INTRODUCCIÓN

Hace 800 años, que los ejércitos de Castilla, Aragón y Navarra, junto a las mesnadas del Cardenal Primado de Toledo, las Ordenes Militares Españolas de Calatrava, Santiago y Alcántara, la Orden del Temple, la Orden Militar de San Juan de Jerusalén, (Llamada de Rodas, llamada de Malta, cuyo maestre Frey Gutierre de Armíldez, cayó en la batalla) , más las milicias populares de numerosas ciudades de España, se encontraron con la gloria del combate en la Batalla de las Navas de Tolosa, batalla olvidada en estos tiempos y recordada con admiración en los pretéritos no muy lejanos, donde quedo demostrado que la unidad de los hombres y las tierras de España en torno a la Cruz, son la única solución para resolver las grandes cuestiones que la Historia manda resolver a nuestra Patria. 

Batalla olvidada por un pueblo, al que durante su historia siempre le brillaron sus armas en el mes julio. Batalla olvidada por un pueblo que es capaz de olvidar sus grandes gestas y recordar con boato sus miserias y los éxitos de sus enemigos. Batalla olvidada por un pueblo que necesita olvidar para que los recuerdos de su gloria no le molesten mientras dormita en esa siesta secular que le lleva a la destrucción como pueblo y como nación. Pueblo que no tiene memoria, y que pretende recobrarla normalizando la mentira, aquella que contada tantas veces, llega a convertirse en verdad, sobre todo si es cómoda y no incomoda al que la escucha.

Hace 800 años, quedo demostrado que la Divina Providencia utiliza los mas inescrutables caminos y los más increíbles instrumentos para que se cumpla la voluntad de Dios sobre la tierra, y en ese imperecedero día del 16 de julio de 1212, la Providencia escogió un escenario, a tres reyes, a unos ejércitos y a un héroe anónimo para salvar una tierra que siglos después engendraría hombres, que para mayor gloria de Dios, descubrirían y conquistarían todo un continente para la Cristiandad y millones de almas para la religión, hasta conseguir que en el cielo se hablara en español.

Ese héroe que dio la victoria a tres Reyes, este héroe que dio la victoria a un pueblo, este héroe que con su actitud cambio la historia de Occidente, este héroe se llamaba MARTIN ALHAJA (o Halaja), ESTE HEROE ERA UN MOZARABE.

En la localidad jienense de Santa Elena, a cinco kilómetros de su casco urbano, junto al paso de Despeñaperros, existe un paraje donde se libró una de las batallas más definitivas de la historia de Occidente; tan decisiva, que si la suerte de las armas cristianas no hubiera sido favorable, posiblemente este mismo discurso estaría declamado en árabe o dialecto bereber, escrito de derecha a izquierda, en caracteres árabes y no precisamente estaríamos hablando de dar gracias a Nuestro Señor Jesucristo por el resultado de la batalla y por la aparición providencial, antes del combate, del pastor mozárabe Martín Halaja, sino que posiblemente la Cruz hubiera desaparecido de la península ibérica y de gran parte de Europa.

EL PODER ALMORAVIDE Y LOS REINOS DE TAIFAS


La batalla de Las Navas, 
lienzo de Francisco de Paula van Halen

El combate ocurrió el 16 de julio del año 1212, pero en realidad, la batalla comenzó mucho antes, cuando el califato de Córdoba se descompuso en un mosaico de pequeños reinos. Los reinos cristianos del norte aprovecharon la oportunidad para ampliar sus fronteras hasta el río Tajo y tomaron Toledo en el año 1085. Los débiles reyes de cada taifa tuvieron que comprar la paz y la protección de los monarcas cristianos pagando tributos anuales, especialmente a los reyes castellanos.

La creciente presión cristiana no dejaba más alternativa a los cada vez más débiles andalusíes que solicitar ayuda al nuevo poder africano de los almorávides. Pero no se atrevían a dar este paso porque temían que sus rudos correligionarios del desierto se prendarían de las fértiles huertas y populosas ciudades de Al-Andalus y se las arrebatarían. Finalmente el rey Motamid de Sevilla se atrevió a dar el paso decisivo y firmó un pacto con el sultán almorávide. Prefería, alegó, ejercer de camellero en África a ser porquero en Castilla.

Los musulmanes del norte de África, unidos bajo el poder almorávide, invadieron la península ibérica, controlando los pequeños reinos musulmanes de taifas e instaurando un nuevo poder unitario con capital en el sur del actual Marruecos.

