
El P. Domingo de San José no fue un misionero ad gentes, como diríamos hoy, pero gracias a él, pudieron ir cientos de misioneros a India, Medio Oriente y América. Como se verá, él fue el hombre providencial puesto por Dios para restaurar el Carmelo Teresiana en Francia y para comenzar su reimplantación en España.
Domingo Estanislao nació en Puente de la Reina (Navarra), el día 7 de mayo de 1799. Hijo de Joaquín de Arbizu y de Lucía de Munárriz; fue bautizado al día siguiente de su nacimiento. Dos hechos marcaron su infancia: La muerte temprana de sus progenitores y la guerra de la Independencia. Él tenía cinco años y su hermana Elena ocho. Domingo fue a vivir con su tío materno Fernando Munárriz, casado con Francisca Muru, a un pueblo llamado Villanueva de Yerri. Aquí recibió su primera educación hasta los doce años. Tenía otros dos tíos que iban a jugar un papel importante en su vida, ambos con buena posición social.
Uno, se llamaba José Francisco, era sacerdote y capellán de la capilla real de Fernando VII. Éste tío se empeñó en que su sobrino Domingo siguiese, como él, la carrera eclesiástica. Pero el otro tío, que se llamaba Domingo, como él, y había sido padrino de bautismo, se creía con ciertas obligaciones y derechos sobre su ahijado, era General del Ejército de Fernando VII, y quería que su sobrino siguiera la carrera militar. Los dos tíos dialogaron y decidieron que el sobrino siguiera la carrera militar. Esto supuso en ingreso en la Academia Militar de Santiago de Compostela. Aquí estuvo un tiempo, pero vio que este no era su camino y se escapó de dicha Academia y volvió a casa de su hermana. Su tío Domingo se fue a buscar al sobrino, éste recibió una buena reprimenda y volvió a Santiago de Compostela a proseguir sus estudios.
Continuó durante dos años y medio más en dicha Academia; se adaptó a la vida militar, fue buen estudiante y destacó en su clase; parece, incluso, que le llegó a gustar la vocación militar. A sus dieciséis años, y con el grado de subteniente, fue destinado a la guarnición de Santander. Pero su otro tío, José Francisco, no olvidaba al sobrino y quería verle de sacerdote; se carteaba con él y le repetía con frecuencia « ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt 16,26). Esto iba haciendo mella en el joven.
Una vez en Santander vio que aquella vida monótona y ramplona no le llenaba, así que, a comienzos de 1816, presentó su dimisión y tomó el camino de Puente de la Reina. Ya en su Villa se pone a disposición de los sacerdotes y colaboró en las solemnidades religiosas y en las visitas a los enfermos. Además reunía algunos niños en la casa de su hermana y les enseña latín y gramática. Entre esos niños hay uno, Silverio Pueyo, que después le siguió al Carmelo y que fue uno de los puntales en la restauración de Francia, se llamó Luis del Santísimo Sacramento.
En agosto de 1817 Domingo ingresó en el noviciado carmelitano de Lazcano (Guipúzcoa-España). Las razones externas de su decisión pueden ser la popularidad que los Carmelitas Descalzos de Pamplona tenían, y la fuerte influencia espiritual que ejercían en Puente de la Reina y los pueblos de alrededor.
El día 5 de octubre de 1817 recibió el hábito de la Orden, tenía 18 años; con él recibió el nombre de Domingo de San José. El 6 de septiembre de 1818 emitió sus votos religiosos. Prosiguió los estudios eclesiásticos; concluidos estos fue ordenado sacerdote en Calahorra, el 24 de mayo de 1823. Una vez ordenado y dado que había acabado brillantemente sus estudios se le nombró profesor, primero de Filosofía en Calahorra y después de Teología en Pamplona.
