Autor: José Fermín Garralda Arizcun, Doctor en Historia. 


Un trabajo de historia como este recuerda el centenario del fallecimiento del rey Carlos VII de Borbón en Varese el 18-VII-1909. Cuando Carlos VII se marchó de España por Dancharinea en 1876, una vez finalizada la tercera guerra carlista, se le atribuye la frase: “Volveré”. Malas lenguas dicen irónicamente que no volvió. Me refiero a cierto anuncio en “Diario de Navarra” sobre un folleto de su propia editorial (“Diario de Navarra”, 16-IV-1994, p. 65), a algún historiador que no oculta su anticarlismo aunque se precie de empírico y objetivo, y hasta un libro de texto escolar de 2009. Pero don Carlos VII sí volvió, aunque no en persona como es natural, mientras que la política alfonsina trajo la IIª República y nadie en 1936 se sublevó a las órdenes de don Alfonso. Digamos que tras 1876 el Carlismo estuvo presente en la política parlamentaria, regional y municipal española, como realidad política se hizo necesario para muchos en 1931, y en 1936 Alfonso Carlos I, hermano de Carlos VII, dio la orden a miles de requetés de sublevarse contra la República. Sin esta orden, la revolución hubiera acabado con la República burguesa e impuesto el marxismo. Lógicamente, todos se beneficiaron de los esfuerzos de los carlistas, aunque las élites conservadoras, tecnócratas y academicistas, siempre oportunistas, no lo reconociesen. El agradecimiento no es lo más común entre los hombres.

Más de la mitad de España se sublevó contra la República burguesa anticristiana –que iba siendo engullida por la Revolución anarco-bolchevique-, como último recurso práctico para no morir. Esto tenía su lectura positiva, pues la lucha exigía el triunfo, y este conllevaba la aspiración y necesidad de reconstruir todo desde sus cimientos. En efecto, la situación era extrema y el mal había dado todos sus frutos, llegando hasta sus últimas consecuencias. Por otra parte, durante más de un siglo de historia (1808, 1821, 1833 etc.), se había considerado legítima la sublevación –ciertamente por motivos nada románticos aunque la época lo fuese- en el caso de darse las condiciones de una palpable y gravísima tiranía sin posibilidad de vencimiento por vía pacífica. Así lo consideraron los moralistas de siempre y los carlistas de la época.


La historia de los requetés (carlistas en armas) en 1936-1939 es la historia de la comunidad –presente y pasado- que les originó. En este trabajo hablaremos de Navarra. Los requetés navarros se identificaban con Navarra, y Navarra se identificó con ellos, aunque también hubiese mozos alistados al Ejército y otros a las milicias falangistas (muchos de ellos deseaban sumarse al requeté). También existían en Navarra sectores minoritarios de izquierdas, según se vio en las elecciones (Manuel Ferrer Muñoz, 1992) y en la inicial respuesta a la sublevación (M. Vázquez de Prada).


1. LA TRADICIÓN, COMO VERDAD SOCIAL Y POLÍTICA, PUNTO DE PARTIDA DEL CARLISMO.

El Carlismo, la tradición de las Españas, no era una ideología, ni un romanticismo cultural decimonónico. El Ideario y el programa político del Carlismo estuvo siempre muy claro en los documentos de los reyes, en las proclamas, en los pensadores y políticos, en la prensa tradicionalista, en la vida cotidiana del pueblo carlista –verdadero pueblo-, y coincide con la tradición española de todos los tiempos.


Por ejemplo, cito algunos de los Idearios publicados en España: a) El Acta política de la Conferencia de Loredán de 1896, que es un programa tradicionalista de aplicación inmediata firmado por el marqués de Cerralbo (1); b) El “Esbozo del Programa Tradicionalista” de Juan Mª Roma, que agrupó las ideas básicas tradicionalistas en 40 puntos (2); c) Una “Síntesis del Programa de la Comunión Tradicionalista” (3); d) La doctrina expuesta por los Jefes regionales y forales presididos por el marqués de Villores, secretario general político de don Jaime, el 20-V-1930 (4); e) La “Exposición de las bases fundamentales de su programa”, redactada bajo su iniciativa y editada por la Junta Regional de Navarra en enero de 1933 (5); f) El Ideario de 34 puntos que Jaime del Burgo Torres redactó por disposición de la dirección nacional del Carlismo en 1937 (6).


2. EN DEFENSA DE LA RELIGIÓN

Por aquellas fechas, se vivía la República del miedo, aunque éste no existía en Navarra por ser mayoritariamente de derechas (7). No obstante -y por vía de ejemplo-, los carlistas de Tudela (Cesáreo Rubio, Román Añón y otros muchos) se vieron obligados a defender los edificios religiosos de esta hermosa ciudad del Ebro, ante las amenazas de los revolucionarios. Poco antes de iniciarse el conflicto, hubo quienes se agruparon para eliminar a sacerdotes; una víctima acordada en la Ribera fue –según me cuentan testigos orales- el Padre Legaria, fundador de la Esclavas de Cristo Rey.


