Autor: César Alcalá
 
 

El 14 de abril de 1872, desde Ginebra, di a conocer la siguiente orden a través de mí representante en España:

«Ordeno y mando que el día 21 de los corrientes se haga el alzamiento en toda España, al grito de ¡Abajo el extranjero! ¡Viva España! Yo estaré de los primeros en el puesto de peligro. El que cumpla merecerá el agradecimiento del rey y de la Patria; el que no cumpla sufrirá todo el rigor de la justicia. Dios te guarde. Carlos».

            En realidad la III Guerra Carlista se inició la noche del 7 al 8 de abril de 1872, cuando el general Castells se levantó en Barcelona. A pesar de éste levantamiento, Castells se quedó solo. Yo quería tener bien ligados todos los movimientos y no precipitar las cosas. Por eso nombré una Real Junta para organizar los preparativos. Elegí como presidente al conde de Santa Coloma y, en ausencia de éste, sería suplido por Roque Heriz. Los demás miembros de la Real Junta eran: el conde de Faura, el conde de la Florida, Prudencio Vinuesa, el barón de Uxola, el marqués de Santa Cruz de Inguanzo, Esteban Pérez Tafalla, el barón de la Torre, Tirso de Olazábal y Fermín Urbasa. El 21 abril de 1872, ya en la frontera española, di a conocer dos manifiestos. El primero iba dirigido a los soldados y marinos. El segundo a los españoles. En éste último exponía las circunstancias por las cuales me había decidido a levantarme contra el poder establecido:

«La santa religión de nuestros está perseguida, los buenos oprimidos, honrada la inmoralidad, triunfante la anarquía, la hacienda pública entrada a saco, el crédito perdido, la propiedad amenazada, la industria exánime… Si siguen así las cosas, el pobre pueblo queda sin pan y la España sin honra. Nuestros padres no hubieran sufrido tanto; seamos dignos de nuestros padres. Por nuestro Dios, por nuestra Patria y por vuestro Rey, levantaos, españoles. Ya sabéis quién soy y también lo que quiero. ¿Qué he de querer sino la grandeza y la felicidad de España? Quiero salvarla con vuestra ayuda, hoy que está perdida, y con vuestra ayuda fundar un Gobierno justo, un Gobierno digno de los grandes tiempos de nuestros padres y conforme también con los tiempos en que vivimos. No tengo agravios que vengar, si algunos de vosotros los tiene, que los olvide o los perdone. Hagámoslo dignos todos del altísimo encargo que sin duda la Providencia nos ha confiado; salvar al pueblo español, y ser tal vez principio de salud para otros pueblos del mundo».

El 2 de mayo, fecha significativa en la historia de España, pues entre en España. A pesar del impulso que tomó la contienda, dos días después nuestras tropas fracasaron. El jefe superior de las fuerza carlistas, Eustaquio Díaz de Rada, me disuadió que entrara en España, por la debilidad de nuestro ejército frente la liberal. Como dejé escrito:

«Entrada el 2 de mayo a pie con 18 hombres con bastones: vamos al depósito… no hay un fusil… sólo se encuentra una bayoneta a la cual se abalanza un voluntario. ¡Atrás Señor!, dicen todos. Yo contesto: ¡Adelante! Sin guía, sin nadie, proseguimos… Llegada a Vera… Primo de Rivera oyendo las campanas casi perplejo. Encuentro la primera fuerza carlista que manda Aguirre… Una lágrima de ternura, iban desnudos, sin armas».

            El 4 de mayo de 1872 se produjo el desastre de Oraquieta. Mi ejército fue derrotado. El error táctico, tanto por lo que a la concentración de efectivos se refiere como por la escasa vigilancia, se antoja a todas luces evidente, nos causaron varios muertos y centenares de prisioneros.

Después del desastre de Oraquieta, el Gobierno de Serrano y la Diputación de Guerra de Vizcaya firmaron, el 24 de mayo de 1872, el convenio de Amorevieta. En dicho convenio se indultaba de toda pena a los levantados en armas. Quedaban indultados los miembros de la Diputación, sus empleados y cualquier otra persona que hubiera ejercido autoridad. Se respetarían las exacciones de fondos públicos que pertenecieran o se relacionaran con el Señoría de Vizcaya. Se indultaría a todos aquellos que entregaran las armas, pudiéndose reincorporar a sus destacamentos o volver libremente a la vida civil:

«El convenio de Amorevieta tuvo la particularidad de que no gustó a nadie. Los amadeístas no lo aceptaban con agrado. Los propios compañeros del Ministerio de Serrano lo acogieron mal. El Ejército liberal tampoco lo vio con buenos ojos y contra él escribió Vallecillo. Don Carlos lo consideraba como el nombre más execrable después del de Vergara. Hubo disposiciones del Rey para que se les privaran a los firmantes de todo acceso a las jerarquías carlistas. Y sin embargo hemos de decir que el manifiesto que publicaron, firmado en Orozco, los diputados Urquizu, Arguinzóniz y Orúe, dirigido a los vizcaínos, leído imparcialmente, da una sensación de serenidad y de alteza de miras y hasta de lealtad que, cotejándole con manifiestos similares, dejan la impresión de que los firmantes de Amorevieta no dejaron nunca de ser carlistas».

            El alzamiento en Cataluña se produjo unos cuantos días antes, la noche del 7 al 8 de abril, al levantarse Juan Castells en la población barcelonense de Gracia. Juan Castells se puso al frente de las fuerzas de la provincia de Barcelona. José Estartús al frente de la provincia de Gerona. Matías del Vall al frente de la provincia de Tarragona. Andrés Torres al frente de la provincia de Lérida. Durante ese primer año de guerra puede asegurarse que en Cataluña no existió un ejército organizado, sino partidas de voluntarios dirigidas por cabecillas. Tampoco a lo largo del primer año no se produjeron verdaderas batallas. Por ejemplo, Joan Francesch se apoderó, con unos 500 hombres, de Reus el 30 de junio, perdiendo la vida en aquella acción. Por su parte Pascual Cucala, entre septiembre y diciembre de 1872, se movió por las provincias de Castellón y Teruel.

            Para el mando en Cataluña, pensé en mí hermano, el Infante Alfonso de Borbón y Austria-Este. En abril de 1872 mi hermano y mí cuñada, María de las Nieves de Braganza, estaban en Malta de viaje de novios. Hacía poco que se habían casado y estaban un poco al margen de los preparativos que se estaban llevando a cabo en España. En abril de 1872 el Infante recibió mi carta, fechada en Ginebra, donde le pedía que dejara Malta y que volviera a Europa, con el propósito de ayudarme en la defensa y conquista de Cataluña, pues yo establecería mí cuartel general en el País Vasco y quería una persona de mí confianza en Cataluña.

            Mi hermano y su esposa llegaron a Perpiñán en mayo de 1874:

«De Cataluña llegaban cartas desesperadas: falta de dinero, falta de armas, falta de jefes, ¡falta de todo! Esto es lo que repetían constantemente los mensajes recibidos».

            Según mí cuñada, mientras estuvieron en Perpiñán, ni Savalls, ni Huguet, ni Estartús dieron señales de vida. La situación era complicada. Las partidas estaba luchando en territorio catalán sin la dirección explicita de su comandante general. Mientras tanto, en el País Vasco, después del convenio de Amorevieta, la guerra había entrado en un periodo de tregua. Para paliar los problemas derivados de la guerra en Cataluña, envié 20.000 francos suizos a mí hermano, con el propósito de aligerar momentáneamente la situación.

            El gobierno del Estado consideró que el levantamiento en Cataluña era una sublevación controlada y que duraría poco tiempo. Esta suposición estaba determinada porque se inició en las montañas y no en las capitales. A pesar de esto, el 22 de junio de 1872, el Capitán General de Cataluña, Gabriel Baldrich, dio a conocer la situación en la que se encontraba Cataluña al asumir la capitanía:

«Profundamente turbado el orden, postrada la opinión, paralizado el trabajo, interrumpidas las transacciones, declaradas en estado de guerra las cuatro provincias del Principado, alzada en sus montañas la bandera de la rebelión absolutista, inquietas sus ciudades: tal es la grave situación en que me encuentro al llegar a un país tan querido de mi corazón».

A continuación Baldrich ofreció un indulto para todos aquellos que se habían sublevado en abril de 1872:

«Yo les ofrezco el perdón más amplio en nombre del Gobierno, cuyos magnánimos sentimientos me inspiran este lenguaje conciliador, y cuya elevada política vengo a practicar entre vosotros. Entendedlo bien, pueblos de Cataluña, desde hoy comienza en España una nueva era de libertad, de moderación, de tolerancia, de justicia, de orden, de profundo acatamiento a las leyes, y de sincero respeto a las legítimas manifestaciones de la pública opinión (…) Acudan, pues, a mi entera confianza, y acójanse sin temor a la inagotable clemencia de la suprema autoridad los que alucinados acaso por el brillo de falaces ilusiones, e impulsados quizás por el despecho nacido de vejaciones arbitrarias o de venganzas personales, empuñaron en mal hora las armas fratricidas alzando el desacreditado estandarte de la reacción. Yo les garantizo el perdón de su falta y el olvido de su yerro; yo les prometo la benéfica protección del Gobierno esclavo de las leyes y el pacífico ejercicio de los derechos a que todos, sin distinción concede nuestras liberales instituciones».

            Para recompensar la abnegación y el sacrificio del pueblo catalán, valenciano y aragonés, reintegré los fueros de la Corona de Aragón, en una proclama firmada el 16 de julio de 1872:

«Intrépidos catalanes, aragoneses y valencianos. Hace siglo y medio que mi ilustre abuelo Felipe V creyó deber borrar vuestros fueros del libro de las Franquicias de la Patria. Lo que él os quitó como Rey, yo como Rey os lo devuelvo; que si fuisteis hostiles al fundador de mi dinastía, baluarte sois ahora de su legítimo descendiente. Yo os devuelvo vuestros fueros, porque soy el mantenedor de todas las justicias, y para hacerlo como los años no transcurren en vano, os llamaré, y de común acuerdo podremos adaptarlos a las exigencias de nuestros tiempos. Y España sabrá, una vez más, que en la bandera donde está escrito Dios Patria y Rey, están escritas todas las legítimas libertades».

En agosto de 1872 mí hermano recibió un comunicado sobre los primeros fusilamientos carlistas. La reacción contraria a éste tipo de acciones quedó plasmada en el siguiente documento:

«Los que defendían la guerra sin cuartel justificaban su modo de ver excusándose en que el enemigo mataba a los prisioneros carlistas. Es verdad que lo hacia con frecuencia, aunque no siempre, y había jefes del ejercito contrario que se mostraban muy humanos. Creo que muchísimos de ellos hubieran también sido, pero no se atrevían a oponerse en esta a la voluntad de los soldados. De todos modos, fuese como fuese, no quería Alfonso que se adoptaran represalias, pues decía que entonces nunca se acabaría, y que uno por ello debía empezar por no tomarlas. Con el tiempo obtuvo mi marido que se estableciera el canje de prisioneros».

            El 15 de septiembre de 1872 se abrieron las nuevas Cortes constituyentes, después de las elecciones celebradas poco antes. En el acto habló el pobre Amadeo. En su discurso, alentador, habló sobre la guerra afirmando que la rebelión estaba a punto de ser reducida por el Ejército. Esta era la esperanza pero, la realidad era otra:

«La insurrección carlista, que tomó a principios tan grave y amenazadora apariencia, ha dejado de afligir las provincias del Norte, cuyos sencillos naturales, movidos de falaz consejo, fanatizados por criminales predicaciones y guiados a la pela por ministros del Señor, olvidadizos de su condición e infieles a su evangélico encargo, es de esperar que ahora, desengañados y sumisos, se resignen con la legalidad, mientras que llegan a conocerla y amarla, y vivan sin turbas su tranquilidad propia y la del resto de España, cuidando sus intereses, que sólo por su culpa se perjudican, y gozando de sus especiales leyes, que nunca han dejado de respectarse, y que sólo por su culpa correrían riego de perderse».

            Antes de entrar en Cataluña, el 6 de diciembre de 1872, mí hermano firmó una orden de levantamiento general en todo el Principado. Si bien la guerra se había iniciado en abril de ese año, oficialmente debemos centrarla en el momento en que mí hermano entró en Cataluña como Comandante General. Ya en territorio catalán me escribió en estos términos:

«Muga, 30 de diciembre del 1872, nueve de la noche. Mi muy querido hermano: Te escribo para darte de que hace medio hora he llegado a España. Te abrazo de todo corazón. Tú afectísimo hermano. Alfonso».