En 1833, perseguido por los liberales a causa del sermón pronunciado en las honras fúnebres de Fernando VII, en dicha ciudad de Pamplona, tuvo que huir de su convento, siendo acogido en el campamento carlista de Alsasua como capellán. Los acontecimientos de 1839 afectaron directamente a Fr. Domingo de San José, señalado por el general Maroto en la lista de personas no gratas; tuvo que huir a Francia, llegó a Burdeos el 4 de marzo de 1839. Sobre sus sentimientos de esos días escribe el 1 de agosto de ese mismo año al P. Marcos de María Santísima, procurador en Roma de la suprimida Congregación española:
«Yo no puedo permanecer mucho tiempo en Francia; lo uno, porque está muy expuesto que el día menos pensado me falten los medios que hasta el presente he tenido de subsistencia; y lo otro, porque mientras haya un convento de mi Orden en el mundo, estoy decidido a no permanecer en el siglo. Sin embargo, pienso aguardar hasta mediados de otoño el desenlace de nuestra desgraciada Patria; y si para entonces no me ofrece más esperanzas que la presente, espero de V. R. tendrá la bondad de darme su bendición para retirarme a algún convento de la Congregación de Italia».
Y precisamente para otoño de ese año la Providencia le señaló al P. Domingo el camino a seguir. La madre Batilde del Niño Jesús (de St-Exupéry), priora de las Carmelitas Descalzas del convento de Burdeos, que llevaba ya varios años intentando inútilmente hacer algo por la restauración de sus hermanos de hábito en Francia, suprimidos desde 1793, le sugirió la idea de organizar una comunidad en la casa del capellán. El P. Domingo, después de orar, acogió con entusiasmo la idea y puso enseguida manos a la obra.
El 14 de octubre de 1839, después de las vísperas de Santa Teresa tomó posesión de la casita junto a un hermano converso y comenzaron la vida carmelitana. Dos meses más tarde acudieron, llamados por él, su compaisano y discípulo P. Luis del Santísimo Sacramento y Fr. Manuel de Santa Teresa, todavía diácono. El 28 de noviembre de 1840, se inauguró canónicamente la primera fundación de los Carmelitas Descalzos en Francia en el siglo XIX; sujetos a la obediencia del General de la Congregación italiana.
El fervor y el ejemplo de esta naciente comunidad hallaron eco en otros exclaustrados españoles cuando les llegó la noticia y pronto se presentaron en dicho convento diez nuevos frailes. También se fue conociendo entre la juventud francesa que fue entrando en contacto con ellos; entre los que ingresaron debemos recordar por su fama a Hermann Coen (Agustín María del Santísimo Sacramento), que fue uno de los puntales de la restauración francesa. El Carmelo Teresiano iba viento en popa; para el año 1850 se erigía ya el Vicariato de Aquitania, con más de 80 religiosos, y el P. Domingo de Vicario Provincial. A los 20 años la llegada del P. Domingo, las fundaciones realizadas en Francia eran quince. Como Vicario Provincial acudió a Roma para el Capítulo General de la Orden de 1853. Hay que destacar que este Carmelo Descalzo francés se distinguió enseguida no sólo por el fervor con que reinició la vida carmelitana sino también por su vitalidad misionera que hizo posible que desde 1850 a 1880 enviara a Malabar y Mesopotamia varias decenas de misioneros.
En mayo de 1859 el P. Domingo, acudió a Roma, para asistir al Capítulo General, el P. Domingo fue elegido primer Definidor General. Ya en Roma fue nombrado asesor de la Congregación del Concilio; y en sus ratos libres escribió un compendio de Derecho canónico. En la Ciudad Eterna siguió siendo el mismo: «piadoso, estudioso, observante, afable hasta la más consumada sencillez», se hizo querer.
En mayo de 1865 se convocó de nuevo el Capítulo General, en la primera votación fue elegido General; al concluir el Capítulo los participantes fueron recibidos por el Papa Pío IX. Éste dirigiéndose al P. Domingo le dijo: «Eres español, francés e italiano. El español es tenaz, el francés activo, el italiano tranquilo. Tú combinarás las tres cosas de modo que lo harás muy bien».
Después de visitar varias Provincia Carmelitanas de Europa y de inaugurar el convento de Marquina (España, 1868), los años 1865 al 1869, volvió a Roma. Las labores del Concilio Vaticano I absorbieron el último año de su vida. La fecha de apertura del Concilio estaba fijada para el 8 de diciembre de 1869, y e. P.Domingo tenía que asistir. Además el Papa le había nombrado consultor de dos Congregaciones. Durante el mes de mayo de 1870 empeoró su salud. Entregó su alma a Dios en Roma el 12 de julio de 1870. Sus restos mortales fueron traslados a convento Le Broussey.
