Así contaban los liberales la quema de conventos.

Se daban desde algun tiempo en Barcelona funciones de toros, y con motivo de la celebridad de los días de la Reina Cristina, se anunció en los periódicos la séptima funcion para el dia 25 de julio, que era festivo, por ser Santiago, Patron de España. Los toros que se habian lidiado en la funcion anterior habian sido bravísimos y escelentes á juicio de los entendedores; asi es que el anfiteatro estaba lleno en el día 25. Quiso la casualidad que los toros fueron muy mansos ó malísimos en aquel dia, y exasperados los espectadores, despues de los gritos, vociferaciones y confusion que se permite en aquellos espectáculos, dieron principio al barullo arrojando á la Plaza un sin número de abanicos; tras de ellos siguieron los bancos; luego las sillas, y por fin alguna coluna de los palcos. Rompieron la maroma que forma la contrabarrera, y con un pedazo de ella una turba increíble de muchachos, con una espantosa algazara, arrastró el último toro por las calles de la ciudad.

Apenas la jente que venia de la funcion empezaba á dar su ordinario paseo par la Rambla, á saber, á cosa de las siete y media, cuando empezó ya la alarma y se vieron arrojar algunas piedras á las ventanas del convenio de Agustinos descalzos. La guardia del fuerte de Atarazanas cerró el rastrillo y se puso sobre las armas, porque habia tambien tropel en el convento de Franciscanos, que le es muy inmediato.

Preludios fueron aquellos de un tumulto; pero nadie ó muy pocos creían en él, porque la jente se iba de sí misma retirando á sus casas; porque en la turba no habia ni un solo hombre; y porque, á nuestro entender, nada habia de premeditado. Sin embargo no tardamos mucho tiempo en salir del error. Tanta verdad es, que innumerables veces se orijinan cosas muy grandes de muy pequeños principios: y que de ordinario es mucho mayor el ímpetu y precipítacion, con que se despeñan los males, que fué el impulso que les dieron sus autores: pues es mucha verdad que no está en mano de quien arrojó el fuego en el edificio, poner tasa y término á sus estragos.

De las ocho y media á las nueve de la noche se iban formando algunos grupos en la plaza del Teatro y en la de la Boquería, que engrosaban por momentos. En vano intentó separarlos la guardia del Teatro y algunos soldados de caballería destacados de Atarazanas. Se iban de una parte para reunirse en otra; se conocía que habia intencion decidida; y desde entonces fué fácil prever la borrasca.

Clamoreando estaba el pueblo en diferentes puntos de la ciudad, y como el Capitan Jeneral y el Gobernador de la plaza se hallaban ausentes, el infatigable Teniente de Rey, Ayerve, en vano intentaba acudir donde mas amenazase el peligro, pues el odio habia pasado de raya, y mas se embraveciera cuanto mayor fuera el esfuerzo para contenerle.

Ardió el primero el convento de Carmelitas descalzos, y subió de punto la audacia, conseguido el primer triunfo.

Corría la tea abrasadora por todas las calles de la ciudad, y el segundo acometimiento se verificó en el convento de Carmelitas calzados. Pero la cosa iba con tal ímpetu y presteza, que arden á la vez las puertas de varios conventos, y sus moradores despavoridos pueden apenas huir por donde les depara la suerte y en varias direcciones, pereciendo unos cuantos en medio de la confusion y del trastorno.

No animaba en manera alguna á sus contrarios la esperanza del pillaje, porque lo que no devoraron las llamas se encontró intacto en las iglesias y en las celdas: ni espantaron la ciudad con confusa y alarmante gritería, pues solo resonaban los golpes del martillo que abría los entejados, ó el estrépito de la bóveda que se desplomaba; y con tan estraordinario orden obraban, que parecían los hombres unos trabajadores asalariados por la ciudad, y las mujeres pagadas para alumbrar el trabajo de los hombres. Una parte del pueblo, hombres y mujeres tambien, eran espectadores de aquel terrible espectáculo, y parecia que algunos no acababan de persuadirse de que sus ojos veían; y otros habia que parecia se alegraban, como quien de una vez desempeñaba con el efecto sus deseos y pensamientos.

El grande y nuevo convento del Seminario, situado en un ángulo de la poblacion, fué atacado por un corto número de personas; defendiéronse los frailes haciendo fuego, é hiriendo á algunos, hicieron volver las espaldas á los demás.

Iban á pegar fuego al de Capuchinos y Trinitarios calzados; y como las llamas hubieran inevitablemente hecho presa de las casas vecinas, se desistió del intento.

Tampoco fué incendiado el de Servitas, por la voz que cundió de que el Cuerpo de artillería tiene muy inmediato su almacen de pertrechos.

Mientras que en una parte de la Ciudad ardian algunos conventos y se incendiaban en la otra, el furor no declinaba en ninguna: antes, á manera de tempestad, volviendo y revolviendo á diversas partes sus recíprocos combates, todo lo llenaba de inquietudes, por la facilidad con que podia prender el fuego en las casas. Y cosa verdaderamente rara, á pesar de que fueron incendiados seis conventos: el de Carmelitas descalzos, el de Carmelitas calzados, el de Dominicos, el de Trinitarios descalzos, el de Agustinos calzados, y las puertas del de los Mínimos, ninguna casa particular sufrió el menor daño; ni nadie fué oprimido de la ruina de los fragmentos que caían y volaban de una á otra parte, ni recibió la menor herida con los encuentros y choques de unos con otros, llevando todos empleadas las manos con varios instrumentos, en tan confuso tropel.