            En el resto de las provincias españolas el levantamiento de abril de 1872 se efectuó de una manera irregular. En el Reino de Valencia debemos destacar las acciones llevadas a cabo por Gamundi y Cucala. Si en un primer momento el alzamiento fue escaso, a partir del 20 de septiembre de 1872 se reactivo. Era Aragón el levantamiento fue nulo. En Castilla la Vieja se levantaron pequeñas partidas. En Castilla la Nueva hubo un ligero movimiento, sobre todo en Ciudad Real y Toledo. En Asturias se libraron pequeños combates y se dieron muestras de actividad durante esos meses. En León la insurrección no fue muy numerosa pero, sí que se produjeron importantes alteraciones del orden público. Puede decirse que en octubre de 1872 en Reino León quedó pacificado. En Galicia no se pudo organizar la insurrección como consecuencia de la presión del ejército gubernamental. En Extremadura no tomó gran envergadura a pesar de los esfuerzos que hizo, desde la frontera, el brigadier Sabariegos. En Andalucía se contabilizó agitación por parte de mis defensores, pero poco más. En Murcia el vicealmirante Martínez de Viñalet, comandante general de Murcia, alicante y Albacete, al ver que no podía pronunciarse a mí favor, levantó una pequeña partida que quedó desmantelada poco después. Alguna otra partida se levantó en Murcia durante ese año, pero su duración fue muy breve.

            Mientras todo esto sucedía en la antigua Corona de Aragón, en el País Vasco estaba reestructurando el Ejército. A comienzos de julio de 1872 creé una Junta militar. La junta fue disuelta a mediados de agosto. Hubo un enfrentamiento con Emilio Arjona, mí secretario personal. Al final éste dimitió, siendo substituido por Isidoro de Iparraguirre como secretario militar y Guillermo Estrada como secretario político. Antonio Dorregaray le nombré comandante general de las provincias del Norte en sustitución de Díaz de Rada. Así nombré: comandancia de Navarra, Nicolás Ollo; Antonio Lizárraga, Guipúzcoa; Gerardo Martínez de Velasco, Vizcaya. El segundo levantamiento, tenía que realizarse el 20 de diciembre de 1872, en él tuve muy en cuenta los errores cometidos en abril, así como la experiencia catalana.

            A pesar de haberse fijado la fecha para el 20 de diciembre, algunas partidas se anticiparon, entre ellas la del Cura de Santa Cruz que entró en España el día 2 de diciembre levantando una partida de 40 hombres y haciendo la guerra por su cuenta. También se levantó la partida de Soroeta; la de Ramón Garmendia, conocido como ‘el estudiante de Lazcano’; y la del marqués de Valde-Espina, que fue la más numerosa de todas.

            El Cura de Santa Cruz, con su manera tan característica de hacer la guerra, se convirtió en el terror de los liberales. Constantemente los ponía en jaque. Para reducir su poder, el diputado general de Guipúzcoa, Aguirre, ofreció una recompensa de diez mil pesetas por su cabeza. En contrapartida, el general Lizárraga ofreció veinte mil por la cabeza del jefe liberal.

            El coronel Díaz de Rada pasó la frontera la noche del 20 al 21 de diciembre de 1872 y el brigadier Ollo lo hizo por Navarra, acompañado del Jefe del Estado Mayor, brigadier Argonz y del coronel de caballería Perula, consiguiendo reunir rápidamente numerosas fuerzas. El 2 de enero de 1873 se atrevió a presentarse en Estella, en cuya población entró, sin que fuera molestado por el enemigo, que se encerró en el cuartel y en una casa fortificada.

Una vez reanudada la guerra, el Ejército Carlista del Norte fue extendiendo su dominio en el transcurso de los seis primeros meses del año 1873. Éste dominio del territorio desmoralizó al ejército liberal. Tenga en cuenta que el año anterior, en una sola batalla, Oraquieta, habían conseguido frenarnos. Ahora las cosas eran diferentes. Habíamos aprendido de nuestros errores y no fue tan fácil vencernos. Esto provocó que, en sólo 8 meses, de enero a agosto de 1873, el ejército gubernamental del Norte fuera dirigido por cuatro generales: Moriones, Pavía, Nouvilas y Sánchez Breguas. Es a partir de agosto de 1873, con la vuelta de Moriones, cuando éste ejército se reorganizó. Su principal objetivo fue proteger las grandes ciudades y evitar atentados contra el ferrocarril y telégrafos.

            Mí primera gran victoria fue la de Eraúl en mayo de 1874. Aquella batalla fue clave para darnos confianza y para que el pueblo se pusiera a mí favor, en detrimento del pobre Amadeo. A parte de haber cogido prisioneros a la mayoría de los jefes republicanos, el mayor trofeo de aquella batalla fue un cañón.

            Premié a Dorregaray por aquella victoria nombrándolo marqués de Eraúl. Los liberales escribieron:

«Su funesto desenlace contribuyó a que decayera el espíritu de las tropas liberales, las cuales, después de dos meses de incesante persecución a un enemigo que siempre huía, habían sufrido un revés, la primera vez que éste le hacía frente, aunque en condiciones tan ventajosas de número y posición; de otra parte, las críticas circunstancias en que por efecto de los sucesos políticos se encontraba en esta época la nación agravaron la importancia de aquel hecho de armas».

Al ver el avance de las tropas y el apoyo del pueblo, decidí traspasar la frontera española el 16 de julio de 1873. El recibimiento que me dispensaron fue inenarrable. El pueblo enfervorizado me aclamaba. Las mujeres se me acercaban besándome las manos, sollozando. Desde la vieja fortaleza de Peñaplata, se dispararon las salvas de ordenanza y las campanas fueron echadas al vuelo. El 24 de agosto de 1873 capituló Estella. Esa ciudad volvía a ser carlista y, a partir de ese momento, se convirtió en la capital de la España carlista.

            En octubre de 1873 el comandante general de Navarra, Nicolás Ollo, derrotó a las tropas mandadas por Moriones en Mañeru y Cirauqui. El ejército gubernamental estaba formado por 10.000 hombres, mientras que el nuestro se reducía a la mitad. Aquel enfrentamiento demostró la eficacia y el poderío de nuestro ejército. Esta batalla ganada por el brigadier Ollo es el preludio de la batalla de Montejurra.

            La batalla de Montejurra se desarrolló entre el 7 al 9 de noviembre de 1873. Moriones estuvo auxiliado por Miguel Primo de Rivera, Pedro Ruiz Dana, Juan Tello Miralles, Joaquín Colomo Puche, Ramón Fajardo Izquierdo, Catalán, Joaquín Montenegro Guitar y Velarde. El ejército gubernamental se formó con 17.000 hombres. Mí ejército opuso resistencia y fue tal la pericia demostrada que el ejército gubernamental tuvo que retirarse. En Oraquieta fuimos derrotados por falta de armamento e infraestructuras. Un año y medio después las cosas habían cambiado. Ahora estaba preparado, me tenían a mí en el campo de batalla, estaba armado y difícilmente podía ser sorprendido como en 1872. Moriones se confió y se equivocó. En el parte del general Elío podemos leer:

«Testigo V.M. de estos hechos y de la conducta de los jefes de los Cuerpos inútil es señalarlos a V.M., que los conoce, pero no puedo menos que consignar que una vez más han cumplido como buenos y como valientes, y que la protección de la Virgen, en cuyo día peleamos, ha sido visible, pues sólo así puede explicarse que Moriones, con 16.000 infantes, más de 1.000 caballos y 25 piezas de artillería; Moriones, que había prometido entrar en Estella y que había ofrecido para consignarlo premiar a todas las clases que a su triunfo concurriesen, después de dos días de rudo combate, no se haya atrevido a continuarlo, y el tercero emprendiese una retirada cuya justificación no se comprende, tal vez que huía ante fuerzas tan considerablemente inferiores, particularmente en caballería y artillería. Según Elío las pérdidas del ejército gubernamental: han sido grandes; no es posible precisarlas porque aun en los mismos pueblos donde han permanecido se ha ocultado cuidadosamente el número de los muertos enterrados».

Por nuestra parte tuvimos entre 25 a 30 muertos y 139 heridos.

            En diciembre de 1873 en Guipúzcoa nuestro dominio era absoluto. En Vizcaya sólo quedaba Bilbao y Portugalete por conquistar y en Navarra se había conquistado Estella, que se convirtió en capital de la España carlista. Era el momento de organizar la Intendencia, nombré ministros y uniformé a mí ejército. Como alguien ha escrito:

«Si el lector tuviera duda del estado de la guerra a fines de 1873, recapacite esta campaña del Norte tan brillantemente ejecutada, y verá que no era una simple excusa las palabras de Pavía en el Congreso cuando decía que de no haber dado el golpe de Estado del 3 de enero, el ejército carlista hubiera entrado triunfalmente en Madrid antes de terminar el mes de enero».

            Por lo tanto, no se trataba ya de una lucha en que uno de los bandos había de moverse a base de una táctica de guerrillas y de esfuerzos aislados y dispersos, sino de una guerra regular y de ocupación, por ambos bandos, de extensas zonas del territorio nacional.

La entrada de mí hermano reactivó la guerra en Cataluña. Dos hechos significativos marcaron esa entrada. La toma de Ripoll, 16 de marzo de 1873 y la toma de Berga, el 27 de marzo de 1873. Esta última batalla fue significativa para nuestro ejército pues, como botín, recogimos 500 fusiles Remington, 8.500 fusiles Berdan, 1.200 carabinas y 340.000 cartuchos.

            El 30 de junio de 1873, los Reales Ejércitos Carlista de Cataluña subieron a Montserrat porque el mí hermano quería consagrar nuestro ejército al Sagrado Corazón de Jesús. Mi cuñada me describió así aquel glorioso día:

«Ir todos nosotros a este milagroso y maravilloso santuario, venerado con entusiasmo por Cataluña, y que tantas veces saludábamos desde lejos, suplicando nos ayudase la Virgen Santísima desde su trono catalán La Virgen tiene muchos tronos terrenales, pero a Montserrat lo consideramos como el más importante, aunque el Pilar es el primero, porque estuvo allí en carne mortal… Cuando legamos de nuevo a los alrededores del Santuario vimos una muchedumbre de gente que se escapaba a todo correr, eran los Coros de Barcelona que habían venido a festejar, como todos los años, las Pascuas de Pentecostés con una gran excursión. Alfonso envió a decirles que no tuvieran miedo, que nada les pasaría, que no debían interrumpir su fiesta, sino volver a continuar con toda confianza. Muchísimos de ellos estaban alistados para defender Barcelona en caso de que fuese atacada por los carlistas y a éste fin se les había armado. Nos acogieron con ¡vivas! Dando de éstos también a Carlos VII, a la unión de todos los españoles y tocando la Marcha Real».

La batalla más importante que se libró en Cataluña durante el año 1873 fue la de Alpens. No sólo fue importante por nuestra gran victoria carlista, sino porque en ella murió uno de los más destacados militares liberales, el brigadier Cabrinety. Para saber como evolucionó la contienda le leeré una carta que me envió uno los gloriosos soldados que en ella lucharon:

«El diez, salimos con dirección a Alpens y allí nos unimos a las tropas que mandaba el Infante D. Alfonso de Borbón con su Batallón de Zuavos. A poco rato llega a Savalls la noticia de que Cabrinety salía de Prats de Llusanés para Alpens y ordena a Auguet que con un batallón se dirigiera a paso ligero sobre éste pueblo para apoderarse de él antes que llegara el enemigo. Entre tanto llegó el General Savalls con el grueso de las fuerzas y ordenó al Comandante de mi Batallón que con cinco compañías atacase por retaguardia y a mi compañía con la de guías que atravesásemos el pueblo para apoyar a Auguet. Como el enemigo no avanzaba, ordenó Savalls atacar a la bayoneta, haciéndolo con tal empuje y rabia que cogimos prisioneros a dos compañías que se habían quedado a la retaguardia. Por su parte Savalls ignoraba por completo el paradero fijo de su mortal enemigo. Solo sabía que perseguía a los Infantes y salió de Ripoll el día de la batalla, sin dirección fija; únicamente, cuando llegó cerca de Alpens en donde se reunió con los Infantes, supo que Cabrinety estaba por la mañana en Súria, distante trece leguas Alpens. Nadie suponía que hiciese tan largas jornada en aquel día, como lo prueba el hecho de que el Infante pensaba atacarle en Prats de Llusanés cuando vio los batallones de Savalls y Auguet juntos, que sumaban unos mil hombres más sus ciento veinte zuavos que componían su escolta y unos doscientos hombres de una partida volante que llegó durante la acción. Todas estas fuerzas no llegaban a mil cuatrocientos hombres, sin artillería, mal armados, pues los voluntarios lo estaban con escopetas de distintos sistemas. Esta es la verdad. Se dio orden de atacar a las casas ocupadas por el enemigo que habían intentado salir por cuatro veces, cayendo en una de ellas el Brigadier Cabrinety atravesado por dos balazos, uno en el pecho y otro en el cuello y quedando muerto en el acto».

