POR LA GRACIA DE DIOS REY DE LAS ESPAÑAS”. Sobre la cruz una corona real articulada. La cinta es con los colores de la bandera española.
Se acuñaron en plata y en cobre, pudiendo ver en la imagen adjunta el anverso y reverso sobre sendos ejemplares de las variantes de metal. También existe algún ejemplar en categoría oro, destacado por estar esmaltado en blanco, azul, rojo y dorado, constituyendo una de las piezas más raras de la medallística carlista conocida. Las matrices de esta condecoración se encuentran actualmente depositadas en el Museo Vasco de Bayona, en el Sur de Francia, junto a las de la medalla de Somorrostro y las de las monedas de 5 y 10 céntimos de la Ceca de Oñate. También hemos visto algún ejemplar estuchado por un fabricante de París.
En este caso no se conmemora ningún hecho de armas en concreto, sino que distingue los servicios a la causa carlista, con independencia de la nación de origen. De hecho, conocemos algún diploma de concesión en francés y a partidarios de Don Carlos en el país galo. La medalla se crea por Real Decreto fechado en Puente la Reina, cerca de Estella, el 9 de octubre de 1874. Transcribimos los criterios de concesión: “La Real y distinguida Medalla de Carlos VII, de bronce, servirá para premiar a los que se juzguen merecedores de esta distinción por servicios especiales dependientes del talento, de la lealtad, de la abnegación y demás virtudes cívicas. La Real y distinguida Medalla de Carlos VII, de plata, servirá para recompensar servicios eminentes de la misma clase”.
Posteriormente, al finalizar la guerra, Don Carlos firma un decreto que extiende el criterio para conceder la distinción. Según el texto fechado en Mauleón el 28 de febrero de 1876, recién atravesada la frontera franco-navarra por Valcarlos: “Concedo a todos los que han militado en mis Ejércitos del Norte, de Cataluña y del Centro, así como a los que combatieron por mi Causa en la demás provincias de España, la medalla de Carlos VII, creada en 9 de octubre de 1874 para recompensar servicios especiales. … Usarán la Medalla de plata los Generales Jefes y Oficiales, u la de cobre los individuos y clases de tropa. … Solo tendrán derecho a dicha distinción los que, por certificado de sus superiores, puedan acreditar haber servido con fidelidad en mis Reales Ejércitos”.
MEDALLA DE SOMORROSTRO
Medalla circular en cobre, de 29 mm. de diámetro, con tres flores de lis, a los lados y en la parte inferior. En el anverso figura un busto laureado de Carlos VII, con la leyenda “A LA FE Y AL HEROISMO DEL EJERCITO REAL DEL NORTE”, rodeada de hojas de laurel. En el reverso, la inscripción “BATALLAS DE VIZCAYA DE ENERO A MAYO 1874”. Sobre la parte superior, una corona real con una anilla en forma de ramo de laurel, para pender de una cinta verde. Como en otras recompensas, se conocen ejemplares en plata.
Tras asegurar el frente en Estella, los carlistas pasan a la ofensiva en Vizcaya. Tienen ocupado casi todo el territorio del País Vasco y Navarra, pero ninguna de las capitales, y recuperan la vieja idea de conquistar Bilbao, ante la que se estrellaron varias veces en la Primera Guerra Carlista. Después de un primer éxito con la toma de Portugalete, inician el sitio de la capital vizcaína, que se prolonga desde enero a mayo de 1874. En este periodo tienen lugar cruentos enfrentamientos en la línea de Somorrostro y San Pedro Abanto, en febrero y marzo, con infructuosos intentos liberales de socorrer a Bilbao ante las trincheras defendidas por los batallones carlistas. Finalmente se romperá el cerco y el Marqués del Duero libera Bilbao el 2 de mayo, aunque su toma de iniciativa quedará frenada al mes siguiente con su muerte y derrota en Abárzuza, en el intento de tomar Estella. Será un hecho decisivo para prolongar la contienda.
La Medalla de Vizcaya o de Somorrostro se crea por Real Decreto de 31 de agosto de 1874, firmado en el Cuartel Real de Lequeitio. En el documento se describe el modelo aprobado y se indica que “Tendrán derecho a esta Medalla todos los que se hayan hallado presentes por dos meses en las líneas ocupadas por mi Ejército del Norte o en el sitio de Bilbao, o hayan asistido a dos de los combates librados durante el mismo. … Para la elaboración de la misma en suficiente número se empleará única y exclusivamente el bronce de los cañones cogidos al enemigo.”
MEDALLA DE CUENCA
Medalla circular en cobre, con el busto laureado de Don Carlos en el anverso, orlado con la divisa “CUENCA POR CARLOSVII”. En el anverso y rodeada por una corona de laurel, la inscripción “17 DEJULIO DE 1874 EJERCITO REAL DEL CENTRO”. La distinción se crea el 11 de septiembre del mismo año, pero únicamente conocemos su diseño por la lámina facilitada por el Conde de Melgar, ya que no hemos podido localizar ningún ejemplar hasta el momento.
La efímera toma de Cuenca fue un hecho hasta cierto punto aislado, constituyendo un éxito mediático por el hecho de tratarse de una capital de provincia y cercana a Madrid. La acción la protagonizaron las tropas de Don Alfonso y Doña María de las Nieves, que habían pasado desde Cataluña a liderar el ejército carlista del Centro, cuya principal zona de influencia era el Maestrazgo.
MEDALLA DE LA CARIDAD - ORO Y PLATA
Parecido diseño en ambas variantes, con la diferencia de que la de oro está rematada por un adorno que se une a la anilla y la de plata añade una corona real sobre el adorno. Por la parte común, se trata de una cruz de brazos esmaltados en granate, con margaritas en los entre brazos. Centro circular también esmaltado, con una inicial “M” en morado sobre fondo blanco en el anverso. En el reverso, un Sagrado Corazón rojo, también sobre fondo blanco, y a su alrededor la inscripción “LA CARIDAD • 1874”. La cinta es blanca con filetes en morado. En la imagen se muestran anverso y reverso común en los respectivos modelos con y sin corona, en los que la cinta difiere algo de la original.
Hasta ahora hemos hablado de distinción es para méritos militares. La Orden de la Caridad, presidida por Doña Margarita de Parma, esposa de Carlos VII, era una Asociación para el socorro de heridos, de naturaleza similar a la internacional Cruz Roja que empezaba a operar en aquellos tiempos. De hecho, Cruz Roja se estrena en España al inicio del conflicto carlista, en la acción de Oroquieta en 1872.
Por Real Decreto en Puente la Reina de fecha 9 de octubre de 1874, Don Carlos autoriza a su esposa para crear la Medalla de La Caridad, facultándola para concederla en nombre del Rey. En el diseño de la Cruz se hace evidente la referencia a su fundadora y alma máter Doña Margarita, apodada el Ángel de la Caridad.
MEDALLA DE LA CARIDAD - COBRE
Medalla circular en cobre, de 31 mm. de diámetro. En el anverso un centro ovalado con la inicial M, rodeado de ramos de margaritas y orlado con la leyenda en latín “QUIS NOS SEPARABIT • A CARITATE CHRISTI”. Al reverso una cruz con margaritas en los entre brazos, y un círculo en el centro conteniendo un Sagrado Corazón y la inscripción “LA CARIDAD”.
Parece que en un reglamento posterior al Real Decreto de creación de la Orden se establecía que este mismo modelo acuñado en plata y con corona era distintivo de diario de la Cruz de Plata, y en plata y sin corona lo era de la Cruz de Oro.
