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La gran historia del Padre Pio 
Madrid, 14 octubre de 2012

Autores:Sandro Mayer, Osvaldo Orlandini - Editorial: La Esfera de los Libros, Madrid 2012 - Páginas: 392 - ISBN: 978-84-9970-323-7 - PVP: 21,90 € 

Portada del libro
El mundo actual se ha olvidado de una evidencia conocida por la humanidad desde tiempos muy remotos: el ser humano es una realidad compuesta por parte corpórea y parte espiritual. El cuerpo sin espíritu no es posible, y el espíritu sin cuerpo es un misterio de difícil comprensión para el hombre.

En este sociedad sumamente materializada recordar la existencia del espíritu se hace una misión necesaria para esa nueva evangelización que nos propone su santidad Benedicto XVI. En cumplimiento de esta misión es natural que traigamos a nuestras páginas todas esas obras que con carácter didáctico y piadoso acerca al hombre a la transcendencia del espíritu.

No es la primera vez que acercamos a nuestros lectores a una obra de temática religiosa editada por la Esfera de los Libros, y es precisamente esta realidad lo primero que es necesario destacar. Es común comprobar cómo los medios de comunicación nos acercan a las biografías de los grandes deportistas, nos describen el esfuerzo físico que cientos de jóvenes tienen que realizar para configurar una personalidad y un cuerpo aptos para el triunfo deportistas, sin embargo es difícil leer noticias en donde se nos describan los esfuerzo intelectuales y espirituales necesarios para configurar almas fuertes capaces de superar las limitaciones contingentes del ser humano.

Hasta hace pocos años era frecuente encontrarse en cualquier librería títulos que nos acercaban a los grandes científicos de la historia, que nos acercaban a los grandes santos, o a los grandes descubridores y conquistadores de nuevos mundos. Lo jóvenes tenían relativamente fácil acceder a las biografías de los grandes personajes que superando sus limitaciones humanas y temporales profundizaban en el mundo espiritual y/o intelectual para aportar lo mejor de sí a la historia de la humanidad. Sin embargo hoy la historia ha cambiado. Haga usted una pequeña comprobación: acuda a su librería más cercana y pida una biografía de Newton, o de San Ignacio de Loyola, sin duda los responsables de la librería le comentaran que puede usted pedir el libro y que en unos días le llamarán en cuanto les llegue; efectivamente, dichas biografías no las tendrán en sus estanterías, ni las promocionarán como los libros más vendidos o de lectura recomendada.

Esta realidad hace más importante la publicación por parte de editoriales afamadas, como la Esfera de los Libros, de libros de espiritualidad que de esta forman pasan a integra el listado de libros más leídos.

Hoy comentamos la biografía (hagiografía) de uno de esos hombres capaces de superarse a sí mismo para ofrecerse como modelo de superación personal y espiritual. La gran historia del Padre Pío, es un libro que posee varias claves del éxito. Su lectura es amena, y apasionada. Escrita en un estilo mixto entra la crónica periodística y la novela de intriga, es capaz de mantener la intriga aún siendo su trama conocida sobradamente. La vida del Padre Pío, una vida detallada en cientos de folletos, en decenas de libros y resumida en miles de entradas de internet, se convierte así en una lectura interesante y atractiva pues sus autores (Sandro Mayer y Osvaldo Orlandini) son capaces de mantener la intriga, de alimentar el misterio y de transmitir la fe.

Pero sin duda alguna la segunda de las virtudes de la gran historia del Padre Pío es su capacidad de transmitir al lector la espiritualidad de ese pequeños hombre llamado Francesco Forgione, pequeño hombre que se convirtió en pocos años en un gigante de la espiritualidad, y como todo gigante de la espiritualidad cristiana fue capaz de ofrecer su vida como modelo a seguir.

La gran historia del Padre Pío, como toda historia de un verdadero santo, nos describe la incomprensión de su personalidad por parte de muchos de sus contemporáneos, el recelo con el que era visto por parte de las instituciones religiosas (que toda hay que decirlo suelen ser las más incrédulas en el reconocimiento de los milagros y las experiencias espirituales), sus propias dudas, pero igualmente nos describe su triunfo definitivo una vez superados los recelos, su aportación espiritual y material con la creación del Hospital Casa Alivio del Sufrimiento, su intervención en la conversión de cientos de hombres y mujeres que tuvieron que conocerle para volver a la fe verdadera. La historia de los estigmas de Padre Pío, de sus visiones y de su profundo conocimiento del alma humana, es capaz de transformar a todo lector en un ser mejor, y en algunos casos será capaz de provocar en el lector atento la vuelta a la fe que sus mayores le transmitieron y que su desidia dejó olvidada en algún rincón de su alma.