Ningun convento de Monjas sufrió el menor ataque: ningun clérigo un insulto: ni ninguna fea maldad, que ordinariamente acompañan á semejantes conmociones nocturnas, se cometió en aquella espantosa noche: antes por el contrario muchas casas estaban abiertas sin que nadie recelara que corriera el saco por ellas.

Fuente: Francisco Raüll (1835). Historia de la conmoción de Barcelona, en la noche del 25 al 26 de julio de 1835: causas que la produjeron, y sus efectos hasta el día de ésta publicación. 
Es estudiante Murri, por César Alcalá


La noche de 25 al 26 de julio de 1835 estalló el anticlericalismo en las calles de Barcelona. El inicio de la revolución se produjo por la tarde. Se ha querido achacar el preludio del posterior desastre a una mala corrida de toros en la plaza de la Barceloneta. Lo que motivo aquel levantamiento ciudadano fue los elevados impuestos que tenían que pagar pues, según ellos, encarecían la vida y arruinaban las fábricas. El movimiento revolucionario tuvo como trágica consecuencia la quema de los conventos de Santa Catalina, de San José, de los Trinitarios, de San Agustín y del Carmen, así como el asesinato de frailes y monjas. La milicia urbana pudo parar la turba revolucionaria pero, el pueblo ya se había levantado contra el poder establecido y contra la burguesía que los oprimía.


Para intentar restablecer el status quo se creó, el 5 de agosto de 1835, la Junta Auxiliar Consultiva. La Junta estaba constituida por: gremios, fabricantes, comerciantes hacendados y milicianos. Tuvieron el apoyo de dos diarios El Vapor y El propagador de la Libertad. El propósito de la Junta era sustituir el Estatuto Real de 1834 por una constitución que garantizara los derechos del pueblo y precipitara las reformas civiles y eclesiásticas del país. Se trataba de centralizar la opinión de Cataluña y de restaurar la antigua Corona de Aragón. Aunque la Junta fracasó, su política anticarlista produjo la muerte de algunos dirigentes de éste floreciente movimiento político. Así, el 18 de agosto de 1835 fue asesinado, en la Ciudadela barcelonesa, el dirigente carlista Miguel Arqués, conocido con el seudónimo de El Estudiante Murri. Arqués fue culpabilizado por la quema de los conventos.

Barcelona, quema de conventos 1835
El jueves 22 de agosto de 1835 apareció, en el diario liberal El Vapor, una reseña biografía sobre Miguel Arqués. Este diario ataca a este dirigente con términos negativos hacia su persona y, por analogía, hacia el movimiento que defendía. El tono del artículo es similar al de otros periódicos liberales de la época. Buen ejemplo de cómo veía la sociedad liberal española a los carlistas es el artículo La planta nueva o el faccioso. Artículo de Historia Natural, publicado el 10 de noviembre del 1833, en la Revista Española y firmado por Mariano José de Larra. En él describe, como si de una planta se tratara, a los carlistas en los siguientes términos: “El faccioso es en el reino vegetal la línea divisoria con el animal, y así como la mona es en éste el ser que más se parece al hombre, así el faccioso en aquél es la producción que más se parece a la persona; en una palabra, es al hombre y a la planta lo que el murciélago al ave y al bruto... Por eso no se puede decir que el faccioso tenga inteligencia, sólo porque se le vean hacer cosas que parezcan indicarlo; lo más que más se puede deducir es que es sabia, admirable, incomprensible de la naturaleza”. 

El anticlericalismo, por haber apoyado el levantamiento carlista y la definición de estos, como personas descerebradas, con poca visión de futuro y apoyando una institución –el Antiguo Régimen- contra el cual había que luchar, eran una constante en toda la prensa liberal de la época. Así pues, la línea editorial de El Vapor no pierde la oportunidad de expresarse con rotundidad contra aquellos hombres, tal y como se expresaba Larra y otros articulistas liberales. 

La reseña sobre Miguel Arqués, publicada cuatro días después de su asesinato se inscribe dentro del talante de la época y demuestra la poca consideración y respeto que los carlistas les merecían a los liberales: “Hemos recibido de cierto caballero que se firma el Tarraconense, una especie de Biografía de Miguel Arqués, o sea de l’Estudiant Murri.

Nació este infeliz en Badalona, hijo de pobres labradores. Fue destinado desde su niñez a guardar cerdos. Sintióse empero con fuego para más épicas empresas, y quiso estudiar gramática latina. Las aulas del Colegio episcopal de esta ciudad podrán dar fe de su asneria y nulidad. A empujones, sin embargo, logró tener aprobados los tres años que se pasan en aprender cuatro reglas y enseñar la traducción de las Selectas.

Fiero y engreído con tan vastos conocimientos, se metió a pedagogo; y si no se lució ni podía lucirse en enseñar lo que ignoraba, hízose célebre por su desfachatez e inmoralidad. Indecente profanador del hábito telar, distinguíase a la legua la perversa índole y rabínico corazón. 

Trájole su fatal estrella a meterse en el baturrillo de la política. Y no hay que preguntar a que lado se lanzó. Sus vastos conocimientos y maligno espíritu le señalaban con el dedo la negra senda que hacia de recorrer. Fue agente de la policía secreta, sembró la desolación entre varias familias, era protegido de los frailes; estuvo preso en Canaletas; una mano (pastelera, sin duda) le sacó de aquel recinto y conspiró. Murió finalmente pasado por las armas en el glácis de la Ciudadela de esta plaza (Barcelona) el martes 18 de agosto de 1835, a las seis de la tarde. Requescant in pace. Era de estatura mediana, bien nutrido, rubio de pelo, de edad 25 a 30 años. Cualquier fisonomista le hubiera calificado desde luego de imprudente y procaz”.



Autor: César Alcalá