Opinión|
La perdiz| Blas de Lezo
Madrid, 9 de diciembre de 2012


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En el escudo de España, una vez desaparecido el águila de San Juan, debería aparecer una perdiz, porque es el símbolo de este tira y afloja de los templagaitas que no resuelven nada, eso que llaman “marear la perdiz”.

Ahora están con el tema de la “Educación por la Ciudadanía”, con lo que, al parecer, ya el Ebro es de todos, pero no nos engañemos porque las cosas no cambiarán en absoluto. En primer lugar porque ya estamos acostumbrados a que las leyes no se cumplan y, además, cada autonomía-taifa seguirá editando sus libros de texto como les venga en gana, aunque se suprima el de “Educación para la Ciudadanía”. ¿Quién escribe los libros de Historia en cada taifa? ¿El Ministro de presunta Educación? ¿Acaso éste los revisa? ¿Qué influencia tiene las decisiones del Tribunal Constitucional en Cataluña? Nada, agua de borrajas, donde bebe la infeliz perdiz mareada. Nada, seguiremos con que el Ebro tiene trozos en el país vecino.

Y está lo de la “inmersión lingüística” seguirá pese a la ley, la lógica y hasta la vergüenza. Las tristes leyes que amortiguaban esa miserable ley no se cumplen, y se sigue clamando en el desierto para que un chaval pueda ocupar parte del tiempo de clase en hablar español (en vez de dos horas a la semana que sean tres, demencial…) Y también está Incluido el derecho constitucional de poderlo hablar en los recreos o en sueños. Y los más templagaitas de todos exigen el derecho a poder estudiar también en castellano. Pero nadie, absolutamente nadie exige el derecho a estudiar sólo en castellano.

Resulta que este derecho que tienen países tan “atrasados” democráticamente como Francia, Alemania o Gran Bretaña, donde la Enseñanza, la Administración y la Justicia se hace en un único idioma, que es el idioma único aquí siembra el desconcierto y hasta la indignación cuando alguien se atreve a exigirlo. Nos sueltan eso ya tan gastado de que estudiar catalán, batúa o gallego es enriquecerse, pero decimos lo que ya hemos leído en alguna parte, y es que uno se enriquece cuando, como quiere y con lo que quiere. Incluso puede desear, democráticamente, ser pobre, algo así como un San Francisco del siglo XXI. Y a lo mejor se prefiere emplear ese tiempo para enriquecerse con idiomas útiles por sí mismos, o en aprender cosas más diversas, como física cuántica, la escritura cuneiforme o el por qué de que las naranjas sean redondas.

Porque también hemos leído en alguna parte que para querer aprender un idioma serían necesarias tres condiciones: ser un idioma maternal (o paternal…), que nos sea necesario, o que, sin necesidad de las dos condiciones previas, nos guste. Es esto de una lógica tan aplastante que no quiere entrar en las tiernas cabezas de los políticos o de los nacionalistas, versión o no separatista. Porque ninguna de estas tres razones me obligan a aprender el catalán.

La ley superior, dicen los entendidos (saltándose la “molesta” Ley de Dios) es la Constitución modelo 1978. Pues esta ley se patea diariamente en varias autonomías al exigir el idioma local para poder encontrar trabajo, no ya en organismos o empresas privadas, que también debería ser ilegal en casi todos los casos, sino en la administración taifa o central. Es la actualización de la actitud de aquellos “cerdos de la granja” que escribieron que todos somos iguales pero unos son más iguales que otros, porque aquí también sirve. Todos los españoles somos iguales, pero los catalanistas, vasquistas y galleguistas son todavía más iguales. Podríamos decir que son “igualísimos”.

No pasará nada. No ha pasado nada desde el primer momento en el que los nacional-separatistas mostraron su fea oreja, y ya han pasado años, pasa ahora, cuando ya la mala hierba que empezó a crecer hace treintaisiete años, crece hoy más alta que los árboles.

Y el ministro dará marcha atrás, lo veremos.

Seguiremos mareando la perdiz.