            Con anterioridad y con posterioridad a la batalla se produjeron dos anécdotas a las que me voy a referir. En la primera Cabrinety aún estaba con vida y se alojó en una casa de Prats de Llusanés donde acostumbraban a alojarse mi hermano y su esposa. Cabrinety les dijo a los propietarios:

«Diga a Doña Blanca que si la cojo, el pedacito mayor que quedaría de su cuerpo sería como el pedazo más pequeño de carne que se encuentra en un chorizo. Dígale que me propongo hacer de ella un chorizo, y lo daré de comer con arroz a mis soldados».

La segunda anécdota se produjo una vez muerto Cabrinety y me la contó así mí cuñada:

«Eran las once de la noche e íbamos a ocupar alojamiento en el centro del pueblo. Un instante antes de penetrar en éste vino hacia mí una gente con una camilla; el camino era muy estrecho y un brazo y una pierna del que llevaban me rozaron: Estaba yo a caballo, y bajándome sobre aquel que creía herido, dije:

- ¡Pobre chico mío! ¿Dónde estás herido?

Entonces los que lo llevaban me dijeron:

- No es un herido. ¡Es Cabrinety, muerto, a quien traemos!

Quedé sobrecogida de horror, y les dije:

- ¿Por qué me lo habéis traído? ¡¡Me horroriza!!

Entonces me contestaron:

- Vuestra Alteza Real ha dicho que no creía en su muerte hasta verle. Pues… ¡aquí está!

A mi me hizo el efecto de una profanación de la muerte el que trajeran así al difunto, como un trofeo. Pedí a Dios, muy encarecidamente, le diese el descanso eterno y en seguida agradecí profundamente al Señor y a la Virgen Santísima el habernos librado de él. La luna le dio de lleno sobre la cara; hacía una mueca espantosa y tenía una expresión de rabia indecible, como aun después de muerto quisiera mostrarme el odio que me profesaba. ¡Y, sin embargo, si hubiese caído herido en mis manos, hubiera yo hecho todo lo posible por él! Le habían cortado la bocamanga y el entorchado de Brigadier y me lo remitieron con la faja y el fajín. Encontraban que lo merecía yo, en memoria de aquel que juró que haría chorizos con mis carnes. Acepté muy agradecida. (El recuerdo, no la oferta de hacerme chorizos)».

            Si la batalla del Alpens significó un duro golpe para en ejército gubernamental, el asalto a Igualada, 17 al 18 de julio de 1873, significó la muerte de uno de los más destacados militares carlistas: el comandante Ignacio Wills. Fue uno de mis mejores soldados. Un héroe hasta en el momento de morir. Wills pidió para sí el puesto más peligroso y difícil. Mí hermano le recomendó no exponerse demasiado, temeraria e inútilmente, ya que podía ser uno muy valiente y llegar a lo que se proponía si despojarse absolutamente de toda prudencia.  Esto contestó Wills:

«Si no me muero en esta acción, moriré, tal vez, en otra; con que lo mismo da; muero por la Religión».

Esta frase fue premonitoria porque, poco después, caía muerto asaltando una barricada. La noticia de la muerte de Wills fue un golpe terrible para todos. No era sólo un gran amigo de mí hermano, sino también un enorme apoyo. Wills tenia todas las cualidades para mandar. Amado por todos sus subalternos, quienes reconocían en él no sólo su eminentes cualidades militares, sino también el hombre bueno, el corazón de oro, el ser modesto sin ambición, sin orgullo tan subordinado con temerario en su valor. Wills, empuñando la bandera del batallón, la lanzó al interior de la barricada y pronunció aquellas históricas palabras de: «los zuavos van donde va la bandera».

            El año 1873 también se vio marcado por un incidente entre mí hermano y el mariscal de campo Francisco Savalls. Como le he comentado, en 1872 mí hermano se disgustó como consecuencia de los fusilamientos que Savalls practicó a unos soldados liberales en Berga. Esta actuación los separó aunque tuvieron que soportarse. Ahora bien, el 28 de septiembre de 1873 mí hermano me escribió:

«Lo de Savalls era mucho más grave de lo que parece, y lo que deseo es que si se te presenta le recibas como se recibe a un desertor, que le guardarás preso y que le juzgarás según se debe en justicia, y que de ningún modo le dejarás volver aquí… Savalls fue causa de no haber podido nosotros tomar Berga, y ha revolucionado de tal modo sus tropas en Gerona, que no se si acabaremos a tiros entre nosotros, pues no quiere obedecerme, ni seguirme a ninguna parte».

Hacia mucho tiempo que los emisarios y adictos de Savalls habían creado una atmósfera favorable a éste en el Cuartel Real, a consecuencia de lo cual tropezó mí hermano con tantas dificultades desde el momento mismo de su entrada en Cataluña. Yo fui indignamente engañado, y sólo así pasó lo que pasó. Concedí a Savalls el título de Marques de Alpens. Después supe que era mi hermano quien realmente llevó el peso de la batalla y que fue él quien obligo a Savalls a tomar parte, después de que se opuso cuanto pudo a la decisión de mi hermano de acometer al enemigo. Otra estupidez por mi parte fue otorgarle cinco gracias, que Savalls me pidió, y eran nombramientos que mí hermano había rehusado proponerme porque no eran adecuados. Así se dio Savalls la satisfacción de poder decir a los interesados:

«Esto me lo debéis a mí. El Infante no quiso agraciaros. Me negó el pedirlo al Rey, y aquí estoy yo que lo obtuve de éste».

Aquella decisión de humilló profundamente a mí hermano, que quedó aniquilado delante de cualquier autoridad que quisiera imponer a la tropa. Las cinco gracias de Savalls consistían en que, mí hermano podría nombrar hasta el grado de coronel, pero los siguientes grados los tenía que conceder yo. Savalls, a partir de ese momento, tenía la potestad de nombrar, según su entendimiento, sin previa consulta real. Esto es, Savalls tenía más poder que mí hermano. La restitución de Savalls fue el principio del fin de mí hermano en Cataluña. Esto o me lo perdonó mi hermano hasta muchos años después. Esta decisión nos separó y creo que esto aún hoy nos separa. Es uno de aquellos errores que cambiaría. En fin, continuemos con la narración.

            Por lo que respecta a Valencia y Aragón, el 2 de enero de 1873 entró Pascual Cucala en Vinaroz. Su partida estaba formada por 300 hombres. No halló la menor resistencia. Le exigió dinero al alcalde Demetrio Ayguals, y como éste le dijo que no disponía de fondo alguno el Ayuntamiento, se dirigió Cucala a la oficina de la Administración de Rentas del Estado, y a las ocho de la noche se retiró con sus hombres en dirección a Alcanar. Como quiera que los asuntos comenzaron de nuevo a marchar mal para los carlistas del Maestrazgo, que sufrieron varias derrotas frente a las columnas del ejército que iban en su persecución, a finales de enero se dispersaron y Cucala pasó otra vez a Cataluña para unirse a las fuerzas de Savalls. Pero el 11 de febrero de 1873 fue proclamada la República en España, a lo cual respondieron los carlistas con una nueva campaña militar, en esta ocasión contra el gobierno republicano. Regresó Cucala de Cataluña y formó de nuevo su partida recorriendo los pueblos para reclutar gente con la que organizó su batallón.

La División carlistas del Maestrazgo, una vez proclamada la República, estaba formada por: el primer Batallón, al mando de Pascual Cucala; el segundo batallón, al mando de Tomás Segarra; el tercer batallón, al mando de Ignacio Polo; el cuarto batallón, al mando de Francisco Valles; y el quinto batallón al mando de Panera.

            El 4 de febrero de 1873 Aznar, Montañés y Cavero se encontraban en Santa Cruz de Nogueras. Allí fueron atacadas por la columna del comandante Ayos. En el ataque, por sorpresa, perdieron la vida el comandante de caballería Pedro Reus y quedaron prisioneros Aznar, Montañés, Cavero, los comandantes Fernando Bretos, Francisco Lisbona, y los capitanes Casimiro Buendía, Manuel Oliver, Domingo Pérez, Santiago Cortés, Francisco Sancho, y 124 soldados.

            Durante el mes de marzo de 1873 la guerra es poco activa y parece terminada, pero no fue así. La entrada de Tomás Segarra reactivó la guerra en éste sector. En junio la indisciplina cundió en el ejército republicano, y en Sagunto los soldados del batallón de Cazadores de Madrid se amotinaron contra sus jefes y asesinaron a su teniente coronel Luis Martínez Llagostera. El orden público se alteró en las grandes poblaciones y los movimientos federalistas anunciaban nuevas insurrecciones. Nosotros, sin embargo, todavía no demostramos gran actividad, aunque Cucala regresara de Cataluña, llegando el 9 de julio a Benifallet.

            Hasta el mes de septiembre, las partidas carlistas recorrieron todas las provincias, provocado algunos pequeños incidentes. En muchas poblaciones las partidas carlistas fueron recibidas con honores. Poblaciones como Orihuela no sólo no ofrecieron resistencia, sino que nos abrieron sus puertas, recibiéndonos con repiques de campanas, música y aclamaciones del vecindario.

            El coronel Santés creó, a finales de agosto de 1873, su escolta, el batallón de Guías y dos de Cazadores, el del Cid número 1 y el de Liria número 2. Se crearon nuevas compañías y una de ellas fue llamada Requeté.

            A finales de 1873 nombré a Manuel Salvador y Palacios Comandante General de Valencia, mientras que el 9 de octubre Manuel Marco ‘Marco de Bello’ lo nombré de Aragón. En aquel período las tropas valencianas ascendían a 2.000 hombres; las tropas aragonesas ascendían a 3.000 hombres; y las tropas alicantinas ascendían a 850 hombres.

Marco de Bello fue el organizador de la División aragonesa. Creó cuatro batallones, la compañía de Guías del Pilar y dos escuadrones de caballería. Durante su mando estableció una escuela de cadetes y un taller para la fabricación de cartuchos en Cantavieja, compró armamento, uniformó a sus voluntarios, organizando tan perfectamente la administración civil y militar, que nunca le faltaron medios económicos, a pesar de pagas a su tropa al día y no cobrar las contribuciones mas que por trimestres vencidos. Esta reestructuración hizo que el dominio del ejército carlista, ya en octubre de 1873, fuera tal que la línea férrea de Tarragona a Valencia fuera cortaba en varios puntos y las estaciones de Almenara, Chilches, Nules, Burriana, Villarreal de la Plana, Benicasín, Torreblanca, Alcalá de Xivert, Benicarló y Vinaroz hubieran sido reducidas a cenizas.

            La entrada en Cuenca de las tropas de ‘Marco de Bello’ y de José Santés, 16 octubre 1873, es el hecho más destacado de ese período. El ataque a Cuenca fue comunicado a la capitanía general en estos términos:

«El día 16 a las cinco de la mañana fue atacada la población de Cuenca por la facción de Santés compuesta por 2.500 infantes y 100 caballos. Como comandante en jefe había mandado a descansar a la guardia compuesta por los reclutas cuando observé el paso de varios soldados carlistas. En poco tiempo logré reunir a mis oficiales y exponer la grave situación decidiendo entre todos rendirnos ante el escaso número de soldados con que disponíamos frente el elevado número de carlistas. Por tanto dispuse se abrieran las puertas y no entregáramos a los oficiales carlistas. Algún grupo de soldados bien situados junto a varios voluntarios civiles intentaron hacer frente pero desistieron muy pronto al observar las pocas posibilidades de resistencia. Escribe Miguel Romero: La noche del día 16 de octubre, las tropas de Santés ocuparán el Ayuntamiento y sus dependencias anejas, llevándose 457 fusiles, 54 carabinas, 45.000 cartuchos, 39.000 capuchas o pistones, 454 bayonetas, 200 porta fusiles, 100 cananas, 140 morrales y 127 carteras, todo ello perteneciente al material que el gobierno había enviado a Cuenca para armar a los voluntarios de la República. Santés, después de recaudar el tributo, tomar todas las armas y demás objetos que consideró importantes para la causa, seguirá marcha en dirección a Cañete, llevando consigo varios partidarios conquenses unidos a sus filas y saliendo hacia las tres de la tarde».