Los almorávides enviaron un ejército que derrotó a los castellanos en Sagrajas (1086). Después ocurrió lo que se temía: barrieron a los reyezuelos de taifas, exterminaron a los mozárabes cristianos que vivían en los territorios ocupados ,y unificaron al-Andalus bajo su poder y lo incorporaron a su imperio.

Los fieros vencedores acabaron siendo conquistados por la superior cultura de los vencidos y los nuevos conquistadores se aficionaron al refinamiento de la sociedad hispanomusulmana. Es decir, desde la óptica fundamentalista, se corrompieron.

Hacia 1140 la fortaleza moral y el militarismo de los almorávides se habían mitigado tanto que su imperio se fraccionó, y en Al-Andalus volvió a aparecer una nueva generación de pequeños reinos taifas tan débiles como los anteriores. La balanza del poder militar se inclinaba de nuevo hacia los reinos cristianos.

La decadencia almorávide favoreció el surgimiento de un grupo beréber en los macizos del Atlas, que se rebeló contra los almorávides y formó una confederación de cábilas regentada por dos asambleas de jeques. En esa zona, la religión musulmana estaba dividida por varios cismas, entre ellos el almorávide, los cuales eran tachados por los almohades de inmorales y antropomorfistas.

El nuevo líder almohade Ibn Tumart, que reivindicada para si el título de mahadi o guía perfecto, unió como bereber a todas las tribus bereberes las cuales estaban descontentas con la política almorávide en el sur del Magreb, y este fue uno de los detonantes de la creación de este nuevo imperio unitario que sustituirá al poder almorávide establecido en la península.

A pesar de haber unificado los reinos de taifas en un solo imperio, los almorávides se enfrentaron a los almohades perdiendo sus dos principales capitales, Sevilla y Marrakech. En la península, la resistencia a los nuevos señores almohades fue muy fuerte, y los almorávides resistieron hasta que cayó Ibn Mardanis, rey de Murcia.

EL IMPERIO ALMOHADE

El poderoso imperio almohade, se extendía por lo que hoy es Marruecos, Mauritania, parte de Argelia y cuenca del río Senegal.

Tras los violentos combates, los almohades conquistaron el norte de África y pusieron sus ojos en Al-Andalus. Sus califas adoptaron el título de Miramamolín (Amir ul-Muslimin) o Príncipe de los Creyentes.

Al rey Alfonso VII de Castilla no se le ocultaba el paralelismo de la nueva situación con la del período anterior. Por lo tanto se propuso evitar el fortalecimiento de los reinos de taifas o el intervencionismo, ya iniciado, de los almohades.

Alfonso VII logró asegurarse los pasos que comunican Andalucía con la Meseta y en una audaz expedición conquistó Almería (1147), pero a la postre la empresa resultaba excesiva para las fuerzas de Castilla e incluso para las del propio rey, que al regreso de una de sus expediciones se sintió enfermo y murió un día de agosto de 1157 bajo una encina del sitio de Fresneda, en Sierra Morena.


Monumento a las Navas de Tolosa
La Carolina (Jaén)


Muerto el rey, toda su obra en Andalucía se desmoronó al instante y sus temores no tardaron en confirmarse. Los almohades atravesaron Sierra Morena y atacaron Castilla, recuperando muchas de las plazas perdidas ante la fortaleza militar del antiguo rey castellano. Ante esta delicada situación, el nuevo rey Alfonso VIII, en alianza con los otros reinos cristianos de España, reunió un poderoso ejército, e intentó contener a los musulmanes en Alarcos (1195), pero confiado de sus propias fuerzas no esperó la llegada del rey de Aragón y al frente únicamente de la caballería castellana, sufrió una tremenda derrota.

Después de Alarcos, los almohades asaltaron la plaza de Calatrava, cuya guarnición pasaron a cuchillo, y llegaron hasta las puertas de Toledo y Madrid. La línea del Tajo aguantó el envite musulmán, y el prolongado esfuerzo militar africano, unido a los aconteceres de la política interior del imperio almohade, aconsejaron pactar con Castilla. En 1197 el rey Alfonso VIII y el Miramamolín concertaron una tregua de diez años.

Obtenida la tregua, Alfonso VIII intentó solucionar los problemas fronterizos que mantenía con los reinos cristianos de León y Navarra: pactó con el rey de León para tener el flanco norte del reino cubierto, y luego cayó con todo su poder sobre los dominios de Sancho el Fuerte, rey de Navarra, su recalcitrante enemigo, al que arrebató las poblaciones tomadas anteriormente a Castilla y le obligó a firmar la paz.