Citemos otro caso entre muchos. Desde su estancia en prisión, el 4-II-1932 Jaime del Burgo Torres contaba cómo había sido detenido y apresado el 1 de febrero, en compañía de otros estudiantes, “ingresando en esta cárcel junto con Manuel Martínez, de la juventud Jaimista”. Según la Nota que el Gobernador envió a la prensa, había sido detenido “por alentar a los niños a que se manifestasen” en contra de la disposición gubernamental respecto a los crucifijos de las escuelas. Desde la protesta contra la justificación de dicha Nota, y contento no obstante de su suerte, del Burgo Torres animaba a que los estudiantes tradicionalistas formasen la “Asociación de Estudiantes Tradicionalistas” (8).


La resistencia a la República anticristiana y antiespañola, queda historiada con detalle por Jaime del Burgo Torres en su libro Conspiración y Guerra Civil (9), entre otros autores. Si los dirigentes carlistas nacionales (el jefe delegado Fal Conde y don Javier) pactaron con el Ejército sublevado (Sanjurjo y Mola, no con Franco), la Junta Regional carlista de Navarra pactó antes, y bajo su responsabilidad, con Mola, siendo mediador el pamplonés general Sanjurjo que estaba en Lisboa durante su destierro. Cuando estalló el alzamiento nacional contra la República revolucionaria, todos los requetés que había en los pueblos y ciudades de Navarra, salieron a luchar en todos los frentes como voluntarios de vanguardia. Navarra se despobló de voluntarios y casi quedó sin hombres en pie de guerra.


En la práctica, los carlistas pactaron con el Ejército el alzamiento de 1936. Lo cuentan Félix Maiz, Jaime del Burgo Torres, Arrarás y otros muchos autores nacionales y extranjeros. No ocultaron su Ideario y su programa, pero en caso de extrema necesidad hicieron causa común con otros, y pusieron unas condiciones mínimas (aunque exigentes) precisamente desde dicho ideario y programa.


2. DETENIDA LA MOVILIZACIÓN HACIA MADRID, NAVARRA POBLÓ ESPAÑA DE BOINAS ROJAS

El 19 de julio de 1936 la plaza del Castillo se bordó con el rojo de las boinas de fiesta, transformadas por entonces en identificación para el combate (10). Los mozos de las cinco Merindades abandonaron su pacífica vida laboral y familiar. Salieron de los caseríos y los abundantes y pacíficos pueblos navarros que salpicaban los mil rincones del encrespado Norte de Navarra, salieron de los pueblos de la Navarra media y la Ribera, así como de las ciudades del viejo Reino.


Afirmaron que les movió la Religión perseguida, la necesidad de evitar la persecución a sus hermanos en la fe católica, e impedir que la Revolución izquierdista (masónica, bolchevique y anarquista) destruyese definitivamente la Religión y España, las iglesias y la familia, las instituciones y libertades, el mundo social y laboral. Quienes vivieron los hechos, afirmaron que el móvil de la sublevación fue la necesidad de defender lo más sagrado del hombre, frente a la revolución masónica (infiltrar y deshacer), anarquista (romper con violencia) y pro-bolchevique (imponer el nuevo y férreo orden comunista). Entre otros, lo recuerda Javier Nagore Yárnoz en sus libros y folletos (1990-1997). Incluso los nacionalistas vascos de Navarra (Arturo Campión) y Álava, se sumaron al Alzamiento por motivos religiosos. Campión murió renegando del PNV y su nacionalismo.


Pues bien, hoy día algunos quieren reescribir la historia, pero equivocándose y tergiversando la realidad. A veces lo hacen mintiendo deliberadamente. Ahí están los programas televisivos, los libros de texto escolares –estos han actuado durante muchas décadas-, el cine y la imagen, ondas radiofónicas y letra impresa en general. Incluso, hace algún tiempo, las instituciones políticas de España y Navarra condenaron políticamente, como si fuesen el tribunal inapelable de la historia, sin permitir el derecho a la defensa, con un total desconocimiento de los hechos, y con una patente injusticia y agravio –incluso comparativo-, aquel movimiento que, según sus protagonistas y los hechos demuestran, evitó que España fuese una república antitea y una colonia del bolchevismo moscovita, en concreto de Stalin.


Las duras y estrictas órdenes militares del general Mola, el carácter abierto y vulnerable del sur de Navarra, la oposición armada realizada por los navarros gubernamentales a la sublevación antirrevolucionaria, así como otros motivos (incluso ajustes de cuentas personales), conllevaron una dura y amarga represión sobre todo en la Ribera. Dicha oposición de los gubernamentales a los sublevados fue manifiesta en Pamplona y diversos pueblos de la Ribera con cierta implantación republicana, y desarrolló incidentes en Alsasua (más de 300 personas se echaron al monte), Azagra, Corella, Lodosa, Mendavia, Tudela, Sangüesa, zonas del valle del Roncal y Vera de Bidasoa. Esta oposición contra el alzamiento popular (nacional) fue sofocada y no fue apoyada por las fuerzas militares o del orden público.