            Mientras todo esto ocurría en Valencia y Cuenca, en Aragón el capitán general de Valencia pidió que se fuera en auxilio de la ciudad de Morella. Hacia allí se dirigió el general liberal Valeriano Weyler. Las tropas gubernamentales y carlistas combatieron en Arés del Mestre. El 26 de octubre de 1873 Weyler levantó el sitio de Morella.           Nuestra situación general a finales de noviembre era ventajosa, sobre todo en el Maestrazgo y las provincias de Valencia, Castellón y Teruel, a pesar de habernos visto obligados a levantar el sitio de Morella, que había durado un mes. A pesar de la existencia de movimientos en buena parte de España, la contrarrevolución pronto mostraría, más allá de los baluartes tradicionales, sus limitaciones expansivas. A parte de las tropas del País Vasco, Navarra, Cataluña, Valencia y Aragón, en el resto de España, sólo conseguí movilizar un total de 4.750 hombres.

            En Castilla la Vieja las fuerzas carlistas estaban en calma si exceptuamos las provincias de Burgos y Logroño. Durante el año 1873 se produjeron algunos pequeños escarceos que, si bien preocuparon al ejército gubernamental, en líneas generales no fueron más allá. Debo destacarle, como hecho importante, la incursión en la provincia de La Rioja por parte de la partida del coronel Perula, en mayo de ese año. Comparando con la lucha de los Siete Años, no parecía Castilla la Vieja muy firme en esta contienda. Indudablemente que faltaban jefes del prestigio de Merino y Valmaseda, pero también se ha de tener en cuenta que como en la anterior guerra, los castellanos preferían servir en los batallones del Norte. Así se explica la falta de actividad en provincias de tanta solera carlista como eran las castellanas. En cuanto a los cántabros, decir que no hubo ninguna Junta ni diputación que les aventajara en solicitud.

            También fueron insignificantes las partidas de León, Salamanca y Ávila. El hecho más significante en estas provincias durante éste año fue el enfrentamiento en San Juan de Palazuelos entre la partida de Rosas y las fuerzas de la Guardia Civil. En Asturias, hasta el verano, nuestra actividad es escasa. A partir de ese momento se reactivó con las partidas de Rosas, Valles y Santa Clara. En Galicia la proclamación de la República incrementó los trabajos de conspiración. La partida más destacada fue la del general Sabariegos. Ahora bien, a parte de esta, ninguna de las fuerzas que estaban en armas, en las provincias de Galicia, se la puede considerar de importancia. En el resto de las provincias españolas hubo actividad, pero escasa. Extremadura quedó como camino de paso para los carlistas que iban o venían de Portugal. A pesar de esto, sólo se contabilizaron pequeños movimientos de partidas, quedando concentrada la guerra en el Norte, Cataluña, Valencia y Aragón.

        El año 1874 se inició con un pensamiento en el Cuartel Real: la toma de Bilbao. La victoria en esta plaza resultaría definitiva para que se me reconociera internacionalmente. También era una apetecible fuente de recursos. La toma de Bilbao se convirtió, para mí, en una obsesión.

            Nuestros primeros movimientos, para asegurarnos la victoria en Bilbao, se iniciaron en enero de ese año. En ese mes se rindieron las plazas fortificadas de Portugalete, Luchana y Desierto, aislando totalmente la capital de la provincia y apoderándonos de cantidad de armas y piezas de artillería. En febrero de 1874 tuvo lugar la primera batalla de Somorrostro.

            Se formó una línea defensiva que se la encargué a Nicolás Olló y Teodoro Rada. Esta línea de Somorrostro concentraría, en mayor o menor medida, las grandes batallas de aquel año en el Norte de España. El general Moriones marchó con el ejército gubernamental hacia Santander. El objetivo era romper el cerco sobre Bilbao. Las primeras acciones bélicas se iniciaron el 21 de febrero de 1874 y el sitio se prolongó más de dos meses.

            La plaza de Bilbao estaba mandada por el mariscal de campo Ignacio María del Castillo, con unas fuerzas de 4.000 hombres y 40 cañones. Bombardeamos Bilbao. Éste tuvo que suspenderse en varias ocasiones por falta de pólvora.

            La primera batalla de Somorrostro se produjo entre los días 24 y 25 de febrero de 1874. Las tropas gubernamentales de Moriones estaba formada por 26 batallones, 4 compañías de ingenieros, 2 baterías de montaña, 2 de a 10 centímetros, 1 de a ocho, y otra sección del mismo calibre. En total 28 piezas de artillerías y 11.000 soldados. Nosotros concentramos en aquella zona 27 batallones. Ganamos y se puso de manifiesto que si bien nuestra artillería era inferior, no ocurría lo mismo con la infantería, la cual demostró su gran valor, su capacidad de maniobra, su instrucción y su imponderable arrojo frente al enemigo. Tuvimos unas 600 bajas, mientras que las del enemigo ascendieron a 2.000. La derrota causó sensación en toda España, nombrándose general en jefe del ejército del Norte al presidente del poder ejecutivo Francisco Serrano, duque de la Torre.  

            La segunda batalla de Somorrostro se produjo entre los días 25 al 27 de marzo de 1874. El ejército gubernamental se reforzó con 10.000 hombres y con 60 cañones. La lucha tuvo caracteres dramáticos el día 26, durante el cual la carnicería fue espantosa, quedando en San Pedro Abanto destrozado ante las líneas carlistas un batallón completo de infantería de marina que había desembarcado. Los ataques republicanos se reprodujeron en el día 27 con mayor furia si cabe, pero todo el empeño fue inútil, porque cuando parecía que habían ocupado una posición, se veían obligados a retroceder ante una carga a la bayoneta. Las pérdidas por parte de los dos ejércitos fueron numerosas. Las del ejército gubernamental ascendieron a 2.241 entre muertos y heridos. Nosotros tuvimos 2.000 bajas.

            El 29 de marzo de 1874 murieron, como consecuencia de las heridas de una granada Ollo y Radica. La muerte de estos dos jefes me evocó el fatídico 24 de junio de 1835 cuando falleció el general Tomás de Zumalacárregi. Sobre la muerte de Ollo escribí:

«Hoy ha sido para mí un día terrible y tristísimo. La pérdida del heroico general Ollo me ha partido el alma. Ha muerto como verdadero cristiano y como soldado valeroso. Me ha legado lo único que poseía, su espada y su caballo. Casi agonizante, olvidaba sus sufrimientos para pensar en sus deberes y en su responsabilidad de Jefe, explicándome con una lucidez y serenidad que conmovían, cuál era su plan y los motivos por que había distribuido de tal y tal modos las fuerzas. España ha perdido una gran esperanza y yo, además de un amigo queridísimo, el mejor, acaso, y más enérgico de mis generales».

            Después de un relativo armisticio, Serrano pidió más hombres. El ejército gubernamental se reformó con 18.000 hombres. En total 24 batallones y 20 piezas de artillería. Aquel refuerzo de las tropas gubernamentales y las derrotas en Las Muñecas y Galdames, nos obligo a retirarnos a Bilbao. La retirada se hizo lenta y en orden, quedando en nuestro poder toda la margen derecha del Nervión. El 2 de mayo de 1874 entró en Bilbao el general Manuel Gutiérrez de la Concha. La derrota sembró el desaliento en el ejército carlista. Para levantar los ánimos hice repartir la siguiente alocución:

«Las únicas posiciones que perdimos fueron tomadas al grito traidor de ¡Viva el Rey!, y los oficiales republicanos ¡cobardes!, agitando sus puños blancos, lograron sorprender nuestra izquierda, en donde dieron el grito de ¡Viva la república!, que fue la señal de un combate encarnizado, de esos que sólo entre españoles puede librarse (…) Seguid siempre así; tened plena confianza en Dios y en mí, y no desmayéis nunca, que Él os protegerá. Entraremos en Bilbao, y más que en Bilbao; nuestras banderas se pasearán triunfantes desde Vera hasta Cádiz, para imponerse después dondequiera nos presente batalla la revolución y la impiedad».

            Durante el sitio de Bilbao, desde el 21 de febrero al 1 de mayo de 1874, disparamos: 5.369 bombas; 1.307 disparos; 2 metrallas; 107 granadas. En total se lanzaron 6.758 proyectiles. Se necesitaron un total de 280 toneladas de hierro y 40 de pólvora. En la población estallaron un 65% de esos proyectiles y un 8% en el aire; el resto no explotó. El ejército gubernamental realizó un total de 7.200 disparos.

            El 16 de julio de 1874 di a conocer el Manifiesto de Moratín. En él ratifiqué que España era católica y monárquica:

«Quiero, pues una legítima representación del país en Cortes, sin que me sirva de modelo el proceder frecuente de la Revolución con esas Cámaras que apellida soberanas, y que la Historia llamará engendros monstruosos de tiranía. Fuera impropio de mi dignidad rebajarme a desmentir las calumnias que algunos propalan entre el sencillo vulgo suponiendo que estoy dispuesto a restaurar tribunales e instituciones que no concuerdan con el carácter de las sociedades modernas. Los que no conocen más ley que la arbitrariedad, ni tienen energía más que para encarnizarse con los vencidos y atropellar a los indefensos, no deben intimidar a nadie con el augurio de imaginarios rigores y monárquicas arbitrariedades. ¿No he probado cien veces con mis adversarios rendidos que no la arbitrariedad ni el rigor hallan cabida en mis sentimientos de Rey? España entera hará un esfuerzo para sacudir al yugo que la oprime, y los que hoy no aceptan el signo de conciliación, tendrán mañana que someterse a la imperiosa ley de la victoria».

            Entre el 25 al 27 de julio de 1874 se llevó a cabo la batalla de Abárzuza. El general Concha aspiraba a la destrucción total de nuestro ejército. Por eso contó con 50.000 hombres y 80 cañones. Yo disponía de una fuerza de 27 batallones y varias piezas de artillería. Aquel enfrentamiento finalizó el 26 de julio cuando el general Concha fue herido de muerte. El ejército gubernamental decidió retirarse. El camino de Madrid se presentaba despejado. Somorrostro y Abárzuza habían demostrado que los carlistas podían luchar con ventaja contra los republicanos en campo abierto. Además, su artillería y su caballería habían aumentado considerablemente.

            El 27 de agosto de 1874 se inició el sitio de Pamplona que duraría hasta el 3 de febrero de 1875. El 4 de noviembre la ciudad de Irún fue sitiada por el ejército carlista por el general Hermenegildo Díaz de Ceballos. El terrible bombardeo provocó que el ejército gubernamental decidiera retirarse. La última batalla en el norte fue la de Urnieta, 7 y 8 de diciembre de 1874. El golpe de estado de Martínez Campos cambiaría el rumbo de la guerra a partir del año 1875.

En Cataluña y Aragón el año 1874 se inició con la ocupación de la ciudad de Vic. Nuestro siguiente ataque fue la toma de Manresa:

«Aunque no tan completa como la de Vic, la entrada en Manresa fue celebrada como victoria por los carlistas, que no creyeron hubiera ya plaza alguna en Cataluña capaz de resistir a sus acometidas. Con referencia a los motivos por los cuales los carlistas lo tuvieron tan fácil para conquistar Manresa, escribe Joaquín de la Llave: La guarnición se componía de los batallones de Francos 7º y 14º y de cuatro compañías de América. El núcleo de defensores lo formó la fuerza de este regimiento y algunos pocos voluntarios, pues los restantes de los dos batallones no hicieron más que beber, robar e incendiar».

            Después de Manresa le hablaré de la toma de El Vendrell. El encuentro se realizó en marzo de 1874. El combate duró unas pocas horas. El trofeo más precioso que conseguimos fue un cañón. Una vez conquistado El Vendrell, nuestras tropas atacaron Castellfullit y Olot:

«La noticia del descalabro de Toix produjo gran pánico en todos los pueblos fortificados de la provincia de Gerona, y especialmente la capital. Se abandonaron Santa Coloma de Farnés, Castelló, La Junquera y otros puntos, y sólo se conservó a Gerona, Figueras y Puigcerdá, fortificándose además San Feliu de Guixols para proporcionarse las comunicaciones marítimas con Barcelona».

