Opinión|
Separatismo y anexionismo | Por José Miguel Orts
Valencia, 23 de Octubre de 2012
Los separatistas de todo pelaje exultan de gozo: ven próxima la hora de la libertad. El árbol caído es España y es la ocasión de hacer leña de él. Recientemente Jorge Soley hablaba, en un artículo memorable publicado en varios medios, entre ellos el boletín “Reino de Valencia” del Círculo Cultural Aparisi y Guijarro”, del “independentismo oportunista” que acelera su estrategia aprovechando el momento crítico por el que España atraviesa, su debilidad manifiesta, la torpeza y descrédito de su clase política y la esperable cobardía de los gobernantes de turno. Hay que reconocer la preexistencia de núcleos nacionalistas de diversas tonalidades decididos impulsores de la secesión aun en fases de vacas flacas para esas causas. Ellos han aportado la teoría y el romanticismo, a ellos se deben buena parte de las mitos que han facilitado la manipulación mediática de las masas, incluso de ellos han salido los símbolos de mayor fortuna. Las ideas fuerza de las causas nacionalistas son también variopintas: desde las añoranzas de inexistentes paraísos perdidos, mediante idealizaciones y desfiguraciones del pasado al cultivo sistemático de la autocompasión y de la imagen de chivos expiatorios (en el caso de los nacionalismos intraespañoles , obviamente el origen de todo mal sin mezcla de bien se llama España). Los nacionalismos de inspiración marxista añaden a este repertorio sus tópicos habituales: el socialismo, el anticapitalismo, el antifascismo, la exaltación de “lo público” y la omnipresente ideología de género, con sus corolarios de ultrafeminismo y homosexualismo político, el ecologismo y sus subproductos animalistas… No han de faltar palabras para pintadas y pancartas. En esta coyuntura histórica, a resultas de las elecciones catalanas, vascas y gallegas, y como telón de fondo el rescate, la prima de riesgo, la agitación permanente en aulas, fábricas y calles, el “corralito” bancario consumado, los juzgados colapsados por concursos de acreedores, desahucios y casos de corrupción de políticos, las administraciones públicas en quiebra y el Estado sin un euro para gasolina de los vehículos policiales ni para balas de goma, el optimismo entra en el campo de lo ilusorio. Pero ese clima es propicio a los “profetas” de las nuevas micropatrias que interpretan este cúmulo de circunstancias en clave de catarsis colectiva que desembocará en la tierra prometida de la autodeterminación y la independencia. Uno de ellos, Josep Guia, valenciano aspirante a pasaporte catalán, se explaya en un periódico virtual celebrando la eclosión histórica de las “naciones emergentes”: catalana, vasca, escocesa y flamenca. Y con respecto a la primera ya se la ve gozando de estado propio en 2014 (a los tres siglos del enfrentamiento dinástico que sirve de falsa base a las reivindicaciones separatistas) y reclamando posteriormente la anexión total o por fragmentos del resto de “los países catalanes”. En el caso del Reino de Valencia (su “País Valencià”) se atreve a profetizar que Morella y Vinaroz pedirán su integración en “el Principat” en primer lugar y más tarde seguirán su ejemplo “otros trozos”, impulsados “por razones económicas en vista del expolio tan grande que el estado está haciendo siempre sobre los Países Catalanes” y agraviados por “la intransigencia castellana”. Para el ilustre matemático “el españolismo obnubila el entendimiento”. Sin comentarios. Dejando aparte estos delirios, no cabe duda de que los acontecimientos y las decisiones que se precipitan van a obligar a definirse a mucha gente que hasta ahora ha estado, por progresismo entendido al modo fusteriano, jugando peligrosamente con las ideas y las palabras. El País Valenciano fue una manera de denominar el Reino de Valencia que Felipe Mateu y Llopis tuvo que adoptar en los años de la II República por obvias presiones ambientales. Luego lo resucitó Joan Fuster, como elemento integrante del proyecto político de los Países Catalanes presididos por el “Principado de Cataluña”. El juego intelectual iniciado entonces y seguido por mucha gente con diferente alcance ideológico, llega a su fin. Personas y grupos sociales habrán de definirse al respecto y hacerse responsables de sus posturas. Pase lo que pase con el sueño de la independencia, sus secuelas entre los valencianos no hay que infravalorarlas. Ni intentar compensarlas con negar, con “entendimiento obnubilado” lo que nos unió y sigue uniendo con Cataluña, y que, por encima de límites internos hace posible que unos y otros seamos parte de un todo superior llamado España. No caigamos en el juego de acciones y reacciones. Habrá que pedir cuentas a los que han propiciado y consentido que las cosas hayan llegado a este punto. A los que han montado este castillo de naipes de intereses creados que tanto dinero nos ha costado y que tantos disgustos puede depararnos más allá de entusiasmos y flamear de banderas. | Le puede interesar |