MEDALLA A LOS DEFENSORES DE LA COSTA CANTÁBRICA
Se trata de un escudo de distinción en cobre representando dos cañones cruzados sobre un ancla. El reverso es liso. Como en el caso de la Medalla de Cuenca, la única constancia gráfica la encontramos en la lámina incluida en “La España Carlista”, y tampoco hemos localizado hasta la fecha ningún ejemplar.
En carta fechada en Tolosa el 28 de julio de 1875, Don Carlos se dirigía al Batallón distinguido de Jefes y Oficiales, también denominado Batallón Sagrado, constituido por mandos veteranos, buena parte con experiencia en las filas de Carlos V, que no podían ser encuadrados en las tropas regulares carlistas y a los que, como unidad especial, se les encomendó la vigilancia de las costas de Vizcaya y Guipúzcoa. En el documento, el Pretendiente se deshace en elogios, encabezados por la referencia a la conducta admirable en las localidades costeras de Lequeitio y Motrico. Es de suponer que la creación de la distinción se realiza por esas fechas, aunque no hay referencia explícita en dicho texto.
Finalizamos así el repaso a unas condecoraciones que tenían como elemento común el reconocimiento del monarca carlista a la entrega y lealtad de sus partidarios. En aplicación de las propias normas de concesión y por su presencia activa en buena parte de la campaña, Don Carlos lucía, entre otras distinciones, las medallas de Montejurra y de Vizcaya. Por su parte, Don Alfonso y Doña María de las Nieves ostentaban las medallas de Berga, de Alpens y de Montejurra, esta última batalla a la que asistieron integrados en el Estado Mayor de un triunfante Carlos VII.
Obligaciones y Bonos Carlistas (1869 – 1873)

Por Jesús Martín Alías, (publicado con la autorización del autor y por la cortesía del portal www.numismaticodigital.com )
Dentro del amplio campo de la Notafilia, un capítulo poco conocido pero de especial interés histórico y documental lo constituyen las distintas emisiones de obligaciones, empréstitos y bonos con que los sucesivos pretendientes carlistas financiaron a lo largo del turbulento siglo XIX sus campañas políticas y militares en su empeño para acceder al trono de España.
Carlos V, Carlos VI y Carlos VII fueron los protagonistas por parte de su rama dinástica de tres confrontaciones civiles que abarcaron un periodo de algo más de 40 años, comprendidos entre 1833 y 1876, y que en todos los casos concluyeron con derrotas, confirmando el reinado de la rama isabelina actualmente en el trono.
Los llamados billetes carlistas fueron en realidad emisiones de títulos para recaudar fondos para la causa que, resultando ser el bando perdedor, explica en buena medida que sean escasos y poco conocidos los ejemplares que han llegado a nuestros días.
En concreto, el escrito que se desarrolla a continuación se centra en las emisiones del periodo comprendido entre 1869 y 1873, bajo la titularidad de Don Carlos de Borbón y Austria-Este, nominado Carlos VII en la dinastía legitimista, sin duda el monarca carlista más popular y que llegó a reinar en la práctica sobre amplias zonas del país vasco-navarro, creando la infraestructura administrativa propia de un estado, así como en ciertas comarcas rurales de Cataluña y en parte del Maestrazgo.
Nos referiremos únicamente a las seis emisiones de carácter oficial, si bien durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) también se produjeron emisiones locales por parte de ayuntamientos en territorio carlista (como Durango o Balmaseda) y en Asturias y León (son conocidos algunos vales con cierta polémica respecto a su autenticidad, aunque sin duda son piezas de época interesantes para el coleccionista).
Antes de enumerar y describir las seis emisiones mencionadas, las enmarcaremos en su contexto histórico, que se inicia en 1868 con el destronamiento de Isabel II, comienzo del llamado Sexenio Revolucionario que concluye con la Restauración Borbónica, a finales de 1874, en la persona de Alfonso XII. Dicha Restauración acelera el final de la contienda civil, que concluye en febrero de 1876 con la derrota de los partidarios de Don Carlos, que parte al destierro atravesando la frontera franco-navarra.
I - Emisión de Obligaciones. Amsterdam, 25 de marzo de 1869
Se trata de recibos provisionales, a canjear por títulos definitivos de Deuda Nacional Española, por importes de 200, 1.000 o 2.000 francos (son los tres valores cuyos documentos conocemos). La rentabilidad del canje es muy alta, ya que se obtiene tras dos desembolsos que, en total y para cada uno de los tres valores reseñados, ascienden a 60, 300 y 600 francos, respectivamente. Adicionalmente, dichos desembolsos generan un interés del 5% anual hasta el momento de obtenerse el título definitivo y, a partir de entonces, los títulos devengan un interés del 3% anual. Ahora bien, la condición para producirse el canje es la toma de posesión del trono de España por S.M.C. el Rey Don Carlos VII. Así se introduce un factor de riesgo, mitigado por la confianza inicial en el triunfo de la causa, que iremos analizando a lo largo de las distintas emisiones.
Las obligaciones son de gran formato y presentan un texto bilingüe español-francés. Están firmadas por dos comisarios regios, D. Enrique Stuart y Ventimiglia, conde de Galve, y D. José Florez, conde de Casa Florez. Don Enrique Stuart (en realidad FitzStuart) era hermano del duque de Alba. Al morir sin descendencia, la titularidad del condado de Galve recae hoy en la actual duquesa de Alba, entre sus numerosos títulos nobiliarios, lo que señalamos como curiosidad.
Las siguientes emisiones se originan al amparo de la importante Asamblea de Vevey (18 de abril de 1870). Dicha reunión, que congrega a casi un centenar de prohombres del legitimismo para dar soporte al pretendiente, tuvo lugar en la residencia de Don Carlos “La Ferté” de La Tour de Peilz, próxima a Vevey, en Suiza.
II - Suscripción Voluntaria Reintegrable. La Tour de Peilz, 30 de mayo de 1870
Esta emisión incluye seis valores, de 100, 200, 500, 1.000, 2.000 y 4.000 reales de vellón, correspondiendo a las series A a F, respectivamente. Se trata de una suscripción voluntaria, reintegrable en los dos primeros años de ocupar el trono de España el Señor duque de Madrid, devengando el 25% de interés anual. Como se observa, se sigue ofreciendo una alta rentabilidad condicionada al éxito de la empresa carlista.
Son vales a favor del portador, impresos por una sola cara, como todos los “billetes” carlistas de este periodo, y al pie del documento se indica que “Estos valores son admissibles (sic) en pago de contribuciones o cualquiera otra deuda del Estado. Están firmados por el conde de Faura y por el conde de la Florida, dos de los nobles presentes en la mencionada Asamblea de Vevey.
Del vale de 1.000 reales se conoce una falsificación de época, fácilmente identificable por la calidad de la impresión y la prestancia del papel respecto al original. Por su rareza resulta igualmente interesante para elcoleccionista.
III - Suscripción Voluntaria Reintegrable. La Tour de Peilz, 15 de mayo de 1871
Incluye cuatro valores, de 100, 200, 500 y 1.000 reales de vellón, de las series A a D, respectivamente. Coincidiendo en su diseño, se distinguen de la anterior por la fecha, por la indicación explícita “Segunda Emisión” y porque la palabra “admisible” aparece correctamente escrita con una sola “s”.