            En abril de 1874 regresó mí hermano a Cataluña después de haber estado unos meses conmigo arreglando los problemas surgidos con Savalls. A partir de ese momento se reactivó la guerra en Cataluña y se inició el avance hacia el Maestrazgo y las tierras de Aragón. El estado de la guerra a finales de marzo de 1874 era muy poco satisfactorio. La provincia de Gerona, abandonada casi por completo y las fuerzas del ejército teniendo que evitar el encuentro de las facciones, que eran ya fuertes y bien organizadas en esta provincia y la de Barcelona.

El 3 de julio de 1874 el ejército carlista se presentó ante Teruel. Aquel ataque no produjo el efecto deseado. Por desgracia o por equivocación, no se dio la orden a las compañías que estaban dentro de la plaza, y aisladas y cortadas enseguida por el enemigo, se defendieron bravamente hasta la madrugada en que, viéndose sin salida posible, tuvieron que rendirse. Aquel revés provocó que destituyera al general Marco, el cual fue sustituido por el brigadier Gamundi.

Para levantar la moral del ejército mí hermano decidió tomar la ciudad de Cuenca. El 12 de julio se presentaron los Reales Ejércitos Carlistas ante dicha ciudad. Junto al ejército comandado por mí hermano se unió el de Cucala. La toma de Cuenca fue la victoria más importante del ejército carlista desde que mi hermano cruzara el Ebro. La derrota de Teruel quedó olvidada ante ejemplar triunfo. En el devenir de la batalla murió el comandante Julio Segarra, dos oficiales zuavos, un teniente de la artillería y 24 voluntarios. El bando liberal no resultó menos dañado, y así se contabilizaron dos oficiales muertos y 22 soldados. La importancia de la conquista de Cuenca se puso de manifiesto poco después, cuando toda una serie de historias y anécdotas recorrieron el país de Norte a Sur y de Este a Oeste. Los grandes perjudicados fueron mi hermano y cuñada, a los cuales se les acusó de saqueadores, violadores y ladrones. Nada pudo hacer callar al bando liberal en sus ataques encarnizados contra ellos. Si bien es cierto que supuestamente habían sido algunos de mis soldados los autores de dichas atrocidades, se les culpo por haber dado su aprobación con relación a dichas atrocidades.

            Después de la toma de Cuenca mí hermano decidió marchar a Chelva. Allí reorganizó los ejércitos del Centro. Así pues, confirió el mando de Aragón a Pascual Gamundi y el mando de Cuenca y Guadalajara a Ángel Casimiro Villalaín.

            De Chelva partió a tierras aragonesas. El 2 de agosto llegó a Sarrión, para volver a atacar Teruel. En aquella ocasión nombró al general Lizárraga como jefe del Estado Mayor. Al día siguiente se presentaron ante Teruel, aunque no se dio la orden de atacar hasta el 4 de agosto. La acción duró hasta las seis de la tarde, en que se recibió la intimación para que se rindiera la guarnición, a lo que contestó el brigadier Santa Pau rechazándola. Nos retiramos por Corbalán a Alcalá de la Selva, pues acudían las columnas de Iriarte y Lasso. En Alcalá de la Selva se le unió Gamundi.

            Los intentos por tomar algún pueblo de la provincia de Teruel continuaron poco después del segundo intento frustrado de conquistar la capital de la provincia. Alrededor del 13 de agosto las tropas dirigidas por mí hermano llegaron a Calanda, para proseguir hacia Alcañiz. Nuevamente se frustró la victoria. Tuvimos que retirarnos a Valdealgoría. Nuestro ejército se desplazó a Calaceite para ir luego a Gandesa, Benicarló y Vinaroz.

Mientras mi hermano atacaba estas plazas en Cataluña Savalls conquistó la Seo de Urgell. Esta victoria supuso un golpe muy fuerte para el ejército gubernamental. La toma de Seo de Urgell produjo en Cataluña, en España, y luego en Europa, una impresión grandísima, porque fue la primera plaza fuerte que conquistamos.

            El 9 de septiembre de 1874 firmé dos Reales Decretos. El primero de ellos estaba relacionado con la división del ejército dirigido por mí hermano, eso es, el ejército del Centro se separaría del ejército de Cataluña. Mí hermano consideraba imprescindible que ambos ejércitos estuvieran unidos. Por su parte Rafael Tristany y otros dirigentes carlistas de Cataluña creían conveniente dicha separación, y así me lo hicieron saber. La opinión de Tristany fue fundamental, más que la de mí hermano, para que tomara la decisión de dividir ambos ejércitos. El Infante quedaría al mando del ejército del Centro, mientras que Rafael Tristany quedaría al mando del ejército de Cataluña. Esto es lo que atestiguaba el primer real decreto. En el segundo nombraba a mí hermano capitán general.

            Aquella decisión le molestó. El dictamen era contrario a los proyectos que él tenía para conseguir la victoria. Así pues, me escribió pidiéndome que reconsiderara las palabras firmadas y volviera a dictar un real decreto donde uniera de nuevo ambos ejércitos. Le contesté negativamente. Éste, al verse privado de la libertad que deseaba para conseguir el triunfo, pidió ser relevado del mando y abandonar cualquier cargo dentro del ejército carlista.

            No acabó aquí nuestro enfrentamiento. Mi hermano nombró al general Gerardo Martínez de Velasco como encargado de la Comandancia general de Valencia. Mientras llegaba el decreto sobre su relevo se establecieron en Alcora. Allí permanecieron hasta que les fue comunicado que yo había aceptado su abandono del ejército y su marcha de España. ¡Qué podía hacer! ¡Era su voluntad! El 20 de octubre de 1874 abandonaron Alcora dirigiéndose a Adzaneta. De ahí a San Mateo, La Cénia, Cherta y Gandesa. El 21 de octubre de 1874 cruzaron el Ebro por Flix. Así terminó su participación en la guerra.

         En el resto de la península la guerra seguía presentando características muy parecidas a las del año anterior. Salvo en Cataluña y en el Centro, encontramos pequeñas partidas y correrías y escaramuzas más bien aisladas; más numerosas en Asturias, Castilla, La Mancha y Extremadura, menos en Galicia, León y Andalucía. El hecho más destacado en Castilla la Vieja durante el año 1874 fue la incursión del brigadier Perula hasta Calahorra. En Asturias el movimiento carlista fue intenso y puede considerarse que éste año es el más importante de toda la contienda. Las principales se produjeron en: Sama, Infiesto, Cangas de Onís, Pola de Lena, Sobrescobio, Cabañaquinta y Villaviciosa, entre otras. El Reino de León no se distinguió por mucha actividad. En Galicia, en ese año, el único lugar donde existían partidas carlistas era Orense. Aunque hubo alguno conato de levantamiento y movimiento de tropas, la guerra no salió de la provincia de Orense y, por eso, no hay grandes sucesos que señalar. A comienzo de 1874 el coronel Santés entró en Albacete. En Andalucía, al ir disminuyendo la guerra en la Mancha, la decadencia andaluza se acentuó. Tampoco Extremadura se distinguió por tener operaciones propias, pues éstas estaban ligadas a las de la Mancha y, al reducirse estas, Extremadura permaneció tranquila.

Y llego al punto más agrio de toda la guerra: la Restauración.

La Restauración, que ideológicamente fue pensada y llevada a la práctica por Cánovas del Castillo, se basaba en un principio constitucional y en la división política del Estado en dos cámaras representativas de discusión: el congreso de los Diputados y el Senado. Este sistema, que no fue nunca del todo perfecto, pues la decisión popular no era considerada para el voto en las urnas, sino al Ministerio de Gobernación, mediante la compra de votos, las coacciones, los falsos votos, la manipulación de las listas, la prohibición de que la mujer ejerciera su derecho a votar, y un sin fin de cosas más que se vieron a medida que la Restauración se consolidó, fue el golpe de gracia para la fin del a tercera guerra carlista. La Restauración, en la figura de Alfonso XII, supuso la pérdida del apoyo popular e internacional que habían gozado las tropas carlistas durante los primeros años del conflicto. La Restauración y Cánovas del Castillo al frente, tuvo como principal tarea, restablecer la paz en España. La tarea no fue fácil y tardaron un año y medio en pacificar el estado español. ¡Les puse las cosas difíciles!

El 5 de febrero de 1875 se produjo la batalla de Lácar. Mí ejército estaba formado por: 10 batallones navarros, 5 alaveses, 4 castellanos, 1 riojano, 1 aragonés, Guías del Rey, 7 baterías con un total de 42 cañones, 2 regimientos de Caballería. Yo mismo dirigí la operación. Mi primo Alfonso vino acompañado del ministro de la guerra teniente general Joaquín Jovellar, y yo por mí también ministro de la guerra capitán general Joaquín Elío. Pese a las objeciones y reparos que puso Mendiri, comprendí que era preciso tener la iniciativa y señalé como objetivo el pueblo de Lácar, ocupado por el enemigo. Cumplió Mendiri como general las órdenes que se le dieron y reunió los batallones suficientes para la ofensiva, mientras las tropas alfonsinas maniobraban para hacer frente al ataque. Cuando distinguimos el pueblo, no dudamos en lanzarnos a la bayoneta a la carrera, se trabó un encarnizado combate que duró dos horas. Al frente de nuestra caballería iba mí cuñado, el conde de Bardi, con el que compartí éste palacio veneciano, al cual concedí, por su heroísmo, la Cruz de San Fernando. El resultado fue la destrucción de una división alfonsina y la pérdida por éstos de tres cañones de sistema Plasencia, cuatro cureñas, muchas cajas de municiones de cañón y fusil, 2.000 fusiles, la caja del regimiento de infantería de Asturias, un jefe, cinco oficiales y 82 soldados muertos; y un brigadier, cuatro jefes, veinticuatro oficiales y 416 soldados heridos y contusos, 300 prisioneros y 452 extraviados. Nuestras bajas fueron 30 muertos y 200 heridos.

            La batalla de Zumelzu para nosotros y de Treviño para los liberales tuvo lugar en julio de 1875. La situación, antes de la batalla era esta. Una línea de unos 35 kilómetros de extensión que se apoyaba a la izquierda en los pueblos de Araico y Grandibal, se extendía luego por los montes de Vitoria y descendía por Zumelzu, y seguía hacia su centro en Naclares. En esta parte, en la orilla izquierda del Zadorra, estaban el 5º de Navarra, Almogávares del Pilar, Clavijo, 3º de Castilla y 4º de Álava, con tres piezas de montaña y un escuadrón del Rey. En la otra parte de la línea a partir de Nanclares cruzado el Zadorra, seguía por Villotas, Montevite y Subijana-Morillas que era su extrema derecha y allí estaban el 1º, 2º, 3º, 4º, 5º y 6º de Álava, 1º de Guipúzcoa, así como tres piezas de montaña, un escuadrón del Cid u otro de Borbón. En esta orilla estaba el 3º y 6º de Navarra, el 1º, 2º y 4º de Castilla, la primera batería de montaña, 3 piezas Plasencia y tres escuadrones del Cid. Los liberales tenían a la brigada Pino en Miranda y la de Alarcón en Armiñón y Estabillo. Estas dos brigadas formaban la división Maldonado y se componían de 8 batallones, 3 escuadrones y dos baterías de montaña. El general Tello se hallaba en la Puebla de Arganzón y Loma en Manzanos. Las fuerzas alfonsinas se componían de 24 batallones, 7 escuadrones, 1 batería montada, otra de a 10 centímetros, 4 baterías de montaña y una sección y 3 compañías de ingenieros y voluntarios de Miranda. Las nuestras por 16 batallones, 2 baterías de montaña, 3 piezas de Plasencia y 6 escuadrones.

            Nuestras tropas estaban dirigidas por el general Mendiry. El 6 de julio lo sustituí por el general Pérula. Mendiri, disgustado, no habló con Pérula y, por lo tanto, abandonó el frente sin comunicarle su plan para atacar al ejército alfonsino. Pérula no era militar de carrera y los galones se los había ganado gracias a su atrevimiento. Por lo tanto, la batalla estaba perdida de antemano. A pesar de esto no sufrimos un desastre total. En honor a la verdad nos batimos con mayor intrepidez, habiendo momentos en que estuvo indeciso el resultado, que en especial se debió a la brillante carga de los escuadrones mandados por el valiente coronel Contreras.