Acabadas las hostilidades y estando vigente la tregua pactada, en los primeros años del siglo XIII, el rey castellano volcó sus esfuerzos en rehacer su reino y dotarlo de una potente organización política y militar, preocupándose además de las artes y de las letras, fundando la universidad de Palencia. Pero desde el desastre de Alarcos, Alfonso VIII solo pensaba en emprender la reconquista y resarcirse de esa derrota militar humillante para el rey y para Castilla. En 1209, con un fuerte ejercito castellano, atravesó la frontera para atacar Jaén y Baeza mientras los caballeros de Calatrava iban contra Andújar. Comenzó otro periodo bélico que a la postre desembocaría en la batalla de las Navas de Tolosa.

Alfonso VIII contaba con la amistad de Aragón, ya que el rey Pedro II era su primo y aliado, y tenía motivos para temer que León y Navarra atacarían su reino por el norte si concentraba su ejército en el sur. Solamente el Papa podía garantizar la neutralidad de sus enemigos si declaraba Cruzada su guerra contra los almohades, lo que automáticamente obligaría a los otros reinos cristianos a respetar sus fronteras bajo pena de incurrir en excomunión para los reyes, y entredicho para su pueblo.

El Papa Inocencio III accedió. En los púlpitos se toda Europa se predicó y se incitó a la nueva Cruzada en mayo de 1212. Los que acudieran a ella obtendrían indulgencia. Además el Papa excomulgaría a cualquiera que pactara con los mahometanos y ordenó a los reyes cristianos que aplazaran las disputas personales y territoriales en favor de la cruzada.

Por la parte almohade, Al-Nasir, el Miramamolín, hijo del vencedor de Alarcos y de la esclava cristiana Zahar , salió de Marraquech al frente de un gran ejercito en febrero de 1211. Al-Nasir tenía treinta años. Era, según una crónica árabe, alto, de tez pálida, barba rubia y ojos azules, valeroso, cauto y avaro. No hablaba mucho porque era tartamudo. Se decía que había jurado sobre el Corán conducir a sus tropas hasta Roma y abrevar sus caballos en el Tiber.

El ejército almohade se dirigió primero a Rabat y posteriormente a Alcazarquivir. Ordenó correos que recorrerían sus territorios ordenando a los gobernadores prepararse para Guerra Santa contra los cristianos. El ejército almohade se fue formando con las tropas que llegaron de su vasto imperio, con un enorme problema logístico de abastecimiento del cual Al-Nasir culpó a parte de sus colaboradores haciendo decapitar a los funcionarios incompetentes y corruptos.

Una escuadra de más de cien barcos debía de trasladar el ejercito en Alcazarseguer hacía la península. En mayo, las tropas cruzaron el Estrecho y desembarcaron en Tarifa y todos los gobernadores del Al-Andalus acudieron para rendir pleitesía al Miramamolín.

Mientras sucedía esto, Alfonso VIII atacó a los musulmanes por Levante y llegó hasta el mar. Al-Nasir por su parte puso sitio a la plaza fuerte fronteriza de Salvatierra. La fortaleza resistió dos meses de asedio antes de rendirse. Conquistada la plaza, el Miramamolín regresó a Sevilla para supervisar el ejército que se reunía en esa ciudad.

Tras la toma Salvatierra por Al-Nasir, murió el infante Fernando de Castilla. La muerte del hijo del rey, sumió a Alfonso VIII en una gran pena, que intentó mitigar entregándose a una intensa actividad militar en el verano y otoño del año 1211, dedicándose en los meses fríos, en los que no había actividad militar, a los aspectos diplomáticos de la Cruzada, que hizo converger a cruzados de toda la Cristiandad en la Ciudad de Toledo.

LOS CRUZADOS TRAMONTANOS.


Alfonso VIII y su esposa doña Leonor de Aquitania


En la primavera de 1212, desde toda la Cristiandad acudieron a la cita en Toledo los cruzados de toda Europa, animados por la llamada del Papa quién había concedido indulgencia plenaria a todos los que acudieran a la llamada de Roma para luchar contra el Islam. Los infantes iban a pie; los nobles, a caballo, seguidos de sus mesnadas. Entre ellos no sólo concurrían guerreros, sino voluntarios y pueblo llano, que inútiles para la guerra, también querían ganar las indulgencias plenarias ofrecidas.

