Tendido en el polvo cubierto de heridas oprime en sus brazos el bravo carlista, la augusta bandera de sangre teñida. Aun oye luchando con breve agonía los hierros que chocan las balas que silban. Al cielo levanta el alma y la vista, murmuran sus labios Postrer despedida. -¡Señor! ¡Mi bandera!, Gimiendo suspira, ¡Que no me la quiten ni en muerte ni en vida! Sus ojos se cierran, sus manos se crispan y muere besando la Cruz bendecida. Allá, en el palacio Do el Rey deposita los santos recuerdos, las nobles reliquias, ostenta sus pliegues la enseña bendita, manchada de sangre del bravo carlista. Miró Dios al héroe que orando moría, oyo su plegaria ferviente y sentida, salvó la bandera de toda mancilla, y el Rey con respeto la guarda y la mira. Jamás tocó en ella la mano enemiga que el héroe la guarda en muerte y en vida. Carlos Verdugo - 1892 |
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