            A finales de agosto de 1875 se produjo la batalla de Choritoquieta. La guerra en Cataluña había finalizado y el único frente abierto por el ejército carlista era el del Norte. El 28 de agosto de 1875 el ejército alfonsino atacó San Marcos, consiguiendo poner pie en las posiciones de Gayorregui y Munuandi de donde los rechazados a la bayoneta y los llevamos hasta las puertas de Oyarzun y Barrios de Rentaría y San Sebastián. El parte de Trillo Figueroa decía así:

«Subí a la posición, trepando por aquellas asperezas, y allí entre multitud de heridos y un fuego que iba alcanzando por momentos mayor intensidad, pude persuadirme de que no solo había malogrado la sorpresa, sino que era imposible dar un paso más sin comprometer el honor de las armas que a tanta altura habían elevado aquellas tropas. Por eso di la orden de retirada».

            Las pérdidas del ejército alfonsino fueron de 4 oficiales muertos y 31 soldados así como un jefe, 16 oficiales, 142 heridos. Nosotros tuvimos 7 muertos y 16 heridos. Nuestro triunfo fue muy elogiado y levantó sin duda el espíritu moral de sus tropas en Guipúzcoa, que se reflejó en sentido opuesto en San Sebastián, donde se confiaba en el buen éxito de la jornada de Choritoquieta. A pesar de la victoria y de la retirada del ejército liberal, la concentración de tropas, una vez terminada la guerra en Cataluña, ahogó nuestros esfuerzos por mantener abierta la guerra en el Norte.

            Después de la batalla de Zumelzu y Choritoquieta no volvimos a conseguir ninguna victoria más hasta la de Trinidad de Lumbier, el 22 de octubre de 1875. El general Pérula dio orden al brigadier Larumbe que se apoderara de la Ermita de la Trinidad de Lumbier. Con el 9º de Navarra atacó la posición del ejército alfonsino. La lucha duró 24 horas hasta que, finalmente, el ejército alfonsino se retiró a Lumbier. Nuestras posiciones el 22 de octubre de 1875 eran las siguientes: El brigadier Larumbe con el 9º de Navarra, cuatro compañías del 10º y otras tantas del 1º con ocho piezas de artillería de montaña en sus posiciones de la Sierra de Leire, quedando cuatro compañías del 10º en Castillo Nuevo y otras del 9º en Bigüezal. La regata del Valle de Salazar y su defensa se encomendó al brigadier conde de Caserta con dos medios batallones del 1º y 3º de Navarra, todo el 4º de la misma división y cuatro cañones de montaña escalonada desde las alturas que dominan Arbonies y Domeñao hasta la sierra de Napal.

            A pesar del mayor número de fuerzas del ejército alfonsino, las tropas mandadas por Pérula consiguieron la victoria. El motivo de la batalla de Trinidad de Lumbier era abrir un pasadizo para facilitar la entrada, por Navarra, de las tropas valencianas mandadas por Dorregaray. A pesar de esta victoria, poco después perdimos las posiciones de Alzuza, Miralles, Pricáin y San Cristóbal.

            El 9 de noviembre de 1875 le escribí a mi primo Alfonso sobre el problema planteado con los Estados Unidos respecto a Cuba en los siguientes términos:

«Si la guerra llega a estallar, te ofrezco una tegua por el tiempo que dure la lucha contra los Estados Unidos. Pero entiéndase bien que la única causa de la tregua que te propongo es la guerra extranjera, y que mantengo incólumes mis derechos a la Corona, como la seguridad de ceñirla».

            A finales de noviembre de 1875 se produjo la acción de Miralles. Antes de éste encuentro mis tropas estaban compuestas por el 8º de Navarra, el 1º de Valencia, la partida de Carrascal, una compañía de Ingenieros, un escuadrón del Regimiento de Caballería de Castilla y tres piezas de artillería. Las tropas estaban mandadas por Martínez de Junquera. Después de un encarnizado combate, pues al quedarnos sin municiones atacamos con la bayoneta, el resultado fue la conquista del monte San Cristóbal y el pueblo de Miralles por parte del ejército alfonsino.

            El 11 de diciembre de 1875 dispuse que se encargara del mando de los ejércitos del Norte el conde de Caserta. El general Pérula pasó a ocupar la Comandancia General de Navarra y Antonio Brea pasó a ser jefe del Estado Mayor. Sobre la decisión escribí:

«En aquellas circunstancias críticas, en aquellos momentos difíciles, en que los carlistas veían tan mermadas sus huestes, tan agotados sus recursos y tan escasas sus municiones; cuando el cambio el Gobierno de Alfonso XII concentraba sobre el país vasco-navarro tantos y tan poderosos elementos, uniendo a su Ejército del Norte los del Centro y Cataluña, con superabundancia de recursos y animados sus soldados por la confianza que inspiran el número  y el disponer de toda clase de medios para combatir con éxito, al par que en los pobres voluntarios carlistas había empezado a entrar ya la desconfianza hacia sus jefes, escarmentados por el Convenio de Vergara».

Elegí al conde de Caserta para dar confianza y moral a un ejército, el mío, que estaba tristemente cada día más mermado. ¡Esta es la cruel realidad! ¡No hay otra!

El País Vasco, una vez finalizada la guerra en Cataluña y en el Centro se encontró sólo. El ejército gubernamental pudo enviar un mayor contingente de tropas para acabar con el levantamiento carlista. En diciembre de 1875, mí ejército estaba formado por 48 batallones de infantería, algunos tercios de milicias voluntarias, diez partidas, tres regimientos de caballería, dos batallones de ingenieros, seis baterías, una sección de montaña y tres baterías de batalla. En total sumaban 35.000 hombres, 1.200 caballos, 39 cañones de montaña, 16 de batalla, cuatro morteros y 26 cañones de plaza, sitio y posición. Por su parte el ejército gubernamental estaba formado por 131 batallones de infantería, once regimientos y ocho escuadrones de caballería, tres regimientos de artillería de batalla, tres de artillería de montaña, varios de artillería de a pie, dos regimientos y cuatro compañías de ingenieros. En total sumaban 170.000 hombres y 174 cañones.

            Volvamos ahora a Cataluña. No le he hablado de ella y el año 1875 fue terrible, pues Savalls me vendió al enemigo. ¡Cuanta razón tenía mí hermano! ¡Antepuse a éste y al final me traicionó!

El año 1875 en Cataluña se inicia con la entrada de nuestras tropas en la población de Granollers el 17 de enero de 1875. Las tropas carlistas estaban al mando del general Tristany y la realizaron el batallón Guías de Cataluña, el 1º, 3º, 4º y 5º de Barcelona, el 2º de Tarragona, los escuadrones 2º y 5º de Cataluña, con dos piezas de artillería de montaña. Las fuerzas salieron de la población de Moyá dirección Granollers. Hicieron noche en Castellterçol. Por su parte el coronel Muxí, con el 4º de Barcelona, hizo noche en San Feliu de Codinas.

            El asalto a Granollers se produjo por tres lugares diferentes. El enfrentamiento entre carlistas y alfonsinos se concentró en la plaza Mayor, plaza de las Ollas, la Iglesia, el Cuartel, en el fuerte Pardiñas y en las torres Invencible y Victoria. Al poco rato, la plaza Mayor y la de las Ollas quedaron en poder de los carlistas. Lo mismo ocurrió con las torres Invencible y Victoria. La mayor resistencia la encontraron en la Iglesia y el Cuartel. El ejército carlista no pudo reducir al alfonsino y tuvieron que olvidarse de conquistar Granollers pues, desde Barcelona se enviaron tropas para defender esta plaza. Tuvimos 5 bajas y 16 heridos. Asimismo, antes de marcharnos de Granollers, cogimos 24 prisioneros del regimiento de África.

            Después de la derrota de Granollers una de nuestras primeras victorias fue la acción de Bañolas. La columna alfonsina mandada por Cirlot había avanzado desde Torroella de Montgrí a Bañolas y contra ellas salió Savalls desde Olot con dirección Besalú, donde se le incorporó el 4º de Gerona, prosiguiendo su marcha a Bañolas. El brigadier Auguet, con el 2º y 3º de Gerona fue a Mieras para ocupar las posiciones de La Mota, situadas en la mitad del camino de Bañolas a Gerona, Cirlot emprendió el 5 de marzo por la mañana la retirada hacia Gerona, por lo que Savalls después de ocupar Bañolas avanzó, comenzándose el combate en el llano de Cors, haciéndose fuerte en las posiciones de Bergoña y Cors.

            El ejército alfonsino se replegó, lo cual supuso que, ante la insistencia mí ejército ganamos la plaza de Bañolas. La derrota de Cirlot animó a Martínez Campos a emprender una operación de efecto, pues necesitaba tomar la iniciativa. Era la única manera de mantener elevada la moral del ejército alfonsino.

            En marzo de 1875 el mando carlista en Cataluña cambió de manos. Sí, desde la marcha de mí hermano el general Rafael Tristany había regido los destinos del ejército carlista en Cataluña, en marzo de éste año, lo reclamé en el Norte. Lo sustituí por el general Francisco Savalls. Una vez investido en el nuevo cargo se produjo una entrevista que ha pasado a la historia porque, en aquel momento, Savalls no sólo traicionó al ejército carlista sino a mí. Me refiero al encuentro de Martínez Campos y Savalls en el Hostal de la Corda.

El encuentro lo provocó Martínez Campo. Éste deseaba saber si, a pesar del cambio de mando del ejército carlista de Cataluña, perduraría el convenio contractual entre los dos ejércitos respecto a heridos. Martínez Campos le propuso a Savalls que se reunieran para hablar. Le pidió a Savalls que eligiera el lugar donde se tenía que celebrar la entrevista. Savalls escogió el Hostal de la Corda, próximo a Olot. A la carta de Martínez Campos contestó Savalls en esto términos:

«Hemos recibido esta tarde la noticia de que deseaba V. celebrar una entrevista con nosotros, y como caso de tener lugar, ha de ser en días muy solemne para la religión católica, rogamos a V. que mande, su persiste en su deseo, suspender los trabajos de fortificación y toda clase de hostilidades. A esta carta de Savalls respondió Martínez Campos: Deseaba, si, entenderme con alguno de ustedes dos, porque habiendo sabido que había en el ejército de V. variación en los mandos necesitaba saber de boca autorizada si seguía el convenio que he celebrado con el Excelentísimo Sr. Don Rafael Tristany, y además ver de arreglar un pequeño incidente, pero no me atrevía a molestar a Vds. Personalmente».

            Así pues, el viernes santo tuvo lugar la entrevista en el Hostal de la Corda. Por parte alfonsina se reunieron Martínez Campos, el capitán del Estado Mayor César de Villar y su ayudante el teniente coronel Narciso Fuentes, escoltados por tres ordenanzas. Por parte carlista acudieron Savalls, Lizárraga y Morera.

            Las habladurías intentaron convencerme que se intentó convencer a Martínez Campos que se pasara al bando carlista. Me contaron que, después de una pequeña pausa, Lizárraga añadió:

«La única manera de acabar con todo esto sería que V. se tocara con esta boina».

Martínez Campos contestó:

«En mí Kepis están las tres cuartas partes de su boina. ¡El veinticinco por ciento restantes, sin embargo, no se lo podría aceptar jamás!».

            Savalls no dijo ni una sola palabra, estuvo mudo durante todo el tiempo que permaneció dentro del Hostal. Luego, al salir al patio y montar a caballo. Una vez finalizado el encuentro Savalls me escribió en estos términos:

«Martínez Campos solicitó una entrevista conmigo y el general Lizárraga, la cual tuvo lugar el Viernes Santo, habiendo durado una hora poco más o menos. En ella se trató de los compromisos otorgados por el señor general Tristany, respecto al establecimiento de hospitales y depósitos de prisioneros, tocando de paso la cuestión política, pero por nuestras contestaciones pudo observar nuestra decisión de vencer o morir por la causa de V.M. Notamos su abatimiento, confesando francamente de que estaba arrepentido de su obra a favor de don Alfonso, y que el gobierno era impotente para terminar la guerra ante nuestra decisión y constancia, concluyendo por decir que él abrigaba los mismos sentimiento que nosotros y que si en su mano estuviera sería el primero en proclamar a V.M».

Hasta el mes de mayo de 1875 el movimiento del ejército carlista por toda Cataluña era absoluto. Muy pocas eran las plazas donde no podían entrar. Estas eran: Gerona, Olot, Puigcerdá, Figueras, Barcelona, Mataró, Granollers, San Celoni, Vic, Berga, Manresa, San Sadurní de Noya, Villafranca del Penedes, Villanueva y la Geltrú, Cardona, Lérida, Balaguer, Cervera. Con lo cual nuestro dominio era casi total. Así y todo, la batalla en la Seo de Urgell cambió el destino de la guerra en Cataluña.