El primero en llegar fue Pedro II de Aragón, familiar del Rey de Castilla Alfonso VIII, que aportaba tres mil caballeros con su correspondiente acompañamiento de peones. Los reyes de Portugal y de León no acudieron, a la llamada, pero recibieron del Papa Inocencio III, la advertencia de que caerían en excomunión y sus habitantes en el entredicho si atacaban Castilla durante la Cruzada. De estos no se esperaba que movieran un dedo para auxiliar a Alfonso VIII.

A principios de junio llegaron a Toledo los cruzados ultramontanos, es decir los de fuera de la Península, y al frente de éstos el arzobispo de Narbona.

El ejército almohade partió de Sevilla, subiendo por las antiguas calzadas y caminos romanos y califales que remontan el Guadalquivir, llegó a tierras de Jaén, dirigiéndose a Sierra Morena. Al-Nasir estaba bien informado, por los espías que mantenía en el ejercito cristiano, sobre la calidad de las tropas que se iban reuniendo en Toledo y procedía con cautela. En lugar de atravesar los pasos de Sierra Morena para enfrentarse a su enemigo en Castilla, como hizo su padre en la batalla de Alarcos, decidió mantenerse a la defensiva y dejar que fueran los cristianos los que hiciesen el viaje por la meseta castellana y los desfiladeros del Muradal en Despeñaperros. Así tendría de su parte dos elementos: el cansancio de los cristianos al final de tan dura marcha y un favorable campo de batalla, puesto que los almohades ocuparían posiciones ventajosas y forzarían a los cristianos a aceptar el combate.

Mientras tanto, en Toledo, los cruzados tramontanos no dejaban de causar problemas. El arzobispo de Toledo y Primado de España, Ximenez de Rada había dispuesto que los cruzados acampasen a orillas del Tajo, en la Huerta del Rey, apartados del núcleo de la ciudad; pero los extranjeros, asaltaron la judería toledana y la saquearon e incluso asesinaron a una parte de sus moradores.

El 20 de junio, el ejército cristiano partió de Toledo camino de Andalucía. En vanguardia iban ultramontanos guiados por don Diego López de Haro. A los cuatro días de marcha avistaron la aldea y castillo de Malagón, en poder de los moros. Inmediatamente se lanzaron al asalto, arrasaron el lugar y asaltaron el castillo que los defensores habían ofrecido entregar a cambio de salvar sus vidas. Pero los cristianos ultra pirenaicos, pasaron a cuchillo a todos los defensores y refugiados que albergaba la fortaleza. Cumplida la jornada, acamparon allí mismo en espera del grueso del ejército con los reyes de Aragón y Castilla, que llegó al día siguiente, 25 de junio. Ya para entonces se manifestaban los problemas de abastecimiento de toda expedición, problema militar importante en aquella época.

En la tierra que atravesaban los cristianos, casi despoblada y sin recursos, la falta de provisiones era un grave inconveniente. Así llegaron a las márgenes del Guadiana y buscaron los vados para atravesarlo, en los cuales los almohades habían esparcido artefactos metálicos de cuatro puntas, los llamados abrojos, que se clavaban en los pies de los peones y caballos inutilizándolos para el combate. Con todo, los cristianos sortearon la vía fluvial que los separaba de Calatrava, gracias al trabajo de las vanguardias de zapadores cristianos que limpiaron de obstaculos el lecho del rio.

CALATRAVA.



Corona de Alfonso VIII de Castilla


Calatrava era una importante fortaleza que vigilaba el paso entre Andalucía y Castilla. En 1158, los templarios que la guardaban se reconocieron incapaces de protegerla y la abandonaron. Entonces un grupo de caballeros y de monjes cistercienses al frente de quienes estaba Raimundo de Fitero, se establecieron en ella y la defendieron de los almohades. Esta fue el origen de la Orden de Calatrava, orden monástico-militar que el Papa aprobó en bula de 1164. Sin embargo, a la muerte de Alfonso VII, el convento-fortaleza fue conquistado por los almohades.

El ejército cruzado acampó cerca de Calatrava y durante tres días sus jefes estudiaron un plan de ataque. Todos estaban de acuerdo en que no era prudente dejar a sus espaldas una plaza tan importante y bien abastecida de armas y provisiones que, además, estaba defendida por el andalusí Abu Qadis, experto guerrero de la frontera. Por lo tanto debían tomar el castillo. El día 30 de junio lo atacaron violentamente y lograron conquistar su parte más accesible. Los defensores parlamentaron y Alfonso VIII les concedió franquicia para retirarse salvando sus vidas y algunos bienes. Este acuerdo indignó a los cruzados extranjeros que ya contaban con repetir la masacre de Malagón. Por otra parte, venían estos muy quejosos de los calores excesivos del mes de junio, de las arideces de la meseta y de las privaciones que desde hacía unos días venía sufriendo el ejército cristiano, a todo lo cual estaban más acostumbrados los peninsulares.