Una curiosidad es que en algunos ejemplares del valor de 500 reales aparece sellada al dorso la siguiente frase: “Reducido el interés al 6% por Real Orden de 12 de diciembre de 1872”. Ello es indicativo de la caída de la rentabilidad ofrecida, tras el entusiasmo inicial del periodo 1869-1871 y ya entrados en la fase bélica, con el inicio de la Tercera Guerra Carlista en 1872.
Precisamente el primer alzamiento carlista se produce en abril de 1872, resultando un fracaso inicial en el País Vasco, con la derrota de Oroquieta el 4 de mayo (para los anales, primera actuación de la Cruz Roja Española en campo de batalla). Don Carlos debe ocultarse en el Sur de Francia. La única actividad de las partidas carlistas durante los meses siguientes se reduce a algunas comarcas interiores de Cataluña, donde entra en enero de 1873 el Infante Don Alfonso, hermano de Carlos VII, junto con su esposa María de las Nieves, para organizar y liderar a los carlistas catalanes. Esto enlaza con la siguiente emisión.
IV - Suscripción Voluntaria Reintegrable. Barcelona, 1 de mayo de 1872
El diseño es diferente al de los vales de La Tour de Peilz y están impresos sobre un papel de baja calidad, indicador de la precariedad propia del conflicto armado en curso.
En este caso se emiten por la Real Junta de Armamento y Defensa del Principado de Cataluña, y conocemos valores de 100, 500 y 2.000 reales de vellón. Coincide con los anteriores en que los vales a favor del portador son reintegrables en los dos primeros años de ocupar el Trono de España el Señor duque de Madrid, aunque la rentabilidad disminuye sensiblemente, ofreciéndose un 5% de interés anual. Otra característica es que se menciona que se trata de un “documento provisional hasta que se canjee al poseedor por los vales impresos que le remiten”. No tenemos conocimiento de la posterior existencia de los indicados vales definitivos, circunstancia lógica por la irregular guerra de partidas itinerantes que se desarrolló en Cataluña y en el Maestrazgo hasta finales de 1875, sin apenas bases permanentes para facilitar un mínimo aparato administrativo.
En el Norte se reactiva el carlismo a inicios de 1873, produciéndose la segunda entrada de Don Carlos en Navarra, por Zugarramurdi, el 16 de julio. Durante la segunda mitad de 1873 se produce la máxima expansión de las tropas del pretendiente, destacando la toma de Estella en agosto y la victoria en la batalla de Montejurra en noviembre. Precisamente alrededor de estos dos hitos se datan las dos últimas emisiones que mencionaremos.
V - Empréstito Voluntario Reintegrable. Estella, 27 de agosto de 1873.
En el diario oficial carlista “El Cuartel Real” (número prospecto, emitido en Peña Plata, cerca de Zugarramurdi, el 9 de agosto de 1873) se publica un anuncio de la Real Junta Gubernativa del Reino de Navarra por el que se emite un empréstito voluntario reintegrable, con un capital de 4.000.000 de reales de vellón, 5% de interés anual y amortización en cinco años. La nota viene fechada en Vera el 30 de julio de 1873, día en el que queda abierto el empréstito, para atenciones de guerra, presentando como garantía los fondos del reino y las rentas de aduanas en particular. Se prevé emitir láminas de 500 a 2.000 reales, y la amortización es en cinco años a partir del 31 de diciembre de 1874. El 31 de julio, en espera de cubrir el empréstito, éste se distribuyó entre las clases altas de Navarra, exigiendo la entrega de la cantidad fijada individualmente en el plazo de ocho días. Es de destacar que a medida que avanzaba la guerra, el carácter de deuda “voluntaria” pasaba a ser “forzosa”, hecho que se acentuaría en los dos años siguientes (por ejemplo el empréstito forzoso creado por el Ayuntamiento de Durango en 1874).
Únicamente conocemos la lámina de 2.000 reales, fechada en Estella el 27 de agosto de 1873, coincidiendo con la entrada de Don Carlos en la ciudad, que sería en la práctica la capital del estado carlista hasta su toma por las tropas alfonsinas en febrero de 1876. La lámina está impresa por una cara, en papel de baja calidad, sin firma alguna, y señala las características básicas de la emisión antes indicadas. Al figurar la serie B, es probable que existan ejemplares de la serie A, posiblemente por valor de 500 o quizá de 1.000 reales.
VI - Bono del Tesoro. Bayona, 1 de noviembre de 1873.
Desde Bayona, en el Sur de Francia, se prestaba un importante apoyo logístico al incipiente estado carlista. Un ejemplo es el servicio de correos que operaba desde dicha ciudad, así como la emisión de estos bonos del tesoro creados por la Real Hacienda.
Conocemos vales al portador por valores de 100, 500, 1.000 y 2.000 reales, correspondientes a las series A a D, respectivamente. Son reintegrables como deuda preferente por el Tesoro público en los cinco primeros años de la pacificación del Reino, con un interés del 6% anual. Vienen firmados por los comisarios regios Conde de Faura y Conde de la Florida, al igual que las dos emisiones de La Tour de Peilz. A destacar, junto con la reducción del tipo de interés, el alargamiento del plazo de reintegro, condicionado a la pacificación en lugar de la subida al trono por parte de Don Carlos. Una ambigüedad, ya que el “rey pacificador” acabo siendo Alfonso XII, y no nos consta que su Real Hacienda atendiera al canje de los bonos carlistas.
Esta emisión, creada por Decreto del 26 de octubre de 1873, fechado en Estella, se publicó en “El Cuartel Real”, número 9, de 21 de noviembre de 1873, ascendiendo el capital a un total de 100 millones de reales.
Además de los cuatro valores anteriormente mencionados, existían otras series de a 10.000, 20.000 y 50.000 reales.
Como hemos mencionado al inicio, no se produjeron más emisiones oficiales. La guerra continuó durante dos largos años más, intentando los carlistas la toma de Bilbao en los primeros meses de 1874. Después se estabilizaron los frentes; los carlistas bloquearon Pamplona y San Sebastián, sin éxito, pero se apuntaron sendas victorias en la batallas de Abárzuza y Lácar, ante intentos liberales de tomar Estella a mediados de 1874 e inicios de 1875. En este periodo, los carlistas llegaron a organizar un embrión de estado en las provincias vascongadas y Navarra (emisión de moneda y sellos de correos y telégrafos, Universidad en Oñate, administración de Justicia, editándose incluso un Código Penal, etc…), donde se ocupaba casi todo el territorio, a excepción de las capitales.
Para dar soporte al esfuerzo de guerra y al mantenimiento de la administración se siguieron obteniendo fondos por distintos medios, entre ellos la colocación voluntaria o forzosa (cada vez más la segunda opción) de los empréstitos y bonos que hemos descrito anteriormente. Con el progresivo agotamiento de los recursos y el afianzamiento de la monarquía alfonsina, a inicios de 1876 se produce la ofensiva final del ejército liberal, que obliga a Don Carlos a cruzar la frontera el 28 de febrero, por Valcarlos, acompañado por diez mil de sus leales.
Las monedas de Carlos VII (1874-1876)
Por Jesús Martín Alías, (publicado con la autorización del autor y por la cortesía del portal www.numismaticodigital.com )
Mediante varios éxitos militares y contando con el apoyo de la población en amplias zonas rurales, los carlistas consolidan en el Norte un incipiente estado sobre el que Carlos VII reina y gobierna de facto desde finales de 1873 hasta inicios de 1876. Entre otros símbolos de soberanía, Don Carlos promulga la emisión de moneda, aspecto sobre el que versa este documento. También hablaremos de monedas que se acuñaron en la misma época en Bruselas, con la efigie del pretendiente, pero sin constancia de su consentimiento.