Interesa recordar la Orden de la Jefatura Regional Carlista de Navarra, cuya declaración, desconocida hoy por muchos, ilumina fundamentalmente la manera de comportarse los carlistas y requetés en aquellos angustiosos momentos:


"DE LA JEFATURA REGIONAL.

Los Carlistas, soldados, hijos, nietos y biznietos de soldados, no ven enemigos más que en el campo de batalla. Por consiguiente, ningún movilizado voluntario ni afiliado a nuestra inmortal Comunión debe ejercer actos de violencia, así como evitar se cometan en su presencia.

Para nosotros no existen más actos de represalia lícita que los que la Autoridad militar, siempre justa y ponderada, se crea en el deber de ordenar.

El Jefe Regional, JOAQUÍN BALEZTENA" (11)


Esta declaración fue ratificada, de forma prolija, por la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra, que prohibió a sus amigos, simpatizantes y en particular a sus fuerzas armadas, ejercer actos de violencia (12). Todos los historiadores saben que las unidades del requeté carlista se distinguieron por cubrir los frentes de batalla, con unos altos y nobles ideales y heroísmo, y no en tareas de "policía" en la retaguardia. Hubo no pocos casos de carlistas y nacionales que protegieron a represaliados.


Ignacio Baleztena Ascárate (1887-1972). Político carlista.

Dicha Junta de Guerra relegó a la Junta Regional, aunque en ella formó parte dicho Joaquín Baleztena. Aquella surgió a instancias del jefe de Orden Público, coronel Alfonso Beorlegui, del 19 al 20 de julio, en el palacio de la Diputación de Navarra. La presidió José Martínez Berasain. Fal Conde reconoció a dicha Junta de Guerra, “debido probablemente a la equívoca actuación de la Junta Regional en las negociaciones con Mola” (M. Vázquez de Prada). Dicha Junta de Guerra creó una oficina de alojamientos y servicios para los requetés del frente, y a delegación de Prensa y Propaganda.


En 1935 había más de 5.000 requetés en Navarra, cifra que aumentó hasta 8.400 boinas rojas en julio. Durante la guerra, los carlistas levantaron 12 Tercios (de los 45 Tercios carlistas en toda España), 1 Regimiento y 13 unidades menores en el viejo Reino. Cada Tercio era un Batallón de 700 u 800 hombres. Todos eran voluntarios, y actuaron en las acciones más duras de la guerra. Serán 11.726 los navarros apuntados al requeté (Salas Larrazábal), aunque las autoridades militares desviaron a otros muchos hacia el Ejército y la Falange. La incorporación de la juventud tradicionalista al Ejército se produjo a medida que avanzaba la movilización. Todos los combatientes navarros sumaron un total de 42.937 hombres, y sufrieron la sangría de 4.704 muertos (Salas Larrazábal).


Es muy difícil cuantificar las bajas de combate. Según Salas Larrazábal, los requetés navarros tuvieron un promedio de 15, 35% de bajas mortales, lo que arroja la cifra de 1.800 muertos. No obstante, años después, Aróstegui ha ofrecido entre 1.875 y un máximo de 2.748 muertos (de varios Tercios faltan datos) (13). Para Casas de la Vega (1986-1987), de los 6.000 requetés muertos en campaña en España, 1.700 eran navarros, esto es, su 28% (14). Este número de bajas es bastante superior a la media de ambas zonas en guerra. Así, los requetés tuvieron numerosas condecoraciones, y fueron un elemento decisivo en la victoria de los nacionales. En realidad, no sólo importan los números, sino cada persona y cada familia en concreto. También interesan los testimonios escritos de los mismos requetés, que aparecen publicados en “El Pensamiento Navarro”, como es el caso de Nemesio Andía, sargento de un Tercio carlista (15). De ahí, la microhistoria, el último punto de este artículo.


La aviación republicana o roja bombardeó objetivos de retaguardia, muy alejados del frente y, además, desprovistos. Tales eran Pamplona, la villa Lumbier o bien la pequeña ciudad de Tudela. También bombardeó dos carreteras y dos puentes. Las primeras bombas cayeron sobre Pamplona el 22-V-1937, cerca del Portal de Francia que abre las murallas hacia los barrios extramuros, causando la muerte de 11 personas (entre ellas 5 mujeres y 3 niños) y 25 heridos. Según M. Vázquez de Prada “es posible que el objetivo de los aviadores republicanos fuese el Gobierno Militar, residencia de Mola”. Casi seis meses después, el 12-XI-1937, hubo dos explosiones en el casco urbano y cayeron 35 bombas en los barrios extramuros, que produjeron 7 u 8 muertos y más de 20 heridos. Los republicanos volaron los puentes de Endarlatza (carretera de Vera a Irún) y de la carretera de Echarri Aranaz a San Sebastián (21-VII-1936). Lanzaron bombas en campo abierto cerca de Sada de Sangüesa (25-V-1937). El tercer bombardeo de Pamplona del 18-I-1938, causó un muerto. También fue atacada por el aire la villa de Lumbier (el 25-IX-1937, con 6 muertos y al menos 3 heridos, quedando afectada la iglesia y 13 casas), y Tudela (el 13-VIII-1937, dejando 13 muertos y 20 heridos) (16).