Por estas causas, el 30 de junio, la mayoría de los extranjeros se retiraron de la Cruzada y regresaron a sus países de origen. Los más exaltados pretendían tomar Toledo, la capital desguarnecida de Castilla, para vengarse de Alfonso VIII, pero finalmente se conformaron con ir saqueando las juderías de las poblaciones por donde pasaban. Otros se dirigieron a Santiago de Compostela para ganar la peregrinación y no hacer el viaje en balde; casi todos, volvieron a sus lugares de origen sin combatir en la gran batalla que se iba a producir. Un historiador calcula que la deserción de los ultramontanos redujo al ejército cristiano en un tercio de sus efectivos. La perdida más grave no fue, sin embargo, el número, sino la calidad, pues muchos de ellos eran veteranos de guerra y soldados profesionales.

En Calatrava, ya recuperada para su Orden, descansaron los ejércitos de Castilla y Aragón y se repusieron de las privaciones que habían padecido, pues habían encontrado la fortaleza bien avituallada. Allí se les unieron doscientos caballeros navarros al mando del rey Sancho el Fuerte, que había decidido deponer temporalmente su rencor y enemistad con el rey Alfonso VIII para participar en la Cruzada.


Batalla de las Navas de Tolosa 
(Miniatura de las Cantigas de Santa María)

A dos jornadas de camino estaba Alarcos, a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real, donde recuerdos tristes por la derrota y los camaradas caídos acudieron a la memoria de Alfonso VIII a la vista de aquel antiguo campo de batalla. Otro protagonista de la derrota de la batalla de Alarcos, volvía a contemplar con el rey, después de tantos años, el escenario del combate: don Diego López de Haro, Señor de Vizcaya, al que muchos hacían responsable de aquella derrota. Después del abandono de los ultramontanos ninguno de los dos, rey y paladín, estarían seguros de no estar encaminándose a otro Alarcos de dimensiones aún mayores, en la batalla que se avecinaba.

Los días 7, 8 y 9 de julio los cruzados acamparon a la vista de Salvatierra, otro antiguo castillo cristiano en poder de los musulmanes. Dado lo escarpado del mismo, el tiempo que les demoraría el asedio y el desgaste al cual se sometería al ejército cristiano, desistieron de tomarlo al asalto y decidieron dejarlo a sus espaldas, dejándolo para la vuelta. Para impresionar a los musulmanes que ocupaban la fortaleza, los reyes cristianos formaron delante del castillo sus tropas, las pasaron revista y siguieron su camino tras esta exhibición de fuerza que atemorizó a los agarenos.

Mientras tanto llegaban informes del ejército almohade. Al-Nasir esperaba a los cristianos a pocos kilómetros de allí, al otro lado de las gargantas del Muradal, donde había montado sus campamentos en posiciones estratégicas.

El día 11, los cristianos acamparon en las Fresnedas. Don Diego López de Haro envío a su hijo don Lope con un destacamento a las alturas del puerto del Muradal, hoy Despeñaperros, para que reconociese el terreno y ocupase la pequeña meseta que allí existe. Los expedicionarios tomaron las cotas más altas y avistaron el castillo de Castro Ferral, adelantado de Sierra Morena, donde se había instalado la avanzada almohade que vigilaba el desfiladero de la Losa. En cuanto descubrieron a los cristianos, los almohades salieron a atacarles, repeliendo la vanguardia cristiana al destacamento musulmán y siendo derrotados estos por los cristianos, en esa primera escaramuza.

Al día siguiente, 12 de julio llegó el ejército cristiano al pie de Sierra Morena y nuevas tropas reforzaron a la vanguardia instalada en la meseta del Muradal. Al amanecer del día 13, el resto del ejército se les unió y acampó en la llanada. Los vigilantes almohades abandonaron prudentemente el castillo de Castro Ferral y se replegaron hacia el sur.

Los dos ejércitos estaban separados solamente por el desfiladero de la Losa, fuertemente custodiado por los almohades.

EL PASTOR MOZÁRABE MARTIN HALAJA. EL PASO DEL EJERCITO CRUZADO.