Así, las monedas acuñadas durante la Tercera Guerra Carlista lo fueron en dos cecas y por motivaciones bien distintas: por una parte la oficialmente creada en la villa guipuzcoana de Oñate; y, por otra, la de Bruselas, donde aparecen unos polémicos aunque cotizados duros con el retrato de Carlos VII. Nos referiremos por separado a los llamados “duros de Oñate” y “duros de Bruselas”, así como a las conocidas monedas de cobre de 5 y 10 céntimos de peseta y la más escasa de 50 céntimos en plata.
Medalla y monedas de la Ceca de Oñate
El denominado duro de Oñate es en realidad una medalla conmemorativa de la inauguración por Don Carlos, en octubre de 1875, de la Real Casa de la Moneda de Oñate, con una clara referencia en su reverso. En el anverso figura un escudo coronado, en cuyo interior está grabado el anagrama “CVII”, y todo ello rodeado de una corona abierta de laurel y olivo.
La medalla se emitió en piezas de plata y de cobre, y existen variantes con tres tamaños de escudo. En las que tienen el escudo más grande y más pequeño aparece una especie de coma a la derecha del año 1875 grabado en el reverso. El tamaño y peso de la medalla, 37 mm. y 25 gr., similares a los de los duros de plata de la época, propiciaron que llegaran a circular como tales a finales de la contienda, a pesar de no portar el valor facial de 5 pesetas. De ahí su denominación de “duro carlista” con la que aparece expuesto un ejemplar en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, ya a finales del siglo XIX, según se indica en el segundo volumen del libro “La España Carlista”, editado en Barcelona en 1886. Con esta referencia enlazamos con las monedas de 5 y 10 céntimos de peseta, únicas emitidas oficialmente por los carlistas.
Aunque en diversas obras numismáticas se hace constar que estas monedas fueron acuñadas en Bélgica, en la actualidad está totalmente demostrado que fueron obra de los talleres de Oñate. En la citada “La España Carlista”, apenas diez años después de concluida la guerra, lo afirma el Conde de Melgar, secretario de Don Carlos, al tiempo que facilita una lámina muy interesante en la que aparecen los dibujos de la medalla y monedas de Oñate, así como de los sellos de correos y condecoraciones creados por los carlistas durante la Tercera Guerra (1872-1876). Es asimismo importante la mención del Conde de Melgar a que otros “duros” que se ven con la efigie de Don Carlos son apócrifos, y “fueron acuñados en Bélgica, después de la guerra, por industriales o especuladores, con objeto de venderlos por doble o triple precio de su valor real”. Estas palabras demuestran que los duros de Bruselas, sobre los que hablaremos más tarde, no son una iniciativa de Carlos VII, aunque la afirmación de Melgar de que fueron emitidos después de la guerra es incorrecta, como veremos.
Volviendo a las monedas de 5 y 10 céntimos, la constancia definitiva y fehaciente de su acuñación en Oñate la encontramos en la orden publicada en “El Cuartel Real”, en Tolosa el 18 de diciembre de 1875, en el número 318 del periódico oficial carlista de esa época, y que transcribimos:
“Secretaría de Estado y del Despacho de Hacienda
Real orden
Illmo. Sr.: S.M. el Rey (Q.D.G.) se ha servido acordar se pongan desde luego en circulación las monedas de bronce de 10 y 5 céntimos de peseta, acuñadas en la Real Casa de Moneda de Oñate.
Lo que de Real orden comunico a V.S.I. para su inteligencia y efectos consiguientes.
Dios guarde a V.S.I. muchos años.- Real de Durango 15 de Diciembre de 1875.- El Conde del Pinar.- Illmo. Sr. Tesorero general de Castilla.”
Pasando a sus características técnicas, ambas monedas llevan en el anverso un busto laureado de Carlos VII, de perfil mirando a la derecha, y bajo el cuello el signo de grabador O•T que bien podría referirse a Oñate. Rodeando al retrato un círculo de perlas y la leyenda “CARLOS VII P.L. GRACIA DE DIOS REY DE LAS ESPAÑAS “, rematada por una flor de lis. En los reversos, el escudo de España con corona real y escudete de la Casa de Borbón al centro, sobre una corona de laurel abierta; a los lados, anagramas C7 coronados, todo ello rodeado por un círculo de perlas y alrededor “5 (o 10) CENTIMOS DE PESETA 1875”. A ambos lados del año, una flor de lis y una margarita, ésta en alusión a la esposa del pretendiente, muy habitual en la iconografía carlista. En ambos casos existen variantes con el reverso girado 180 grados respecto a la colocación habitual de los cuños. Asimismo, la mayor parte de los ejemplares presentan un fallo de acuñación en el reverso, en especial en la base de la corona y en el escudete central con tres flores de lis, lo que se debe a un defecto del troquel y no a desgaste de uso. De hecho, al emitirse muy al final de la guerra, la circulación fue escasa y muchas monedas se guardaron como recuerdo y han llegado en muy buen estado a nuestros días.
Las dos monedas se fabricaron en cobre, conociéndose pruebas en plomo. La de 5 céntimos tiene un diámetro de 25 mm. y un peso de 5 gr., y su tirada fue de 50.000 piezas. Por su parte, la de 10 céntimos presenta una medida de 30 mm. y un peso de 10 gr., con una tirada de 100.000 ejemplares. En ambos casos el canto es liso.
La mencionada revista belga indica que todo el material del taller de Oñate fue embargado cuando los alfonsinos tomaron la villa a inicios de 1876 y que, por accidente, se destruyeron los cuños de la medalla conmemorativa, el “duro carlista”. Actualmente los cuños de las otras monedas emitidas en Oñate se encuentran en el Museo Basco de Bayona, ciudad que fue un importante bastión logístico para el Carlismo en el sur de Francia.
Otro artículo anterior de la “Revue Belge de Numismatique”, de 1875, nos enlaza con las monedas apócrifas de Bruselas, y nos sirve para demostrar, en contra de la afirmación del Conde de Melgar, que se acuñaron realmente en 1874, en plena Tercera Guerra Carlista. El escrito de Renier Chalon, reconocido numismático, fotógrafo y coleccionista belga, hace referencia a las medallas de Berga y Alpens, creadas para conmemorar sendas victorias carlistas en Cataluña durante 1873 y a una moneda de 5 pesetas con la efigie de Carlos VII y fechada en 1874.
Las tres piezas se ilustran en una lámina de la revista, y es de señalar que la gran similitud que presentan los bustos de la medalla de Berga y de la moneda de 1874, la coincidencia del periodo y su publicación en Bélgica, hacen pensar en que las piezas pudieran haber sido diseñadas por el mismo grabador.
Monedas de Bruselas
Finalizamos con los duros de Bruselas, ya mencionados a lo largo del escrito. Por su origen no oficial y especulativo, desde el principio han sido tachados de fantasía o falsificación, aunque por su bella factura, buena conservación en general y la época en que se fabricaron, constituyen todavía en la actualidad una rareza de alta cotización, no solo en catálogos y subastas numismáticos, sino como objetos de interés para el coleccionismo de iconografía carlista.
