Llegarón para el ejercito carlista, los trágicos días del invierno de 1876. La ofensiva de las fuerzas liberales reducía implacablemente, el terreno fronterizo que ocupaba. La derrota desmoralizaba a los combatientes que, en la desesperación, se creían traicionados. Cundía la insuborninación y la deserción. Y los cantares, antes de triunfo reducían ahora la guerra, heroicamente sostenida, a la traición de los jefes: Elío vendió Bilbao y Mendiri el Carrascal; Calderón el Montejurra y Pérula lo demás. |
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