Biografía
|
Climent Sanchis, Mariano (Fidel de Puzol)
El 11 de marzo del año 2001, domingo II de Cuaresma, el Papa Juan Pablo II dio el título de Beatos a 233 mártires de la persecución religiosa acaecida en España el año 1936. Su memoria ha sido asignada para el Calendario litúrgico de la Conferencia Episcopal Española para el día 23 de septiembre, con el título de: Beatos José Aparicio y compañeros mártires.
En este grupo figuraban entre otros 12 capuchinos, pertenecientes a la provincia religiosa de Valencia, y entre ellos el más anciano del grupo de los mártires capuchinos de Valencia fue Fray Fidel. Ni sus canas ni sus achaques fueron obstáculo a la hora de eliminarle. Era un fraile, y este fue el motivo que ocasionó su condena.
Nació en Puzol (Valencia) el 8 de enero de 1856. Al día siguiente de su nacimiento recibió el Bautismo, en el que le fue impuesto el nombre de Mariano. Sus padres fallecieron muy pronto, por lo que él se crió con una hermana de su madre. Su tía le transmitió la piedad, pero no pudo hacer lo mismo con las letras. Destinado desde pequeño a las faenas del campo, no tuvo ocasión de recibir formación escolar. Por lo demás es muy poca la información que poseemos de su infancia y juventud. Sí sabemos que durante su mocedad se alistó en las tropas carlistas.
La vida castrense no le satisfizo ni le podía llenar, por lo que llamó a las puertas del convento capuchino de Santa María Magdalena de Masamagrell, a los veinticuatro años de edad. Vistió el hábito en 1880, recibiendo el nombre de Fray Fidel de Puzol. El 14 de junio de 1881 emitió sus votos simples, que ratificó tres años más tarde por todo el tiempo de su vida.
En los conventos desempeñó diversos cargos, como los de portero y limosnero. También le encargaron de la cocina, y sabía condimentar bien las viandas que formaban la pitanza conventual. Algo sabemos de las estrecheces de aquellos tiempos; alguna vez faltó incluso el pan. Pero Fray Fidel se las ingeniaba bien. En Valencia, ya en los últimos años de su vida, todavía le quedaban fuerzas para atender las necesidades del Provincial.
Cultivó además el arte siempre difícil de la caridad fraterna. Era pacífico, para algunos incluso algo tímido, pero hacía lo posible por ser amable con todos. Su cualidad más notable fue sin duda su amabilidad, y a la caridad con todos añadía la sonrisa, que tan agradable hace a la persona y tantas situaciones tensas contribuye a suavizar.
Era hombre de oración. Horas enteras se pasaba en el coro o la iglesia. Siempre se le veía con el rosario en la mano, dice algún testigo, exageración más que evidente, pero que refleja su diálogo interior con el Señor y su entrañable amor a la Madre de Dios. Muy temprano, antes que los demás acudiesen al coro para la oración, ya se encontraba él allí.
Su figura recuerda la de los primeros capuchinos, en los que se aunaba la oración y el servicio, la observancia fiel de la regla franciscana con el amor fraterno. Atento, afable, bondadoso y cariñoso, limpio en su persona, y más en su alma, así era el Fray Fidel al que el Señor consideró digno de imitarlo en su muerte.
Cuando la comunidad de Valencia tuvo que abandonar el convento se trasladó a su pueblo. Fue acogido por unos parientes, pero él, dándose cuenta de que por su edad y por sus dificultades de visión podía suponer una carga además de un peligro para quienes le habían acogido, fue pasando sucesivamente a las casas de diversos familiares.
Su presencia en Puzol no había pasado desapercibida. Al atardecer del 27 de septiembre se presentaron en la casa donde residía para que acudiese al comité a fin de prestar unas declaraciones. Registraron la casa y habitación que ocupaba, y nada pudieron encontrar, fuera de la poca ropa que había traído del convento, y el alambre con el que hacía los rosarios. No eran ciertamente armas peligrosas. Esa noche la pasó en el comité, y de madrugada fue llevado en un coche camino de Sagunto. Al llegar al antiguo convento de la Vall de Jesús, le hicieron bajar y allí mismo lo fusilaron.
Fray Fidel, que nada había tenido en la tierra, tampoco tuvo al principio sepultura. Dos días después lo llevaron a Sagunto, para enterrarlo en una fosa común. Allí, enterrado en el seno de la hermana madre tierra, su cuerpo ha germinado para la eternidad.