Se acuñaron piezas en plata y pruebas en cobre, indicando un valor de 5 pesetas en todos los casos y con el peso y medidas propios de los duros de su tiempo. En todas es común en el anverso un busto laureado de Carlos VII, mirando a la derecha, más idealizado que el grabado en las monedas de Oñate y que, como hemos mencionado, sería similar al de la conocida medalla creada para conmemorar la toma de Berga. En los reversos siempre aparece el escudo de España con el escudete borbónico en el centro, y a los lados el valor facial 5. P.. A partir de estos elementos comunes, se generan variedades con distintas leyendas, en castellano o en un latín con evidentes incorrecciones, con cantos lisos o estriados, con grosor normal o doble, y con el año 1874 en el anverso, en el reverso, o en ambas caras, según los casos. José A. Vicenti identifica numerosas variantes, incluidas acuñaciones en oro y en estaño, así como una moneda del mismo estilo pero fechada en 1885. Vicenti y otros expertos coinciden en que se acuñaron en Bélgica y que la marca P. BEMBO bajo el cuello de las efigies de Don Carlos puede ser el seudónimo de Augusto Brichaut, inspector de acuñación en la casa de la moneda de Bruselas entre 1886 y 1895, aunque está documentada ya en 1875, como hemos indicado, la existencia de monedas de este tipo y con la misma marca de grabador, según se observa en la lámina de la “Revue Belge de Numismatique”.
Mencionaremos las variantes de leyendas que conocemos, con ilógicas mezclas de latín, con errores, y castellano:
Anverso: “CAROLUS VII REY DE LAS ESPAÑAS.” Bajo el busto y marca de grabador un pequeño escudete con lo que parecen las cuatro barras de Cataluña o Aragón.
Reverso: “DIOS PATRIA Y REY. 1874” .Separadas las palabras por estrellas de cinco puntas.
Anverso: “CAROLUS VII DEI GRACIA. 1874”. A ambos lados del año, estrellas de cinco puntas.
Reverso: “HISPANIARUM REX.” A ambos lados del escudo, bajo el valor facial, el escudete con cuatro barras y la letra C.
De las dos variantes anteriores, en monedas de plata y con el canto estriado, conocemos otras dos en cobre, de canto también estriado. Una de ellas tiene el mismo anverso y reverso que la primera de plata descrita, y la otra supone un tercer modelo que combina el reverso de la primera con el anverso de la segunda.
Estos tres tipos de leyendas se complementan con un cuarto tipo en la moneda de 1885:
Anverso: “CAROLVS VII D.G. HISPAN. REX - 1885”. Ya no aparece la marca P. Bembo.
Reverso: “DEVS PATRIA REX 5 PESETAS”. El escudo real se asemeja más al de las monedas de Oñate, sobre corona de laurel abierta, anagramas C7 coronados a los lados y la flor de lis y la margarita entre el valor monetario y el lema carlista.
Como se ve, todo un despliegue de combinaciones en unas monedas que evidentemente no llegaron a circular y cuya consideración o no como piezas numismáticas sigue siendo objeto de discusión.
En todo caso, los distintos ejemplares descritos a lo largo del documento constituyen un elemento más de la interesante historia y leyenda de Carlos VII, pretendiente al trono de España, o de las Españas, como indican sus monedas, en clara alusión a las leyes forales que juró defender, y que de hecho gobernó como Rey en amplios territorios del país vasco-navarro durante más de dos años.
George Sand y la Primera Guerra Carlista

La célebre escritora francesa George Sand, seudónimo de Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant (París, 1 de julio de 1804 - Nohant, 8 de junio de 1876), pasó el invierno de 1838-39 con sus hijos y Chopin en la Cartuja de Valldemosa en Mallorca. Este viaje fue luego descrito en su libro Un invierno en Mallorca (Un hiver à Majorque), publicado en 1855, libro en donde figuran dos breves reseñas sobre la guerra civil entre carlistas e isabelinos que se desarrollaba en España (1833-1840).
Por su interés reproducimos dos fragmentos del libro “Un invierno en Mallorca”.
Carta dirigida a François Rollinat:
Nada te he dicho aún de Barcelona, donde hemos pasado, sin embargo algunos días bastante ocupados, antes de embarcarnos para Mallorca. Ir por mar de Port-Vendres a Barcelona con buen tiempo y en un buque de vapor, es un delicioso paseo. Volvimos a encontrar de nuevo en las costas de Cataluña el aire primaveral que en noviembre habíamos respirado en Nimes, pero que no habíamos encontrado ya en Perpignan; el calor del verano nos esperaba en Mallorca. En Barcelona una fresca brisa del mar templaba los rigores de un sol brillante, y barría de nubes los dilatados horizontes limitados en la lejanía por las cumbres de las montañas, unas, negras y peladas, otras, blancas, cubiertas de nieve. Hicimos una excursión por el campo, después de que los buenos caballos andaluces hubieron comido su buena ración de avena, a fin de que nos devolvieran rápidamente al interior de los muros de la ciudadela, en el caso de tener un mal encuentro.
Bien sabes que por aquella época (1838) los facciosos recorrían todo el país en bandas vagabundas, cortando los caminos, invadiendo pueblos y aldeas, imponiendo tributos hasta a los más insignificantes caseríos, domiciliándose en las fincas de recreo distantes aproximadamente media legua de la ciudad y saliendo de improviso de cada roquedal para pedir al viajero la bolsa o la vida.
Nos atrevimos, sin embargo, a bordear durante algunas leguas el mar y no encontramos más que algunos destacamentos de "cristinos" que iban hacia Barcelona. Se nos dijo que eran las mejores tropas de España, y en efecto, eran buenos mozos y no mal vestidos para venir de la guerra. Pero hombres y caballos estaban bastante delgados; unos tenían la cara tan macilenta y demacrada y los otros la cabeza tan baja y los ijares tan hundidos, que al verlos se sentía la angustia del hambre.
Un espectáculo más triste aún, era el que ofrecían las fortificaciones, levantadas alrededor de las más humildes aldeas y ante la puerta de las más humildes chozas. Unas veces un pequeño muro circular de piedra seca, una torre almenada, alta y maciza ante cada puerta, y otras, muros provistos de troneras, alrededor de cada tejado, atestiguaban que ningún habitante de estas ricas comarcas se sentía seguro. En muchos sitios estas pequeñas fortificaciones, en ruinas, tenían impresas las huellas recientes del ataque y de la defensa.
Una vez franqueadas las formidables e inmensas fortificaciones de Barcelona, no sé cuántas puertas, puentes levadizos, poternas y baluartes, nada nos sugería ya que la ciudad estuviera en armas. Tras la triple cadena de cañones y aislada del resto de España por el bandolerismo y la guerra civil, la alegre juventud de Barcelona tomaba el sol en la rambla, larga avenida bordeada de árboles y edificios como nuestros bulevares. Las mujeres, bellas, graciosas y coquetas, se preocupaban únicamente de los pliegues de sus mantillas y de juguetear con sus abanicos. Los hombres, fumando, riendo, charlando, flechando a las damas, comentando la ópera italiana, y sin preocuparse, al parecer, de lo que sucedía al otro lado de las murallas. Pero llegada la noche, terminada la ópera, mudas las guitarras y entregada la ciudad a los vigilantes paseos de los serenos, no se oían, sobre el monótono ruido del mar, más que los siniestros gritos de los centinelas, y las detonaciones, más siniestras todavía, que, a intervalos desiguales, se oían espaciadas de distintos sitios, repentinos o continuados, cerca unas veces, lejos las otras, y siempre hasta los primeros albores de la mañana. Entonces todo quedaba en silencio una o dos horas y los burgueses parecían dormir profundamente mientras se despertaba el puerto y la marinería comenzaba a rebullir.