Por el heroísmo de los navarros en armas al servicio a España, el jefe de

Cota 989 Teruel (Cementerio). El día anterior a la toma de Teruel.

Estado concedió a Navarra la Cruz Laureada (9-XI-1937). Por ello, esta condecoración no puede considerarse franquista. Durante mucho tiempo, el general Franco había subestimado el esfuerzo del voluntariado en general y de Navarra en particular, considerándolo como fuerzas auxiliares (Salas Larrazábal). Al fin, la realidad se imponía. El sacrificio de Navarra fue más de dos veces superior al de los restantes habitantes de la España nacional, y muy cerca de la mitad de los combatientes navarros se había incorporado voluntariamente a la guerra (Salas Larrazábal). Una crónica de “El Pensamiento Navarro” describía los actos de dicha condecoración al escudo de Navarra, incluyendo expresiones –que tomo- reflejando cómo dicha laureada era “la más alta distinción que España otorga para honor de sus héroes”, un “homenaje nacional”, un acto que interpretaba el hondo sentir de “todas las regiones de España”. Laurear a Navarra era –expresado con frases largas- “el mejor reconocimiento que haya podido expresarse de lo que los españoles todos debemos a esta tierra de la que legiones denodadas de bravísimos soldados se aprestaron desde el primer momento a la lucha por la defensa de la Patria”. Se trataba de laurear el “sacrificio heroico de ese pueblo”, “a esta tierra cuyos hijos –la flor de su juventud y muchos veteranos- sirvieron con ardor desde el primer momento a la empresa gloriosa que estamos a punto de vencer” (17).


Según afirmó el historiador Julio Aróstegui, al presentar su libro titulado Los combatientes carlistas en la guerra civil española (1936-1939), “ser carlista no fue una buena credencial en el régimen de Franco” (18). Durante la guerra, el Decreto de Unificación de 1937 creó el partido único FET y de la JONS, concertado unilateralmente entre Franco y Serrano Suñer. Por él, el Gobierno unía, para dar origen a una realidad nueva, a carlistas y falangistas. Si, desde el punto de vista práctico, dicho Decreto fue tolerado por los carlistas durante el conflicto bélico en aras al mando único militar necesario para ganar la guerra, “más tarde se comprobó que el ‘Partido Único’ español fue un instrumento más del que se valió Franco” como base de su posterior poder. Cuentan los veteranos que, cuando se enteraron de la Unificación por decreto, no pocos querían dejar el frente para irse a casa. Si aguantaron fue para ganar la guerra. Luego, a casa. Así, tras la guerra, el hecho que los carlistas fuesen los más perjudicados de los sectores subsumidos en FET y de la JONS, y el saberse perseguidos (destierro de Fal Conde, cierre de círculos, pérdida de la prensa salvo “El Pensamiento Navarro” etc.), conllevó el desengaño y la retirada de muchos carlistas a su vida privada. Eso significa que ganaron la guerra pero perdieron la paz.


Poco a poco, el lema parecía ser: el Carlismo tiene una personalidad política propia. Tiene razón Martínez Lacabe cuando escribe:

“Del mismo modo en que los carlistas se sumaron al alzamiento, desaparecieron poco a poco, regresando al entorno rural del que habían salido, sintiéndose la mayoría de ellos perdedores en una guerra que habían ganado (…) Al carlismo, como dice Payne, solo le quedaba retirarse y sobrevivir al franquismo como lo había hecho a la monarquía constitucional y a la república” (19).


Durante la guerra de 1936 los carlistas organizaron y dirigieron el hospital “Alfonso Carlos I” de Pamplona, situado en parte del edificio del Seminario Diocesano, institución que ha investigado el dr. Pablo Larraz. De dicho hospital fue nombrado director médico José Gómez Itoiz, miembro de la Junta Carlista de Guerra.


Estos son los hechos. Pero la vida está llena de casos concretos. Citaremos uno de ellos.


3. TESTIMONIOS CARLISTAS EN LA VILLA DE OCHAGAVÍA

¿Cual era el humus del pueblo tradicional, muy mayoritario en Navarra (Ferrer Muñoz, 1992), en la Cruzada de 1936, que hoy se tergiversa, manipula y agravia, y que las personas vergonzantes ocultan o callan?


Este tema no es baladí, pues en libros y revistas especializadas se sigue contando la actuación de gran parte de los navarros en 1936. Así, se ha publicado íntegro el diario de campaña (1936-1939) del requeté pamplonés Manuel Sánchez Forcada, en la prestigiosa revista "Príncipe de Viana" (20). Documentaré sólo tres ejemplos, aunque cada lector podrá aportar su valiosísima experiencia.