Sierra Morena tiene en la zona de las Navas de Tolosa de este a oeste dos puertos y tres caminos que bajan a Andalucía: El Puerto del Muradal y el Puerto del rey, y los caminos son los que parten de ambos puertos: el camino del Muradal y del Rey situado al oeste del desfiladero de Despeñaperros que baja hacia Santa Elena, y en sus inmediaciones está situado el castillo de Castro Ferral; más un tercero situado entre ambos que es el camino de Navavaca, de menor importancia, y que baja desde la derecha a la Peña de Malambrigo hacia Miranda del Rey, ya en la zona de la batalla. El camino del Puerto del Rey, que es el más occidental, es considerado por algunos como calzada romana, pero más bien puede considerarse bajomedieval y viene desde el rio Magaña hasta Miranda del Rey.

Los cristianos desde su posición en el puerto del Muradal y Castro Ferral tenían que bajar a las navas de Miranda del Rey situadas a menos de tres kms., pero debían enlazar desde el camino del puerto con el camino de Navavaca, y ello no era posible por culpa del paso de la Losa, un desfiladero estrecho custodiado por los musulmanes.

El paso era el obstáculo más grave con el que se enfrentaba el ejército cristiano. Era muy dificultoso para los cruzados pasar por el estrecho de la Losa sin graves pérdidas. El propio Rey Alfonso VIII dijo que …”era tan escabroso que mil hombres podían defenderse allí de todos los hombres de que poblaban la Tierra …”

Actualmente ubicar el paso de la Losa es cuestión difícil. Los autores lo sitúan en el actual paso de Despeñaperros, donde hay Losas de piedra o lajas. (Del latín Lausía y Laja).

Si ese es el paso del cual hablan las crónicas, pasar por allí en el año 1212 era difícil, si tenemos en cuenta la dificultad que tiene actualmente y eso después de las obras de ingeniería efectuadas en el paso en los siglos XVIII y XX, y más concretamente en el Puerto del Muradal, en el curso de los arroyos Navalquejido y Navavaca, llamado en los mapas de hoy en día, el Salto del Fraile. En esta zona hay una gran losa de piedra de 800 metros de altura en forma de triangulo llamada Cerro del Castillo.

El paso por ahí del ejercito cristiano, tuvo que ser durísimo, por lo escarpado de la zona y la falta de agua en verano.

Antes de decidir cuándo y como deberían pasar el estrecho y su angosto paso, los reyes cristianos que se dirigían a la batalla, junto con los arzobispos de Toledo y de Narbona y sus estrategas, se reunieron en la tienda de Alfonso VIII. Unos decidieron dar la vuelta, otros le hacían saber su deseo de volver a la meseta y buscar otro paso. Pero el rey prefería morir por Cristo que dar la sensación a las tropas de que se retiraban. Se fueron todos a descansar tras todo el día de deliberaciones. Solo quedaba en la tienda de Alfonso el capitán aragonés García Romero, cuando algo increíble sucedió: la aparición en el campamento de un pastor mozárabe llamado Martín Halaja (o Alhaja) que indicó al ejercito un camino sólo conocido por él, suficientemente ancho para que pasarán los caballeros, y para llegar hasta los agarenos sin que estos se apercibieran de ello y atacarles por sorpresa.

Dado lo extraño de la aparición de este pastor, el cual conocía a la perfección los parajes de la sierra pues los recorría todos los días con su ganado, los nobles cristianos decidieron explorarlo previamente para saber si se trataba de una trampa. Fueron encargados de la descubierta Diego López de Haro (hijo del gran caballero de Castilla y Alferez del Rey, Lope de Haro, señor de Vizcaya) y el aragonés García Romero.

La senda indicada y conocida por el pastor se llama actualmente Camino de la Umbría del Monte Megaña, la cual les llevó a franquear el paso natural de Puerto del Rey, llamado Camino Real, por donde los cristianos llegaron a una colina de cima plana conocida como la Mesa del Rey, ventajosa posición de altura donde instalaron el Real.

Los cristianos necesitaban un milagro y el milagro ocurrió.

Rodrigo Ximénez de Rada, Arzobispo de Toledo y Canciller de Castilla, el cual participó en la batalla junto al Rey de Castilla Alfonso VIII, estando con sus tropas en la retaguardia del ejercito cruzado, nos dice en su obra histórica “Rebus Hispaniae: “ … el mérito de este curioso personaje fue el de indicar a los cristianos un camino accesible para flanquear la Cordillera Mariánica y llegar sin problemas hasta los musulmanes … ”. También nos refiere de esta manera la llegada providencial del pastor al que describe así en la misma obra:

“…muy desaliñado en su ropa y persona, que tiempo atrás había guardado ganado en aquellas montañas y se había dedicado allí mismo a la caza de conejos y liebres”

En términos parecidos se expresa Domingo Pascual en su traducción de la Historia de la batalla:

“Dios… embió un home como aldeano, o pastor, home mal vestido, è parecia que era el vestido de poco valor… E dixo, que el guardara tiempos avia su ganado en aquellos montes, è que tomara por alli en aquel Puerto liebres, è conejos”

Alfonso VIII, apenas habla de él en su carta al Papa, se limita a decir que:

“…nuestros magnates que iban en la vanguardia, guiados por un rústico que Dios nos envió impensadamente, encontraron allí mismo otro paso bastante fácil”.