Discurso Sacro-Político- Militar que en función solemne de la bendición del Estandarte Real Ntitulado(sic) La virgen Santísima de los Dolores generalísima del ejército de don Carlos V celebrada por mandato y con asistencia de Nuestro Católico monarca en la parroquia de S. Juan de la Ciudad de Estella predicó el R.P. Fray Domingo de San José, Carmelita Descalzo, lector de Sagrada Teología y Capellán de la Guardia de Honor de S.M. el día 2 de agosto de 1835.
a) La justicia de la causa elegida, que se pone en relación con los sucesos acaecidos en España desde la guerra de la Independencia, los derechos de don Carlos, los asesinatos de eclesiásticos y los ataques a la religión. Como repite varias veces a lo largo del texto, el carlismo supone la defensa de "la Religión, el Rey y el Estado".
b) El deber de cumplir con las obligaciones militares y la consiguiente recompensa: es necesario la sujeción a los principios morales de la religión para no mancillar con excesos el heroísmo de los campos de batalla: " Corresponda pues vuestra conducta moral a la causa que estáis defendiendo, de suerte que cualquiera que observe vuestro modo de vivir, reconozca por lo mismo que sois verdaderos defensores de la Religión Católica". Esta conducta cristiana debía ir acompañada de "una perfecta sumisión respecto de vuestros jefes; pues es indudable que la insubordinación es la ruina más lastimosa de un Ejército; así como la subordinación perfecta le asegura el triunfo y la victoria. Esta la conseguiréis ciertamente, si al tiempo de acometer al enemigo levantáis el corazón a Dios pidiendo los auxilios del Cielo, y arrojándoos al enemigo levantáis el corazón a Dios pidiendo los auxilios del Cielo, y arrojándoos como leones sobre ellos manejáis intrépido el acero para extirparlos". Y para ello no podía contarse con mejor apoyo que el nuevo estandarte: "Lo mismo será arrojarse el Regimiento lanceros de Navarra con la Virgen Santísima a su cabeza sobre sus enemigos, que ver todo el campo cubierto de cadáveres y despojos de los cristinos, y ese Sagrado Estandarte rodeado de innumerables prisioneros". Como recompensa, "los mismos Templos resonarán vuestras alabanzas, la Reina de los Cielos os recibirá como a sus predilectos hijos, y el Señor después de colmaros de gracias en esta vida os dispensará los premios eternos en la otra. ¿Pues a que más puede aspirar el corazón humano que a ser estimado y premiado por su Soberano, celebrado entre sus semejantes, honrada su memoria por la Iglesia; acogida bajo el manto de la Virgen Santísima, auxiliado de Dios en este mundo, y recibido en el Cielo ente los Coros Angélicos?.
Texto tomado del artículo "La imprenta carlista,1833, 1840", Alfonso Bullón de Mendoza, publicado en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, homenaje a Federico Suarez Verdeguer, ediciones Rialp, Madrid 1991
Fragmento del Discurso sacro-político-militar ...
Unas hordas tumultuarias de impíos se dirigen por las calles de la Capital del Reino, allanan sacrílegamente los asilos de la Religión, y ensangrientan sus puñales en los ungidos del Señor asesinándolos al pie de los mismos Altares. La heroica Zaragoza depositaria del Santuario más celebrado de España ve reproducirse en su seno escenas aún más horrendas que las que experimentó en el siglo tercero por la crueldad de los Tiranos. Por sus calles corre en arroyos la sangre de los inocentes, sus iglesias se convierten en lugares de suplicio, en donde al ruido estrepitoso de las descargan caen heridos y muertos los Sacerdotes del Señor delante del Santísimo Sacramento; de suerte que la impiedad furibunda, después de haber asesinado al Clero Secular y Regular, y otros muchos pacíficos vecinos, aplica su tea infernal a los mismos Templos para reducirlos a ceniza. ¿Y habrá Español alguno a quien no le hierva la sangre de sólo oír tan horrendos atentados? Pero los proyectos de los impíos no se limitan a estas dos capitales, se extienden a todos los Pueblos y ciudades del Reino, como bien claramente lo manifiestan las diferentes asonadas que con este objeto han suscitado.