¿Quienes hicieron posible la Cruzada en defensa de la Religión y la Patria? ¿Qué decir de la villa de Ochagavía, próxima al erguido monte Orhi -de elevada cota-, cabeza del valle de Salazar, en pleno Pirineo al NE de Navarra, colindante con el angosto y bello valle de Roncal, el bosque de Irati y Francia?


Primer ejemplo. Tiburcio Garralda Argonz (1880-1955) era párroco de Arazuri en 1918 y de Orcoyen en 1936 (Navarra), ambos pueblos próximos a Pamplona. Fue pariente del comandante general de los carlistas navarros de 1874 a 1875, a la sazón don Ramón Argonz, marqués de la Fidelidad, título éste concedido por Carlos VII tras 1976. El tal Tiburcio contaba en "La Avalancha" ("La Avalancha", quincenal navarro católico, nº 568, 1.114, 1.240) lo siguiente:

"Siempre, en todas las necesidades de la Patria o de la Religión, el concurso de los ochagavianos para su defensa o engrandecimiento ha sido el primero, pudiendo ser admirado entre los más decididos y arriesgados paladines. Aun se conservan, en el corazón del monte Irati, restos gloriosos del castillo o cuartel de la junta realista navarra, compuesta por los mayores prestigios de Navarra, y entre ellos el célebre ochagaviano Rolán. Aun saluda reverente el salacenco el puente de Aspurz, testigo de la gloriosa muerte de Landa. No parece sino que la ingente masa de piedra ofrece todavía salpicaduras de la sangre derramada por la Patria y por la Religión".


¿Y qué decía Tiburcio Garralda sobre el propio Fuero?:

"Los títulos de fijosdalgo, el goce de las bardenas reales, el derecho de regirse autónomamente, exentos del gravamen de rendir cuentas a la superioridad, confirman plenamente las cualidades que ponen a los ochagavianos en un plano superior a otros, y las hazañas llevadas a cabo por los mismos".


La retórica tradicional de este artículo de 1918, amante del vascuence hablado en la familia Garralda y cultivado por ésta en Ochagavía, expresaba cómo defender la vida cristiana:

"¡Grandes glorias y gran renombre adquiridos en tiempos del reinado del Euzkera!./ Hoy este desaparece, y Dios no permita que al desaparecer el baskuenze se pierda el temple y bríos, el jugo y principio vital de tan viril raza, raza de héroes y de cristianos a la antigua usanza.

Se asienta Ossoagui (Ochagavía) a la falda del monte Musquilda, confiada en la protección y amor maternal de la Virgen que se halla en la ermita, corona de dicho monte, a la cual profesan especial amor los ochagavianos. (...)/ Tan antigua como el pueblo es esta ermita, y el pueblo y la ermita tan antiguos como el baskuence y traje típico, de los que todavía quedan restos, digo mal, ellos son la lengua y traje de los ochagavianos, pero que de seguir la marcadísima y veloz decadencia de los mismos, no quedarán en breve más que vestigios de la milenaria lengua y milenario traje. Si a pesar de eso, se conservasen la arraigada piedad y acrisolada religiosidad, grande sería la pérdida, pero no sería cosa de desconsolarse. Lo malo y peor de todo sería que con el baskuence se perdiesen las buenas costumbres, derrumbándose a una el carácter esencialmente religioso, sobrio, prudente, laborioso, atento y educado del ochagaviano (...)".


Con estas palabras Tiburcio acertaba de lleno. No en vano, él y casi toda su familia -pasaban por muy cultos en la villa de Ochagavía-, era carlista, y él tenía el carnet de Requeté nº 18.167, 17-IV-1937.


Segundo ejemplo. También conservo la carta de cinco jóvenes ochagavianos solicitando el ingreso en la Comunión Tradicionalista. Sus firmantes eran: Ángel Eseverri, Nemesio Cortés (Izal), Zenón Goñi, Juan Narváez y Gonzalo Eseverri. El texto, escrito a máquina en hoja doble, y facilitado por Nemesio Cortés Izal –todo un caballero que mucho hizo por el diario carlista “El Pensamiento Navarro”-, decía así:


“Los suscribientes, jóvenes de Ochagavía, teniendo en cuenta:

1º: Que la Comunión Tradicionalista Española tiene por fundamento y fin de su programa los conceptos de Dios y Patria con todo su contenido y, en cuanto a eso conduzca, el tercer elemento de su lema, o sea el Rey y el Régimen Foral.

2º: Que, por virtud de las grandes circunstancias actuales, es absolutamente preciso buscar eficacia práctica a la acción de los católicos y en este sentido, particularmente en Navarra, el Partido Tradicionalista, por su historia y organización, es el más a propósito para que la labor política de las derechas produzca los resultados apetecidos.

3º: Que las Autoridades del Partido Tradicionalista, prestando el debido homenaje de sumisión a las recomendaciones del Papa en su Encíclica dedicada a España, ha proclamado el acuerdo rotundo de unirse con todas las derechas españolas para una acción política común.