Tapiz de la Batalla de las Navas de Tolosa, 
ubicado en el Palacio de Navarra.

El arzobispo de Narbona, también participe en la batalla junto a los voluntarios tramontanos, ni siquiera menciona al pastor. En cambio, fuentes posteriores sí que se detienen en este suceso. Por ejemplo, Alberico en su Crónica le cambia la profesión y da nuevos datos sobre su indumentaria:

“… un campesino enviado por Dios, según se decía, se presentó a ellos vestido y calzado con cuero crudo de ciervo”.

Lucas de Tuy al referirse a él dice:

“… presentose por divina inspiración al rey Alfonso un hombre, a modo de pastor de ovejas, que les enseñó un camino ancho”.

En cuanto a la Crónica latina de los Reyes de Castilla:

“Entonces envió Dios a uno con aspecto de pastor, que habló en secreto al rey glorioso”.

En ninguna de las fuentes del siglo XIII se menciona el nombre del pastor, habrá que esperar tres siglos para toparnos con una identidad, y quien nos la proporciona es Argote de Molina, que nos dice que se llamaba Martín Alhaja, aunque el apellido sea frecuente encontrarlo escrito como Halaja.

Posteriormente, José María de Areilza, que dedicó un artículo periodístico al pastor, afirmaba que su nombre completo era Martín Halaja y Gontrán y que había tomado este dato sobre su segundo apellido de un cronicón, sin explicar cuál. Volviendo a Argote de Molina hay que señalar que este autor no sólo da nombre al personaje sino que novela un poco el episodio del pastor relatándonos que llegó al campamento preguntando por los reyes y que, cuando fue llevado a presencia de los mismos, les dijo que:

“… no estuviesen en cuidado, que él los pasaría sin peligro por el camino donde repastaba su ganado, que era lugar de mucha yerba y de buenas aguas”.

Una vez más, nos damos cuenta de que Argote de Molina tuvo acceso a algunas crónicas editadas recientemente como la de Veinte Reyes o inéditas como la Crónica de Castilla en la que se ponen en la boca del pastor las siguientes palabras dirigidas a los reyes:

“Non estedes en este cuydado, ca yo vos mostrare muy buen lugar por onde pasedes syn peligro a los moros, ca yo se muy bien las sendas e los pasos por esta tierra, ca muchas vezes andude por aquí con mi ganado e vos levare por lugar donde ayas buenas yervas e muy buenas aguas fryas e sanas”


Fuera como fuera vestido, y dijera lo que dijera al presentarse al rey Alfonso, bien es seguro que al oír las palabras del pastor, los reyes le creyeron y enviaron para cerciorarse a los anteriormente señalados Diego López de Haro y García Romero. Martín Halaja, entonces, les dio como señal del camino la calavera de unas de sus vacas que los lobos le habían comido. Esta puntualización le sirve a Argote de Molina para explicar el origen del linaje de Cabeza de Vaca cuyo blasón fue concedido a los descendientes de Diego López de Haro. Aunque no todo el mundo lo interpreta así y sea el propio Marín Halaja el primer miembro de los Cabeza de Vaca.

Este pastor ha sido, y es, una figura controvertida, revestida con un halo de misterio, recibe diversas denominaciones, Martín Halaja es la más conocida pero también es citado a veces como Martín Alhajar y otras como Martín Malo. Se dice que se le dio como recompensa por su ayuda una dehesa con su torre en el término de Guarromán que posteriormente se convertiría en aldea de Martín Malo con la colonización de Sierra Morena por Carlos III en 1768. Sin embargo, al parecer, el tal Martín Malo fue un fraile calatravo del siglo XII que abandonó la Orden y andaba desobediente, por lo que poco o nada tuvo que ver con nuestro pastor. Pero quizás la identificación más espectacular y que más tinta ha derramado sea la de Martín Halaja con San Isidro.

De todos modos, no todos los historiadores dan nombre al pastor mozárabe, el Padre Moret en sus Anales de Navarra indica claramente que del pastor no se supo el nombre.