Si las horas de esparcimiento y paseo osaba alguien preguntar qué eran aquellos extraños y pavorosos ruidos de la noche, se le respondía, sonriendo, que a nadie interesaba y que era más prudente no intentar averiguarlo.
El carlismo de los campesinos de Mallorca no puede explicarse más que por razones materiales, pues es imposible, por otra parte, hallar una provincia menos unida a España por un sentimiento patriótico ni una población menos exaltada por el fervor político. A pesar de los votos secretos que hacían para la restauración de las viejas costumbres, no dejaban de estar aterrados por toda reforma, cualquiera que fuese, y la alarma que había puesto a la isla en estado de sitio en la época en que permanecimos allí, asustó tanto a los partidarios de don Carlos en Mallorca como a los defensores de la reina Isabel. Esta alarma es un hecho que pinta bastante bien, no diré la cobardía de los mallorqulnes (les creo capaces de ser muy buenos soldados) sino la ansiedad producida por la preocupación de la propiedad y por el egoísmo de no ver perturbado su descanso.
Un anciano sacerdote soñó una noche que su casa era asaltada por unos maleantes. Se levantó azorado; bajo la impresión de esta pesadilla despertó a su sirvienta. Ésta, participando del terror de su amo, y sin saber de qué se trataba, despertó a su vez, a todo el vecindario con sus gritos. El miedo se esparció por toda la aldea, y desde allí a toda la isla. La noticia del desembarco del ejército carlista se apoderó de todas las mentes, y el Capitàn General recibió la declaración del sacerdote, el cual, sea por vergüenza de desmentirse, sea por delirio de un espíritu atemorizado, afirmó que había visto a los carlistas. Palma fue declarada en estado de sitio y todas las fuerzas militares de la Isla fueron puestas en pie de guerra.
Sín embargo nada apareció. Ninguna zarza se movió, ninguna huella de pie extranjero se marcó, como en la isla de Robinson, sobre la arena de la playa. La autoridad castigó al pobre sacerdote por haberla puesto en ridículo, y en vez de mandarle a paseo como a un visionario, lo encarceló como a un sedicioso. Pero las medidas de precaución no fueron revocadas, y, cuando abandonamos Mallorca, en la época de las ejecuciones de Maroto, el estado de sitio se mantenía aún.
Nada más extraño que la especie de misterio con que los mallorquines parecían querer transmitirse unos a otros los acontecimientos que agitaban, en aquel tiempo, las tierras de España. Nadie hablaba de ellos, a no ser en familia y en voz baja. Es un país donde no hay. realmente, ni maldad, ni tiranía, es inconcebible ver reinar una desconfianza tan sombría. Nada he leído tan divertido como los artículos del Diario de Palma, y siempre he lamentado no haberme llevado algunos números como muestra de la polémica mallorquina. Pero he aquí, sin exageración, la forma en que, después de haber dado cuenta de los hechos, se comentaba su sentido y su autenticidad:
«Por probados que puedan parecer estos argumentos a los ojos de las personas dispuestas a recogerlos, no sabríamos dejar de recomendar a nuestros lectores que esperasen la continuación antes de juzgarlos. Las reflexiones que se presentan al espíritu en presencia de semejantes hechos merecen ser maduradas en espera de una certeza que no queremos poner en duda; pero lo que no queremos hacer, en forrna precipitada, son imprudentes aseveraciones. Los destinos de España se hallan envueltos en un velo que no tardará en ser levantado pero sobre el que nadie debe poner imprudentemente su mano antes de tiempo. Hasta entonces nos abstendremos de emitir nuestra opinión y aconsejamos a todos los espíritus sensatos que no se pronuncien sobre los actos de los diversos partidos antes de que la situación se dibuje de una manera más clara, etc., etc.»
La prudencia, y la reserva, son por confesión propia de los mismos mallorquines, la tendencia predominante de su carácter. Los campesinos si os encuentran en el campo no dejan de cambiar con vosotros un saludo, pero si queréis trabar conversación, sin ser ya conocidos, se guardan muy bien de contestar aunque se les hable en su misma lengua. Basta que tengáis aire de extranjero para que os teman y tuerzan el camino para evitaros.
Orduña y la Primera Guerra Carlista.

Autores: Federico de Barrenengoa y Joseba Zuazo, del libro “El valle de Ayala” Tomo II
Tomado de la web: http://www.ezagutuurduna.net/
El pleito sucesorio estalló a la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833. Su hermano Carlos no aceptaba la renuncia a sus derechos al trono.
Los liberales, partidarios de los derechos de Isabel, y los defensores de la línea, encabezada por don Carlos, terminaron por enfrentarse entre sí. Y, de este modo, los españoles se dividieron en cristinos, personificados por los liberales, y los carlistas. Cristina, regente del Reino, la deificaban los liberales, y los carlistas la odiaban.
Era necesario conocer estos antecedentes para comprender la índole de la Guerra Civil que iba a estallar.
La Diputación General de Vizcaya, con los representantes del Señorío reunidos aclamaron espontánea y unánimemente a la serenísima señora princesa María Isabel. Juan Felipe de Ibárrola proclamaba como rey absoluto en Orduña a don Carlos de Borbón, al día siguiente, 4 de octubre de 1833. El valle de Arrastaria se sumó también ¬muy pronto al carlismo.
Para sofocar el brote carlista, llegaron de Vitoria a Orduña 80 carabineros y 12 jinetes del regimiento de San Fernando al mando de Jaime de Burgues. Les hace frente Ibárrola, acompañado de Goiri, pero cede ante al empuje de las fuerzas liberales y abandona la ciudad dejando algunas armas, no sin antes haberse apoderado de los caudales que existían en la depositaría de la Aduana de Orduña.
Liberado Ibarrola, emprendió otras acciones con las fuerzas vizcaínas y, al efecto, salió de Bilbao con la brigada llamada Arratia y algunos voluntarios de las Encartaciones al mando del brigadier Rotaeche (natural de Orozco y cura párroco de su parroquia de Albixu-Elexaga), quien ocupóOrduña sin resistencia, esperando allí el resultado de los movimientos de las fuerzas cristinas.
El 14 de abril de este año de 1834 fue un día doloroso para los habitantes de Orduña. Durante la noche, la comunidad de Franciscanos abandonaba la ciudad después de haber permanecido en ella durante tres siglos y medio desde el siglo XV. Su fuga nocturna fue motivada por las molestias que les causaba constantemente el comandante de armas Francisco Linage, que mandaba una potente guarnición militar de carabineros en esta ciudad. Ya en la Semana Santa celebrada poco antes de esta fecha exigía pases a los religiosos que salían a servir o predicar en las iglesias durante esta festividad.
Linage, que desconfiaba de todos, mandó encarcelar al Ayuntamiento y al Cabildo. El guardián del convento era molestado con insistentes retenciones en el cuartel, bajo el pretexto de formalizar los pases que se daban a los religiosos para ausentarse del convento para las misiones y sermones de Semana Santa.
A la huida de los religiosos franciscanos, el comandante de armas encargó al regidor que abriese el oportuno expediente, que se cerró con el inventario de los bienes hallados en el convento. Los muebles e inmuebles se sacaron a pública subasta.