            El sitio de la Seo de Urgell se inició el 20 de julio de 1875. Ese día Martínez Campos reclamó que le fuera enviado el material solicitado. Éste consistía en diez piezas de doce centímetros, 600 proyectiles, 200 disparos, 400.000 cartuchos Remington, 30.000 raciones de cebada, parque de ingenieros, parque sanitario y material de artillería para maniobras de fuerzas. Fue el 21 cuando a las cuatro de la tarde, un centinela señaló nuestra proximidad por el camino de Puigcerdá, dirigiéndose plácidamente a la Seo. Parecía que consideraban la plaza abandonada, pero una pieza, desde la batería de San Armengol, disparó un cañonazo que detuvo a los alfonsinos, que torcieron hacia Alás. La artillería disparó varios cañonazos mientras bandeaban los alfonsinos el río Segre. Para hostigarlos salió una compañía por los montes de Ansarall, a fin de molestarnos al paso del río.

            El día 22 de mayo el asedio fue completado pues, el ejército alfonsino ocupó Ansarall, Arsá, Adrall y las alturas de Bastida de Ortons, las de Navinés y el Pla de las Forcas. El día 23 de mayo el asedio quedó completado. Así y todo, nos preparamos para resistir. El sitio de la Seo de Urgell duró hasta agosto de 1875. Durante ese tiempo, mí ejército resistió heroicamente los ataques alfonsinos:

«Nos es tan doloroso rendirnos, que solo tratamos de ganar tiempo para ver si llueve y tenemos agua, o si atacan nuestros compañeros de fuera y echamos a los enemigos. Por eso pedimos plazos, porque cada hora se aviva nuestra esperanza y porque el ganar tiempo es la única arma, el último recurso que nos queda. El enemigo los concede, no por generosidad, sino porque le tiene cuenta. Sabe también como nosotros, que mañana se acaba el agua en el castillo y pasado en la ciudadela, y no quiere molestarse en combatir ni sufrir nuevas pérdidas».

            El 27 de agosto de 1875 nos rendimos a las tropas alfonsinas. Esta derrota supuso el fin de la guerra en Cataluña. La defensa de la Seo de Urgell es indudablemente una página de gloria para la historia militar del carlismo y como a tal, nada puede parangonársele en la tercera guerra civil. La pérdida de la Seo de Urgell supuso la destitución de Savalls, que fue enviado al Norte para ser sumariado, y el nombramiento de Castells como jefe del ejército carlista. A pesar de éste nombramiento, el final de la guerra se acercaba.

            Poco a poco Martínez Campos fue ocupando toda Cataluña. Las tropas alfonsinas contaban con 62 batallones, 38 escuadrones y 56 piezas de artillería. En total 53.000 hombres. El 14 de noviembre de 1875 el general Moore entró en Francia. Al día siguiente lo hizo Castells. A pesar de los esfuerzos del general Tristany para reactivar la guerra en Cataluña, el 15 de noviembre las tropas de Martínez Campos habían ocupado todo el Principado. Ha esto hay que añadir el somatén general que se levantó para acabar con las pocas partidas que aún recorrían el territorio catalán. La guerra en Cataluña había terminado. Las partidas carlistas se disolvían como azúcar en agua.

En las provincias de Aragón y Valencia el año 1875 se inició con el ataque a Vinaroz. El 6 de enero a las 3 y ¼ de la madrugada los carlistas dirigidos por Martínez Velasco y Cucala atacaron esta población. El coronel alfonsino Víctor Rodríguez dispuso dos columnas que atacaron a los carlistas en las calles y con la llegada de la brigada de Morales Reina, los carlistas se vieron obligados a retirarse. Quedaron en poder de los alfonsinos 38 prisioneros.

            Concedí el mando de las tropas aragonesas y valencianas al general Dorregaray. Una de las primeras acciones fue la entrada en Mora de Ebro el 6 de febrero de 1875. En la madrugada del 7 de febrero habiendo regresado a Daroca la columna del coronel Sancho, entraron por sorpresa los carlistas mandados por Gamundi y González Boet, que habían partido sigilosamente de Oliete. El coronel Sancho intentó organizar la defensa. Sancho fue herido en la pierna derecha y muerto su caballo. El capitán Souto condujo al coronel Sancho a una casa de la calle Mayor donde organizó la resistencia. Duró el combate ocho horas y en él murió el capitán Souto, quedando prisioneros el coronel Sancho, cuatro oficiales y 75 soldados del regimiento de caballería de Almansa, 61 soldados del regimiento de reserva número 9, así como un jefe, dos oficiales y 50 soldados de distintos cuerpos. Estaba más que demostrado que el coronel Federico Sancho había mandado fusilar a prisioneros carlistas. En consejo de guerra se le condenó a muerte. Yo lo indulté y permití que entrase en canje.

            En marzo se batieron las brigadas de Morales y Sequera, al las órdenes del general Echagüe, contra las fuerzas carlistas dirigidas por el general Álvarez Cacho de Herrera. Las tropas carlistas estaban en Cervera del Maestre y fueron sorprendidas por los alfonsinos. Al conocer la noticia, Dorregaray trasladó las tropas a la ermita de los Ángeles. La extensión de la línea de fuego impedía que se cerrara la ruta de los alfonsinos que se dirigían a San Mateo, por lo que Dorregaray ordenó el repliegue de las fuerzas carlistas hacia Salsadella, y los alfonsinos entraron en San Mateo. En esta acción los alfonsinos confesaron haber tenido 17 soldados heridos, dos oficiales y 27 individuos de tropa contusos. Nosotros 6 muertos, 25 heridos y seis contusos.

            Para minar la moral de mí ejército el Gobierno decidió emplear procedimientos corruptores. El Gobierno quiso entablar una conferencia con Dorregaray. Los citó en Cabanes. Las mediaciones gubernamentales no dieron el fruto deseado, es decir, que los carlistas dejaran las armas y se adhirieran a un convenio, tal y como había pasado en la primera guerra con el de Vergara. Otro traidor a la Causa lo protagonizó Cabrera. Aunque retirado, reconoció a mí primo como rey de España, y romper definitivamente conmigo y con todo aquello que lo había convertido en el Tigre del Maestrazgo.

            La guerra en Aragón y Valencia continuó sin que el Gobierno pudiera ver efectivo el convenio. El 24 de mayo de 1875 las tropas alfonsinas sorprendieron una columna carlista en Villar de los Navarros (Zaragoza), y el 26 de mayo en Alcora las fuerzas de Dorregaray tuvieron un fuerte combate contra las columnas de Montenegro y Chacón. Es interesante leer la alocución que el vicepresidente de la Real Junta de Aragón, José María de Soto, hizo publicar y que dirigía a todos los aragoneses:

«Una sola cosa lamento, la sangre que se ha derramado. Pero ¿quién tiene la culpa de estos desastres y quién es el único responsable de la continuación de la guerra? El ejército y sólo el ejército, que permitió que se apoderase del timón del Estado la revolución impía; que permitió que se proclamara la república unitaria cuando no había más que un republicano unitario, que era el señor García Ruiz: que permitió formar Gobierno a los radicales que eran una minoría imperceptible en el país; que por un acto de pretorianismo exaltó al trono a un niño enfermizo y sin principios, que lo mismo representa a los progresistas volterianos enemigo de la Iglesia que a los católicos liberales, que mandan sus hijos a los colegios de los Jesuitas, se confiesan y van a misa todos los días y que solo saben resistir y luchar tenazmente contra los católicos que llevan por lema en su bandera los sagrados nombres de Dios, Patria y Rey».

            El ejército alfonsino sufrió varios cambios. El 22 de mayo fue sustituido en general Echagüe por el general Lassala. Éste mando duró poco tiempo pues, el 9 de julio fue sustituido Lassala por el ministro de la guerra, el general Jovellar, quien se puso en contacto con Martínez Campos para terminar la guerra en Aragón y Valencia.

            El 17 de julio, fue atacado el fuerte de Miravet, que estaba organizándose por orden del general Álvarez, por fuerzas alfonsinas pasadas desde Cataluña y mandadas por el general Martínez Campos. La defensa no fue muy tenaz, por lo que éste pudo apoderarse fácilmente de Miravet y del fuerte de Flix, cortando las comunicaciones del Maestrazgo con Cataluña. Era el comienzo de la caída vertical de la guerra en el Centro.

            De Miravet y Flix, Martínez Campos viajó hacia Morella para reunirse con el general Jovellar. Reunidas las fuerzas alfonsinas se enfrentaron con Dorregaray en Villafranca del Cid. Dorregaray comandaba el 1º y 2º batallón de Valencia, el de Guías del Centro y el Escuadrón de Escolta. Reforzados por los cinco batallones y seis piezas restantes, extendieron su línea por ambos flancos, logrando poner a nuestra escasa gente en la más completa desbandada, verificando unos la retirada a Mosqueruela y los otros por Iglesuela del Cid a Cantavieja.

Esta desventaja, por parte de mí ejército, hizo que Dorregaray replegara sus fuerzas y cruzaran el Ebro dirección al Alto Aragón. La última acción en el Centro se produjo el 16 de julio de 1875. Esta se produjo en El Collado. Las tropas alfonsinas del general Salamanca bloquearon las carlistas dirigidas por el teniente coronel Portillo. Ante la presión, mis leales capitularon.

Pedro Corominas, una vez finalizada la guerra, indagó sobre un posible soborno a las tropas carlistas. Encontró una documentación donde pudo leer el convenio firmado por Dorregaray por el que se le prometía su reintegro en el Ejército alfonsino, y los recibos firmados por Antonio Oliver, Fernando Adelantado y Juan Ponce de León, con las cantidades recibidas por los jefes carlistas para disolver el Ejército del Centro. Las cifras eran 10.000 francos en oro por retirarse y 15.000 francos en oro al entrar en Francia. El convenio fue firmado el 15 de junio de 1875, pero no se llevó a cabo hasta el año siguiente. Por eso Dorregaray, al replegar el ejército del Centro, no fue hacia el Norte, ni tampoco ayudó en la acción de la Seo de Urgell. Su intención era acabar con la guerra pues, desde 1874 había estado colaborando con el gobierno alfonsino.

Por lo que respecta al Alto Aragón decir que fue una zona de paso de las fuerzas carlistas que, o bien se dirigían al Norte, o bien se dirigían a Cataluña. Debo reflejarle dos encuentros significativos. El primero se produjo el 27 de enero de 1875. El coronel carlista Camats entró en Tamarite de Litera. A su encuentro fue la columna del capitán José Cagigas. En abril el general alfonsino Delatre, al ver que las tropas carlistas se preparaban para atravesar el río Noguera Ribagorzana emprendió la marcha sobre Tragó y luchó contra las tropas del general Castells. La acción fue encarnizada y los alfonsinos se retiraron hacia Camporrells. Las bajas alfonsinas fueron de 24 muertos, 49 heridos y 69 prisioneros.

            A parte de estas acciones y otras pequeñas escaramuzas, el verdadero protagonista de esta zona durante el año 1875 fue el general carlista Dorregaray. Como le he dicho había firmado un convenio con los alfonsinos y replegó sus fuerzas, marchándose del Centro. Tanto si se iba a Francia, a Navarra o a Cataluña, las tropas de Dorregaray tenían que pasar por el Alto Aragón. Al conocer esta retirada, el gobierno alfonsino pidió a la brigada Moreno del Villar que se quedara en Zaragoza y a Delatre que se quedara en Monzón. Con esto se pretendía facilitar el paso de las tropas carlistas del Centro.

            El paso de Dorregaray fue intermitente y pocos sabían que haría. Si, en un primer momento se pensó que iría hacia Navarra, luego se vio que conducía a sus tropas a lo más inhóspito del Pirineo, para que fuese fácil a los alfonsinos rechazarles a territorio francés. Al no producirse esto, Dorregaray marchó hacia Cataluña. Las tropas estaban reventadas por el cansancio y sin municiones y muy poca comida. Después de una breve estancia en Cataluña, Dorregaray pasó por el Pont de Suert y volvió a Huesca. De Huesca marchó hacia el norte y, después de atravesar la frontera española, entró por el Valle de Hecho por la Casa de las Minas, pudiendo seguir por el Valle de Ansó hasta Navarra. Unas pocas escaramuzas más supusieron el fin de la guerra en el Alto Aragón en octubre de 1875.        