Martín Halaja señala el camino a los Reyes Cristianos


Los testigos presenciales, como hemos visto no dotan a este personaje de un carácter providencial, pero con el paso del tiempo, la trascendencia de su participación en la batalla debió de seguir teniendo gran resonancia, ya que difícilmente cabe otra explicación de cómo pudo llegar a estar representado por medio de una figura en altorrelieve en la Capilla Mayor de la Catedral Primada de España, en Toledo, cuna de los mozárabes, sí la comunidad mozárabe no hubiera tenido como héroe a nuestro personaje y hubiera presionado a las autoridades eclesiásticas para que fuera representado Martín Halaja en el citado altar de la Catedral. El Marqués de Mondéjar la describió así:

“… está con sayo largo hasta los pies y con capotillo, que llega a la rodilla; sobre la cabeza una caperuza, a modo de capilla o cogulla de monje jerónimo, la cual baxa hasta el cuello; la barba crecida y el rostro tostado. Tiene un báculo o cayado, asido con la mano izquierda, y la diestra descansa sobre la cabeza del báculo”.


 Fragmento de eslabones de cadenas que unian el ejército 
de esclavos en Las Navas de Tolosa conservados en la
 sala capitular de la Colegiata de Santa María 
de Roncesvalles donde se guardan los restos 
de Sancho el Fuerte de Navarra


Casi como un santo, así tenemos, por ejemplo, que la Crónica de Castilla y la Crónica de Veinte Reyes dejan caer que podía tratarse de un ángel:

“Mas commo quier quel pastor semejase, cyerto era ángel mandadero de Dios”.

No cabe duda que la historia del pastor de Las Navas continúa levantando pasiones, y es que el episodio de su oportuna aparición sigue seduciendo la imaginación de los historiadores. Controversias y versiones históricas aparte, lo que sí es cierto, es que un héroe llamado Martín Alhaja, un pastor mozárabe en tierras musulmanas, tuvo un papel destacado y esencial en esta importante victoria cristiana, y esto es lo más entrañable para nosotros.

Pese a que no conocemos mucho más sobre la identidad de este personaje, su sugestivo apellido ratifica el origen mozárabe del pastor. Halaja o Alhaja es el término romance de la voz árabe, al-yawhar, la joya o piedra preciosa.

En conclusión, históricamente y tras el estudio sociológico de la época, podemos decir que el pastor de Las Navas era un siervo de muy baja condición en la escala social de la sociedad musulmana, cuyos móviles para ayudar a Alfonso VIII debieron ser sus ansías de lucha contra el enemigo musulmán, acrecentadas al ver al ejercito cristiano en esos parajes, y el deseo de venganza por los excesos cometidos por los moros hacia él y su familia, todo ello unido al impulso ancestral de los de su raza de expulsar a los invasores de la tierra de sus antepasados mancillada por estos extranjeros que ya llevaban más de 500 años esclavizando a los cristianos, entre los que se encontraban Martín Alhaja y los suyos. Si todo esto lo aderezamos con la afrenta personal que la leyenda nos hace saber, de como nuestro héroe fue víctima de los atropellos del almohade Al-Nasir, quien diecisiete días antes de la batalla y cuando Martín Alhaja se dirigió al campamento musulmán para vender cinco conejos que eran su caza de todo el día, el agareno se los robó impunemente y cuando Martín protestó lo único que recibió fue una enorme paliza a palos, nos daremos cuenta de las razones que impulsaron a este pastor para acudir a la tienda del rey castellano, y con su decisión poco común para la Edad Media de presentarse un pastor ante la majestad de un Rey, indicar el camino de la victoria a los cruzados. Tras la Batalla, el pastor mozárabe encontró el cadáver del adalid almohade, y para hacer justicia de las afrentas que el moro le había causado en vida, le despojó únicamente de un cinturón de cuero cuyo valor le resarciría del robo de sus mercaderías. Así hizo justicia el bueno de Martín.

Sobre la batalla, y el resultado de esta a favor de las armas cristianas, no es el momento de extendernos, otros ya han escrito y hablado más y mejor de lo que yo pudiera hablar en este momento, pero nos vale que recordemos que el VIII centenario de la batalla se celebrará el 16 de julio de 2012, y en él, los mozárabes, reafirmaremos la figura del héroe Martín Halaja a los pies del mismo monumento que conmemora esta batalla y que rinde homenaje a tres reyes y a un pastor mozárabe, que con su sencillo y humilde gesto salvó a España y a la Cristiandad.