La rioja.com 07.02.11 - 00:28 - ANDRÉS LÓPEZ DE OCARIZ Y OCARIZ.- Carlos Hugo murió el pasado verano, olvidado, como el carlismo. Con su desaparición la llave de la Historia entierra a un movimiento popular casi bicentenario. La utopía carlista que tanto fascinó estéticamente a Valle-Inclán recibió su estoque de muerte cuando Franco, en 1937, obligó al carlismo a fusionarse con Falange. Los requetés siguieron combatiendo, en primera línea, como fuerza de choque de elite, hasta el final de la guerra. Prefirieron el suicidio político antes de desertar de un movimiento cuyo cínico general no dudó en sacrificarlos, en la crueldad de las trincheras, traicionando su lealtad, pues temía al carlismo.
Valientes hasta el fanatismo, con la cruz por bandera, regresaron a sus casas, lloraron a los caídos, y sufrieron el amargor trágicamente paradójico de ser vencedores derrotados. Don Javier mientras se pudría en Dachau, preso de los nazis por antifascista y resistente, y Franco se endiosaba, heréticamente, con la sangre de los boinas rojas. Pero el carlismo seguía peligrosamente latente, hasta que los hijos del dictador acabaron con él, a tiros, en la montaña sagrada de Montejurra, aquel negro año de 1976, a la vez que masacraban a los obreros, en una Iglesia vitoriana. Carlos Hugo, el apátrida de la Dictadura, se empeñó en resucitar la utopía de un partido profundamente enraizado en el pueblo y viró hacía un izquierdismo socialista casi evangélico, y sin quererlo, enterró para siempre el legado de casi dos siglos.
Descanse en paz don Carlos Hugo, mientras el carlismo desaparece de la Historia enlodado por la venganza de la desmemoria histórica. De las trincheras al olvido, destino de toda utopía.
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