A primeros de julio el rey carlista ordenó se retirasen las fuerzas de la inmediaciones de Bilbao por falta de subsistencias, y pasó el día 2 con el Escuadrón de la Legitimidad y cinco batallones a pernoctar en Orozco y con dos en Barambio Al día siguiente salía con siete batallones a Murguía. El día 6, a las cuatro de la mañana, salió Su Majestad a la cabeza del ejército con objeto de atacar a la column.1 enemiga, que constaba de 19 batallones, y pernoctar en Orduña, sobre cuya Par, estaba el 5° Batallón de Álava con Ibárrola. Una oscura niebla y lluvia incesante le, privó de las operaciones. Permaneció el Rey casi todo el día en Oyardo, descansó e día 7 con sus tropas en Murguía y hermandad de Zuya, y al día siguiente salía par Salvatierra, Alegría y la llanada de Vitoria.
En 1836 el convento franciscano de Orduña pasó a poder del Ayuntamiento. El convento quedaría convertido en asilo municipal y su iglesia en almacén. En la segunda Guerra Carlista se requisó la iglesia, que fue utilizada como almacén por la Intendencia Militar, y quedó destruida, salvo la sacristía.
Iriarte, que en su anterior marcha a Bilbao batió a las fuerzas de Cástor de Andechaga, sostuvo aquí un nuevo encuentro con la retaguardia carlista que marchaba a posesionarse en la Peña Vieja deOrduña. Los carlistas, ya próximos a la Peña, ocuparon la posición disputada, evitando que Espartero por un lado, y Linage por otro, les atacaran.
El 6 de marzo de 1835 sabe el carlista Eraso que Espartero pasaba por Vitoria a marchas forzadas para proteger a Maestu, dejando en Orduña 1.800 hombres mandados por Latre e Iriarte. Con objeto de llamar la atención, cayó Eraso de noche desde Arratia sobre Orduña. Y eso que no hacía mucho, el 21 de diciembre último, el comandante de armas de esta ciudad había lanzado una proclama, extensiva a toda la Hermandad de Ayala, y a los pueblos de Arceniega, Llodio y Arrastaria, haciendo pública la derrota completa de los facciosos. Para el ataque a la guarnición de un pequeño fuerte que defendían poco antes 17 hombres y que el día 7 aumentaron a 21 más, a fin de que pudieran cumplir su misión que no era otra que proteger los molinos harineros de la ciudad, que distaba un cuarto de legua de la misma, Eraso se presenta con superioridad de fuerzas y un cañón que aproximan cuatro yuntas de bueyes. La segunda compañía de guías se dirigió por la izquierda del Nervión, y la primera y tercer batallón por el camino real, con orden de acercarse todo lo posible al fuerte.
Imponíales a sus defensores el cañón y, creyendo no poder resistir, abandonan el edificio objeto de su defensa, que ocuparon al momento los carlistas, cortándoles luego la huida y haciéndolos prisioneros, a excepción de uno que se arrojó al río y permaneció en él oculto hasta el día siguiente en que se salvó.
Los prisioneros fueron fusilados en el mismo paseo de Miraflores (Bilbao), en represalia, según dijo Eraso, del fusilamiento de tres heridos prisioneros. Por la descripción de la acción, por la distancia de los molinos a Orduña donde estaba el grueso de las fuerzas liberales, molinos harineros que no podían ser otros que los de Saracho, por el río donde se salvó el prófugo, se trata del fuerte de Mendíxur salida de Amurrio en dirección a Orduña. En las actas de la Junta de Gobierno de Hermandad de Ayala, se consigna que en esta ocasión los carlistas, por orden del general Eraso, mataron una porción de cristinos en las cercanías de Orduña, y el comandan de armas de la ciudad impuso una multa de 2.200 reales al pueblo de Saracho por no haberle dado parte del suceso, que debió haber tenido lugar en jurisdicción de este pueblo limítrofe con Orduña.
El día 22 de junio Latre hizo algunos reconocimientos cerca de Burceña y a cosa de la una del 23 empezaron los enemigos a moverse y cayeron sobre la División de Castilla del mando de Latre. Mientras el general Latre marchaba en ayuda del punto atacado, recibió un oficio fechado el 22 del general en jefe en que le daba razón de no poder hacer el movimiento sobre Llodio, “que estaba allí Villarreal y muchas partidas de observación sobre Orduña que, por consiguiente, al ponerse en marcha para Llodio encontraría reunidas las fuerzas de aquel carlista (Villarreal) y se vería comprometido a una acción general que deseaba evitar”.
Sabedor en Miravalles, a donde llegó el último día de febrero, de que algunas fuerzas procedentes de Vitoria habían pasado por Murguía y permanecían en Amurrio, resolvió atacarlas. Al llegar a Areta tuvo aviso de que fuerzas de la Reina avanzaban sobre Luyando, y al ir a tomar posiciones supo que se trataba sólo de un reconocimiento que habían practicado, y que desde Amurrio parte de aquellas tropas marchaban a Orduña, guiadas por Espartero, desviándose en dirección de Arciniega.
Al comenzar el mes de marzo, el cuartel general de Espartero ocupaba Berberana, desde donde se dirigió a practicar un reconocimiento sobre Orduña, proponiéndose escarmentar al enemigo si lo hallaba. Con este objeto marchó a las siete y media de la mañana del 5 de marzo, ordenando al brigadier Isidoro Alaix protegiera la operación con algunos batallones y a Felipe Ribero que siguiera a la llanura con la brigada de su mando.
Cerca de Orduña ocupaban los carlistas el mejor terreno y posiciones, y se propusieron impedir el paso de los contrarios. No estaba menos resuelto Espartero a desalojarlos de sus puestos escogidos y, al efecto, destacó a dos compañías de cazadores,
Se había propuesto vencer o morir, y vencieron. Espartero, que ve que el enemigo se abrigaba en la población de Orduña, se decide a penetrar en ella y lo hace con temeridad a la cabeza de unos cuantos húsares. Llegan a la plaza, sufren en ella el fuego medio batallón, pero tienen la suerte de no perder más que un caballo, y desalojan a los carlistas que corren despavoridos por la puerta de Bilbao. Al extremo opuesto de la población, consiguieron las armas liberales no menos ventajosos resultados, pasándoles algunos enemigos. El triunfo fue completo.
Sin descansar en Orduña, regresaron las tropas a sus cantones, y apoco vencedores y vencidos ocupaban las mismas anteriores posiciones.
Los carlistas perdieron unos 200 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. La compañía de cazadores del batallón destinado a contener en Orduña a los liberales, se pasó a éstos. Debido a esta circunstancia, el desaliento se introdujo en el batallón escuadrón que, al mando de Arroyo, cubrían Orduña.
Mientras que al amanecer del 19 Méndez Vigo marchaba a incorporarse al general Ezpeleta en Valmaseda, Espartero tomó el camino de Orduña con todas las precauciones que exigían la vecindad del enemigo.
No bien llegaron las avanzadas a Orduña, abandonada por sus habitantes desobedeciendo a Espartero, cuando se presentaron los carlistas coronando la alta cima de la Peña, enseñoreándose otras de sus fuerzas al mismo tiempo de Unzá, donde se hallaba la vanguardia que mandaba Ribero, quien, después de haber observado la marcha de Espartero y que los carlistas salían detrás de él, hizo frente al enemigo.
Se proponían los carlistas empeñar a Espartero en un movimiento sobre la izquierda de Orduña, en tanto que el grueso de sus fuerzas batían a Ribero. Espartero, que comprendió esta maniobra, trató de unirse a la división de Unzá y, al efecto, salieron sus fuerzas de Orduña, avanzando en columnas paralelas a apoderarse de la eminencia de Artómaña.
Los carlistas que debieron darse cuenta de esta intención, se esforzaron en cerrar el desfiladero de este último punto. Pero Espartero situó en la llanura el batallón de Gerona mandado por O’Donnell, y al frente de tres escuadrones procuró franquear la garganta de Artómaña y lo consiguió.