4º: Que es a su juicio un error funesto la pretensión de obtener resultados eficaces en orden al programa de las derechas, limitando la unión a los elementos del país vasco y dificultando la realización del programa común con postulados o aspiraciones no comunes; y que lo que urge verdaderamente es reivindicar nuestros derechos de ciudadanos católicos y de hombres libres.

Los suscribientes, poniendo y conservando por encima de todo su conciencia de católicos, y conforme con ella, por el presente documento,

Solicitan voluntariamente ser admitidos e inscritos como correligionarios en la Comunión Tradicionalista Española y ruegan que les sea facilitado un Reglamento de “Juventud Tradicionalista” parta poder ellos también constituir una asociación local similar.

Ochagavía 8 de julio de 1933”. Siguen los cinco nombres citados con firma y rúbrica. (Respeto la grafía del original. Archivo particular).


Tercer ejemplo. Sobrino de dicho Tiburcio fue Teodoro. Sus padres Federico y Mª Rosa Goyena sabían el vascuence perfectamente. De joven, Teodoro debió salir del pueblo para estudiar en los HH. Maristas de Pamplona y luego en la universidad de Zaragoza. De él hablan los libros de Javier Nagore y Julio Aróstegui. Salió del humus ochagaviano. Como él, de cada familia y pueblo de Navarra, salieron miles de voluntarios para defender, con su vida, la Religión y la Patria. A sus 19 años salió con entusiasmo, estando en Lesaca, al campo del honor "sólo por Dios" –decía en su caso-. Un primo suyo de 21 años, Jaime Garralda e Iribarren, que era cabo de requetés, fue fusilado el 29-VII-1936 en San Sebastián (21), y su nombre está esculpido (y hoy tapado) en el Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada. ¿Se pudiera haber hecho lo mismo de tratarse de brigadistas, gudaris o milicianos?


Teodoro fue voluntario requeté en la Cruzada en el Tercio de Lesaca (21-VII-1936), transformado luego en

Teodoro Garralda Goyena. Voluntario Requeté del Tercio de San Fermín. Cabo. Monte Arrate (Guipúzcoa) 1937

el Tercio de San Fermín. Estuvo en la Primera División de Navarra, concretamente en la Sección de Radio requeté de Campaña, afecta al Servicio de Transmisiones. Solía decir que entró en la guerra como requeté y salió carlista. Su familia era carlista y sus dos hermanos pequeños serán Pelayos. Luchó en las ofensivas de Vizcaya, Santander, Asturias, Teruel y Levante. Su caso es uno más entre miles y miles de mozos, cada uno con una rica historia personal. Pues bien, con sus 81 años, Teodoro escribió una bellísima carta de pésame a Doña Rosalía Cañadas por la muerte de un tal Manolo, en la que contaba de memoria lo siguiente:


"Allá por el otoño del año 1936 después de la toma San Sebastián a donde llegamos después de pasar por Lesaca, último pueblo de Navarra, llegar a Oyarzun Guipúzcoa, donde me alojaron en barrio de Ergoyen, en la cuadra junto a en el caserío Ramantacho/ Remantacho/ (gracias a que el capitán Doñaveitia llamo a la puerta). Después de contemplar el incendio de Irún. Yo era y soy requeté. Dios, Fueros, Patria y Rey. Cueste lo que cueste se ha de conseguir que venga el Rey de España a la corte de Madrid. ¿Qué Rey?. El nuestro.

Por fin llegamos a Elgoibar Guipúzcoa al mando de los comandantes Diez de Rivera, Ochoa de Zabalegui, y Montoya; y de Elgoibar a Arrate y Calamúa, donde pasamos siete meses, estacionados, y allí llegaban de cuando en cuando, unos jóvenes que debían ser Manolo y José Luis Marañon, con Abadal, de Radio Requeté de Campaña, Abadal era el técnico, los otros majos chicos; luego siguió la guerra, lo gordo, lo mucho más gordo ¿ir? hasta Bilbao, luego Gijón, Teruel; yo me libre de la batalla del Ebro, porque en Burgos me examinaron de Farmacia, y me destinaron a la Farmacia del Hospital Militar de Pamplona. Se acabó la guerra, y seguí la vida

32ª Reunión de Radio Requeté de Campaña. Elorrio, 20-IX-1970

Nos reunimos anualmente; yo iba cuando podía". (Respeto la grafía del original. Archivo particular). Esas reuniones, organizadas tras la guerra por Javier Nagore Yárnoz, eran de los voluntarios de Radio Requeté de Campaña.