Padre Pío de Pietrelcina, al igual que el apóstol Pablo, puso en la cumbre de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido decir “con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal2, 19). Derramó sin parar los tesoros de la graciaque Dios le había concedido con especial generosidad a través de su ministerio, sirviendo a los hombres y mujeres que se acercaban a él, cada vez más numerosos, y engendrado una inmensa multitud de hijos e hijas espirituales.


Este dignísimo seguidor de San Francisco de Asís nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, archidiócesis de Benevento, hijo de Grazio Forgione y de María Giuseppa De Nunzio. Fue bautizado al día siguiente recibiendo el nombre de Francisco. A los 12 años recibió el Sacramento de la Confirmación y la Primera Comunión.

El 6 de enero de 1903, cuando contaba 16 años, entró en el noviciado de la orden de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone, donde el 22 del mismo mes vistió el hábito franciscano y recibió el nombre de Fray Pío. Acabado el año de noviciado, emitió la profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la profesión solemne.

Después de la ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, por motivos de salud permaneció en su familia hasta 1916. En septiembre del mismo año fue enviado al Convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte.


Enardecido por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud la vocación de colaborar en la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó toda su vida y que llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquél en el que celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la altura y profundidad de su espiritualidad.

En el orden de la caridad social se comprometió en aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la “Casa del Alivio del Sufrimiento”, inaugurada el 5de mayo de 1956.

Para el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en coloquio con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios”. La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.

Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía, con las palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.

El amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus esperanzas; la caridad era el principio inspirador de su jornada: amar a Dios y hacerlo amar. Su preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.

Expresó el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, por más de 50 años, a muchísimas personas que acudían a su ministerio y a su confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos, haciendo renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando luz. Pero especialmente en los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y se entregaba especialmente a ellos.

Ejerció de modo ejemplar la virtud de la prudencia, obraba y aconsejaba a la luz de Dios.

Su preocupación era la gloria de Dios y el bien de las almas. Trató a todos con justicia, con lealtad y gran respeto.

Brilló en él la luz de la fortaleza. Comprendió bien pronto que su camino era el de la Cruz y lo aceptó inmediatamente con valor y por amor. Experimentó durante muchos años los sufrimientos del alma. Durante años soportó los dolores de sus llagas con admirable serenidad.

Cuando tuvo que sufrir investigaciones y restricciones en su servicio sacerdotal, todo lo aceptó con profunda humildad y resignación. Ante acusaciones injustificadas y calumnias, siempre calló confiando en el juicio de Dios, de sus directores espírituales y de la propia conciencia.

Recurrió habitualmente a la mortificación para conseguir la virtud de la templanza, de acuerdo con el estilo franciscano. Era templado en la mentalidad y en el modo de vivir.

Consciente de los compromisos adquiridos con la vida consagrada, observó con generosidad los votos profesados. Obedecióen todo las órdenes de sus superiores, incluso cuando eran difíciles. Su obediencia era sobrenatural en la intención, universal en la extensión e integral en su realización. Vivió el espíritu de pobreza con total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de las comodidades y de los honores. Tuvo siempre una gran predilección por la virtud de la castidad. Su comportamiento fue modesto en todas partes y con todos.

Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos. En medio a tanta admiración del mundo, repetía: “Quiero ser sólo un pobre fraile que reza”.

Su salud, desde la juventud, no fue muy robusta y, especialmente en los últimos años de su vida, empeoró rápidamente. La hermana muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.

El 20 de febrero de 1971, apenas tres años después de su muerte, Pablo VI, dirigiéndose a los Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: “¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Porqué era un sabio? ¿Porqué tenía medios a su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.

Ya durante su vida gozó de notable fama de santidad, debida a sus virtudes, a su espíritu de oración, de sacrificio y de entrega total al bien de las almas.

En los años siguientes a su muerte, la fama de santidad y de mila-gros creció constantemente, llegando a ser un fenómeno eclesial extendido por todo el mundo y en toda clase de personas.