Se empezó a trabajar para pacificar el resto de la península Ibérica. Un hecho importante ocurrió en Castilla la Vieja el 11 de abril de 1875. Una fuerza carlista comandada por Pedro Cortazar invadió Burgo de Osma. Las fuerzas liberales se refugiaron en el fuerte, en la Casa Consistorial y en el hospital. A pesar de haber conquistado la población, el ejército carlista no pudo derrotar a los alfonsinos pues no se rindieron. Los carlistas decidieron retirarse. A partir de ese momento se contabilizaron pequeñas acciones. Quizás la situación que más molestó a los alfonsinos fue la poca seguridad que tenía la línea férrea que iba de Miranda de Ebro a Haro.

            En junio de 1875 las fuerzas carlistas dirigidas por Cavero derrotaron a la brigada Muriel. El desastre fue completo y la brigada Muriel quedó totalmente destrozada. El ejército carlista hizo 200 prisioneros. En la acción murieron 2 capitanes y 23 soldados. Quedaron heridos 2 oficiales y 94 soldados. El número de contusionados fue de 29. El ejército carlista tuvo 1 jefe, dos oficiales y cinco voluntarios muertos. El número de heridos y contusionados fue de 3 oficiales y 29 voluntarios.

            El 10 de agosto Villegas intentó apoderarse de Villaverde de Trucios. Aunque las fuerzas carlistas eran numéricamente inferiores a las de Villegas, presentaron gran resistencia, se lucho al arma blanca, obligando a los alfonsinos a retirarse. En esta acción estuvieron a punto de quedarse en nuestro poder algunas piezas de artillería, así como el general Villegas se vio precisado a cargar con su escolta para no caer prisionero. La vida cotidiana en esta región continuaba y se tenía que vendimiar. Los dos ejércitos decidieron pactar una tregua que duró del 19 de octubre al 30 del mismo mes. A pesar de esta tregua la guerra iba en decreciendo.

Una vez terminada la guerra en Cataluña, Martínez Campos quiso pacificar el resto del territorio español. Uno de los primeros lugares fue Castilla la Vieja. En el primer ataque alfonsino el Valle de Mena quedó liberado. El 28 de enero de 1876 desde Santander se inició el avance sobre Valmaceda. El ataque de los alfonsinos se apoyaba con el avance de Loma por la carretera de Valmaceda y así tuvimos que abandonar nuestras posiciones. Desde el Valle de Mena una fuerza mandada por el coronel Hurtado logró apoderarse del pueblo de Gitano. Por su parte la columna Cotarelo, junto con la mandada por el coronel Márquez, subió a Mollinedo para caer sobre Pico Miguel, cerca de la venta del Mal Abrigo. Allí se tiroteó con los carlistas que se replegaran de Valmaceda.

            Con el traspaso de las tropas carlistas hacia el Norte se dio por pacificada Castilla la Vieja. En Castilla la Nueva el brigadier carlista Lucio Dueñas, después de ser herido en Albacete, marchó hacia Ciudad Real. Allí se refugió en la quintería del Pardillo. Estando allá fue sorprendido por una columna dirigida por Manuel Olló. Los alfonsinos tomaron como prisioneros al brigadier Dueñas, a dos tenientes coroneles, un comandante, dos capitanes, un oficial de administración militar, un teniente, cinco Alféreces, un cabo, un trompeta y dos asistentes. En definitiva, detuvieron a toda la plana mayor que operaba en la Mancha.

            El brigadier carlista Valles entró en la provincia de Cuenca ocupando Alcalá de la Vega, Cubillo, Salvacañete, Salinas del Manzano y Guadalajara. A primeros de abril corrió el rumor que ocuparíamos de nuevo Cuenca. Esto provocó que muchas familias abandonaran la ciudad. En líneas generales las partidas destinadas a Castilla la Nueva fueron recorriendo toda la provincia, pero sin producirse grandes enfrentamientos con el ejército liberal. El final de la guerra se debió al abandono de nuestras tropas del Centro, dirección hacia el Norte

            En Murcia y Andalucía sucedió lo mismo. Al finalizar la guerra en Valencia y Castilla la Nueva, las tropas se replegaron por falta de apoyo. En Extremadura la decadencia fue evidente durante todo el año 1875. A pesar de ser nombrado el brigadier Hurtado de Mendoza como Comandante General de Extremadura, su partida de 33 hombres quedó disuelta al cabo de dos días. En Galicia la guerra remitía. En marzo de 1875 envié a varios jefes procedentes del ejército del Norte. No sirvió de mucho. En agosto se dio por finalizado éste frente al quedar batidas las partidas de Trapelo y Osorio. León quedó pacificado en marzo de 1875 al replegarse las fuerzas hacia el Norte. Lo mismo podemos decir de Asturias. A excepción de las dos Castillas, el resto de la península Ibérica quedó pacificada a mediados de 1875.

La gran ofensiva del ejército gubernamental comenzó el 28 de enero de 1876. El 2º cuerpo estaba concentrado en Vitoria y sus inmediaciones; la división de reserva había acudido desde la Rioja a la explanada de Álava, en disposición de apoyar la izquierda de las columnas que habían de emprender directamente el ataque de Villarreal: la división de Álava estaba en disposición de amargar la línea de Salvatierra y apoyar la derecha de dichas columnas, salvando los montes de Arlaban para amenazar dicha posición desde Villarreal. Nuestra resistencia fue muy escasa, siendo el resultado de esta jornada la pérdida de Álava.

            El 29 de enero de 1876 se libró la batalla de Mendizorroz, que se convirtió en uno de nuestros últimos triunfos. El ejército gubernamental, por su parte, dirigido por Quesada, el 29 de enero entró en Ochandiano, el 31 estaba en el Valle de Arratia, pasando luego al Valle del Nervión y, el primero de febrero, entraron en Bilbao. Con lo cual el ejército gubernamental tenía dominada toda la provincia de Álava y parte de la provincia de Vizcaya.

            Por su parte, el general Martínez Campos llegó el primero de febrero al Valle de Baztán, con lo cual empezaba a tener dominada parte de Navarra. Las fuerzas destacadas con Martínez Campos eran 24 batallones. El 31 de enero habían entrado en Elizondo. A parte de dominar el Valle de Baztán, el ejército gubernamental entró en Dancharinea, Irurita y Errazu.

            El 10 de febrero el ejército carlista se enfrentó al gubernamental en la batalla de Elgueta. Nuestra resistencia en Elgueta fue más bien una demostración de valor que el cumplimiento de un deber militar. Prescindiendo que las triplicadas fuerzas de Quesada podían envolver todas las posiciones carlistas, el avance de Loma por Marquina y Elgoibar nos envolvía completamente y tuvimos que retirarnos antes de que llegaran a Vergara si no queríamos vernos copados. Era imposible la lucha con tan superiores fuerzas, que bastaban ellas solas para terminar la guerra.

Mientras esto se producía, Primo de Rivera intentó apoderarse de Estella. La lucha fue grande y el 19 de febrero capituló. Calderón y Sangraren contuvieron el empuje de las columnas de Moreno del Villar y Cortijo, cargando cinco veces a la bayoneta, y al verse completamente rodeados y abrumados por tantas fuerzas, y fatigada la fuerza de Calderón, se replegaron detrás de los alaveses. Formadas las fuerzas que habían atacado, el brigadier Cortijo felicitó a Calderón por la defensa que éste hizo y le devolvió la espada, así como a su ayudante. También el general Primo de Rivera le felicitó y le dejó prisionero bajo su palabra.

Luego cayó Estella y Vera. Según me comentaron fue por culpa de Pérula. Mis soldados cantaban una canción que es representativa de estos últimos meses de guerra:

 

Elío vendió a Bilbao

y Mendiri el Carrascal

Calderón el Montejurra

y Pérula lo demás.

 

            Mientras todo esto pasaba en el País Vasco, en Cataluña se reactivaron algunas partidas. Si bien la guerra había finalizado en 1875, los jefes carlistas no se dieron por vencidos. ¡Que gran soldado fue Tristany! Este dispuso que se formaran cuatro comandancias generales, una por provincia. La de Barcelona estaba confiada interinamente al coronel José Galcerán, la de Gerona al coronel Puigvert, la de Lérida al coronel Rivas y la de Tarragona al teniente coronel Mestres. Como jefe superior de los Mozos de la escuadra de las provincias de Barcelona y Gerona fue nombrado Ferrer que había sido jefe de los mozos de Savalls.

            A la hora de la verdad sólo se levantó una partida. Fue la del teniente coronel Ripoll, conocido como ‘Bet de la Beya’. Ripoll cortó la vía férrea de Granollers a Vic e inutilizó el telégrafo. El contraataque fue levantar el somatén de Caldes de Montbui, San Feliu de Codinas, Castellterçol, Centelles, Aiguafreda, Figaró, La Garriga, Cánovas, Cardedeu y Granollers. La columna gubernamental del coronel Tomaseti salió de Manresa para intentar disolver la partida de Ripoll. Tuvieron que refugiarse en el Montseny y, ante la posibilidad de seguir hacia delante, se disolvió.

            Otra partida se levantó en la provincia de Tarragona. Era la del coronel Tomás Segarra.  Apareció el primero de febrero de 1876 tiroteando la fuerza de Voluntarios Francos de Tortosa, sin causar ninguna baja. Segarra siguió en activo hasta mucho después que las tropas carlistas hubieran atravesado la frontera francesa. Estas acciones de Segarra demostraron que el ejército carlista había sido desecho por la superioridad numérica del gubernamental, pero nunca fue vencido.

            El 20 de febrero organicé un consejo de generales carlistas. Llegamos a la conclusión de morir antes de rendirnos al enemigo. Marché a Santesteban pasando por Erasun y Zubieta. Allí se reunieron los restos de los batallones que se replegaban de Estella, y después de una conferencia con el conde de Caserta, nombré jefe del estado mayor general al general Antonio Lizárraga, de quien se decía que era más ducho en recitar oraciones que en mandar unidades combatientes.

            El 25 de febrero se interceptó una carta de Pérula a otro jefe carlista que decía:

«Esto se acabó. Hay que decírselo al Rey. Yo no me atrevo, pero hay que decírselo porque es preciso salvar lo que se pueda, tanto de los intereses del país, como de los nuestros personales, obtener garantías, reconocimientos de empleos, etc. Que se vaya el Rey a Francia y deje en España un general encargado de tratar con el enemigo».

            El 27 de febrero de 1876 llegué a Valcarlos. Era el final. Me despedí diciendo lo siguiente:

«¡Voluntarios! Las últimas operaciones militares nos han obligado a evacuar pueblos y posiciones importantes de estas provincias. Desbordados por el número, no habéis podido hacer más que repetir y multiplicar las pruebas admirables de vuestro valor. No puedo, ni quiero tratar con el enemigo. Pero os amo demasiado para permitir que se vierta inútilmente ni una gota de vuestra sangre. He resuelto, por consiguiente, suspenderla lucha. Si el éxito no ha coronado por ahora nuestros esfuerzos, ni esto disminuye en nada lo grandioso de nuestra empresa, ni oscurece los heroicos hechos que habéis acometido para llevarla a cabo. Habéis sido soldados dignos de una Causa como la mía, y vuestras hazañas os colocaran a grande altura. En nuestra historia inmortal quedarán inscritos con letras deslumbradoras los nombres de vuestras victorias. Mi orgullo de español se acrecienta con el espectáculo de vuestro valor, y mi corazón de Rey guardará eterna gratitud a vuestra abnegación y a vuestros sacrificios. El número y las malas artes han podido vencerme momentáneamente, pero no me han rendido. Mantengo, intactos y completos, mis derechos, y envuelto en mi bandera, me hallaréis dispuesto siempre a sacrificar mi vida por el bien de España».

            El día 28 de febrero de 1876 crucé la frontera española. Antes decreté se acuñara una medalla para los que habían sido leales hasta el último momento. Mi ejército, queriendo darme el postrer adiós, formó en la carretera de Valcarlos al puente de Arnegui. Los vivas y aclamaciones ahogaban los gritos, las trompetas y clarines que tocaban la Marcha Real. Aquel gesto me conmovió. Cuando pisé el suelo extranjero y di el adiós a España exclamé:

- ¡Volveré! ¡Volveré!

El dolor embargó la acción de unos, la desesperación hizo que otros rompieran la espada y que arrojaran los fusiles. Los franceses contemplaron absortos aquella escena de lealtad y firmeza, y se asombraron al ver desfilar silenciosamente aquellos miles de hombres que habían ayudado a sostener por espacio de cuatro años una lucha verdaderamente titánica. Dolorosamente he de concluir diciendo: la guerra había terminado.


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