Don Javier Nagore Yárnoz escribió en su folleto "La Historia de una dejación. La Cruz Laureada de San Fernando en el escudo de Navarra"" (1997): "Para Teodoro Garralda Goyena, uno de los que ganó la laureada". Junto a él podemos mencionar a los 40.461 hombres en pie de guerra y 4.545 muertos. Nagore, testigo veraz, libre y valiente, es autor de "Espíritu y vida en los Tercio de requetés" (1990), y "¡Cantan siempre al avanzar! (Historia breve de los Tercios de Lácar y Montejurra)" (s. f.), entre otras obras. Tengo constancia que don Javier Nagore ha reunido anualmente, durante más de 61 años seguidos, a sus compañeros de armas en diferentes lugares de Guipúzcoa (Vergara, Azpeitia, Zarauz, Elorrio…) y Navarra (Pamplona, Alsasua, Estella, Rincón de Soto…). Teodoro asistió a muchas de ellas, siendo la última a la 61ª reunión realizada en Pamplona el 24-IX-1999. Años después, los supervivientes caben –según dicen ellos con cierta sorna- en una “mesa camilla”.


En dicha pacífica villa de Ochagavía, situada en el Pirineo a los pies de Ntra. Sra. se Musquilda, el 22 de julio se colocó de nuevo la bandera de España en la casa-cuartel de la Guardia Civil. Todo el vecindario acudió en masa al emocionante acto. A continuación, el párroco organizó un triduo los días 24 a 26, al que “todo el pueblo acudió al llamamiento presidido por sus autoridades”, para rezar por el éxito de la guerra y la vida de los soldados de Navarra. Particularmente se rezó “por los mozos de Ochagavía, que desde primera hora se marcharon al combate, y luchan hoy con todo su ardor en las avanzadas de mayor peligro. Veinte corrieron al primer aviso y otros tantos están esperando la orden de sus jefes” (22).


Estas son páginas de historia. Reflejan la Navarra tradicional y carlista, ajena a la Revolución izquierdista, pero también al partido único y la revolución nacional, a los tecnócratas y al liberalismo larvado en las nuevas instituciones desde 1939.


 
NOTAS:

(1) FERRER, Melchor, Historia del Tradicionalismo español, Sevilla, Ecesa, Tomo 28, 1959, 292 pp., pág. 128-142

(2) ROMA Juan Mª, “Esbozo del Programa Tradicionalista”, Barcelona, Biblioteca Tradicionalista, 9ª ed. 1918, 14 pp.

(3) COMUNIÓN TRADICIONALISTA, “Síntesis del Programa de la…”, Jaén, Tip. El Pueblo Católico, 3ª ed. s.f., 14 pp.

(4) “El Cruzado español”, nº 44, 23-V-1930

(5) JUNTA REGIONAL DE NAVARRA, “Exposición de las bases fundamentales de su programa”, Pamplona, Comunión Católico Monárquica, Graf. Descansa, 1933, 16 pp.

(6) COMUNION TRADICIONALISTA, “Ideario”, Pamplona, Gráficas Bescansa, 1937, 16 pp.

(7) Vid. nota 1.

(8) Vid. “Estampa Tradicionalista”, nº 3 (1-III-1932), 18 pp. Art. “Cuatro palabras a los estudiantes”.

(9) Entre otros autores destacamos a Jaime del Burgo Torres, que escribió sobre la etapa anterior al conflicto de 1936: Requetés en Navarra antes del alzamiento, San Sebastián, Editorial Española, 1939, 188 pp. y, décadas más tarde, Conspiración y guerra civil, Madrid, 1970.

(10) UGARTE TELLERÍA Javier, La nueva Covadonga insurgente. Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y el País Vasco, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, 478 pp.

(11) "El Pensamiento Navarro", EPN, nº 11.985, 24-VII-1936, p. 6; EPN, nº 11.986, 25-VII-1936, p. 8. También fue publicado en "Diario de Navarra", DdN, el 24-VII-1936.

(12) EPN, nº 11.987, 26-VII-1936, p.1.

(13) SALAS LARRAZÁBAL, Ramón, “Cómo ganó Navarra la Cruz Laureada de San Fernando”, Madrid, 1980, 47 pp.; ARÓSTEGUI Julio, Los combatientes carlistas en la guerra civil española (1936-1939), Madrid, Aportes XIX, 1991, 2 vols. V. I: 391 pp., 14 lám.; v. II: 492 pp., 12 lám. Es extraño y descortés el tono que Aróstegui utiliza para advertir al lector de los errores materiales de esta edición. También es inusual la forma extraacadémica que tiene de juzgar el libro de calidad editado por BULLÓN DE MENDOZA, Las guerras carlistas, El Escorial, Actas, 1993. Todo ello destaca sobre un trasfondo de beneficios –que ya quisieran para sí otros historiadores- obtenidos por Aróstegui de manos de Fco. Javier Lizarza Inda –significado carlista con vocación de historiador-, quien le facilitó las fuentes documentales, y de manos de la Fundación “Luis Hernando de Larramendi”, que le otorgó el premio anual de dicha Fundación y además le favoreció con la publicación de su libro en dos volúmenes. Así se despacha Aróstegui, sin motivo alguno para el despecho, en su artículo titulado “La tradición recuperada: El requeté carlista y la insurrección”, de la Rev. “Historia Contemporánea” de la Universidad del País Vasco, (1994), nº 11, monográfico bajo el título: “La militarización de la política durante la II República”, 335 pp., pág. 52-53. Esta revista estada dirigida por Manuel Tuñón de Lara y en su portada se exalta a las milicias republicanas.