Tres horas duraba el combate y el empeño crecía sin enflaquecer el ánimo. Las filas se veían mermadas, pero aumentaba el aliento de los que sobrevivían. Espartero se impacienta, quiere decidir la acción y prepara un golpe atrevido, un golpe audaz. Recorre a galope su línea, excita el entusiasmo de todos con su presencia y sus palabras de fuego, y, al oír que sus soldados le piden una carga decisiva, toda la línea se mueve rápida y simultáneamente y, desprendiéndose de las cumbres, se precipita como un torrente desolador sobre las posiciones carlistas hacia Orduña, adelantándose la mayor parte hacia Amurrio.
Hacia el 20 de abril, Eguía volvió al saber que Ezpeleta, que cubría el valle de Mena, ocupaba Valmaseda. Ezpeleta, por su parte, al conocer que reconcentraba sus fuerzas en la carretera de Amurrio, manda a Vigo se sitúe en Villalba de Losa, para asegurarle el regreso por la peña deOrduña.
El 3 de mayo, Vigo ocupaba Villalba de Losa, al mismo tiempo que Córdoba regresaba a Vitoria. Eguía se había propuesto apoderarse de Villalba, punto avanzado de importancia, pero la oportuna llegada de Córdova frustró su plan, obligándole a retirarse a Orduña.
El mismo día, el brigadier Santiago Villalobos salió de Orduña, subió a la Peña de Aro en la Sierra Salbada y acampó en la barranca de Manata, a media hora de Quincoces, donde se hallaban los contrarios, que los cargaron impetuosamente enterados de su proximidad por un espía. Fue un encuentro corto, pero porfiado.
Villarreal se propuso enviar una expedición de cinco batallones y 200 caballos a Galicia, cuyo proyecto remitió a don Carlos, suplicándole sigilo a fin de que los liberales lo ignorasen. Aprobado, Villarreal llamó a su cuartel al general Miguel Gómez, y le propuso si quería ir voluntariamente a mandar la expedición. Asintió de buena gana y se dispuso la salida, que sólo fue conocida dos días antes y entre una media docena de personas se hicieron los preparativos. Se condujo todo a Amurrio, punto designado para la partida. Así organizada la Expedición, rompió la marcha a las dos de la madrugada del 26 de junio, subiendo por la Peña de Orduña. No obstante, tan pronto como salió del territorio de Vizcaya, Gómez se desentendería de las instrucciones que recibiera y obró a su antojo, mandando de una manera soberana.
Derrotada al fin la expedición en Los Arcos y posteriormente en Alcaudete el 29 de noviembre, acosada por tantas tropas, tiene por último que emprender el camino de regreso al país del que salió. Marcha hacia el norte por Martos, La Carolina y Despeñaperros, hasta Covarrubias en Burgos después de pasar por los bosques de Soria. Por Briviesca y Oña, llegan a la Peña de Angulo y bajan a Orduña el 19 de diciembre, donde termina la expedición sin sensible descalabro.
En este momento (febrero 1837), el fuerte de Villalba de Losa, de gran valor estratégico militar por su ubicación, cubría las avenidas principales de Arciniega y Orduña y a Castilla la Vieja, facilitando la fortificación que con Orduña, Amurrio, Arciniega, Valmaseda, Mercadillo y Somorrostro, había de dar más cohesión a la línea (llamada de Villaba), estarían más reconcentradas las fuerzas liberales, y arbitraría los medios de cubrir la línea Villalba a Bilbao, de gran importancia para las operaciones militares. De esta forma, imposibilitaban a los carlistas el acceso a los valles de Tudela, Encartaciones, Arciniega, Ayala y Orduña, con los pueblos de sus jurisdicciones, y al valla de Arratia, poblados con mas de 30.000 almas, abundantes de cereales y no escasos de vino o chacolí.
Espartero, en tanto, esperaba mejorase el tiempo para emprender la campaña libre de un temporal como no se había conocido en muchos años. El 4 de enero de 1837 confiaba al general Ribero la ocupación de Orduña, contando para ello con una división de éste, la de Narváez y 400 caballos, quien dirigía la vanguardia del ejército del norte. Ribero que se hallaba por entonces en Burgos, al recibir el encargo anunció su salida para Briviesca. Se desistió de la operación sobre Orduña, pues el valle de Losa y la Peña de Orduña estarían intransitables por la mucha nieve. Había más facilidad de reunir medios de subsistencia en Villarcayo. Así, pues, Espartero ordenó a Ribero que marchase por Villarcayo a Balmaseda, con el fin de disponer de estas fuerzas en Portugalete para cumplir los deseos del Gobierno.
El 25 de enero se enviaba un oficio desde el Ministerio de Guerra, manifestando la conveniencia de formar una línea desde Puentelarrá a Castro Urdiales. Dentro de ella la ocupación de Orduña y Arciniega suponía el sostenimiento de Balmaseda. Serían suficientes de 1.500 a 2.000 hombres al efecto; 2 compañías en Puentelarrá; una en Castro; 50 hombres en Balmaseda; 500 en Orduña y el resto divididos en Arciniega y Sodupe.
Formada esta línea, y apoyada con una reserva de 13.000 hombres, que debería establecerse enOrduña o en Villalba de Losa, se conseguirían los fines indicados.
Uno de los cinco resultados ventajosos que se consignaba en el comunicado era el 5°: «Que distandoOrduña sólo seis leguas de Vitoria, ocho de Bilbao, cuatro de Durango y dos de Puentelarrá y Arciniega, la fuerza de este punto podría acudir en unas pocas horas a cualquiera de los indicados».
La división se componía de 13 batallones de 500 hombres cada uno. Fue revistada por el rey Carlos V el 1° de diciembre en el mismo Amurrio. Los batallones se formaron en batalla a lo largo del camino real de Bilbao. Acompañaba a don Carlos el infante don Sebastián con las respectivas servidumbres de guardias, y el jefe de Estado Mayor, seguidos de la escolta de la guardia de caballería del Rey. Los batallones que formaron fueron, en este orden: 1° del Rey, Reina, Príncipe, Princesa: 5° de Castilla; Artillería; Guías de Burgos; 6° de Castilla; voluntarios de Segovia: 1° y 2° de Aragón; 8° de Castilla, y 1° de Valencia. Luego, la división se trasladó a Orduña para aproximarse al Ebro, según declaró el príncipe Félix Siehnowsky que había seguido a don Carlos en la expedición.
Los triunfos liberales obligaron a los carlistas a abandonar el valle de Carranza. Poco después, Espartero se adueñó del Valle de Ayala. Expulsó a Maroto de su cuartel general en Llodio, y cayó sobre Orduña que fue abandonada el 26 de mayo. Los carlistas desaparecieron también de Amurrio el 11 de junio, y dos días después Arciniega Balmaseda fueron abandonadas por los carlistas.
A mediados de enero de 1840 seguía estacionada la tropa en Amurrio y otra tropa de caballería permanecía en Luyando. En 11 de febrero el comandante de la tropa militar existente en Barambio pedía que, para acuartelarse, se le proporcionaran 32 camas completas. Tropas semejantes estaban mandadas en Orduña por un coronel gobernador. Todos estos acuartelamientos se mantenían todavía en el mes de mayo. Las tropas de Amurrio abandonaron el pueblo a mediados del mes de julio; no obstante, en 1° de agosto se ordena que se acondicione debidamente el cuartel de este pueblo para alojamiento de la tropa permanente.
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