(14) CASAS DE LA VEGA, Rafael, “La guerra de España. El requeté”, Madrid, Comunión Tradicionalista Carlista, 1988, 40 pp.

(15) “El Pensamiento Navarro”, sec. “En los frentes de batalla”, del 11-XI-1936; 31-X-1936; 16-V-1937; nº 12.317, 21-VIII-1937. OLLAQUINDIA Ricardo, Cartas de un Requeté del Tercio del Rey. José María Erdozáin, Madrid, Ed. Actas; BLÁZQUEZ Luis Fabián, Riesgo y ventura de los tercios de requetés, Madrid, Actas, 1995, 210 pp.

(16) Esto se suele ignorar hoy día, como también que los primeros bombardeos de la Guerra fueron realizados por los republicanos sobre Sevilla, Oviedo, Zaragoza o Córdoba. Así mismo, el bombardeo de Cabra (Córdoba) por los republicanos del 7-XI-1938, lugar alejado del frente y ajeno a objetivos militares, costó cien muertos de civiles. Para que luego sólo hablen –y como lo hacen- de Guernica.

(17) “El Pensamiento Navarro”, nº 12.388, 12-XI-1937. Por otra parte, en EPN, nº 12.387, 11-XI-1937, el conde de Rodezno, el vicepresidente de la Diputación -Sr. Juan Pedro Arraiza Baleztena- y el alcalde de Pamplona -Sr. Tomás Mata- testimoniaban sobre la visita del jefe de Estado para laurear a Navarra. Se recogen diversas consideraciones de la prensa nacional como “El Castellano” de Burgos, el “Pensamiento Alavés” y “El Noticiero” de Zaragoza: vid. en EPN, nº 12.389, 13-XI-1937. Este diario carlista plasmaba por primera vez la imagen del escudo laureado, enviada por la Diputación, “tal como habrá de aparecer siempre, sin que a nadie sea lícito tergiversar esta forma oficialmente adaptada”, vid. EPN, nº 12.417, 16-XII-1937.

SALAS LARRAZABAL Ramón, “Cómo ganó Navarra la Cruz Laureada de San Fernando”, Madrid, 1980, 47 pp.; LIZARZA INDA Fco. Javier de, “Navarra, julio de 1936”, Madrid, 1980, 31 pp.; COMISIONES DE NAVARROS, “Navarra no renuncia a su laureada. Alegaciones…”, Madrid, Comisiones e Navarros, 1983, 1983, p. 39; NAGORE YÁRNOZ Javier, “La Historia de una dejación. (La Cruz Laureada de San Fernando en el escudo de Navarra)”, Madrid, Comunión Tradicionalista Carlista, 1997, 50 pp.

En 1981, el Pleno del Parlamento Foral, con la asistencia de 65 parlamentarios, aprobó la supresión de la Cruz Laureada del escudo de Navarra. El sector mayoritario de UCD votó con UPN tratando de que se mantuviera la Laureada. Algunos de UCD votaron con quienes arrebataron la condecoración otorgada por un jefe de Estado. Seguramente, de haber sido otro el signo de la condecoración, ésta no hubiera desaparecido. No se puede alegar “neutralidad” en la decisión, sino olvido de la historia y del esfuerzo colectivo y heroico de la inmensa mayoría de un pueblo. Más bien había que hablar de revancha, como años después se ha comprobado con ocasión de la ley de la “memoria histórica” del PSOE.

También Valladolid recibió la laureada de su escudo y nadie la ha quitado. Según Salas Larrazábal: “Sin quitar ni negar el mérito de los voluntarios vallisoletanos, es evidente que, en esta segunda concesión, existió el deseo de establecer una compensación que premiara a los voluntarios falangistas en la misma medida en que lo habían sido los requetés, identificados a estos efectos con Navarra” (o. cit. p. 7).

(18) “Diario de Navarra”, 1-XII-1991, pág. 39, con ocasión de la presentación de su libro: Los combatientes carlistas en la guerra civil , Madrid, Ed. Aportes XIX, 1991, 2 vols. Una reseña a este libro, GARRALDA ARIZCUN José Fermín, en el quincenal navarro católico “Siempre P’alante”, 1-IV-1992.

(19) MARTÍNEZ LACABE Eduardo, “La unión imposible: carlistas y falangistas en Navarra durante la guerra Civil”, Rev. “Huarte de San Juan”, UPNA (Pamplona), nº 1 (1994), 385 pp., pág. 343-364.

(20) Rev . “Príncipe de Viana”, sept.-dic. 2003, nº 230, p. 641-681.

(21) “El Pensamiento Navarro”, EPN, domingo, nº 12.052 11-X-1936.

(22) EPN, nº 11.993, 4-VIII-1936, p. 4. “De Ochagavía. Notas de actualidad”.